domingo, 18 de noviembre de 2007

Juan L. Ortiz - ÚLTIMOS POEMAS (Los poemas perdidos )

Juan L. Ortiz
ÚLTIMOS POEMAS (Los poemas perdidos )
El niño y el perro
El niño se acercó al perro despacit o
y le acarició muy suavemente la cabeza . Y unas lucecilla s
un poco húmedas lo miraro n
desde el fondo de una confusión y de una timidez que aún no creían . . .
a Cómolosdosenunanochecaíd
repentinamente de estrellita s
cuando los dedos ya se atrevían
entre un misterio de guedejas en el cual aquellas chispa s
palidecían y avivaban un llanto de preguntas devenida s
desde cuándo? llagas que escurrían y a la vez reabsorbían lo que era un pedid o
de cualquier respuesta de hilas . . .
El niño desapareció y trajo algo enseguid a
que el otro recibió en modo de atravesársele en la pris a
de su bulimia . . .
Y luego fue el agua cayéndosele, casi, de la sed .
Y la aflicción de la criatura al comprobar que el animal arrastraba, literalmente, todaví a
una sombra de quejido, y justo, deteniéndose
en esa encrucijada de los bólidos todos en subidas
y bajadas a definitivamente decidi r
de los destino s
hasta de los confiados, según se viera, a las banquínas :
aflicción que no podía menos de suceder a los gemidos y d eadheríles
al querer levantarse o echarse el infeliz . . .
8
y a esas súplica s
abiertas ya, presumiblemente, hacia el chico ,
y renovadas al día siguiente, medio sentado aquél contra el cerco vecino ,
en adelgazamientos que tenía n
no se sabía qué nostalgia de cierto clorcill o
que deberí a
a los que lo abandonaran finalmente a su descaderamiento sobre el filo
de su vereda, tras el auto . . .
y los que, bajo unos gritos, es cierto, a pelarles eI retiro ,
hubieron, rápidamente, de hacerlos transferir
a otros de por ahí ,
con el resultado de que a través de una ruidosa pesadill a
fuese arrojado a ésta que reunía ,
bajo la licencia del escape, el libertinaje aun en frenes í
de las ruedas y las gañidos
de los ejes, en alucinaciones a no cortarse nunca, de ayes todaví a
Iancinantemente caninos . . .
No dejaba, no, en consecuencia, el niñ o
de ser penetrado por imploraciones que no iban todas dirigida s
a é1, y de tal modo que llegaban a traspasarle hasta el olvid o
a que intentaba jugar con la regaderit a
floreciendo lloviznas
sobre los pétalos que llamaban, correspondientemente, así ,
a los otros con alas, seguido s
de los relampaguitos en línea que quebraban los viso s
de los mainnunbíes:
jugando, al acostarse a la nada de nieve de la sábana corrid a
sobre los párpados corrido s
a su vez sobre el descendimiento en el hueco de la almohada, el cual no parecí a
tocar fondo. . .
Pero a los pacos días
9
vio que dos hombres rojos como contra el cenit
enlazaban al perro y lo subía n
a un camión . Alcanzó a distinguir los ojos del desafortunado revolviéndose hacia el ciel o
en una apelación que jamás viera en agoní a
de animal . Nunca hasta all í
tal terror de mirada, se hubiera dicho, con filo s
de yeso ante la veladur a
que empezaba a anegarla, de qué abajo o de qué arriba?
ay, de silencio . . .
Mas el niño no podia saber si la telill a
era la del jamás . . .
Y no pudo por ello deshacerse de la visión de su amiguit o
a merced de una oscuridad que recortaba linde s
d e cosmogonía
bajo una sordera de estrellas que solamente devolvíale
más difíciles e hiladas, si posible ,
sus lástima s
y sin esos "chicho" "chicho" con que una hechura de la sombra o la penumbra, según fuese su sitio ,
requeríalo, ritualmente, aquí ,
y la que aun le alargaba lo separado del almuerzo o de la cen a
media a escondidas . . .
