EL MAL
GEORGES BATAILLE
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LA LITERATURA Y EL MAL
"Hoy ya lo sabemos: Bataille es uno de
los escritores más importantes del siglo.
La Histoire de L'oeil, Madame Edwarda,
han roto el hilo del relato para contar lo
que nunca había sido contado; la Somme
athéologique ha hecho entrar el pensa-
miento en el juego- en ese juego arriesga-
do- de lo extremo, de la culminación, de
la transgresión; L'Erotisme nos ha dado
un Sade más próximo y más difícil. De-
bemos a Bataille gran parte del momento
en el que nos encontramos; y mucho de
lo que queda por hacer, decir y pensar, le
es debido sin duda, y lo será durante mu-
cho tiempo. Su obra crecerá sin cesar."
Michel FOUCAULT
En 1943, Jean-Paul Sartre anunciaba a Georges
Bataille como "un nuevo místico". Acababa de ser
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GEORGE BATAILLE
publicado entonces el primer libro de este extraño
escritor firmado con su propio nombre, L'expérien-
ce intérieure; pero, pese a ello, Bataille llevaba tra-
bajando más de veinte años, casi en el más absoluto
silencio. Ediciones anónimas, firmadas con seudó-
nimo, o bien limitadas y cuidadosamente restringi-
das habían ido recogiendo sus obras, mientras que
el resto se dispersaba en su labor de articulista y do-
cumentalista. La celebérrima Histoire de l’oeil, apa-
reció en 1928, bajo el seudónimo de "Lord Auch";
L' anus solaire circuló en 1931 en unos pocos ejem-
plares; Madame Edwarda se publicó en 1937 bajo el
nombre de "Fierre Angélique". El verdadero autor,
que permanecía en la sombra, Georges Bataille, ha-
bía nacido en 1897, en Billom, en el Puy-de-Dóme.
Alumno de la escuela de Documentalistas, trabajó
toda su vida como archivero y bibliotecario, en Or-
leans y París finalmente, elaborando silenciosamente
una obra que tardaría en ser conocida, en llegar al
gran público.
Toda la obra de Bataille es una larga confesión,
una meditación universal; y sin embargo, su perso-
na, el sujeto de esta meditación, sigue siendo en
gran parte un misterio. Se sabe que trabajó en su
profesión con celo ejemplar. Empleado en la Bi-
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LA LITERATURA Y EL MAL
blioteca Nacional, y en el Gabinete de Medallas,
colaboró durante algún tiempo en la revista de nu-
mismática Arethusa. Seducido por la etnología y la
antropología, dirigió las revistas Documents y
Acéphale, y colaboró asimismo en La Critique so-
ciale. Se sometió a una cura psiquiátrica en los altos
1926-1927; participó en las actividades surrealistas,
hasta su polémica con André Breton en 1930; Ba-
taille acusaba de "idealismo" a Breton, quien por su
parte respondió rechazando el "bajo materialismo"
de su adversario. Colaboró con los comunistas,
animó el grupo "Contre-attaque" durante el Frente
Popular. En 1933.re ve obligado a cesar de trabajar
por motivos de salud, experimentando por aquellos
años una serie de fenómenos de tipo místico que te
llevarían a la redacción de L' expérience intérieure.
En vísperas de la guerra fundó un "Colegio de
Sociología", con Roger Caillois y Michel Leiris, y
una sociedad secreta que funcionaba en torno a la
revista Acéphale. En 1938 pierde a "Laura", la mu-
jer que compartía su vida y cuyos escritos póstumos
publicaría en colaboración con Leiris. De 1937 a
1940 su firma aparece en numerosas revistas litera-
rias, artísticas y científicas. Viajero por España en
varias ocasiones, fundó después de la guerra la que
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GEORGE BATAILLE
sigue siendo una de las mejores revistas literarias de
Francia, Critique, que aparece hoy bajo la dirección
de Jean Piel. Hasta su muerte, en 1962, la progresiva
aparición de sus libros le concede una fama arries-
gada y escandalosa. Lentamente, se va levantando el
velo que cubría una obra extraña, conocida por pe-
queños círculos de amigos, y que sin embargo va
desplegando un abanico espectacular: novelas eróti-
cas, como las citadas Histoire de l'oeil, Madame
Edwarda, L' abbé C., Le bleu du ciel, Le petit, Le
mort, Ma mere; libros de poesía, como L' archangé-
lique, Haine de la poésie; ensayos literarios, como
La literatura y el mal; históricos, como Le procés de
Gilles de Rais; económicos, como la notion de con-
sommation y La part maudite; filosóficos, como L'
érotisme, L' expérience intérieure, Le coupable y
Sur Nietzsche (estos tres últimos volúmenes forman
la Somme athéoIo-gique); o finalmente estéticos,
como Les larmes d'Eros, L' homme de Lascaux, y
Manet. Todo ello forma un conjunto inabarcable,
inclasificable, que rechaza cualquier intento meto-
dológico de sistematización tradicional.
Sus obras se traducen al inglés, al alemán, italia-
no, español, japonés. Escritores y críticos como
Sartre, Maurice Blanchot, Margueritte Duras, So-
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LA LITERATURA Y EL MAL
llers, Barthes, Derrida, Klos-sowski, Caillois, Lim-
bour, Nadeau se han acercado a su obra intentando
penetrar su último sentido. Las revistas Critique y
L'Arc le han dedicado sendos números monográfi-
cos de homenaje. Y el año pasado, con una presen-
tación de Michel Foucault, la editorial Gallimard ha
iniciado la publicación de sus obras completas, que
reunirán diez gruesos volúmenes de más de seis-
cientas páginas cada uno, de los que han aparecido
hasta hoy solamente dos, que recogen todos sus
escritos hasta 1942.
A mi modo de ver, es absolutamente imposible,
hoy por hoy, trazar una síntesis del pensamiento de
Georges Bataille. Ya en 1943, el propio Jean Paul
Sartre se equivocaría paladinamente al hablar de este
escritor como de un místico metafísico. Bien es
verdad que en aquel entonces se carecía de los nece-
sarios elementos de juicio para enfrentarse a una
obra tan dispersa como compleja. Todos los inten-
tos de síntesis que conozco han fracasado, y sólo
algunos estudios parciales resultan convincentes,
como los de Roland Barthes, Maurice Blanchot y
Jacques Derrida. Y, desde luego, hasta que no se
complete la publicación de sus obras, todo juicio
crítico deberá ser provisional. Debemos limitarnos,
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GEORGE BATAILLE
por tanto, a estudios parciales, a detectar motiva-
ciones y describir mecanismos, a la espera de que
una vez reunidos todos los textos, alguien pueda
clarificar este universo apremiante y huidizo.
Porque además, los móviles que impulsan al es-
critor Bataille son los últimos móviles del hombre:
la muerte, el erotismo y la idea de trascendencia.
Estos tres elementos se conjugan para demostrar la
imposibilidad del pensamiento, de la literatura, y su
imperiosa necesidad a la vez. La obra de Bataille es
una meditación sobre lo imposible, que se convierte
al mismo tiempo en una meditación imposible. La
idea de Dios se convierte en la de su ausencia, el
misticismo arraiga en la materia, y el concepto de
libertad se identifica con el de transgresión. De esta
manera, la poesía nace del "odio de la poesía", el
erotismo de la imposibilidad de comunicación, la
economía de la noción de consumo, que desemboca
en la de exceso; el mal y el bien se identifican en la
última exasperación, son los dos elementos irrecon-
ciliables y perfectamente inseparables de la naturale-
za humana, de la literatura por tanto - esto se ve con
claridad en este mismo libro, la literatura y el mal- y
la filosofía, o el pensamiento, se niegan al producir-
se.
8
LA LITERATURA Y EL MAL
Por ello mismo, lo que sorprende inicialmente
en la obra de Bataille es su estilo. Un estilo frag-
mentario - pero desde Nietzsche este método de
expresión ha sido ya consagrado- perfectamente
claro y diáfano, exaltado por sus contenido y sereno
en la expresión, que procede a saltos, a ráfagas, co-
mo los latidos de un corazón, Bataille ha abordado
como hemos visto varios géneros literarios, pero
entrecruzándolos, efectuando una simbiosis amena-
zadora. En el mismo libro, se trate de una novela,
de una obra poética, de un ensayo filosófico o eco-
nómico, está presente todo el escritor, el poeta y el
economista, y el místico y el erotólogo. Y esto suce-
de no sólo en un mismo libro, sino, si se apura,
hasta en una sola frase también. Un estilo que
constriñe, que angustia y repugna al lector, sin dejar
de atraerlo inexorablemente.
Y, sin embargo, este fragmentarismo, este de-
sorden vital, posee un hilo conductor implacable,
responde a una unidad esencial, a la concepción del
mundo del escritor: de este visionario, obsesionado
por el erotismo y la religión, por la muerte y la li-
bertad, que escribe como un místico y actúa como
un materialista; de este bibliotecario alucinado por
la imagen de una corrida de toros - por la muerte de
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GEORGE BATAILLE
Granero, en la plaza de Madrid, cuando el toro le
alcanzó en un ojo, hecho que Bataille presenció y
describió con helada pasión ritual en su Histoire de
L'oeil- o por las fotografías de espantosos tormen-
tos chinos, o por las imágenes de medallas antiguas,
o por las figuras del marqués de Sade y Gilles de
Rais, el ex mariscal de Juana de Arco. Georges Ba-
taille intentó abarcar lo inabarcable, escribió para
expresar la impotencia de la escritura, e inmoló su
obra en esta imposibilidad. Por ello, su literatura
nace de esta imposibilidad de la literatura, su estilo
surge del desprecio al estilo, tan claro, preciso y pu-
ro, sin embargo, su erotismo del dolor y la transgre-
sión, y su misticismo del más desolado
materialismo. Si el misticismo es urea fe, también es
una escritura, y en esta escritura, en este modo tex-
tual, ancla Bataille su expresión literaria.
Desde luego, no se trata de filosofía en un sen-
tido tradicional, de orden, de sistema, de meditación
organizada. Bataille rompe con la autoridad de la
filosofía, del pensamiento, se siente "culpable", tras
su "experiencia interior", y expresa la autoexpiación
de su propia soberanía. Fuera de la religión y de la
filosofía, es un pensamiento que perpetuamente se
acerca y es expulsado del pensamiento, es un éxtasis
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LA LITERATURA Y EL MAL
que aspira a la claridad, es una revelación del vacío.
En Bataille se reúnen tres herencias explícitas: el
marxismo, el surrealismo y el existencialismo. No se
olvide que se trata, además, de un científico, que
intenta penetrar en Freud, en Marx, en Sade. El re-
sultado es un magma vivo, que rechaza un acerca-
miento tradicional. Pese a su claridad, un libro de
Bataille es siempre algo enojoso, que repele al lector
y le sugestiona. Se trata simplemente de que el au-
tor, en su propia condena, arrastra también a sus
lectores en esta ceremonia total de expiación.
"Este juego insensato de escribir", exclamaba
Mallarmé, el olímpico amenazado. "Escribir es una
cochinada", expresaba al final de sus días el alucina-
do Artaud. Bataille es más sereno, y se limita a ex-
presar su imposibilidad, su culpabilidad por tanto.
Culpable de pensar, ya que el pensamiento es insufi-
ciente. Y, por ello, su soberanía de escritor es su
propia condena. Es desde luego, una escritura ne-
gativa, del mismo modo que se trata de un misti-
cismo al revés, de un testimonio de la
autoaniquilación. Como dice Jacques Bersani, en La
littérature en France depuis 1945: "Bataille no espe-
ra su salvación de las palabras: le fascinan y le exas-
peran al mismo tiempo. Pero sabe que el lenguaje es
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GEORGE BATAILLE
nuestra única oportunidad, aun tramposa, de comu-
nicar, el único medio que nos queda, aunque iluso-
rio, de volver de recuperarnos en medio de lo que
nos despoja." Bataille escribirá contra la escritura,
en una búsqueda de la vida que es "afirmación ale-
gre de la muerte" (Derrida), un derroche -exceso- de
texto (un texto "plural", según Blanchot) que de
fragmento en fragmento se anula a si mismo.
Este juego mortal -insensato- no es más que un
intento sereno y desesperado al mismo tiempo de
verificar la unión de los contrarios: la idea de Dios
con la de su ausencia; la dialéctica económica con la
idea de consumo excesivo, de gasto improductivo;
la pureza de un estilo destinado a describir la máxi-
ma impureza; el erotismo romo afirmación de la
vida que sólo se cumple y culmina en el dolor, en la
afirmación de la muerte; en resumen, el fracaso de
la literatura por medio del ejercicio implacable de la
literatura. Por ello se trata de un juego mortal: por-
que es imposible, y ha dejado por tanto de ser un
juego. Es un testimonio personal, cuya grandeza
dimana de su autenticidad y de su poder poético, y
su inspiración de la combinatoria libertad - exceso,
que desemboca en la nada.
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LA LITERATURA Y EL MAL
Henri Ronse, en su presentación del número
especial de la revista L'Arc, dedicado a Bataille, ex-
pone el "triple gesto de transgresión", que determi-
na la literatura de Georges Bataille. Esta triple
transgresión no es más que un encadenamiento de
excesos: la vida es traspasada por el pensamiento, el
pensamiento por la escritura y la escritura par el
texto. Si la obra de Bataille nace de un testimonio
personal, nada sería más inexacto que leerla como
un destino personal. El pensamiento, pese a su ori-
gen, transgrede la vida personal, y se convierte en
pensamiento impersonal, desnudo "en el anonimato
del dolor, la risa, el deseo, el cuerpo y la escritura".
Jacques Derrida ha mostrado también cómo esta
"experiencia interior", se objetiva deja de ser una
"experiencia", pues no hace referencia a ninguna
plenitud, a ninguna presencia, sino ala imposibili-
dad; y deja de ser también "interior" porque se des-
poja, se vierte hacia afuera, al reinado de la materia.
La escritura, al mismo tiempo, traspasa el pen-
samiento que pretende expresar, efectúa la segunda
transgresión, lo excede, lo dramatiza también, lo
afirma y lo sacrifica al mismo tiempo, en una alter-
nancia sucesiva y permanente. Y, por último, la cul-
pabilidad de Bataille le lleva a exceder su escritura -
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GEORGE BATAILLE
y por tanto los anteriores excesos de la vida y el
pensamiento- mediante el texto: "El único medio de
pagar la falta de escribir -decía el propio escritor- es
aniquilar lo que se escribe." Esto sólo puede ser he-
cho por el autor, para que esta destrucción deje in-
tacto lo esencial, pues "puedo ligar tan
estrechamente la negación a la afirmación que mi
pluma desaparezca a medida que avanza".
Esta es, con las lagunas inevitables en el estado
actual de la cuestión, la escritura de Georges Batai-
lle. El escritor determina que la única oportunidad
de esta escritura sea la ejecución del autor por su
obra. Y no se olvide, por último, que escribir es
precisamente buscar esa última oportunidad. Por
eso, como dice Blanchot al hablar de Madame Ed-
warda, el libro más incongruente puede ser el más
hermoso, el escándalo puede estar ligado a la ternu-
ra. Este es el secreto de esta escritura imposible y
mártir.
La literatura y el mal es, según creo, el único li-
bro de Bataille publicado en España. La primera
edición de este libro fue realizada por TAURUS
EDICIONES en 1959, dos años después de la edi-
ción francesa. Aquel mismo año adquirí este libro,
que me produjo una impresión singular, tanto por
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LA LITERATURA Y EL MAL
su tema como por el examen de una serie de escri-
tores poco frecuentes en España en los años cin-
cuenta, como Genet y Sade. Indudablemente este
libro es una buena introducción a la obra de Batai-
lle, tal vez la que puede conceder más elementos de
juicio. Comenzar por la poesía sería entrar en el
fondo repentinamente, con riesgo de confusión
mental; empezar por los relatos eróticos supondría
introducir elementos que por su cercanía obstaculi-
zarían una visión más amplia: la Somme athéologi-
que puede ser una entrada más central, pero
también más problemática, pues ya hemos dicho
que personalizaría en exceso una obra que tiende a
lo impersonal; los escritos sobre arte, erotismo o
economía expondrían también puntos neurálgicos,
pero complementarios. En este pequeño libro se
hallan los dos polos más accesibles: el real y la lite-
ratura; al mismo tiempo, se trata de un examen de
otros escritores, lo que rinde más fácil la penetra-
ción. Pero también se corre un riesgo que es preciso
evitar a toda costa. La de rendir excesivo homenaje
a los examinados, en detrimento del examinador.
Todo lo contrario: Frente a las grandes figuras
interpretadas, en este libro se trata ante todo de una
interpretación. Es una obra de Georges Bataille, en
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GEORGE BATAILLE
la que este autor dialoga con otros escritores, des-
cubre en ellos sus obsesiones, las demostraciones de
su propia obra, y se explica a su través. Es la de-
mostración, basada en nombres ilustres y amenaza-
dores, el argumento de Bataille, que el propio
intérprete explícita en sus palabras preliminares: "Al
fin, la literatura tenía que declararse culpable." De
esto hemos venido hablando hasta ahora.
Ocho nombres ha elegido Bataille para su me-
ditación sobre el mal y la literatura: más exacta-
mente, sobre la necesaria presencia del mal en una
literatura que es culpable. Se trata de Emily Bronté,
Baudelaire, Michelet, William Blake, Sade, Proust,
Kafka y Genet. A ellos debiera haberse unido, se-
gún declara el autor, el nombre de Lautréamont. Tal
vez, como dice Bataille, hubiera sido superfluo,
pues el conjunto ya está logrado. Lo que sucede es
que lo lamento como lector, pues el problema de las
relaciones entre literatura y mal es nuclear en Los
Cantos de Maldoror. Y por otra parte, la contrapo-
sición entre esta obra y las Poesías de Lautréamont
sería clarificadora, para mostrar la alternancia de
imposible y posible, de transgresión y norma, de
libertad y realidad. Las Poesías niegan a los Cantos
de la misma manera que el teatro de Sade niega a su
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LA LITERATURA Y EL MAL
obra maldita. Pero este tema nos llevaría muy lejos.
El hecho es que Bataille ha recogido aquí varios en-
sayos, cuya unidad deriva de su enfoque, de la con-
cepción del mundo de su autor, a pesar de haber
sido escritos en épocas diferentes, y sin el plantea-
miento previo de una unidad, que, sin embargo,
resplandece de modo concluyente.
Pero ¿qué ha obsesionado a Bataille en estos
nombres? Cada uno de ellos ilustra un aspecto del
funcionamiento del mal en el arte literario, ese mal
que niega y afirma el bien, predicado tradicional del
arte. Tal vez Lautréamont ilustrara mejor esa unidad
pretendida por Bataille. Pero basta con la lista selec-
cionada, donde cada uno de los nombres propues-
tos plantea una interrogación amenazadora. ¿Cómo
una mujer de la vida tan nimia en apariencia, tan
poco dramatizada como Emily Bronté supo descri-
bir con tanta fuerza la potencia del mal en el perso-
naje de Heathcliff? Cumbres Borrascosas es una
obra maestra, esto ya lo sabíamos. Pero ¿cómo pu-
do intuir su autora el abismo que describía? La
"muerte necesaria" es la culminación del erotismo
de la autora, que no por velado, por previctoriano,
deja de ser menos insondable.
17
GEORGE BATAILLE
Baudelaire, por el contrario, representa el "odio
de la poesía", que el propio Bataille sentía inexora-
blemente. En la fundación de la poesía contempo-
ránea está la revelación de su propio fracaso, de su
imposibilidad. Entre otras cosas, hay que señalar
que esta "imposibilidad" reviste todas las formas.
Hasta 1949 no pudieron circular en Francia, por
decisión judicial, las versiones completas de Las flo-
res del mal. Jules Michelet se inscribe en el catálogo
no solamente por sus descripciones de la magia - y
de la represión de la magia- sino también como tes-
tigo del mal en el interior de la historia. Michelet
describe ritos "al revés", expone lo contrario, y los
encierra en la historia, en su debido lugar. La histo-
ria daba horror al historiador, y de ahí también su
grandeza y su fracaso.
El nombre de William Blake no requiere mayo-
res explicaciones. Sólo la cita de uno de sus títulos -
El matrimonio del cielo y el infierno- concede las
necesarias explicaciones. Pero también fue un visio-
nario, que testimonió la imposible soberanía de la
poesía, su autoridad "que se expía", como la del
propio Bataille, según la célebre frase de Blanchot
que está en el origen de l' expérience intérieure. Sa-
de ya es un mundo aparte; es uno de los temas pre-
18
LA LITERATURA Y EL MAL
feridos de Georges Bataille, su más directo precur-
sor. Los temas del marqués y su sucesor suelen ser
similares; Sade es más "realista" que Bataille, más
circunstancial también, pero sus estilos se aproxi-
man de modo alucinante. También es verdad que
"el divino marqués" llevó más al extremo su rebe-
lión, pero, a su vez, Bataille se negó al mismo tiem-
po de manera más explícita. El lenguaje de Sade está
connotado por la escritura de su siglo - dice Bar-
thes- mientras que el de Bataille tiende al texto la
abstracción. Sade anuncia el final de la conciencia, y
Bataille intenta ir más allá; su diálogo es una ilustra-
ción aterradora. Al final, se trata de perseguir el ex-
ceso, de romper los límites, buscar la coincidencia
entre sujeto y objeto, esa forma de aspiración del
absoluto que se resuelve en la imposibilidad, esto es,
en su propia condena.
Proust, Kafka y Genet están ya más cerca de
nosotros. Su mundo, al fin y al cabo, parece el
nuestro, con sus pesadillas y tormentos. Proust ex-
presa para Bataille la sutil introducción de los con-
trarios - ya sea el socialismo a la transgresión en la
moral- y también la necesidad de negar el amor para
expresarlo. Una reciente obra de Billes Deleuze,
Proust et les signes, va todavía más allá en su expo-
19
GEORGE BATAILLE
sición del concepto de amor como negación, en
Proust, de la autodestrucción impasible, que tan
aguda y lúcidamente anuncia Bataille en su inter-
pretación. Por otra parte, Kafka obsesiona a Bataille
no solamente por su "fenomenología de lo impasi-
ble" sino por su ejemplar desnudez, por haber re-
chazado todos los derechos. Y el caso de Genet es
todavía más ilustrativo; porque ha testimoniado el
fracaso de la literatura, la necesidad de la rebelión,
de la negación, pero hasta extremos que Bataille no
podía saber cuando escribió estas líneas: harta el
silencio. Hoy, Genet, al parecer, ha renunciado
hasta a la literatura.
Ocho nombres; ocho testimonios del mal, por
medio de la literatura; pero la progresión se hace
más inexorable, va de fuera a dentro, ya no se trata
de describir las manifestaciones del mal, sino que
este mismo mal se ha introducido en la esencia del
arte. Lo niega y lo afirma al mismo tiempo, en una
alternancia fundamental. Y todavía podría añadirse
un último nombre a la lista, el del mismo intérprete,
místico a pesar suyo, obsesionado por la muerte en
20
LA LITERATURA Y EL MAL
su deseo de afirmar la vida, revolucionario y poeta
al mismo tiempo: el nombre de Georges Bataille.
Rafael CONTE
París, marzo, 1971
21
GEORGE BATAILLE
PREFACIO
La generación a la que pertenezco es tumultuo-
sa.
Nació a la vida literaria en los tumultos del su-
rrealismo. En los años que siguieron a la primera
guerra mundial existió un sentimiento desbordante.
La literatura se ahogaba en sus límites. Parecía que
contenía en sí una revolución.
Estos estudios, cuya coherencia se me impone,
los compuso un hombre de edad madura.
Pero su sentido profundo se vincula con el tu-
multo de su juventud y son en realidad su eco en-
sordecido.
Para mí, resulta significativo que se publicaran
en parte (por lo menos en su primera versión) en
Critique, esa revista que logró crédito gracias a su
seriedad.
22
LA LITERATURA Y EL MAL
Pero debo advertir aquí que si en algunos casos
he tenido que volver a escribirlos, se ha debido a
que, al persistir los tumultos en mi espíritu, al prin-
cipio sólo había podido dar a mis ideas una expre-
sión confusa. El tumulto es fundamental; es el
sentido de este libro. Pero es tiempo ya de alcanzar
la claridad de la consciencia.
Es tiempo... A veces incluso puede parecer que
el tiempo falta. Por lo menos el tiempo apremia.
Estos estudios responden al esfuerzo que he
venido realizando para desentrañar el sentido de la
literatura... La literatura es lo esencial o no es nada.
El Mal - una forma aguda del Mal- que la literatura
expresa, posee para nosotros, por lo menos así lo
pienso yo, un valor soberano. Pero esta concepción
no supone la ausencia de moral, sino que en reali-
dad exige una "hipermoral".
La literatura es comunicación. La comunicación
supone lealtad: la moral rigurosa se da en esta pers-
pectiva a partir de complicidades en el conoci-
miento del Mal que Fundamentan la comunicación
intensa.
La literatura no es inocente y, como culpable,
tenla que acabar al final por confesarlo. Solamente
la acción tiene los derechos. La literatura, he inten-
23
GEORGE BATAILLE
tado demostrarlo lentamente, es la infancia por fin
recuperada. ¿Pero qué verdad tendría una infancia
que gobernara? Ante la necesidad de la acción se
impone la honestidad de Kafka que no se atribuía
ningún derecho. Sea cual sea la enseñanza que se
desprenda de los libros de Genet, la defensa que
Sartre hace de él no es admisible. Al final, la literatu-
ra tenla que declararse culpable.
24
LA LITERATURA Y EL MAL
EMILY BRONTE
Entre todas las mujeres, Emily Bronté parece
haber sido objeto de una maldición privilegiada. Su
corta vida no fue excesivamente desgraciada, pero, a
pesar de que su pureza moral se mantuvo intacta,
tuvo una profunda experiencia del abismo del Mal.
Pocos seres han sido más rigurosos, más audaces,
más rectos que Emily, que sin embargo, llegó hasta
el límite del conocimiento del Mal.
Fue obra de la literatura, de la imaginación, del
sueño. Su vida, concluida a los treinta años, la
mantuvo apartada de todo Lo posible. Nació en
1818 y apenas salió del presbiterio de Yorkshire, en
el campo, en las landas, donde la rudeza del paisaje
coincidía con la del pastor irlandés que sólo supo
darle una educación austera, en la que faltaba el
contrapunto materno. Su madre murió muy pronto,
25
GEORGE BATAILLE
y sus dos hermanas fueron también muy severas.
Sólo un hermano descarriado se hundió en el ro-
manticismo de la desdicha. Sabemos que las tres
hermanas Bronté vivieron, al mismo tiempo que en
la austeridad de aquel presbiterio, en el tumulto en-
febrecido de la creación literaria. Las unía la intimi-
dad de lo cotidiano, pero Emily nunca dejó de
preservar la soledad moral en la que se desarrolla-
ban los fantasmas de su imaginación. Retraída, in-
trovertida, produce, sin embargo, vista desde fuera
la impresión de ser la dulzura personificada, buena,
activa, devota. Vivió en una especie de silencio que
sólo fue roto exteriormente por la literatura. La ma-
ñana de su muerte, tras una breve enfermedad pul-
monar, se levantó como de costumbre, bajó a estar
entre los suyos, no dijo nada y sin volverse a tumbar
en el lecho, rindió su último aliento antes del me-
diodía. No había querido ver a un médico.
Dejaba un pequeño número de poemas y uno
de los libros más hermosos de la literatura de todos
los tiempos, Wuthering Heights (Cumbres Borras-
cosas).
Quizá la más bella, la más profundamente vio-
lenta de las historias de amor...
26
LA LITERATURA Y EL MAL
Porque el destino que, según las apariencias,
quiso que Emily Bronté, aún siendo hermosa, igno-
rase por completo el amor, quiso también que tu-
viera un conocimiento angustioso de la pasión: ese
conocimiento que no sólo une el amor con la clari-
dad, sino también con la violencia y la muerte -
porque la muerte es aparentemente la verdad del
amor -. Del mismo modo que el amor es la verdad
de la muerte.
EL EROTISMO ES LA RATIFICACIÓN DE
LA VIDA HASTA EN LA MUERTE
Si intento hablar de Emily Bronté debo llevar
hasta sus últimas consecuencias una primera afirma-
ción.
El erotismo es, creo yo, la ratificación de la vida
hasta en la muerte. La sexualidad implica la muerte
no sólo porque los recién llegados prolongan y sus-
tituyen a los desaparecidos, sino además porque la
sexualidad pone en juego la vida del ser que se re-
produce. Reproducirse es desaparecer, y los seres
asexuados más simples desaparecen al reproducirse.
No mueren, si por muerte se entiende el paso de la
27
GEORGE BATAILLE
vida a la descomposición, pero el que era, al repro-
ducirse, deja de ser aquel que era (ya que se hace
doble). La muerte individual no es más que un as-
pecto del exceso proliferador del ser. La reproduc-
ción sexuada no es, a su vez, más que un aspecto, el
más complicado, de la inmortalidad de la vida que
entraba en juego en la reproducción asexuada: de la
inmortalidad pero, al mismo tiempo, de la muerte
individual. Ningún animal puede acceder a la repro-
ducción sexuada sin abandonarse a ese movimiento,
cuya forma cumplida es la muerte. De todos modos
el fundamento de la efusión sexual es la negación
del aislamiento del yo, que sólo conoce la pérdida
de los sentidos excediéndose, transcendiéndose en
el abrazo, en donde se pierde la soledad del ser.
Tanto si se trata de erotismo puro (amor- pasión)
como de sensualidad de los cuerpos, la intensidad es
mayor en la medida en que se vislumbra la destruc-
ción, la muerte del ser. Lo que llamamos vicio se
deriva de esta profunda implicación de la muerte. Y
el tormento del amor desencarnado es tanto más
simbólico de la verdad última del amor cuando la
muerte aproxima y hiere a aquellos a los que el
amor une.
28
LA LITERATURA Y EL MAL
De ningún amor entre seres mortales puede de-
cirse esto con más adecuación que de la unión de
los héroes de Wuthering Heights, Catherine Ear-
nshaw y Heathcliff. Nadie expuso esta verdad con
más fuerza que Emily Brontee. No porque ella lo
pensara bajo la forma explícita que yo le doy, sino
porque lo sintió y lo expresó mortalmente y en
cierto modo, divinamente.