Y la criatura no atinó a sali r
de un silencio que llegara a quemarle los residuo s
de su disimulo ,
tanto que la madre, algo advertida, es verdad, por una suerte de febri l
halo, ya, de su hijo ,
hubo de encontrarse ante un espanto casi al blanco trasluciendo en una cera por irse
la inminencia que unía . . .
Hasta que una mañana el espanto la fijara a ella mism a
en un lampo como de estearin a
10
frente al aleteo del pequeño corazón que apenas si expiró los "chicho" "chicho . . . "
de ese llamamiento que debí a
sólo ella de, verdaderamente ,oír
desde su identificación repentina con la soledad de un amor que por su part etocaríale
a continuación asumir,
al desprendérsele la que se dirigiera a una presencia, acaso, del deliri o
o fantasma, ah, pero solo en el enigm a
de una espera, por qué no? de ese lado o de éste de los lindes . . .
la espera de algún sign o
de la piedad que se le abriese en los últimos minuto s
hasta el espasmo de la lamparilla . . .
o le tendiese al fi n
tanto las venas que éstas estallaran fatalmente sobre s í
o bajo la presión de lo desconocido . . .:
espera que sin saber cómo y a través del propio llanto, de improvis o
lo intuyera la mujer, ya, es cierto, repentin a
e intuitivamente, también, impuesta aun de las mínima s
peripecias de la "pasión" y atañid a
entonces por eso que a la "historia" revelada de la otra sombra haci a
espera que lagrimeaba su vigilia
sobre las dimensiones o desde la piedra y los azares del cubil ,
por los milenios, es verdad, de lo sufrid a
en la guardia o en el servicio
del ídolo . . . :
espera de los que son capaces de doblarlo hasta cuando su proyección no le haga compañi a
bajo el azufre, su mism a
tras-sombra sobre las riberas del Aqueronte, todavía . . .
Pero esa espera ahora en ruego, lejos se consolaba de algún modo de las pista s
del poderío. . .
o de las cita s
de la desaprensión por lo ganado a los reflejos del desví o
en trofeos extendido s
11
sobre su trascendencia, en ocasiones, en tanto las narice s
frunciéranse ante la sola perspectiva
de pelambres en acedia . . .
Lejos, a la vez, de la aprensión que temporariamente pone el grit o
en el municipi o
por nada más que el horizonte de unos incisivo s
a hacer "rabiar" el aire, se creería. . .
el aire que enrarecen, es cierto, pero civilizadoramente, y de continuo ,
las libertades de la gasolina
o las libertades, al fin y al cabo, de unos intestino s
solo que de las fieras que autoriza el "dernier cri"
de los glitodontes añadido s
a los que se fuerza, en verdad, bajo la gravitación de lo qu e
nutre a la invención de consumir y consumir ,
a esos alivio s
por el acceso en cuesta, en cuyo ámbito, por lo demás, deben, modernamente, de expedirs e
al jazmín
para las pituitarias al día . . .
Y las manos de esta "dolorosa" presas o a medid a
de los sarcasmos e ironía s
que la armaban a su pesar aunque del centro de la angustia, con un ritm o
en que no se reconocía ,
las manos . . .las manos . . .fueron a un tiempo sangrando digita l
para, en metal contra los muros de aqu í
y del allá, dar en el quejido
en que de uno u otro se responda a la suplicación lanzada al ignotado en cierto modo, mas partícip e
dolorosamente, ya, de su cariño :
por Dios, dime
si por ventura pudo hablarte mi hijo ,
mi hij o
detrás de esta luz, o si estáis Ios dos en ésta, aunque no en la misma línea . . .
y con esa voz, él, que no me llegarí a
12
ni aún desde el ahilo
de la invocación bordeando ya el vacío : chicho . . .chicho . . .
Y entonces unos airecillo s
sólo que, separadamente, luego, iría n
librando las olas hasta que, dentro del pecho, deban éstas reflui r
sobre la otra orilla . . . ?