LA INFANCIA, LA RAZÓN Y EL MAL
La carga mortal Wuthering Heights es tan gran-
de que me parece que sería inútil hablar de ella sin
agotar, si fuera posible, la cuestión que planteó.
Yo he relacionado el vicio (que fue - que sigue
siendo incluso- según una opinión generalizada, la
forma significativa del Mal) con los tormentos del
amor más puro.
Aproximación paradójica que se presta a peno-
sas confusiones: me esforzaré por justificarla.
De hecho, Wuthering Heights, a pesar incluso
de que los amores de Catherine y Heatchcliff dejan
la sensualidad en suspenso, plantea a propósito de la
29
GEORGE BATAILLE
pasión, la cuestión del Mal. Como si el Mal fuera el
mejor medio para expresar la pasión.
Si se exceptúan las formas sádicas del vicio, el
Mal, encarnado en el libro de Emily Bronté, aparece
quizá bajo su forma más perfecta.
No podemos considerar como representativas
del Mal a esas acciones cuyo fin es un beneficio, un
bien material. Ese beneficio, es, sin duda, egoísta,
pero importa poco si lo que de él esperamos no es
el Mal en sí mismo, sino un provecho. En el sadis-
mo, en cambio, se trata de gozar con la destrucción
contemplada, siendo la destrucción más amarga la
muerte del ser humano. El sadismo es verdadera-
mente el Mal: si se mata por obtener una ventaja
material, sólo nos hallaremos ante el verdadero Mal,
el Mal puro, si el asesino, dejando a un lado la ven-
taja material, goza con haber matado.
Para representar mejor el cuadro que forman el
Bien y el Mal me remontaré a la situación funda-
mental de Wuthering Heigts, a la infancia de donde
procede el amor de Catherine y Heatchcliff en su
integridad. Es la vida pasada en correrías salvajes a
través de las landas, en el abandono de los dos ni-
ños, que todavía no se vetan constreñidos por nin-
guna traba, ninguna convención (a no ser aquella
30
LA LITERATURA Y EL MAL
que se opone a los juegos de la sensualidad; pero el
amor indestructible de los niños, en su inocencia, se
situaba en otro plano). Quizá este amor fuera re-
ductible a la negativa a renunciar a la libertad de una
infancia salvaje, infancia no coartada por las leyes de
la sociabilidad y la cortesía convencional. Las condi-
ciones de esta vida salvaje (fuera del mundo) son
elementales. Emily Bronté las hace sensibles, son las
condiciones de la poesía, una poesía sin premedita-
ción, a la que los dos niños rehusaron cerrarse. La
opone al libre juego de la ingenuidad, la razón basa-
da en el cálculo del interés. La sociedad se ordena
de forma que sea posible su supervivencia. La so-
ciedad no podría vivir si se impusiera la soberanía
de esos impulsos primarios de la infancia, que ha-
bían unido a los niños en un sentimiento de compli-
cidad. El imperativo social habría exigido a los
jóvenes salvajes que abandonaran su soberanía in-
genua, les habría obligado a plegarse a las razona-
bles convenciones de los adultos: razones,
calculadas de tal forma que de ellas resulta el prove-
cho para la comunidad.
Este enfrentamiento aparece muy resaltado en
el libro de Emily Bronté. Como dice Jacques Blon-
del debemos darnos cuenta de que, en la narración,
31
GEORGE BATAILLE
"los sentimientos se fijan en la infancia, en la vida
de Catherine y Heathcliff". Pero, si por suerte, los
niños tienen el poder de olvidar por un tiempo el
mundo de los adultos, hay que partir de que de to-
das formas están destinados a este mundo. La ca-
tástrofe se produce. Heathcliff, el niño expósito, se
ve obligado a huir del reino maravilloso de las co-
rrerías con Catherine, en las landas. Y ésta a pesar
de que persiste su tosquedad, reniega de lo salvaje
de su infancia: se deja atraer por una vida acomoda-
da, cuya seducción experimenta en la persona de un
hombre joven, rico y sensible. Para decir la verdad
el matrimonio de Catherine con Edgar Linton posee
un valor ambiguo. No es una total renuncia. El
mundo de Thrushcross Grande donde viven Linton
y Catherine en las cercanías de Wuthering Heights,
no es tampoco en la concepción de Emily Bronté,
un mundo asentado, Linton es generoso; no ha re-
nunciado al ímpetu natural de la infancia, pero se
adapta. Su soberanía se alza por encima de las con-
diciones materiales de las que se beneficia, pero la
realidad es que, si no representara el acuerdo pro-
fundo con el mundo asentado de la razón, no po-
dría beneficiarse de ellas. Por tanto Heathcliff tiene
razones, cuando regresa rico tras un largo viaje, para
32
LA LITERATURA Y EL MAL
pensar que Catherine ha traicionado el reino abso-
lutamente soberano de la infancia, al que, en cuerpo
y alma, pertenecía junto a él.
Yo he seguido con dificultad un relato donde la
violencia de Heathcliff se expresa en la calma y la
simplicidad de la narradora...
El asunto del libro es la rebelión del maldito al
que el destino arrojó de su reino y al que nada de-
tiene en el deseo ardiente de volver a encontrar el
reino perdido.
Renuncio a contar en detalle una sucesión de
episodios que fascinan por su intensidad. Me limito
a recordar que no hay ley, ni fuerza, ni convención
ni piedad que detengan por un instante el furor de
Heathcliff: ni siquiera la misma muerte ya que él es,
sin remordimientos y apasionadamente, la causa de
la enfermedad y de la muerte de Catherine, a la que
sin embargo considera como suya.
Me detendré a examinar el sentido moral de la
rebelión surgida de la imaginación y el sueño de
Emily Bronté.
Esta rebelión es la del Mal contra el Bien.
Formalmente es contraria a la razón.
¿Qué representa ese reino de la infancia al que
la voluntad demoníaca de Heathcliff se niega a re-
33
GEORGE BATAILLE
nunciar, sino lo imposible y la muerte? Contra ese
mundo real, dominado por la razón y que funda-
menta la voluntad de pervivir, sólo existen dos po-
sibilidades de revuelta. La más común, la actual, se
traduce en la contestación (impugnación) de su ca-
rácter razonable. Es fácil comprender que el princi-
pio de ese mundo real no es realmente la razón,
sino la razón que pasta con lo arbitrario proveniente
de las violencias o de los impulsos pueriles del pa-
sado. Una revuelta de este tipo expone la lucha del
Bien contra el Mal, que está representado por esas
violencias o esos impulsos inútiles. Heathcliff juzga
al mundo al que se opone: indudablemente no pue-
de identificarlo con el Bien ya que lo combate. Pero
aunque lo combate con rabia, lo hace lúcidamente:
sabe que representa al Bien y a la razón. Odia la
humanidad y la bondad que sólo provocan en él,
sarcasmos. Su carácter, si se le considera fuera del
relato - y del encanto del relato--, llega incluso a pa-
recer artificial, prefabricado. Pero es que procede
del sueño y no de la lógica de la autora. No existe
en la literatura novelesca personaje que se imponga
más realmente, más simplemente que Heathcliff; y
eso que encarna una verdad primera, la del niño que
se rebela contra el mundo del Bien, contra el mun-
34
LA LITERATURA Y EL MAL
do de los adultos y es arrastrado, por su revuelta sin
reservas, al partido del Mal.
No existe ley que Heathcliff no se complazca en
transgredir, en esta rebelión. Se da cuenta de que la
cuñada de Catherine está enamorada de él e inme-
diatamente se casa con ella para de este modo ha-
cerle el mayor mal posible al marido de Catherine.
Se la lleva y apenas casada la desprecia; después la
trata de forma desconsiderada y la conduce a la de-
sesperación. Por eso Jacques Blondel a relaciona
estas dos frases de Sade y de Emily Bronté con
bastante acierto. Sade atribuye a uno de los verdu-
gos de Justine estas palabras: ¡Qué voluptuosidad la
de destruir! No conozco nada que acaricie más deli-
ciosamente; no existe éxtasis comparable al que sa-
borea entregándose a esta divina infancia." Y Emily
Bronté por su parte hace decir a Heathcliff: "Si hu-
biera nacido en un país donde las leyes fueran me-
nos rigurosas y los gustos menos delicados me daría
el placer de proceder a una lenta vivisección de esos
dos seres, para pasar la velada entretenido."
35
GEORGE BATAILLE
EMILY BRONTE Y LA TRANSGRESIÓN
La invención, por una joven moral y sin expe-
riencia, de un personaje tan perfectamente entrega-
do al Mal, representaría por sí sola una paradoja.
Pero veamos por qué es esencialmente turbadora la
invención de Heathcliff.
Catherine Earnshaw es a su vez absolutamente
moral. Lo es hasta tal punto que muere por no po-
derse separar de aquel que amaba cuando era niña.
Pero aunque sabe que el mal reside en él íntima-
mente, le ama hasta el extremo de llegar a decir de
él la frase decisiva: "I am Heathcliff" (Yo soy Hea-
thcliff).
De este modo el Mal considerado sinceramente,
no es sólo el sueño del malvado sino que en algún
modo es también el sueño del Bien. La muerte es el
castigo, buscado y aceptado, de ese sueño insensato,
pero nada puede impedir que ese sueño sea soñado.
Fue el sueño de la desventurada Catherine Ear-
nshaw; pero en la misma medida hay que decir que
fue también el sueño de Emily Brontee. ¿Cómo du-
dar de que Emily Bronte que murió por haber vivi-
do los estados que había descrito, no se si hubiera
36
LA LITERATURA Y EL MAL
identificado de algún modo con Catherine Ear-
nshaw?
Hay en Wuthering Heights un movimiento
comparable al de la tragedia griega, ya que el asunto
de esta novela es la transgresión trágica de la ley, el
autor de la tragedia estaba de acuerdo con la ley cu-
ya transgresión describía, pero fundaba la emoción
en la simpatía que él experimentaba -y comunicaba-,
por el transgresor de la ley. La expiación, en los dos
casos, está implícita en la transgresión. Heathcliff
conoce antes de morir, mientras muere, una extraña
beatitud pero esta beatitud sobrecoge; es trágica.
Catherine que ama a Heathcliff muere por haber
infringido, si no en su carne sí en su espíritu, la ley
de la fidelidad; y la muerte de Catherine es el "per-
petuo tormento" que, por su violencia, soporta
Heathcliff.
La ley en Wuthering Heights - como en la tra-
gedia griega- no es denunciada en sí misma, pero
aquello que prohibe no es un campo en el que el
hombre nada tiene que hacer. El terreno prohibido
es el trágico, o mejor aún, el sagrado. Es verdad que
la humanidad lo excluye, pero es para magnificarlo.
La prohibición diviniza aquello a lo que prohibe el
acceso. Subordina ese acceso a la expiación -a la
37
GEORGE BATAILLE
muertes, pero la prohibición, al tiempo que es un
obstáculo, no deja de ser una incitación. La ense-
ñanza de Wuthering Heights, la de la tragedia griega
- y en realidad la de cualquier religión- es que existe
un arrebato de divina embriaguez que el mundo de
los cálculos no puede soportar. Este impulso es
contrario al Bien. El Bien se basta en la preocupa-
ción por el interés común, que implica de forma
esencial la consideración del porvenir. La divina
embriaguez, muy próxima al "impulso espontáneo"
de la infancia, se da por completo en el presente. En
la educación de los niños se suele definir general-
mente el Mal como "preferencia por el instante pre-
sente". Los adultos prohiben a los que deben
alcanzar la madurez, el divino reino de la infancia.
Pero la condena del instante presente con miras al
porvenir, aunque es inevitable, es aberración cuando
es última. Tan necesario como impedir su acceso
fácil y peligroso es volver a encontrar el "instante"
(el reino de la infancia), y esto exige la transgresión
temporal de la prohibición.
La transgresión temporal es aún más libre si la
prohibición es considerada como intangible. Por
eso Emily Bronté - y Catherine Earnshaw- que se
nos presentan a la luz de la transgresión - y de la
38
LA LITERATURA Y EL MAL
expiación- dependen menos de la moral que de la
hipermoral. Hay una hipermoral, en el origen de ese
desafío a la moral que es Wuthering Heights. Ja-
cques Blondel" sin recurrir a la representación gene-
ral que aquí aducimos, tiene el sentimiento exacto
de esta relación: "Emily Bronté, escribe, se mues-
tra... capaz de emanciparse de todo prejuicio de or-
den ético o social. De este modo, como en un haz
múltiple, se desarrollan varias vidas, cada una de las
cuales, si pensamos en los principales antagonistas
del drama, revela una liberación total frente a la so-
ciedad y la moral. Hay una voluntad decidida de
ruptura con el mundo, para abarcar mejor la vida en
su plenitud y descubrir en la creación artística, lo
que la realidad niega. Es el despertar, la moviliza-
ción propiamente dicha, de virtualidades insospe-
chadas. No puede negarse que esta liberación le es
necesaria a cualquier artista, pero puede ser sentida
con más intensidad por aquellos en los que los valo-
res éticos están anclados can más fuerza". En una
palabra, en definitiva el sentido profundo de Wu-
therings Heights es este acuerdo íntimo existente
entre la transgresión de la ley moral y la hipermoral.
Además, Jacques Blondel ha descrito con atención
el mundo religioso (protestantismo influenciado por
39
GEORGE BATAILLE
los recuerdos de un metodismo exaltado) en que se
formó la joven Emily Bronté. La tensión moral y el
rigor ahogaban a ese mundo. Sin embargo, el rigor
que interviene en la actitud de Emily Bronté es dis-
tinto de aquel sobre el que se basaba la tragedia
griega. La tragedia se halla en el nivel de las prohibi-
ciones religiosas elementales, como las del crimen o
la ley del incesto, que no puede justificar la razón.
Emily Bronté se habla emancipado de la ortodoxia;
se alejó de la simplicidad y de la ingenuidad cristia-
nas, pero participaba del espíritu religioso de su fa-
milia. Sobre todo en cuanto el cristianismo es una
estrictísima fidelidad al Bien, que fundamenta la ra-
zón. La ley que viola Heathcliff - y que, al amarle a
su pesar, Catherine Earnshaw viola con él- es en
primer lugar la ley de la razón. Es, al menos, la ley
de una colectividad que cl cristianismo ha fundado a
partir de un acuerdo con la prohibición religiosa
primitiva, un acuerdo entre lo sagrado y la razón'.
Dios, fundamento de lo sagrado, escapa, en parte,
en el cristianismo, a los impulsos de violencia arbi-
traria que, en los tiempos más antiguos, fundamen-
taban al mundo divino. Un cambio se iba
produciendo en estas condiciones: la prohibición
primitiva excluye esencialmente a la violencia (en la
40
LA LITERATURA Y EL MAL
práctica, la razón tiene el mismo sentido que la
prohibición, la prohibición primitiva mantiene de
hecho una lejana conformidad con la razón). En el
cristianismo se produce un equívoco entre Dios y la
razón- equívoco que por otra parte alimenta el des-
contento; pensemos en el esfuerzo en sentido con-
trario que representa el jansenismo, por ejemplo. Al
final del largo equívoco cristiano, en Emily Bronte
estalla (al amparo de una solidez moral intangible),
el sueño de una violencia sagrada que no sería ate-
nuado por ninguna componenda, por ningún
acuerdo con la sociedad organizada.