O no nos esforzaríamos, más bien, para hacer que estos suspiro s
sean retenidos
al máximo, de modo que, vueltos de lo íntimo, tras la mayor concentración se alcen todos a blandi r
las siete ráfagas del grit o
frente a las Jericó que se amurallan en la ruta del amor que no conoce límite s
de especie ni de vida . . .
que viene desde los principio s
y está dispuesto ante aquéllas a hacer sonar también su poderí o
para los espacios a abri r
volviéndoles en bronce, si fuera menester, a esas mismas ,
los hálitos del suicidio. . .
Y ella no supo, cómo, entonces, tuvo algo que ver con el arcángel que ib a
a plantar, sobre los céspedes, el día . . .
Y de nuevo se irguió misteriosamente por sobre los siglo s
del sufrimiento, pero en seguida
resultó como encielada, menudamente, en el rocí o
de los ojos, y así
poco menos que en la trama de una ternura que mullía,
suspensamente, la lluvia ,
la deshizo
en un impulso sobre quizás la súbita ilusión de algún escalofrí o
en la yacente figulina
de arenilla
que solamente, ay, absorbía
la eternidad . . .
13
Yo quena . . .
Yo quería
agasajar, abuelamente, con florecilla s
de la barranca, a la niña . . .
y me puse, entonces, sobre las hierbezuelas, a reunirle ,
en un hacecillo ,
y en su propia presencia, los iris ,
todos los iris ,
o poco menos, que les amanecieran luego de las arpas que lloviesen hasta el fi n
de su noche, y asimismo
les tocaran esa epifanía . . .
Oh qué pena, en verdad, cortar tos vínculo s
con los misterios, que tal vez, bisbiseaban sus minuto s
desde las raicilla s
en una acción de gracias por el descendimiento ése que a su sueño le habí a
aun promovid o
el enjoyamiento y la unción, aunque en lo apenas perceptibl e
de tos pies de la brisa . . .
Y de qué sangre de hadas, es cierto, reo me sentí a
con los signo s
del desgarramiento en las yemas que rodeaban los tallitos . . .
Pero el ramillete ib a
-Io creyera yo- a suspender ante unas niñas los cambiantes de otras niña s
en visita,
con todo, de serafines . . .
y yo viera, también, consecuentemente, unas manitas
en la duda del destino
de lo que en su confusión retenían :
si ofrecerlo a la divinidad que presintiesen al través con las pupila s
ahora, por su cenit,
14
o más accesiblemente retribuírsel o
sobre ese altar que fluye y pierde, es verdad, la trama de las chispa s
que le traslucen los silfos . . .
¿Y si lo dedicaran, mejor, a la sonris a
que la esperaba a ella, a la vuelta, desde la vecindad de la abuelita ?
Pero los dedillo s
no bien asieron el presente empezaron aplicadamente a dividirlo ,
tirso por tirso
en trance éstos de quebrar unas eses de equilibri o
debajo de unas mariposiIlas
a su vez por secar del todo lo que fuera ya un principi o
de vuelo, aunque es cierto, con tal sino .
Y a continuación aquéllos se dieron a reintegrar todo, pero exactamente al siti o
ya, ay, para mí
en olvido ,
con la esperanza, al parecer, de redimir
eso en lo cual desde la oscuridad también se hilaran, de regreso, las misma s
digitaciones de la lluvia para, arrib a
dar pétalos al sonido
en la s brocaderías
de los gnomos sobre las fugas del matiz . . .
Y de este modo fue entonces como una criaturit a
que no había
dado vuelta, no, a las veinte y cuatro lunas, todavía, todavía ,
intentara restituir,
por qué justicia, y por Dios, ejemplarmente_ . . o por qué, por cuál "instinto"
de la sacralidad de la vida ,
lo que en obsequio de sus ojos, el enceguecimiento de los mío s
hiriera de muerte, en un deicidi o
que se agravara al afectar sacrílegamente, hasta las briznas ,
disminuyéndoles esas sacerdotisas
15
en el oficio
de los hálitos ésos en que el paso del Dios a unas abre y ritualmente la shumilla
en palidez de abanicos ,
en tanto que a las otras pliega y despliega en las medida s
de un homenaje de danzarina s
o en los viso s
que las confunden en un culto ya de poseídas . . . :
y ello cuando no accede él a lo visibl e
y a todas les comunic a
los secretos que lo hacen, fugitiva y tornasoladamente, re inscribirla s
en su noviciado, por las linea s
del propio aire en zizás con que los aguacile s
escriben . . .