El camino del reino de la infancia.- cuyos im-
pulsos proceden de la ingenuidad y de la inocencia-
es descubierto de nuevo de este modo en el horror
de la expiación.
La pureza del amor es redescubierta en su ínti-
ma verdad que, como ya he dicho, es la de la muer-
te.
La muerte y el instante de embriaguez divina se
confunden, porque ambos se oponen igualmente a
las intenciones del Bien, basadas en el cálculo de la
razón. Pero, al enfrentarse a ellas, la muerte y el
instante presente son el fin último, el desenlace de
todos los cálculos. Y la muerte es el signo del ins-
41
GEORGE BATAILLE
tante, que, en tanto que es instante, renuncia a la
búsqueda calculada de la duración. El instante del
ser individual nuevo dependió de la muerte de los
seres desaparecidos. Si estos no hubieran desapare-
cido no quedaría lugar para los nuevos. La repro-
ducción y la muerte condicionan la renovación
inmortal de la vida; condicionan el instante siempre
renovado. Por eso sólo podemos tener una visión
trágica del hechizo de la vida, pero ésta es también
la razón por la cual la tragedia es el signo del hechi-
zo.
Es posible que ésto lo anunciara ya todo el ro-
manticismo pero, entre tantas obras, la que lo pre-
ludia más humanamente es esa obra maestra que es
Wuthering Heigths.
LA LITERATURA, LA LIBERTAD Y LA
EXPERIENCIA MISTICA
Lo más notable en este impulso es que una en-
señanza de este tipo no va dirigida, como la del
cristianismo - o la de la religión antigua- a una co-
lectividad ordenada, que se basaba precisamente en
esa enseñanza. Se dirige por el contrario al indivi-
42
LA LITERATURA Y EL MAL
duo aislado y perdido y sólo le concede algo en el
instante: es solamente literatura. Su única vía es la
literatura libre e inorgánica. Por eso está menos
obligada que la enseñanza pagana o la de la Iglesia a
pactar con la necesidad social, que en muchos casos
esta representada por convenciones (abusos), pero
también por la razón. Unicamente la literatura podía
poner al desnudo el mecanismo de la transgresión
de la ley (sin transgresión, la ley no tendría finali-
dad), independientemente de un orden que hay que
crear. La literatura no puede asumir la tarea de or-
denar la necesidad colectiva. No le interesa concluir:
"lo que yo he dicho nos compromete al respeto
fundamental de las leyes de la ciudad"; o como hace
el cristianismo: "lo que yo he dicho (la tragedia del
Evangelio) nos compromete en el camino del Bien"
(es decir, de hecho, en el de la razón). La literatura
representa incluso, lo mismo que la transgresión de
la ley moral, un peligro.
Al ser inorgánica, es irresponsable. Nada pesa
sobre ella. Puede decirlo todo.
O, más bien, supondría un peligro si no fuera
(en conjunto, y en la medida en que es auténtica) la
expresión de "aquellos en quienes los valores éticos
están más profundamente anclados". Si ésto no salta
43
GEORGE BATAILLE
a la vista, es porque el aspecto de revuelta suele ser
el que destaca, pero la tarea literaria auténtica no se
puede concebir más que en el deseo de comunica-
ción fundamental con el lector (no me refiero aquí a
la masa de libros destinada a engañar al gran públi-
co).
En realidad, la literatura, unida desde el roman-
ticismo a la decadencia de la religión (dado que, en
forma menos importante, menos inevitable, tiende a
reivindicar discretamente la herencia de la religión)
está menos cerca del contenido de la religión que
del contenido del misticismo, que es, en las márge-
nes de la religión, un aspecto suyo casi asocial. El
misticismo está más cerca de la verdad que yo me
esfuerzo por enunciar. Bajo el nombre de misticis-
mo no designo los sistemas de pensamiento a los
que se da ese nombre impreciso: pienso en la "expe-
riencia mística", en los "estados místicos" experi-
mentados en la soledad. En esos estados podemos
conocer una verdad diferente de aquellas que están
unidas con la percepción de los objetos (y, después,
del sujeto; unidas por tanto a las consecuencias in-
telectuales de la percepción). Pero esta verdad no es
formal. El discurso coherente no puede explicarla.
Sería incluso incomunicable si no tuviéramos la
44
LA LITERATURA Y EL MAL
oportunidad de abordarla por dos caminos: la poe-
sía y la descripción de las condiciones en las que es
habitual a esos estados.
En forma decisiva, esas condiciones responden
a los temas de que ya he hablado y que fundamen-
tan la emoción literaria auténtica. Es siempre la
muerte - o por lo menos la ruina del sistema del in-
dividuo aislado a la búsqueda de la dicha en la dura-
ción- la que introduce la ruptura, ruptura sin la cual
nadie alcanza el estado de trance. En ese momento
de ruptura y muerte, lo recobrado es siempre la ino-
cencia y la embriaguez del ser. El ser aislado se
pierde en algo distinto a él. Poco importa la repre-
sentación que demos de esa "otra cosa". Es siempre
una realidad que trasciende los límites comunes. Es
incluso tan profundamente ilimitada que en realidad
no es una cosa: es acula. "Dios es nada" enuncia
Eckhart. En el terreno de la vida ordinaria el "ser
amado" ¿no es acaso la anulación de los limites de
los otros (el único ser en el que ya no sentimos o
sentimos menos, los límites del individuo acantona-
do en un aislamiento que nos lo hace evanescente)?
Lo propio del estado místico es la tendencia a su-
primir radicalmente -sistemáticamente- la imagen
múltiple del mundo en que se sitúa la existencia in-
45
GEORGE BATAILLE
dividual a la busca de la duración. En un impulso
inmediato (como el de la infancia o la pasión) el es-
fuerzo no es sistemático: la ruptura de los límites es
pasiva, no es consecuencia de una voluntad dis-
puesta intelectualmente. La imagen de ese mundo
carece simplemente de coherencia o, en el caso de
que ya haya encontrado su cohesión, la intensidad
de la pasión la trasciende: es cierto que la pasión
busca la duración del goce experimentado en la pér-
dida de sí mismo ¿pero no es acaso su primer im-
pulso el olvido de uno mismo por el otro? No
podemos dudar de la unidad fundamental de todos
los impulsos gracias a los cuales escapamos al cál-
culo del interés, en los cuales experimentamos la
intensidad del instante presente. El misticismo es-
capa a la espontaneidad de la infancia lo mismo que
a la condición accidental de la pasión. Pero para ex-
presar los trances utiliza el vocabulario del amor y la
contemplación liberada de la reflexión discursiva
tiene la simplicidad de una risa infantil.
Creo que es decisivo insistir en cl parecido entre
una determinada tradición literaria moderna y la vía
mística. La relación se impone aún más cuando se
trata de Emily Brontee.
46
LA LITERATURA Y EL MAL
Concretamente la reciente obra de Jacques
Blondel habla deliberadamente de su experiencia
mística, como si Emily Bronté hubiera tenido visio-
nes o incluso éxtasis, lo mismo que Teresa de Avila.
Jacques Blondel se adentra quizá por este camino
sin razones convincentes. Ningún testimonio, nada
positivo apoya una interpretación que un realidad
Blondel se limita a recoger. Otros antes que él ha-
bían captado los rasgos comunes que relacionan los
estados espirituales de una santa Teresa con los que
Emily Bronté expresó en su poesía. Es bastante du-
doso que la autora de Wuthering Heights conociera
el descenso metódico hacia sí misma que es esen-
cialmente, en su principio, una experiencia mística.
Jacques Blondel alega determinados pasajes do sus
poemas. Pasajes que describen en efecto senti-
mientos agudizados y estados turbados del alma,
que responden a todas las posibilidades de una vida
espiritual angustiada, llevada a intensa exaltación.
Expresan una experiencia infinitamente profunda,
infinitamente violenta, de las tristezas o las alegrías
de la soledad. Nada, a decir verdad, nos permite
diferenciar con claridad, una experiencia de este ti-
po, tal como a veces la prepara y la contiene una
expresión poética, de una búsqueda ordenada y so-
47
GEORGE BATAILLE
metida a los principios de la religión, o por lo me-
nos de una representación del mundo (positiva o
negativa). Incluso, en cierto sentido, esos impulsos,
exaltados que rige el azar, y que jamás se liberan de
los datos de una reflexión inconexa, son a veces los
más ricos. El mundo que - de una forma imprecisa-
nos revelan los poemas es desde luego inmenso y
turbador. Pero, para definirlo, no es lícito extremar
el parecido con el mundo relativamente conocido
que los grandes místicos nos han descrito. Es un
mundo menos calmo, más salvaje, cuya violencia no
se reabsorbe en una iluminación lenta y largamente
vivida. Es, en una palabra, un mundo más próximo
al indecible tormento que expresa Wuthering
Heights.
Pero no quiero perder ni un sufrimiento, ni so
[portar una menor tortura;
Más la angustia castiga, más de prisa bendice.
Y perdida en las llantas del infierno o brillando
[con una luz celeste
Cuando anuncia la muerte, la visión es divina.
Me parece que estos versos son los que propor-
cionan la imagen más construida y más personal del
48
LA LITERATURA Y EL MAL
arrebato característico de la poesía - descriptiva de
estados del alma- de Emily Bronté.
Poco importa, a la postre, saber si, en este ca-
mino, Emily Bronté conoció o no lo que nosotros
llamamos experiencia mística. Lo que es cierto es
que, de esa experiencia, alcanzó el más profundo
sentido.
"Todo lleva a creer, escribe André Breton que
existe un determinado punto del espíritu donde la
vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y
futuro, lo comunicable y lo incomunicable, dejan de
ser percibidos como contradictorios."
Yo añadiría: el Bien y el Mal, el dolor y la ale-
gría. Este punto, al que alude Breton, es el designa-
do tanto por la literatura violenta como la violencia
de la experiencia mística. El camino importa poco:
sólo el lugar, el punto, importa.
Pero hay que tener en cuenta además que Wu-
thering Heights, la más violenta y la más poética de
las obras de Emily Bronté es el nombre del "lugar
elevado" donde se revela la verdad. Es el nombre de
una casa maldita, donde Heathcliff, acogido, intro-
duce la maldición. Paradoja subyugadora: lejos de
ese lugar maldito "los seres se marchitan". En
49
GEORGE BATAILLE
efecto, la violencia que Heathcliff impone es al
mismo tiempo principio de una desdicha y de una
felicidad que sólo pueden "experimentar los vio-
lentos". El final del sombrío relato de Emily Bronté
es la súbita aparición de un rayo de tierna luz.
En la medida en que la violencia extiende su
sombra sobre el ser, en tanto que ve la muerte "cara
a cara", la vida es puro regalo. Nada puede des-
truirla. La muerte es la condición de su renovación.
LA SIGNIFICACIÓN DEL MAL.
El Mal, en esta coincidencia de contrarios, ya no
es el principio que se opone de forma irremediable
al orden natural, como lo es dentro de los límites de
la razón. Como la muerte es la condición de la vida,
el Mal que se vincula en su esencia con la muerte es
también, de una manera ambigua, un fundamento
del ser. El ser no está abocado al Mal pero, si puede,
debe no dejarse encerrar en los límites de la razón.
Primero debe aceptar esos límites, tiene que reco-
nocer la necesidad del cálculo del interés; pero debe
saber que existe en él una parte irreductible, una
50
LA LITERATURA Y EL MAL
parte soberana que escapa a los límites, escapa a esa
necesidad que reconoce".
El Mal, en la medida en que traduce la atracción
hacia la muerte, ante la que es un desafío como lo es
en todas las formas de erotismo, no es por otra
parte jamás objetivo más que de una condena ambi-
gua. Así el Mal asumido gloriosamente, como lo es
el que la guerra asume en condiciones que en nues-
tros días parecen irremediables. Pero la guerra tiene
como secuela el imperialismo... Sería inútil disimular
que, en el Mal, hay siempre una tendencia hacia lo
peor, que justifica la angustia y el aseo. No es me-
nos verdad que el Mal, considerado bajo el ángulo
de una atracción desinteresada hacia la muerte, se
diferencia del Mal cuyo sentido es sólo el interés
egoísta. Una acción criminal, "crapulosa" se opone a
la "pasional". La ley rechaza una y otra pero, en
cambio, la literatura más humana es el lugar sagrado
de la pasión. Sin embargo, la pasión no escapa a la
maldición: una "parte maldita" se reserva para lo
que tiene más sentido en una vida humana. La mal-
dición es el camino de la bendición menos ilusoria.
Un ser orgulloso acepta lealmente las conse-
cuencias más terribles de su desafío. Incluso en al-
gunos casos llega más allá. La "parte maldita" es la
51
GEORGE BATAILLE
del juego, la de lo aleatorio, la del peligro. Es tam-
bién la de la soberanía, pero la soberanía se expía.
El mundo de Wuthering Heights es el mundo de
una soberanía erizada y hostil. Es también el mundo
de la expiación. Una vez que la expiación se ha rea-
lizado, entonces se vislumbra la sonrisa, que sigue
siendo esencialmente igual a vida.
52
LA LITERATURA Y EL MAL
BAUDELAIRE
EL HOMBRE NO PUEDE AMARSE HASTA
EL LIMITE SIN CONDENARSE
Sartre ha definido en términos precisos la posi-
ción moral de Baudelaire. "Hacer el Mal por el Mal
es exactamente hacer expresamente lo contrario de
aquello que se continúa considerando el Bien. Es
querer lo que no se quiere - ya que se continúa abo-
rreciendo las malas potencias- y no querer lo que se
quiere - ya que el Bien se define siempre como el
objeto y el fin de la voluntad profunda. Tal es jus-
tamente la actitud de Baudelaire. Entre sus actos y
los del culpable vulgar existe la misma diferencia
que entre las misas negras y el ateísmo. El ateo no
se preocupa de Dios porque ha decidido de una vez
para todas que Dios no existe. Pero el sacerdote de
53
GEORGE BATAILLE
las misas negras odia a Dios porque El es amable, se
burla de El porque es respetable; se empeña en ne-
gar el orden establecido, pero al mismo tiempo,
confirma este orden y lo reafirma más que nunca. Si
dejara un instante de afirmarlo, su conciencia se
pondría de acuerdo consigo misma y el Mal de un
sólo golpe se transformaría en Bien, y, superando
todos las órdenes que no emanaran de sí mismo,
emergería en la nada, sin Dios, sin excusas, con una
responsabilidad total:" Este juicio no puede ser re-
batido. Más adelante se precisa el interés de la apre-
ciación de Sartre: Para que la libertad sea
vertiginosa, debe elegir... equivocarse infinitamente.
De este modo es única, en este universo compro-
metido todo él en el Bien; pero es preciso que se
adhiera por completo al Bien, que le mantenga y le
refuerce, para poderse arrojar ea el Mal. Y aquel que
se condena adquiere una soledad que es como la
imagen debilitada de la gran soledad del hombre
verdaderamente libre... En un cierto sentido, crea:
hace aparecer en un universo en el que cada uno de
los elementos se sacrifica para concurrir a la grande-
za del conjunto, la singularidad, es decir, la rebelión
de un fragmento, de un detalle. De este modo se ha
producido algo que no existía antes, que no puede
54
LA LITERATURA Y EL MAL
ser borrado por nada y que en modo alguno se en-
cuentra preparado para la rigurosa economía del
mundo: se trata de una obra de lujo, gratuita e im-
previsible. Observemos la relación existente entre el
Mal y la poesía: cuando, además, la poesía toma al
Mal como objeto, los dos tipos de creación coa res-
ponsabilidad limitada, se unen y se funden y de este
modo tenemos, por conjunción, una flor del Mal.