La niña, pues, esta niñita ,
repito ,
se propuso devolver, para la edificación? y el orden de ese cielo que a los pie s
nos estrella otro infinito
de cálices que labran diminutamente el éter antes de rendirl o
en reflejos a los espíritu s
que por él los evocara de una nada, abajo, de jardine s
para los coros de aqu í
a nivel de unas hierbas en cuyo silencio aun apenas si gravita n
sobre vocecilla s
a su vez solamente sostenidas
por hilos . . .
oporescalastambiénparalopreciosoquedestéllalesdesdelomíni mo
de los enigmas ,
y ni siquiera los escalofría . .
Y consecuentemente en ese gesto de la pequeñit a
que por s í
16
ya nos inclinara, se esbozarí a
más que un símbolo :
una suerte de aproximación, igual que de sonámbulo, al paí s
de los armónicos en que se miran ,
transfigurándose, esos intercambios que en todo el universo son los que permite n
al yan y al yin
tramar, incesantemente, la melodía . . .
Manuscrito de Juan L.Ortiz con un fragmento de poema en homenaje a José Portogalo (inédito) .
17
He visto . . .
He vista ayer a las colinas
soñadas, ya, por la miel de setiembre en un trasluz, diríase ,
de la lejanía
si es que no la soñaban, ellas, desde esas celdilla s
que la espectran al infinito ,
y a las que, nosotros, en un modo del limbo,
dimo s
por entre los morados que ensordecen al entretejer la anochecida ,
cuando no por las raíce s
de las tinieblas, selladas al jamás por no sabíamo s
qué Proserpina
del frío . . . :
nosotros, a merced de los giro s
del tiempo del "yo" y del tiempo de ese "otro" sin cifr a
y desangrándose por ahí . . . :
nosotros, pues, en esos tiempos que no lográbamos ritmar ni aún con el latid o
ofrendado al torbellin o
en que ellos llegaban, intermitentemente, a confundi r
nuestras agonía s
con las que, por qué no? nos requeriría n
desde la crux de los meteorito s
y hasta de éso que de lo intolerable los hubiese despedido . . . :
pero nosotros, ala vez ,
sin bajar el acecho de ese súbito de labios que pudiera absorbernos por siquiera una nadill a
de solución en el continu o
de las laceraciones en vértigo, o si cabe, en una espira
sin abajo ni arriba,
que nos llagaban el silencio en imposible
de fibras
hasta bajo las vigilias
18
en desolladuras a los rayos de solamente unos signos . . . :
nosotros, así,
sin fe casi en la luz que se inventase, y menos sobre el filo
de la media-tarde, unas linfa s
de camoatí,
y por apariciones en danza y eon una manera de ultra-ritm o
en transparencia de vírgenes . . .
He vista, ayer, además, a las doncellas en la transminación a creerse por la alquimi a
de su éxtasis, y justo cuando querían ,
se hubiera dicho ,
hacernos de él copartícipes ,
y a la par como destacándose en las propias albricia s
de una asunción, por otra parte, en espírit u
de primula s
que de las profundidades de la esencia y a través del confi n
aun se nos destilaba, lo sentíamos ,
en un modo de animarnos, delicadamente, a vivi r
de nuevo toda vez que al incorporarnos lo incorporásemos de veras pujando por abri r
las hojas, al menos, de la pesadilla
sobre todo en el momento en que daba en atraernos, a un día
de la lluvia, en una manera de inmortalidad en trance de melar, diáfanamente, una verdina
de epifanía . ..
He visto, por último, ayer, a las danzarinas ,
más que por encima
de ése su movimiento o ésas sus mudanzas: allende hasta lo íntim o
del círcul o
en la irradiación de una dulzura en el Ofi r
del éter de los abismos,
al revelar la perennidad de la bris a
o ese siempre de la esperanza, si se quiere, que niega la ceniza
19
de los nunca, sin haberles cedido
nunca, nunca, nunca consecuentemente, el doming o
a que salen sus hijo s
de todos los mundos, aún de aquéllos que ni siquiera se adivininan ,
para multiplicarle, desde el sigil o
de s í
los espacios de la vibración, en las pascuas de lo inoído
y de lo ahora inoíble ,
en que ella irá perdiendo, con la propia flor del aire, todo peso y medida ,
hacia el cristal, sin cristal, a que aspira ,
hasta hacernos pasar por sus espejos en iluminación, y decirno s
otra vez, la permanencia de la huid a
del rí o
-hacia su cielo o su limo?-
perdiéndonos la conjunción de lo que sin cesar se nos desliza
de nuestra extremidad misma ,
pero en una inminencia, entonces, a vivirse ,
y con ello la profecía
de la integración o de la reintegracíón en unas nupcia s
en que ella habrá de asumir,
aunque insensiblemente, su parte en el deslizamiento de las furia s
por las que hubimos
de desarraigarnos, casi, de la noche, secándosenos, por poco, al volvernos de esos ojos que nos miran :
los que nos abrieran los milenio s
y que aún nos los rocía n
y cuya réplica estrellada por las margarita s
en el aquí
de la evidencia, apenas si dejamos el despetalamiento de unas niña s
en mal de acertijo ,
cuando no también al desvío :
bien es cierto que a las Euménides aquéllas nos fuera dado sólo asir
con las que nos laten, mas en un "cling"
20
que puede terminar en un abrazo para luego ellas repartirse
el cadáver de nuestro destino
si no vamos intentando desatar la trama ésta con la mira
de que el dí a
la ramee más y más, y melodiosamente, la libre ,
por los trinos ,
en el azul, aún, de los mismos . . .
Retrato hecho a lápiz por Juan L .Ortiz de la poeta Ana Teresa Fabani, fallecida muy joven de tuberculosis
21
Recuerda, Raúl ? . . .
Recuerda, Raúl, la noche aquélla y no hace mucho- cuand oíbamos
a lo de Mario ? . . .Vírgenes
y más vírgene s
incensaban, no le pareció ? el plenilunio por allí . . .
Es que las "vivorinas" ,
las "vivorinas" en revelación, se lo explicó también Ud? las "vivorinas "
por todo el lugar albeaban y rendían
su hálit o
suspendiéndolo al suspenderse, ellas, sobre el tapi z
de nácares, por igual, en equilibria . . .
O no era simplemente el alma de las gramillas
en la visible
de su respiración en perlin a
hacia una oblea, ahora en ascensión, para el rito
de la eucaristía . .
Ello es que pálidamente sentimos ,
sin decírnoslo ,
que aquéllas anhelaban que alguien pudiese en el momento interveni r
cerca de la "tela " , así
negándose en una poco menos que inmanencia o pesadill a
de sombras y ruido s
al asi r
hasta el sueño de lejos de las ciudades y de las villa s
con, acaso, el de las geniecillo s
de abajo y de arriba . . . :
interveni r
para que se advierta del sagrado, ése, que las flotaba y daba aún en cernirla s
por encima
de la adoración y que sumí a
a la vez a las demás adoraciones, sin número, y por su parte, perdiendo su raí z
22
en el silencio de una tierra por irse
de su lado, o mejor, hubiera que decir : ya ida . . .
celeste mente ya ida . . .
Recuerda Raúl, pues, ese instante de hija s
de la luna o de jazmine s
sin tallo y bajo un hipnotism o
en trance como de comulgar yen una como tensión hacia un espírit u
que les restituyese el respir o
de no se sabe qué espera a responder, cuándo? de improviso ,
el soplo de una "visita" . . .
o de recuperar, tras el misterio de ese cielo en herbazal que era el país ,
casi sobre el vací o
unas brizna s
de eternidad, siquiera, unas brizna s
para el estremecimiento o la humedad de qué o quién -podría
,
podría ?
Ortiz, con la total amistad de Borges, 1933, Buenos Aires . "
Dedicatoria de Jorge Luis Borges en la portada de su libro Los Kenningar.
23
Es cierto . . . ?