Pero la creación deliberada del Mal, es decir, la falta,
es aceptación y reconocimiento del Bien; le rinde
homenaje y, al bautizarse a sí misma como mala,
confiesa que es relativa y derivada, que sin el Bien,
no existiría."
Sartre señala de paso y sin insistir la relación
entre el Mal y la poesía. Pero no extrae consecuen-
cias. Este elemento de Mal salta a la vista en las
obras de Baudelaire. Pero ¿forma parte de la esencia
de la poesía? Sartre no dice nada de ello. Solamente
designa con el nombre de libertad a este estado po-
sible en que el hombre no posee ya el apoyo del
Bien tradicional - o del orden establecido -. Define
la posición del poeta como menor comparada a esta
posición mayor. Baudelaire “jamás superó el estadio
de la infancia”. “Definió el genio como ala infancia
recuperada a voluntad”. La infancia vive en la fe.
55
GEORGE BATAILLE
Pero si “el niño crece, saca a los padres la cabeza y
mira por encima de ellos”, puede darse cuenta de
que “detrás de ellos no hay nada”. Los deberes, los
ritos, las obligaciones precisas y limitadas han desa-
parecido de golpe. Injustificado, injustificable, tiene
bruscamente la experiencia de su terrible libertad.
Todo está por hacer: emerge de pronto en la sole-
dad y la nada. Esto es lo que Baudelaire no desea a
ningún precio.
En un momento de su exposición Sartre repro-
cha a Baudelaire el considerar "la vida moral bajo el
aspecto de una traba... y nunca como una búsqueda
sollozante..." Pero ¿no podríamos decir de la poesía
(y no sólo de la poesía de Baudelaire) que es preci-
samente "búsqueda sollozante", (indudablemente
búsqueda y no posesión) de una verdad moral que
Sartre parece haber alcanzado quizá por un error?
Sin haberlo pretendido, Sartre ha unido de ese mo-
do el problema moral con el de la poesía. Cita una
declaración tardía (de una carta en Ancelle del 18 de
febrero de 1866): "Debo deciros, ya que no lo ha-
béis adivinado más que los demás, que en ese libro
atroz he puesto todo mi corazón, toda mi ternura,
toda mi religión (enmascarada), todo mi odio, toda
mi mala suerte. Verdad es que escribiré lo contrario,
56
LA LITERATURA Y EL MAL
que juraré por todos mis dioses que es un libro de
arte puro, de monerías, de malabarismos, y mentiré
como una sacamuelas." Sartre inserta esta cita' en un
contexto en el que demuestra que Baudelaire admi-
tía la moral de sus jueces, al dar Las Flores del Mal,
o bien como un divertimento (una obra del Arte
por el Arte), o bien como "una obra edificante des-
tinada a inspirar el horror ante el vicio". La carta de
Ancelle tiene sin duda más sentido que los disimu-
los. Pero Sartre ha simplificado un problema que
pone en entredicho los fundamentos de la poesía y
de la moral.
Si la libertad - se aceptará que incluso antes de
justificarla, enuncie una proposición- es la esencia
de la poesía; y si sólo la conducta libre, soberana,
merece una "búsqueda sollozante", saltan a la vista
en el acto la miseria de la poesía y las cadenas de la
libertad. La poesía puede verbalmente despreciar el
orden establecido, pero no puede sustituirle. Cuan-
do el horror de una libertad impotente compromete
virilmente al poeta en la acción política, abandona la
poesía. Pero desde ese momento asume la respon-
sabilidad del orden que ha de venir, reivindica la
dirección de la actividad, la actitud "mayor": y no
podemos por menos de pensar al contemplarle que
57
GEORGE BATAILLE
la existencia poética, en la que percibamos la posibi-
lidad de fina actitud, soberana, es en realidad la ac-
titud menor, que es sólo una actitud de niño, un
juego gratuito. La libertad vendría a ser un poder
del niño: y para el adulto comprometido en la orde-
nación obligatoria de la acción no sería ya más que
un sueño, un deseo, una obsesión. (¿No es acaso la
libertad el poder que le falta a Dios, o que sólo po-
see verbalmente, ya que no puede desobedecer al
orden que El es, y del que es garante? La profunda
libertad de Dios desaparece desde la perspectiva del
hombre, ante cuyos ojos sólo es libre Satán.) "¿Pero
qué es en definitiva Satán, dice Sartre, sino el sím-
bolo de los niños desobedientes y mohínos que lo
que piden a la mirada paterna es que les retenga en
su esencia singular, y que realizan el Mal en el marco
del Bien para afirmar su singularidad y consagrarla?"
Evidentemente la libertad del niño (o del diablo)
está limitada por el adulto (o por Dios) que la toma
a broma (la desvaloriza: el niño alimenta en estas
condiciones sentimientos de odio y rebelión, frena-
dos por la admiración y la envidia. En la medida en
que se inclina hacia la rebelión asume la responsabi-
lidad del adulto. Si lo desea, puede cegarse de dis-
tintas maneras: puede pretender arrogarse las
58
LA LITERATURA Y EL MAL
prerrogativas mayores del adulto, sin admitir en
cambio las obligaciones que con ellas están ligadas
(es la actitud ingenua, el bluff que exige la perfecta
puerilidad), puede prolongar una vida libre a expen-
sas de aquellos a los que divierte (libertad coja, que
tradicionalmente ha sólido ser la de los poetas);
puede alimentar a los demás y a sí mismo con pala-
bras: eludir, mediante el énfasis, el peso de una rea-
lidad prosaica. Pero siempre aparece, unida a estas
pobres posibilidades, la sensación de impostura y un
cierto mal olor. Aunque es verdad que también el
imposible de algún modo elegido y por tanto admi-
tido, no es menos maloliente, si la insatisfacción
última (aquella con la que el espíritu se satisface) es
también una impostura, hay, por lo menos, una mi-
seria privilegiada que se confiesa como tal.
Se confiesa en la vergüenza. El problema que
plantea la torpeza de Sartre no puede resolverse fá-
cilmente. A pesar de que es cierto que en muchos
aspectos la actitud de Baudelaire es poco afortuna-
da, abrumarle con ella parece el partido menos hu-
mano. Sería necesario hacerlo sin embargo, si no
asumimos por nuestra cuenta la actitud inconfesable
de Baudelaire, que deliberadamente, se niega a ac-
tuar como un hombre cumplido, es decir, como un
59
GEORGE BATAILLE
hombre prosaico. Sartre tiene razón: Baudelaire ha
elegido estar en falta, como un niño. Pero antes de
considerarle desafortunado debemos preguntarnos
de qué clase de elección se trata. ¿Se hizo por de-
fecto? ¿Es solamente un error deplorable? ¿Fue, por
el contrario, realizada pro exceso? ¿En forma mise-
rable quizá, pero decisiva? Me pregunto incluso:
¿Una elección así, no es en esencia la de la poesía?
¿No es incluso la del hambre?
Este es el sentido de mi libro.
Pienso que el hombre está necesariamente erigi-
do contra sí mismo y que no puede reconocerse,
que no puede amarse hasta el límite si no es objeto
de una condenación.
EL MUNDO PROSAICO DE LA
ACTIVIDAD Y EL MUNDO DE LA POESÍA
Las proposiciones precedentes arrastran hacia
un mundo que yo no puedo reprochar a Sartre que
ignore. Este libro intenta el descubrimiento de ese
mundo nuevo. Pero, no obstante, aparecerá sólo a
la larga, lentamente...
60
LA LITERATURA Y EL MAL
"Si el hombre no cerrara soberanamente los
ojos, escribe René Char, terminaría por no ver lo
que vale la pena ser mirado." Pero, "... a nosotros,
afirma Sartre, nos basta con ver el árbol o la casa.
Absorbidos por completo en su contemplación, nos
olvidamos de nosotros mismos. Baudelaire es el
hombre que no se olvida jamás. Se contempla vien-
do, mira para verse mirar; contempla su conciencia
del árbol, de la casa, y las cosas sólo se le muestran a
través suyo, más pálidas, más pequeñas, menos
afectantes como si las percibiera a través de unos
anteojos. Las cosas no se señalan las unas a las
otras, como la flecha muestra el camino, como la
señal marca la página. Su misión inmediata es por el
contrario volver a enviar a la conciencia cursi". Y
más adelante: "Existe una distancia original entre
Baudelaire y el mundo que no es la nuestra: entre
los objetos y él se inserta siempre una translucidez
un poco húmeda, un poco demasiado subyugadora,
como un temblor de aire cálido, en el verano." No
podría representarse mejor la distancia que media
entre la visión poética y la de todos los días. Nos
olvidamos a nosotros mismos cuando la flecha
muestra el camino, o la señal, la página: pero no es
ésta una visión soberana, sino que se halla subordi-
61
GEORGE BATAILLE
nada ala búsqueda del camino (que vamos a tomar),
de la página (que vamos a leer). En otras palabras, el
presente (la flecha, la señal) está determinado por el
futuro (el camino, la página). "Es, según Sartre s, la
determinación del presente por el futuro, del exis-
tente por lo que todavía no es... a la que los filóso-
fos llaman en la actualidad transcendencia". Es
cierto que en la medida en que la flecha o la señal
tienen esta significación transcendente, nos supri-
men y nos olvidamos de nosotros mismos si las
contemplamos de esta forma subordinada. Mientras
que, en cambio, las cosas "más pálidas, más peque-
ñas" y, nos dice él, "menos afectantes" hacia las que
Baudelaire abre (si se prefiere cierra) los ojos sobe-
ranamente no le suprimen, sino que por el contrario
no tienen "más misión que proporcionarle la oca-
sión de contemplarse a sí mismo mientras las ve"`.
Debo hacer observar que la descripción de Sar-
tre, aunque no se aparta de su objeto, adolece en su
interpretación de una confusión. Lamento tener que
entrar ahora, para demostrarlo, en un largo desarro-
llo filosófico.
No hablaré aquí del engranaje de ideas que lleva
a Sartre a representar "las cosas" de la visión poética
de Baudelaire como "menos afectantes" que la fle-
62
LA LITERATURA Y EL MAL
cha de un cartel indicador o la señal de un libro (se
trata en este caso de categorías: una, la de los obje-
tos que se dirigen a la sensibilidad, y la segunda de
aquellos que se dirigen al conocimiento práctico).
Pero no son ni la flecha ni el camino, lo que Sartre
considera como transcendentes (he tenido que cor-
tar la frase citada para utilizarla aquí), sino los obje-
tos de la contemplación poética. Admito que esto se
halla de acuerdo con el vocabulario que ha elegido,
pero a partir de la insuficiencia del vocabulario no
está permitido en este caso admitir una profunda
oposición entre conceptos. Baudelaire desearía "en-
contrar, se nos dice'', en cada realidad una insatis-
facción paralizada, una llamada hacia otra cosa, una
transcendencia objetiva... "La transcendencia repre-
sentada de este modo no es ya la simple transcen-
dencia de la flecha, la "simple determinación del
presente por el futuro", sino la de "los objetos que
aceptan anularse para indicar a otros." Más adelante
se precisa: es "el término entrevisto, casi alcanzado,
y, sin embargo, fuera de alcance, de un movimien-
to...". Es verdad que el sentido de ese movimiento
"orientado" está determinado por el futuro, pero cl
futuro en tanto que sentido no es, como en la fle-
cha, la ruta accesible, indicada: en realidad ese senti-
63
GEORGE BATAILLE
do futuro sólo está allí para desaparecer. O más
bien, no es el futuro, sino el espectro del futuro. Y,
dice el mismo Sartre, "su carácter espectral e irre-
mediable nos pone sobre el camino: el sentido (el
sentido de esos objetos espiritualizado por la ausen-
cia en que se disuelven) es el pasado. (He dicho al
comienzo que el juicio apasionado de Sartre recla-
maría una discusión bizantina. No habría comenza-
do esta larga elucidación si no se tratara más que de
una confusión sin consecuencias. No comprendo el
interés de cierto tipo de polémica: mi intención no
es abrir un proceso de carácter personal sino asegu-
rar la defensa de la poesía. Hablo de un enfrenta-
miento, y es que no puede enunciarse lo que la
poesía pone en juego, sin influir en ella. Es evidente
que en cualquier caso, tanto en la flecha como en las
figuras espectrales de la poesía, el pasado, el pre-
sente y el porvenir concurren para la determinación
del sentido. Pero el sentido de la flecha indica la
primacía del porvenir. En cambio en la determina-
ción del sentido de los objetos poéticos sólo inter-
viene el futuro para revelar una imposibilidad, para
situar el deseo ante la fatalidad de la insatisfacción.
Por otra parte si nos damos cuenta de que el sentido
de un objeto "transcendente" de poesía es también
64
LA LITERATURA Y EL MAL
la igualdad con uno mismo, no podemos impedir
que nos moleste la imprecisión del vocabulario. No
podríamos negar que ese carácter de inmanencia
había sido señalado por el mismo Sartre al comien-
zo, ya que como hemos visto, cuando habla del ár-
bol y de la casa que Baudelaire representaba" nos da
a entender que no tenían "más misión que propor-
cionar al poeta la ocasión de contemplarse": Me pa-
rece difícil, llegado a este punto, no acentuar el
valor de "participación mística", de identificación
del sujeto y del objeto, que forma parte del poder de
la poesía. Es curioso observar cómo con sólo algu-
nas líneas de intervalo, se pasa de una "transcen-
dencia objetiva" a "ese orden jerárquico de objetos
que consienten en anularse para indicar a otros", en
los que "Baudelaire reencontrará su imagen". Se
debe a que la esencia de la poesía de Baudelaire es
realizar, a costa de una tensión llena de ansiedad, la
fusión con el sujeto (la inmanencia) de esos objetos,
que a la vez se anulan para causar la angustia y re-
flejarla.
Sartre, después de haber definido la transcen-
dencia como la determinación por el porvenir del
sentido del presente, habla de objetos transcenden-
tes cuyo sentido viene dado por el pasado y cuya
65
GEORGE BATAILLE
esencia es tener una relación de inmanencia con el
sujeto. Cosa que no presentaría inconvenientes (ve-
remos enseguida que el equívoco procede en parte
de las cosas consideradas), si no perdiéramos en
esos cambios la posibilidad de plantear claramente
la distinción fundamental entre el mundo prosaico
de la actividad- en donde los objetos, claramente
exteriores al sujeto, reciben del futuro un sentido
fundamental (el camino determina el sentido de la
flecha)- y el mundo de la poesía. En efecto, pode-
mos definir lo poético, en ésto análogo a lo místico
de Cassirer, lo primitivo de Lévi Brhuhl, y lo pueril
de Piaget, como una relación de participación del
sujeto en el objeto. La participación es actual: para
determinarla no necesitamos contar con el futuro
(análogamente a como en la magia de los primitivos,
no es el efecto el que confiere sentido a la opera-
ción, es más, para que actúe, es preciso que posea
previamente, con independencia del efecto, el senti-
do vivo y llamativo de una participación; la opera-
ción de la flecha, en cambio, no posee para el sujeto
más sentido que el futuro, que la ruta a la que le
conduce). El sentido del objeto en la participación
poética tampoco está determinado por el pasado.