Es cierto que en algunas gamas del " aquí "
la luz canta? Dímelo . . .
canta . . .o deshace, más bien, la duración en una ruin a
de hebrillas . . .
Canta, paradójicamente, así . . .
y canta, ala vez, desde unas cifra s
de debajo las cifra s
o del mínimun
de unos élitros, por lo demás, en husos de lo ubicuo . . .
pero sube y sube en ñandutíe s
que, se dijera, no concluye de reduci r
ni con las sílfide s
aunque alguna de éstas, en el vértigo, acaso, lo abandonan por ah í
a la corriente del nadi e
o para unos oído s
de que, probablemente, no sabían . . .
mientras que de la trama de ella con un algo de bris a
como en el vacío
resultarí a
ese misterio en filigrana de variaciones de tal vidri o
que ni los pájaros deshilan . . .
ni ellos . . . bien que, al cabo, se avengan, píamente, a surti r
para una sed que ha de atañirnos
lo que el celeste de la siesta, por su parte, les habrá transparecid o
hasta él mismo ,
y lo que en reflejos apenas de frasecilla s
irá aún palideciendo y perdiéndose al igual que ella -la luz- en los abismo s
por abri r
de sus espacios adonde la eternidad o la tarde no ha de faltar, para aspirarlo, a la cit a
con su sino . . .
24
Y en la circunstancia, desapareciera en la asfixi a
el cisne?
-Habrá de transponerse, sólo, el canto, en dírección a la penumbra de un zumbido . . .
a nuestro nivel, así,
ala vez que por las alas, alrededor de los follajes, parecerá despedirs e
en un abatimiento d esílabas
yen un lagunar, luego, de silencios en amarill o
suspendiéndose entre las rima s
por palpitarse más en plata, aún, del lucerill o
y de la ranita . . .
Además, ahora, -Octubre- es por unos ardimientos en sordin a
de nieve, cómo lo diríamo s
después, al "glissar" él por los tallos, secretamente, hacia los viso s
de la s irídeas
sobre el puntilleo en pianísimo
de los baldíos . . .
pero de ningún modo termina
allí . ..
y ese coro que gorjea, estrelladamente, el flax, sobre los soplos, alternándose, a qué hito s
de los quiebros y de los mutismos,
y ello a través de las "veladas" que miden ,
desde qué metal y de qué perchas, de cuáles? unos pico s
hasta ésa que suspende apenas si unas vocecilla s
- a un aliento de serafine s
al que aquéllos, luego, le sangrarán la epifaní a
en las ambivalencias del timbr e
eon el estallid o
al cabo, de las correspondencias, o si quieres, de las analogías . . . ?
Más éstas, por desdicha ,
me empujan a su contrastación con las dianas, ay, de aquí ,
que va para -adelantarse- medio siglo ,
nos cierran y nos cierran, pistoneadamente, el día . . .
25
Y no digo
de los alertas que aun nos techan como de sobre-anochecida s
el miedo de los sobre avísos
con escalofrío s
a correr, después, los bronces de las generalas ante no importa qué grumos por ah
íindísposiciónl
amisma
pero que llega, siempre delegándose, a cargar en su cuenta yen la de la lencerí a
la palidez que sobre-vuela de alumini o
unos límite s
en pasibilidad, los primeros, por encubri r
la connivencia, en los misterios, de las dríade s
con aparecidos
de capilaridades a mentir
la manifestación de las suyas y en más, pues, que en un azar de mimetismo :
"fantasmas" que recorren, esta vez, la Amerindi a
y que pondrán en peligr o
la adherencia a esa rosa de estuco que no deja de " zumar", argentinamente, como hij a
que es también del "río "
y a la que que se arma, en consecuencia, más de espinas,
aunque se "clave", doblemente, el país,
y ello tras cada "desfile"
que sanciona a hecho de orden el derecho de exprimirla . . .
o sólo por unos " cordoncillos"
tras cada puesta al "bastón" entre el "filo" y el "olivo" cuando el "filo"
madruga a la insignia . . . :
o si lo admítes ,
menos adelantadamente, en qué reloj? o con más plata de cuartel, yen qué casino s
con escudos aún sin prisa . . . ?
si lo admites,
repito :
en tal caso, a cada partid a
bajo la ley de unos naipes en que, sin barajar, yen la penumbra, todo un trí o
26
de ases, literalmente, lamina, sí, lamin a
un punto de palo, y como siempre, por sobre unas costilla s
en condenación a reí r
las últimas, pero del modo que se sabe cuando, al ponerse ellas de pi e
pongan también en dos pie s
la "mesita"
a que unas manos constituyéndose las primeras, de por sí ,
las hubiera "de facto" retrotraíd o
al "cuadrupedarles" el servicio . . . :
y entonces, entonces, bajo el "giorno" en resurrección de las bombillas ,
éso habrá de ocurrir
en sincronismo
o cas i
con lo que estallase una como mutación toda en volátile s
en el retroceso de las silla s
un ninguno trascendiendo, aladamente, a fin o
el deshojamiento del mazo entre astilla s
de "baccarat" escarchando un tapi z
poco menos que, mordoradamente, tendido
de wisky . . .
mas no olvides, no olvides, no, no olvide s
que en todos estos "autos", aun en los que parecieran apurar la alegoría ,
sacramentalmente, es el "Tío "
quien abrevia las escenas y les dict a
a los "héroes " el patriotismo . . .
aunque, por si acaso, con la espalda en un horizonte de "marines "
y sus estrellas en línea . . .
-Pero el canto aquél, qué lejos de las ondas en que de tal manera lo declinas ,
y las que al divertirs e
y dejar de mecerte, te habría n
aproximado aun lugar en que los ecos jugando con unos geniecillo s
no reconocen ya el nido :
27
el canto aquél, de arcángeles, si quieres, mas, es cierto, a un imposibl e
de esa compulsión que, desde luego, explica n
unos cobres de pesadilla
en alquimia s
menos mal que por allá, sobre el bosque, hasta el valor de las alvinas . .
pero compulsión que a tu pesar, por ese mecanism o
también, acaso, de un lenguaje que de ningún modo es el del canto, militarmente te oblig a
a infligirte
unos apremios que revierten, justo, en los que debes de sufri r
de los corneteros en " suite "
de sargentía s
o de las laceraciones en llagas bajo un clim a
de ocupación en operativos . . . :
aquel canto -prosigo--
no es, quizás, y sobre todo por las aves, el únic o
que nos es dable, siquiera, intuir?
-Sin duda es el que responde menos difícilmente aun a los sentido s
de esa espectación que ha de tender lo más sumido
por ensordecer bajo las raíce s
en un apenas a imaginar de titilaciones y latidos
debajo hasta quizás los minerales de un silencio en inminencia de sellar el que divide ,
aunque infinitesimalmente, la vigili a
o el sueño de las arcilla s
y de dónde éso, por qué no? también anhelarí a
amanecer, otra vez, a sí ,
al presentir,
gracias, acaso, a una nada de albrici a
atravesando el éter de los gnomos que avecin a
la celebración que por la mism a
enseguid a
habrá de aspirarlo hacia la flauta en blanco en donde el canto sobre el caos del origen ,
vuelve a inventar, inínterrumpidamente, los hálitos y a fluir,
28
sobre y debajo el respiro,
esos río s
que no cesan de desnudar y desnudar las figuras sólo de la huid a
o los rostros, cuando más, de lo desconocid o
en una evidencia que escapase a su propio discurri r
o a las zonas de su vértigo, encima
hasta de los espíritu s
de las combinaciones y el calor que nos pasaran unos signos ,
por lo menos, de lindes . . . :
y nuevamente las campanilla s
por las que retornan a ampollar sus profundidades algunos, tal vez ya recuerdos de los iri s
en que abrieran al equilibrio
asimism o
los surtidores en que ella, la que inspirarí a
también por los Krisnas,
modulara toda en prima o toda en virge n
las fuentes de los principios . . . :
pero burbujas aquéllas en que, de lo inmemorial, la duración nos sigu e
tornasolando, por igual? las ceniza s
de los minuto s
al quemar y destacar, fosfóricamente, un tiempo que ya ha sido ,
y por centelleos en vilo . . .
ello aun contra la fuga al otro lado del espejo, desde donde a lo sumo accederí a
a guiñarnos un ímposible
a veces, es verdad, seres incluido s
sin poder interrumpirnos ,
por una gracia que, además suele preguntarnos, infinitamente, en los dibujos ,
hasta perdernos, de inventivas :
y es ésta, la purísima ,
la de antes y de después, aun de los ultra e infra-prisma s
que se deben a los jardines
para otras retinas . . .