Unicamente un objeto de memoria, privado tanto
66
LA LITERATURA Y EL MAL
de utilidad como de poesía, sería un dato puro del
pasado. En la operación poética, el sentido de los
objetos de memoria está determinado por su inva-
sión actual del sujeto: no debemos despreciar la in-
dicación dada por etimología, según la cual poesía
es creación.
La fusión del objeto y el sujeto reclama la supe-
ración de cada una de las partes al contacto con la
otra. La posibilidad de puras repeticiones es lo úni-
co que impide percibir la primacía del presente. Ha-
bría incluso que afirmar que la poesía no es jamás
nostalgia del pasado. La nostalgia que no miente no
es poética; deja de ser verdadera a medida que se va
convirtiendo en poética, ya que entonces el pasado
tiene menos interés, en el objeto que se recuerda,
que la expresión de la nostalgia en sí misma.
Estos principios apenas enunciados plantean
cuestiones que remiten al análisis de Sartre (del que
yo me he alejado, sin duda, solamente para marcar
su profundidad). Si ocurre así, si la realización de la
poesía exige que el objeto se haga sujeto y el sujeto
objeto ¿no se tratará simplemente de un juego, un
escamoteo brillante? No puede existir duda, en
principio, en lo que concierne a la posibilidad mis-
ma de la poesía. Pero la historia de la poesía ¿no es
67
GEORGE BATAILLE
más que una sucesión de esfuerzos inútiles? : ¡Es
difícil negar que, por regla general, los poetas enga-
ñan! "Los poetas mienten demasiado", dice Zara-
tustra, que añade: "También Zaratustra es poeta."
Pero la fusión del sujeto y el objeto, del hombre y el
mundo no puede ser fingida: podemos no intentar-
lo, pero la comedia no sería justificable. Ahora bien,
al parecer, ¡es imposible! Imposibilidad que Sartre
representa con razón, al decir que la indigencia del
poeta está en el deseo insensato de unir objetiva-
mente el ser y la existencia. Ya lo he dicho más arri-
ba, este deseo, según Sartre, es o bien el de
Baudelaire individualmente considerado, o el de
"todo poeta", pero de todas formas la síntesis de lo
inmutable y lo perecedero, del ser y de la existencia,
del objeto y el sujeto, que la poesía busca, la define
sin escapatoria, la limita, la convierte en el reino de
lo imposible, de la insaciabilidad. Desgraciadamente
es difícil hablar de lo imposible, de lo que está con-
denado a ser imposible. Sartre dice de Baudelaire (es
el leitmotiv de su exposición) que su mal consistía
en querer ser lo que era para los demás: abandonaba
de este modo la prerrogativa de la existencia, que es
quedar en suspenso. Pero el hombre ¿evita, por lo
general, que la conciencia que él es, al hacerse refle-
68
LA LITERATURA Y EL MAL
xión de las cosas, se convierta a su vez en una cosa
como otra cualquiera? Me parece que no; y creo que
la poesía es el modo que le permite corrientemente
(en la ignorancia en que se mantiene de los medios
que Sartre le propone) escapar al destino que le re-
duce a reflejo de las cosas. Es verdad que la poesía,
al buscar la identidad de las cosas reflejadas y de la
conciencia que las refleja, quiere un imposible. ¿Pe-
ro no es acaso éste el único medio de no ser reduci-
do a reflejo de las cosas: el querer lo imposible?
LA POESÍA ES SIEMPRE EN CIERTO
SENTIDO UN CONTRARIO DE LA
POESÍA
Creo que la miseria de la poesía queda reflejada
fielmente en la imagen que da Sartre de Baudelaire.
La poesía lleva inherente la obligación de hacer una
cosa fijada por una insatisfacción. La poesía, en un
primer impulso, destruye los objetos que aprehende,
los restituye, mediante esa destrucción, a la inasible
fluidez de la existencia del poeta, y a ese precio es-
pera encontrar la identidad del mundo y del hom-
bre. Pero al mismo tiempo que realiza un
69
GEORGE BATAILLE
desasimiento, intenta asir (captar) ese desasimiento.
Y lo único que le es dado hacer es sustituir el desa-
simiento a las cosas asidas (captadas) de la vida re-
ducida: no puede evitar que el desasimiento pase a
ocupar el lugar de las cosas.
En este plano experimentamos una dificultad
similar a la del niño, libre a condición de negar al
adulto, pero que no puede lograrlo sin convertirse a
su vez en adulto y sin perder en consecuencia su
libertad. Pero Baudelaire, que jamás asumió las pre-
rrogativas de los maestros, y cuya libertad garantizó
su insaciabilidad hasta el final, no por eso tuvo que
dejar de luchar con esos seres a los que se había ne-
gado a reemplazar. Es cierto que se buscó a sí mis-
mo, que no se perdió, que no se olvidó jamás y se
contempló contemplar; la recuperación del ser fue
indudablemente, como vio Sartre con lucidez, el
objeto de su genio, de su tensión y de su impotencia
poética. Hay indudablemente en el origen del desti-
no del poeta una certeza de unicidad, de elección,
sin la cual la empresa de reducir el inundo a sí mis-
mo o de perderse en el mundo, no tendría el sentido
que tiene. Sartre ve en ella la tara de Baudelaire, re-
sultado del aislamiento en que le dejó el segundo
matrimonio de su madre. Es ese "sentimiento de
70
LA LITERATURA Y EL MAL
soledad, desde mi infancia", "de destino eterna-
mente solitario" del que ha hablado el mismo poeta.
Pero Baudelaire ha dado esa misma visión de sí en
el enfrentamiento con los demás, al decir: "Siendo
muy niño, experimenté en mi corazón dos senti-
mientos contradictorios, el horror a la vida y el éxta-
sis ante la vida." Nunca se insistirá bastante en la
certeza de irreemplazable unicidad que se halla en el
origen no sólo de la genialidad poética (que Blake
consideraba el punto común, el punto por el cual
son semejantes todos los hombres) sino en el origen
de cada religión (de cada iglesia) y de cada patria. Es
muy cierto que la poesía responde siempre al deseo
de recuperar, de fijar en forma sensible desde fuera,
la existencia única, hasta ese momento informe y
que sino no sería sensible más que desde el interior
de un individuo o de un grupo. Pero es dudoso que
nuestra conciencia de existir no lleve necesaria-
mente aparejado ese valor engañoso de unidad: el
individuo lo experimenta tanto en su pertenencia a
la ciudad, a la familia o incluso a la pareja (como por
ejemplo, según Sartre, Baudelaire de niño, ligado en
cuerpo y alma a su madre), como en su experiencia
personal. En particular, éste es el caso, en nuestros
días, de la vocación poética que conduce a una for-
71
GEORGE BATAILLE
ma de creación verbal en la que el poema es la recu-
peración del individuo. Se podría decir por tanto del
poeta, que es la parte que se toma por el todo, que
es el individuo que se comporta como una colecti-
vidad. Hasta el extremo de que los estados de insa-
tisfacción, los objetos que decepcionan, que revelan
una ausencia, son en cierto modo las únicas formas
en que la tensión del individuo puede recuperar su
falaz unicidad. La ciudad puede, más o menos, lo-
grarla en sus movimientos, pero lo que la conciencia
aislada debe hacer y puede hacer, tendrá que reali-
zarlo "sin poder". Por más que Sartre diga de Bau-
delaire: "su más preciado anhelo es. Ser como la
piedra, la estatua, en el reposo tranquilo de la in-
mutabilidad", por más que nos muestre al poeta
ávido por extraer de las brumas del pasado alguna
imagen petrificable, el hecho es que las imágenes
que Baudelaire ha dejado, participan de la vida
abierta (infinita según Sartre" en sentido baudelaria-
no), es decir, insatisfecha. Por tanto es engañoso
decir que Baudelaire quería la imposible estatua que
no podía ser, si no se añade además que Baudelaire
no quería tanto la estatua como lo imposible.
Es más razonable - y menos respectivo- "partir
de ésto" para intentar entender los resultados del
72
LA LITERATURA Y EL MAL
sentimiento de unicidad (de la conciencia que tuvo
Baudelaire desde niño, de ser, él sólo - sin que nada
pudiera aligerarle el peso- el éxtasis y el horror de la
vida; y todas las consecuencias: "esta vida misera-
ble..."). Pero Sartre tiene razón al afirmar que Bau-
delaire quiso lo que nos parece inalcanzable. Lo
quiso al menos como es fatal querer lo imposible, es
decir: en cuanto tal, con firmeza y, bajo su forma de
quimera, engañosamente. De ahí su vida sollozante
de dandy ávido de trabajo, hundido amargamente
en una ociosidad inútil. Pero como - según el pro-
pio Sartre confiesa- estaba equipado con una "ten-
sión innegable", supo sacar de una posición
equívoca todo el partido posible: un movimiento
perfecto de éxtasis y de horror entremezclados con-
fiere a su poesía una plenitud, mantenida sin debili-
dad, en el límite de una sensibilidad libre, una
atmósfera enrarecida, una esterilidad agotadoras,
que colocan a Sartre en una posición incómoda: la
atmósfera de vicio, de rechazo, de odio, responde a
esta tensión de la voluntad que niega - lo mismo
que el atleta niega el peso de la haltera - la coacción
del Bien. Es cierto que el esfuerzo resulta vano, que
los poemas en los que ese movimiento se petrifica
(los que reducen la existencia al ser) convierten al
73
GEORGE BATAILLE
vicio, al odio y a la libertad infinitos, en las formas
dóciles, tranquilas e inmutables que conocemos.
También es verdad que la poesía que pervive es
siempre lo contrario de la poesía, ya que, siendo su
fin lo perecedero, lo transmuta en eterno. Poco im-
porta que el juego del poeta, cuya esencia es unir
con el sujeto el objeto del poema, lo una con un
poeta decepcionado, humillado por un fracaso, e
insatisfecho. De tal suerte que el objeto, el mundo,
irreductible, insubordinado, encarnado en las crea-
ciones híbridas de la poesía, traicionado por la poe-
sía, no lo esté por la vida inviable del poeta. Sólo la
larga agonía del poeta revela acaso, al final, la au-
tenticidad de la poesía, y Sartre, diga lo que diga,
ayuda a no dudar de que su fin, anterior a la gloria
(que hubiera sido la única que le habría podido
cambiar en piedra), respondió a su voluntad: Bau-
delaire quiso lo imposible hasta el límite.
BAUDELAIRE Y LA ESTATUA DE LO
IMPOSIBLE
El poco discernimiento en la conciencia de su
propia realidad justifica la duda. No podemos saber
74
LA LITERATURA Y EL MAL
"distintamente" qué era lo que para Baudelaire
contaba por encima de las demás cosas. Quizá in-
cluso, el hecho de que él se niegue a saberlo, sea una
indicación sobre una relación fatal del hombre y el
valor. Puede que traicionemos lo que para nosotros
cuenta por encima de todo lo demás, si tenemos la
debilidad de zanjar la cuestión "distintamente":
¿quién se sorprenderá de que la libertad exige un
salto, un desprendimiento de sí, brusco e imprevisi-
ble, que no le son dados a quien decide con antici-
pación? Es verdad, Baudelaire fue siempre un
dédalo para sí mismo: dejó hasta el límite las posibi-
lidades abiertas en todos los sentidos y aspiró a la
inmutabilidad de la piedra, al onanismo de una poe-
sía fúnebre. ¿Cómo no percibir en él esa fijación al
pasado, lasitud que anuncia la apatía, el envejeci-
miento precoz, la impotencia? En Las Flores del
Mal, podemos encontrar con qué justificar la inter-
pretación de Sartre, según la cual Baudelaire ansiaba
ser solamente un pasado "inalterable e imperfecti-
ble" y eligió "considerar su vida desde el punto de
vista de la muerte, como si un fin prematuro la hu-
biera ya marcado". Puede que la plenitud de su poe-
sía esté ligada a la imagen inmovilizada del animal
caído en la trampa que dio de sí mismo, que le ob-
75
GEORGE BATAILLE
sesiona, y cuya evocación recoge sin cesar. Del
mismo modo una nación se obstina por no fallar a
la idea que una vez se dio de sí misma, y, antes de
tener que dejarla a un lado, prefiere desaparecer. La
creación que recibe sus límites del pasado se detie-
ne, y porque posee el sentido de la insatisfacción, no
puede desprenderse y se complace en un estado de
inmutable insatisfacción. Esa complacencia triste,
seguida de un fracaso, ese temor a quedar satisfecho
mudan la libertad en su contrario. Pero Sartre se
apoya en el hecho de que la vida de Baudelaire se
desarrolló en pocos años, en que fue, a partir de las
explosiones juveniles, una lenta, interminable deca-
dencia. "Ya en el 46, dice (es decir, a los veinticinco
años), había gastado la mitad de su fortuna, había
escrito la mitad de sus poemas, había dado forma
definitiva a las relaciones con sus padres, contraído
el mal venéreo que va a pudrirle lentamente, en-
contrado a la mujer que pesará corno plomo sobre
todas las horas de su vida y realizado el viaje que
colmará toda su obra de imágenes exóticas. Pero
esta forma de ver implica la opinión de Sartre con
respecto a los Escritos intimas. Son reiterativos y le
oprimen el corazón. Una carta, fechada el 28 de
enero de 1854, me interesa más. Baudelaire da en
76
LA LITERATURA Y EL MAL
ella el guión de un drama: un obrero ebrio consigue
en la noche, en un lugar solitario, una cita con su
mujer que le ha abandonado; ella, a pesar de sus
ruegos, se niega a volver al hogar. Desesperado, la
empuja hacia el camino por el que sabe que, a favor
de la noche, caerá en un pozo sin fondo. Una can-
ción que tenía intención de introducir en el drama
es en realidad el origen del episodio." Comienza -
escribe Baudelaire- así:
77
GEORGE BATAILLE
Rien n'est aussi-z-aimable
Franfru-Cancru-Lon-La-
[ Lahira
Rien n'est aussi-z-aimable
Que le scieur de long
No hay nada tan amable
Franfru-Cancru-Lon-La-
[ Lahira
No hay nada tan amable
Como el aserrador
78
LA LITERATURA Y EL MAL
... este amable aserrador arroja al final a su mujer al agua;
dice, entonces, hablando a una Sirena...
79
GEORGE BATAILLE
Chante Siréne Chante
Franfru-Cancru-Lon-La-
[ Lahira
Chante Siréne Chante
T'as raison de chanter.
Canta, Sirena, canta
Franfru-Cancru-Lon-La-
[ Lahira
Canta, Sirena, canta
Porque tienes motivos.
Car t'as la mer á boire,
Franfru-Cancru-Lon-La-
[ Lahira
Car t'as la mer á boire,
Et ma mie á mangero"
Tienes el mar para beber.
Franfru-Cancru-Lon-La-
[ Lahira
¡Tienes el mar para beber
y mi amiga para comer!
80
LA LITERATURA Y EL MAL
El aserrador está cargado con los pecados del
autor; al amparo de un desfase - de una máscara -, la
imagen del poeta, de pronto, se desdibuja, se de-
forma y cambia: ya no es la imagen determinada por
un ritmo acompasado, tan forzado que obliga y
forma desde el comienzo. En condiciones de len-
guaje diferentes, ya no es el pasado limitado quien
hechiza; un posible ilimitado abre la atención que le
pertenece, la atracción de la libertad, ¿del rechazo de
los límites? No es el azar el que vincula en el espí-
ritu de Baudelaire el tema del aserrador con la idea
de violación de una muerta. En este punto se fun-
den el asesinato, la lubricidad, la ternura y la risa
(quiso introducir en el teatro, por lo menos me-
diante un relato, la violación que el obrero hace del
cadáver de su mujer). Nietzsche escribía: "Contem-
plar cómo se hunden las naturalezas trágicas y po-
der reír coa ella, a pesar de la profunda
comprensión, la emoción y la simpatía que se expe-
rimenta, es divino." Es posible que un sentimiento
tan humano sea en cierto modo inaccesible: Baude-
laire, para alcanzarlo, recurrió a los pobres medios
de la decadencia del héroe y la bajeza de su lenguaje.
Pero aún ligada a estas concesiones, lo que La Sire-
na representa como culminación no puede dejarse a
81
GEORGE BATAILLE
un lado. Las Flores del Mal, a las que La Sirena su-
pera, apuntan hacia ella; le confieren la plenitud de
su sentido y a su vez ella indica a dónde van a de-
sembocar. Baudelaire no llegó a realizar el proyecto
de escribir ese drama. Su pereza indudable o su im-
potencia tardía son quizá las responsables. ¿O seria
que el director de teatro al que se lo propuso le hizo
comprender la probable reacción del público? Lo
cierto es que al menos en su proyecto Baudelaire iba
lo más lejos que le era posible: de Las Flores del
Mal a la locura; no fue la imposible estatua, sino la
estatua de lo imposible, lo que soñó.
LA SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE "LAS
FLORES DIAL MAL
El sentido - o sinsentido- de la vida de Baudelai-
re, la continuidad del arrebato que le llevó de la
poesía de la insatisfacción a la ausencia dada en el
hundimiento, no están sólo marcadas por una can-
ción. Una vida entera obstinadamente frustrada que
Sartre, negativamente, atribuye a una elección, signi-
fica el horror a ser satisfecho - el rechazo de las
coacciones necesarias para obtener provecho. La
82
LA LITERATURA Y EL MAL
toma de postura de Baudelaire es de lo más acusado
que pueda darse. Un pasaje de una carta a su madre
expresa esa nueva negación a sufrir la ley de su pro-
pia voluntad...: "... resumiendo - nos dice -, esta se-
mana se me ha demostrado que yo podía realmente
ganar dinero y, con aplicación y tesón, mucho dine-
ro. Pero los desórdenes precedentes, una miseria
incesante, un nuevo déficit que superar, la disminu-
ción de la energía por las pequeñas preocupaciones
y, por último, para decirlo todo, mi tendencia a la
ensoñación, lo estropearon todo".
Es, si se quiere, un rasgo de carácter individual
y, como tal, una impotencia. Es posible también
considerar las cosas en el tiempo, juzgar como un
acontecimiento - responde a una exigencia objeti-
vamente dada- ese horror al trabajo, tan claramente
unido a la poesía. Sabemos que ese rechazo, esa
aversión, eran "sufridos" a sabiendas Por Baudelaire
(representaban una decisión firmemente tomada);
sabemos también que en varias ocasiones, misera-
blemente, sin descanso, se sometió al principio del
trabajo: "A cada minuto, escribe en sus Diarios ín-
timas, somos aplastados por la idea y la sensación
del tiempo. Y no hay más que dos medios para es-
capar a esa pesadilla - para olvidar: el placer o el tra-
83
GEORGE BATAILLE
bajo. El placer nos desgasta. El trabajo nos fortale-
ce. Elijamos". Esta postura no dista mucho de otras,
formulada más arriba: "En todo hombre, a cual-
quier hora, se dan dos postulaciones simultáneas,
una hacia Dios, la otra hacia Satán. La invocación a
Dios, o espiritualidad, es un deseo de ascender de
grado: la de Satán, o animalidad, es una alegría en
descender." Pero sólo la primera posición introduce
datos claros. El placer es la forma positiva de la vida
sensible: no podemos experimentarlo sin un gasto
improductivo de nuestros recursos (nos desgasta).
En cambio el trabajo es el modo de la actividad:
tiene como efecto el aumento de nuestros recursos
(fortalece). Por tanto "hay en todo hombre, a cual-
quier hora, dos postulaciones simultáneas", una ha-
cia el trabajo (aumento de recursos), otra hacia el
placer (gasto de los recursos). El trabajo responde a
la preocupación por el mañana, el placer a la del
instante presente. El trabajo es inútil y satisface, el
placer, inútil: deja un sentimiento de insatisfacción.
Estas consideraciones sitúan la economía en la base
de la moral, la sitúan en la base de la poesía. La
elección recae, siempre, en cualquier momento, so-
bre la cuestión vulgar y material: "partiendo de mis
recursos actuales ¿debo gastarlos o aumentarlos?
84
LA LITERATURA Y EL MAL
"Tomada en su conjunto la respuesta de Baudelaire
es singular. Por una parte, sus notas están llenas de
resoluciones de aceptar trabajo, pero en cambio su
vida fue un largo rechazo de la actividad productiva.
Llega a escribir incluso: "Ser un hombre útil siempre
me ha parecido algo horrible." En otros niveles vol-
vemos a encontrar la misma imposibilidad de deci-
dirse por el Bien. No sólo elige a Dios, lo mismo
que al trabajo, de forma puramente nominal, en
realidad para pertenecer de una forma más íntima a
Satán, sino que además ni siquiera puede decidir si
la oposición es suya propia, interna (la del placer y el
trabajo), o exterior (la de Dios y el diablo). Sólo es
posible decir que él se inclina a rechazar su forma
transcendente: de hecho, lo que triunfa en él es el
rechazo a trabajar, y por tanto a ser satisfecho; si
mantiene por encima de él la transcendencia de la
obligación, es sólo para acentuar el valor de un re-
chazo y para experimentar con más fuerza la atrac-
ción angustiada de una vida insatisfecha.
Pero ésto no es un yerro individual. El defecto
de los análisis de Sartre es justamente contentarse
con tal aspecto; y eso es lo que los reduce a aproxi-
maciones negativas, que hay que insertar en el tiem-
po histórico para percibir su visión positiva. El
85
GEORGE BATAILLE
conjunto de las relaciones producción- consumo se
da ere la historia, la experiencia de Baudelaire se da
en la historia. Tiene positivamente el sentido preci-
so que le da la historia. Igual que cualquier otra acti-
vidad, la poesía puede ser considerada desde el
ángulo económico. Y también la moral, al igual que
la poesía. Baudelaire, en efecto, con su vida, con sus
desventuradas reflexiones, ha planteado solidaria-
mente en esos dos terrenos el problema crucial. Es
el problema que los análisis de Sartre tocan y evitan
al mismo tiempo. Se equivocan al presentar la poe-
sía y la actitud moral del poeta como resultado de
una elección. Incluso admitiendo que el individuo
haya elegido, el sentido total de un poema de Bau-
delaire no está dado socialmente en las necesidades
a las que respondió. El sentido total de un poema
de Baudelaire no está dado en sus errores, sino en la
espera históricamente -generalmente- determinada,
a la que respondieron esos "errores". Aparente-
mente, elecciones análogas a la de Baudelaire eran,
según Sartre, posibles en otras épocas. Pero, en
otras épocas no tuvieron como consecuencia poe-
mas semejantes a Las Flores del Mal. Al despreciar
esta verdad, la crítica explicativa de Sartre, introduce
perspectivas profundas, pero no puede explicar la
86
LA LITERATURA Y EL MAL
plenitud con que en nuestro tiempo la poesía de
Baudelaire invade el ánimo (o sólo lo explica por
negación, y de este modo la crítica negativa adquiere
el sentido, inesperado, de una comprensión). Sin
hablar de un elemento de gracia o de suerte, la "in-
negable tensión' de la trayectoria de Baudelaire no
expresa sólo la necesidad individual, sino que es la
consecuencia de una tensión material, histórica-
mente dada desde fuera. El mundo, la sociedad en
el seno de la cual escribió el poeta Las Flores del
Mal, tenía a su vez, en tanto que superaba la instan-
cia individual, que responder a dos postulados si-
multáneos que no dejan de exigir del hombre una
decisión: la sociedad, lo mismo que el individuo,
tiene que elegir entre velar por el futuro y el instante
presente. Esencialmente, la sociedad se funda en la
debilidad de los individuos que ella, con su fuerza,
compensa: es, en un sentido, lo que el individuo no
es, ya que está unida en primer lugar a la prioridad
del porvenir. Pero en cambio no puede negar el
presente, y le deja una parte con respecto a la cual la
decisión no está absolutamente determinada. Es la
parte de las fiestas, cuyo momento difícil es el sacri-
ficio ". El sacrificio concentra la atención sobre el
consumo, a cargo del instante presente, de los re-
87
GEORGE BATAILLE
cursos que, en principio, la preocupación por ma-
ñana exigía reservar. Pero la sociedad de Las Flores
del Mal no es ya esta sociedad ambigua que, aún
manteniendo profundamente la primacía del porve-
nir, dejaba en lo sagrado (por otra parte disfrazado,
camuflado ele valor de porvenir, en objeto trans-
cendente, eterno, en fundamento inmutable del
Bien) la prelación nominal del presente. Es la socie-
dad capitalista, en pleno auge, que se reserva la ma-
yor parte posible de los productos del trabajo para
el aumento de los medios de producción. Esta so-
ciedad había sancionado con el terror el lujo de los
grandes. Se alejaba justamente del lujo de una casta
que había explotado para su provecho la ambigüe-
dad de la antigua sociedad. No podía perdonarle
que hubiera consumido para fines de esplendor per-
sonal una parte de los recursos (de trabajo) que ha-
brían podido ser empleados para aumentar los
medios de producción. Pero desde los surtidos de
Versalles a los embalses modernos, se interpuso una
decisión que no coincidía sólo con la colectividad
que se oponía a los privilegiados: en lo esencial, esta
decisión opuso el aumento de las fuerzas producti-
vas a los goces improductivos. La sociedad burgue-
sa, a mediados del siglo XIX, eligió en el sentido de
88
LA LITERATURA Y EL MAL
los embalses: introdujo en el mundo un cambio
fundamental. En el tiempo transcurrido entre el na-
cimiento y la muerte de Baudelaire, Europa se em-
peñó en una red de vías férreas; la producción abrió
la perspectiva de un aumento indefinido de las fuer-
zas productivas y asumió este aumento como fin.
La operación, preparada desde hacía mucho tiempo,
iniciaba una metamorfosis rápida del mundo civili-
zado, fundada en la primacía del porvenir, a saber,
en la acumulación capitalista. Por parte de los pro-
letarios, la operación había de ser negada, por estar
limitada a las perspectivas de provecho personal de
los capitalistas: suscitó la contrapartida del movi-
miento obrero. Entre los escritores, como puso fin
a los esplendores del antiguo régimen y sustituyó las
obras gloriosas por las utilitarias, provocó la pro-
testa romántica. Las dos protestas, diferentes por su
naturaleza, podían coincidir en un punto. El movi-
miento obrero, cuyo principio no se oponía a la
acumulación, se proponía como finalidad, en la
perspectiva del porvenir, liberar al hombre de la
esclavitud del trabajo. El romanticismo, inmediata-
mente, daba una forma concreta a todo lo que nie-
ga, a lo que suprime la reducción del hombre de
valores de utilidad. La literatura tradicional expresa-
89
GEORGE BATAILLE
ba simplemente los valores no utilitarios (militares,
religiosos, eróticos) admitidos por la sociedad o la
clase dominante: la literatura romántica, aquellos
valores que negaba el Estado moderno y la sociedad
burguesa. Pero por revestir una Corma precisa, esta
expresión no dejaba de ser dudosa. Con frecuencia
el romanticismo se limitó a la exaltación del pasado,
ingenuamente enfrentado al presente. No era más
que un compromiso: los valores del pasado habían
pactado a su vez con los principios utilitarios. El
mismo tema de la naturaleza, en el que el enfrenta-
miento podía parecer más radical, no ofrecía tam-
poco más que una posibilidad de evasión
provisional (además, el amor a la naturaleza es, en
realidad, tan conciliable con el primado de lo útil, es
decir, del mañana, que ha sido el modo de compen-
sación más propagado - y el más anodino- de fas
sociedades utilitarias: nada hay evidentemente mo-
cos peligroso, menos subversivo, en fin, menos sal-
vaje, que el salvajismo de los peñascos), La posición
romántica del individuo es una posición más conse-
cuente a primera vista: el individuo empieza por
oponerse a la coacción social, en tanto que existen-
cia soñadora, apasionada y rebelde a la disciplina.
Pero la exigencia del individuo sensible no es con-
90
LA LITERATURA Y EL MAL
sistente: no tiene la firme y duradera coherencia de
una moral religiosa o del código de honor de una
casta. El único elemento constante de los individuos
aparece en cl interés por una suma de recursos cre-
cientes que las empresas capitalistas tienen la posi-
bilidad de satisfacer plenamente. Hasta el punto de
que el individuo es el fin de la sociedad burguesa
tan necesariamente como el orden jerárquico era el
fin de la sociedad feudal. A esto se suma el que la
búsqueda del interés privado es la fuente, al mismo
tiempo que el fin, de la actividad capitalista. La for-
ma poética, titánica, del individualismo es una res-
puesta ante el cálculo utilitario: excesiva, pero al fin
y al cabo una respuesta: en su forma consagrada, al
romanticismo no pasó de ser una versión antibur-
guesa del individualismo burgués. Desgarramiento,
negación de sí, nostalgia de lo que no se posee, sen-
timientos todos que expresaron el malestar de la
burguesía que, habiendo entrado en la historia unida
al rechazo de la responsabilidad, expresaba lo con-
trario de lo que era, pero se las arreglaba para no
soportar sus consecuencias e incluso para sacar
provecho de ello. La negación, en la literatura, de
los fundamentos de la actividad capitalista sólo tar-
díamente se desprendió de los compromisos. Fue ya
91
GEORGE BATAILLE
en la fase de pleno auge y de desarrollo asegurado,
pasado ya el momento agudo de la fiebre romántica,
cuando la burguesía se sintió cómoda. La búsqueda
literaria al llegar este momento dejó de estar limita-
da por una posibilidad de compromiso. Baudelaire,
indudablemente no tuvo nada de radical - le acucia-
ba el deseo de no tener lo imposible como destino,
de volver a caer en gracia- pero, como Sartre ayuda
a comprender, sacó de lo vano de su esfuerzo lo
que otros extraerían de la rebeldía. La idea es atina-
da: no tiene voluntad, pero a pesar suyo una atrac-
ción le mueve. La negación de Charles Baudelaire es
la negación más profunda, ya que no es en ningún
momento la afirmación de un principio opuesto.
Expresa solamente el estado de ánimo bloqueado
del poeta, lo expresa en lo que tiene de indefendible,
de imposible. El Mal, que fascina al poeta en medi-
da mucho mayor de lo que a él se entrega, es indu-
dablemente el Mal, puesto que la voluntad, que no
puede querer más que el Bien, no participa para na-
da en ello. Además apenas importa al fin y al cabo
que se trate del Mal'': como lo contrario de la vo-
luntad es la fascinación y la fascinación es la ruina
de la voluntad, condenar moralmente la conducta
fascinada es quizá, durante un cierto tiempo, el úni-
92
LA LITERATURA Y EL MAL
co medio de liberar plenamente la voluntad. Las
religiones, las castas y recientemente el romanticis-
mo también concedían su importancia a la seduc-
ción, pero la seducción entonces obraba con
astucia, obtenía el asentimiento de una voluntad a
su vez a la astucia. De este modo la poesía, que se
dirige a la sensibilidad para seducirla, debía limitar
los objetos de seducción que proponía sólo a los
que la voluntad podía asumir (la voluntad cons-
ciente, que necesariamente plantea condiciones, que
exige la duración, la satisfacción). La poesía antigua
limita esa libertad que lleva aparejada la poesía.
Baudelaire abrió en la masa tumultuosa de estas
aguas la depresión de una poesía maldita que ya no
asumía nada y que sufría sin defensa una fascinación
incapaz de satisfacer, una fascinación que destruía.
De este modo la poesía se desprendía de las exigen-
cias que la venían desde fuera, las exigencias de la
voluntad, para responder a una sola exigencia ínti-
ma, que la vinculaba a lo que fascina, que hacía de
ella lo contrario de la voluntad. Hay algo más que la
elección de un individuo débil, en esta determina-
ción mayor de la poesía. No nos importa el que una
tendencia personal, que afecta a la responsabilidad,
pueda arrojar mayor o menor luz sobre las circuns-
93
GEORGE BATAILLE
tancias de la vida del poeta. El sentido que para no-
sotros tiene Las Flores del Mal, es decir, el sentido
de Baudelaire, es resultado de nuestro interés por la
poesía. Ignoraríamos todo lo referente a ese destino
individual, si no mediara el interés que pueden sus-
citar los poemas. Por eso no podemos hablar de él
sino en la medida en que le ilumina nuestro amor
por Las Flores del Mal (no aisladamente sino unidas
al conjunto en que se incluyen). Desde esta pers-
pectiva, la singular actitud del poeta hacia la moral
es la que explica la ruptura que realiza: la negación
del Bien en Baudelaire es, de modo fundamental,
una negación de la primacía del mañana: la afirma-
ción, mantenida simultáneamente, del Bien, partici-
pa de un sentimiento maduro (que a veces le guiaba
en su reflexión sobre el erotismo): le revelaba regu-
larmente y desgraciadamente (de una forma maldita)
la paradoja del instante - al que sólo alcanzamos
cuando le rehuimos, que desaparece si intentamos
apresarle. Es probable que la posición maldita -
humillante- de Baudelaire pueda ser superada. Pero
no hay en esa posible superación nada que justifique
el reposo. La desdicha humillante se puede encon-
trar bajo otras formas, menos pasivas, más reduci-
das, sin escapatoria, y tan duras - o tan insensatas -
94
LA LITERATURA Y EL MAL
que se diría que son en realidad una dicha salvaje.
La misma poesía de Baudelaire ha sido superada: la
contradicción entre un rechazo del Bien (de un va-
lor ordenado por la búsqueda de la duración) y la
creación de una obra duradera compromete a la
poesía en un camino de descomposición rápida, en
el que la poesía se concibe, cada vez más negativa-
mente, como un perfecto silencio de la voluntad.
95
GEORGE BATAILLE
MICHELET
Pocos hombres apostaron con más ingenuidad
que Michelet por unas cuantas ideas simples: para
él, el progreso de la Verdad y de la Justicia, y el re-
torno a las leyes de la Naturaleza, eran procesos in-
defectibles. Su obra es, en ese sentido, un hermoso
acto de fe. Pero aunque percibió mal los límites de
la razón, las pasiones que se oponen a ella - es la
paradoja que me sorprendes- encontraron en él, en
algún caso, a un cómplice. Yo no comprendo cómo
llegó a escribir un libro como La Sorciére (La Bruja)
(que sin duda obra de la suerte parece ser que algu-
nos dossiers no utilizados hasta entonces, reunidos
en el curso de algunos años, le decidieron a redac-
tarla)-. La Bruja convierte a su autor en uno de los
que con más humanidad han hablado del Mal.
96
LA LITERATURA Y EL MAL
A mi parecer se extraviaba. Pero los caminos
que siguió - al azar, guiado por una curiosidad "mal-
sana"- no dejan de llevar hacia nuestras verdades.
No hay duda de que esas caminos son los del Mal.
No del Mal que hacemos abusando de la fuerza a
costa da los débiles: sino de ese Mal, al contrario,
exigido por un deseo enloquecido de libertad, y que
va contra el propio interés. Michelet lo consideraba
como un rodeo que hubiera dado el Bien. Intentó
legitimarlo cuando le ere posible: la bruja era la víc-
tima y moría en el horror de las llamas. Era natural
invertir los valores de los teólogos. ¿No se hallaba el
Mal del lado del verdugo? La bruja encarnaba a la
humanidad sufriente, que los fuertes perseguían.
Estos puntos de vista, sin duda fundados en parte,
corrían el riesgo de impedir a priori al historiador
ver más allá. Pero su alegato oculta una intención
profunda. Lo que sensiblemente guiaba a Michelet
era el vértigo del Mal: era una especie de extravío.
El abismo del Mal atrae, independientemente de
las ventajas que se deriven de las malas acciones (al
menos de algunas de ellas, pero si se consideran en
su conjunto los caminos del Mal, ¡qué pocos llevan
al interés!).
97
GEORGE BATAILLE
Esta atracción que (con singular relieve se des-
prende del horror de los aquelarres, define quizá, en
su profundidad, la dificultad del problema moral.
Hablar de La Bruja (uno de los libros menos malos,
históricamente, sobre la maga en la sociedad cristia-
na - porque no hay ninguno que responda a las exi-
gencias de, la ciencia -, y, poéticamente, la obra
maestra de Michelet) me brinda la ocasión de plan-
tearme razonablemente el problema del Mal.
El SACRIFICIO
Los datos de este problema no son externos a
sus orígenes históricos, es decir, a la oposición del
maleficio y el sacrificio. Este enfrentamiento no es
en ninguna parte tan vivo como en el mundo cris-
tiano que lo iluminó con los fulgores de innumera-
bles hogueras. Pero aproximadamente viene a ser el
mismo en todos partes y en todas las épocas: es una
constante que afecta por una parte a la iniciativa
social, que confiere al sacrificio una dignidad, vin-
culada a las religiones y que afecta, por otra parte, a
la iniciativa particular, no social que subraya el sen-
tido poco recomendable del sacrificio, vinculado a
98
LA LITERATURA Y EL MAL
las prácticas de la magia. Esta constante responde
sin duda a alguna necesidad elemental, cuyo enun-
ciado deberla imponerse por su carácter evidente.
He ahí lo que habremos de demostrar.
Lo mismo que algunos insectos, en condiciones
determinadas, se dirigen juntos hacia un foco de luz,
nosotros nos dirigimos todos a la parte opuesta a
una región donde domina la muerte. El resorte de la
actividad humana es por lo general el deseo de al-
canzar el punto más alejado posible del terreno fú-
nebre (que se caracteriza por lo podrido, lo sucio, lo
impuro): por todas partes borramos las huellas, los
signos, los símbolos de la muerte, a costa de ince-
santes esfuerzos. Llegamos a borrar incluso, si es
posible, las huellas y los signos de esos esfuerzos.
Nuestro deseo de elevarnos no es más que un sín-
toma, entre cientos, de esa fuerza que nos dirige
hacia las antípodas de la muerte. El horror que ex-
perimentan los ricos ante los obreros, el pánico que
sienten los pequeños burgueses ante la idea de caer
en la condición obrera procede del hecho de que a
sus ojos los pobres están más cerca que ellos de la
guadaña de la muerte. Y a veces esos caminos tur-
bios de la suciedad, de la impotencia, del lodazal,
99
GEORGE BATAILLE
que se deslizan hacia la muerte son más aún objeto
de nuestra aversión que la misma muerte.
Esta inclinación angustiada actúa quizá todavía
más en nuestras afirmaciones de principios morales
que en nuestros reflejos. Nuestras afirmaciones son
veladas: palabras altisonantes confieren a una acei-
tada negativa un sentido positivo - vacío, evidente-
mente -, pero engalanado con el brillo de los valores
resplandecientes. Sólo sabemos dar el primer rango
al bien de todos - ganancia fácil y pan asegurado -,
fines legítimos y puramente negativos (se trata en
realidad de alejar a la muerte). En la escala de la sa-
biduría nuestras concepciones generales de la vida
son siempre reductibles al deseo de durar. Michelet,
en esto, no se diferencia de los más sabios.
Esta actitud y estos principios son inmutables.
Por lo menos, en tanto que existen siguen siendo y
deben seguir siendo la base. Pero no podríamos ad-
herirnos a ellos por completo. Incluso para buscar
el interés que ellos persiguen, es necesario contra-
venirlos en una cierta medida. A veces la vida nece-
sita no huir de las sombras de la muerte, sino por el
contrario dejarlas crecer en sí, hasta los límites del
desfallecimiento, hasta el fin de la misma muerte. El
constante retorno de elementos aborrecidos - con-
100
LA LITERATURA Y EL MAL
tra los que se dirigen los movimientos de la vida- se
da en las condiciones normales pero insuficiente-
mente. Por lo menos no es suficiente que las som-
bras de la muerte renazcan u pesar muestro:
debemos incluso atraerlas voluntariamente - de un
modo que responda con exactitud a nuestras nece-
sidades (me refiero a las sombras, no a la muerte
misma)-. Para ello nos sirven las artes que, en las
salas de espectáculos, tienen como efecto llevarnos
al más alto grado posible de angustia. Las artes - o
por lo menos algunas de ellas- evocan sin cesar ante
nosotros esos desórdenes, esos desgarramientos y
esas decadencias que toda nuestra actividad está en-
caminada a evitar. (Proposición que se verifica in-
cluso en el arte cómico)
Por muy poco peso que tengan, en última ins-
tancia, estos elementos que queremos eliminar de
nuestra vida, y que de nuevo nos traen las artes, no
dejan de ser signos de muerte: si reímos, si lloramos,
es por que, víctimas por un instante de un juego o
depositarios de un secreto, la muerte nos parece
libera. Pero esto no quiere decir que el horror que
nos inspira se haya hecho ajeno a nosotros: sino que
lo hemos superado por un instante. Indudable-
mente los impulsos vitales provocados de este mo-
101
GEORGE BATAILLE
do carecen de alcance práctico: no poseen la fuerza
convincente de aquellos que, al proceder de la aver-
sión, provocan el sentimiento del trabajo necesario.
Pero no por ello tienen menos valor. Lo que la risa
enseña es que al evitar con prudencia los elementos
de muerte, tendemos tan sólo a conservar la vida:
pero en cambio al penetrar en la región que la pru-
dencia nos aconseja evitar, la vivimos. Porque la
locura de la risa es sólo aparente. Al arder al con-
tacto con la muerte, al extraer de los signos que re-
presentan su vacío una reduplicación de la
conciencia del ser, y al introducir -violentamente- lo
que debía ser rechazado, nos saca durante un cierto
tiempo del callejón sin salida en el que encierran la
vida aquellos que no saben hacer más que conser-
varla.
Excediéndome un poco de la intención limitada
que tengo de plantear razonablemente el problema
del Mal, diré del ser que nosotros somos, que es, en
primer lugar, finito (individuo mortal). Sus límites le
son sin duda necesarios, pero no obstante él no
puede soportarlos. Transgrediendo esos límites ne-
cesarios para su conservación es como afirma su
esencia. El carácter finito de los únicos seres cono-
cidos sería contrario, admitámoslo, a otros caracte-
102
LA LITERATURA Y EL MAL
res del ser, si no estuviera paliado por una extrema
inestabilidad. Además no importa: me queda por
recordar que esas artes que mantienen en nosotros
la angustia y la superación de la angustia, son las
herederas de las religiones. Nuestras tragedias,
nuestras comedias son la prolongación de los anti-
guos sacrificios, cuya disposición responde con más
claridad a mis descripciones. Prácticamente, todos
los pueblos han atribuido la mayor importancia a
esas solemnes destrucciones de animales, de hom-
bres o de vegetales, que unas veces efectivamente
eran de gran valor, y que otras eran ficticiamente
tasados como si tuvieran gran valor. Estas destruc-
ciones, en su principio, eran consideradas crimina-
les, pero la comunidad tenía la obligación de
realizarlas. Los fines que se atribuían, abiertamente,
a los sacrificios eran muy diversos, y por tanto he-
mos de buscar por nosotros mismos, y remontán-
donos más allá, el origen de una práctica tan
general. La opinión más juiciosa consideraba al sa-
crificio como la institución que fundamentaba el
vínculo social (pero no aclaraba, también es cierto,
por qué razón una efusión de sangre, consolidaba el
vínculo social mejor que otros medios). Pero si ne-
cesitamos aproximarnos lo más cerca y con la ma-
103
GEORGE BATAILLE
yor frecuencia- al objeto mismo de nuestro horror,
si el hecho de introducir no la vida, dañándola lo
menos posible, la mayor cantidad posible de ele-
mentos que la contradigan, es lo que define a nues-
tra naturaleza, en ese caso la operación del sacrificio
no es ya esa conducta humana elemental, y sin em-
bargo, ininteligible, que era hasta este momento.
(Era inevitable que una costumbre tan eminente
"respondiera a alguna elemental necesidad cuyo
enunciado se impone por un carácter evidente".)
Claro está que la mayor cantidad posible, suele
ser poco, y que para reducir al mínimo los daños
solía recurrirse a muchos trucos. Dependió de la
fuerza relativa: el pueblo dispuesto a ello, llevaba las
cosas más lejos. Las hecatombes aztecas indican el
grado de horror n que se puede llegar. Los millares
de víctimas aztecas del Mal no eran sólo cautivos:
los altares estaban alimentados por las Guerras, y la
muerte en el combate asociaba expresamente a los
hombres de la tribu con la muerte ritual de los
otros. Incluso a veces, en determinadas fiestas,]os
mejicanos sacrificaban a sus propios hijos. El ca-
rácter de la operación, que pretende que alcance cl
más alto grado tolerable de horror, se resalta peno-
samente en este caso. Fue necesaria una ley, que
104
LA LITERATURA Y EL MAL
ordenara el castigo de los hombres que al ver a
aquellos niño; conducidos al templo, se apartaban
del cortejo. El límite, en último extremo, es el des-
fallecimiento.
La vida humana implica ese violento movi-
miento (de otro modo podríamos prescindir de las
artes).
El hecho de que los momentos de intensidad de
la vida sean necesarios para fundamentar el vínculo
social es de un interés secundario. El vinculo ha de
ser fundado y comprendemos fácilmente que lo
fuera mediante el sacrificio: porque los momentos
de intensidad son los momentos de exceso y de fu-
sión de los seres. Pero los seres humanos no fueron
llevados a su punto de fusión porque tenían que
formar las sociedades (como cuando nosotros fun-
dimos distintos pedazos de un metal para hacer con
ellos un solo pedazo nuevo). Cuando llegamos me-
diante la angustia o la superación de la angustia a