29
la alígera que abrásase en aquélla, la duración, mas con ella sobrevive . . .
a falenquenaceríaynacerí
de las propias salamandras igual que de una ninfa . . .
la que sale del ser y entra en un no-ser como la emanación de un "chic "
que comunic a
con el flujo que los trasmin a
y les espuma unos lirios. . .
Esta en cuyo anhelo, anticipándosenos, llegamos a sentirno s
asumido s
desde una semill a
en una manera de desprendernos en un hil o
el tallo para tañimo s
el aire o los aires por los que ha de suspirar mas ay, con su suspir o
lmíbrevedad que en contradicción, al parecer, con e l
a nimo
de un instante de copo, la olvida,
y por el que, de otra parte, bajo la primavera, pasma, yen un juego de escondit e
con las gramillas ,
sus progresiones en lo inaudible ,
al tocar además, en las honduras de su infancia el ascenso, ése que por sobre las ondinas ,
le traba, simultáneamente, su siempre, y así,
en suspenso casi de fluidos . . .
o en huéspedes del espacio a cuyo sueño desde el suyo replic a
por revelaciones que, a nuestros pies, la fija n
en galaxias de Liliput . . .:
y hacia donde, a la vez, lo que a fuerza de presencia nos escapa a la vista y al oído :
lo que muere y lo que calla, y lo que habla, al fin ,
en el canto se explica ,
aun con lo, que apenas si lo evoca en lo que fuera a lo sumo su matri z
por las oquedades de lmediodía
o con lo que, al contrario, matinalmente, lo "descala" , al derramarlo de la "quinta "
en el parto de los confines . . .
pero donde los votos que no pudieran virginalmente consumi r
30
lo anónimo de su estearina,
desapareciesen como Tales, o en algo al menos de los viso s
de la deidad misma ,
al encontrar, dónde? la cera sin melar que las promesa srequerían
arraigando literalmente y aflorando luego su vigili a
sabre la sabanill a
que la sacerdotisa de las diez, verdemente, a aquélla le ha tendido . . .
y donde ellos sobrevive n
en la mirada que los une, especularmente, a los indicio s
que le queman, de detrás, todavía ,
.. proiaausenciaaundelinfa su .
Yes entonces cuando la divinidad, desnudándose hasta de todos esos signo s
da en retirarse aun de s í
en un recuerdo ya de aguas enrarecerse todavía
para manifestar, de qué sima ?
las visiones o las inspiraciones del flautista ,
y ello sin invertirla s
yen un solo cielo, casi, o el que por poco aun sublim a
los verdines ,
flotándoles, de su orilla . . . :
pues es él quien a través de todas, todas las "ragas" y "ragines " ,
y aun de lo indecible . . .
dice . . .
justo lo indecible de los éxtasis en que ella, de improviso ,
humildemente se ha ido. . .
Y fue así
como también, a favor -directamente- de unos ejercicio s
de silencio, que se pasan de límites ,
de nuevo, yen qué nada? muriéramos en ella, detrás, aún, al de su partid a
o de su translucidez misma
en el eclipse
31
a que se debe delante el tocador que es quien, se ha dicho, espira ,
o mejor, abisma ,
aunque sin soplo, esa secuencia de follajes y pastos en "lavis "
sin solución de beatitud en la sim a
o cielo que por igual la continúa en su equilibrio ,
sin abajo ni arriba ,
si aun tuviéramos en el recuerdo algo de las líneas
con que, de este lado, medimos . . .
Libreta de apuntes personal de Juan L . Ortiz
32

No hay comentarios: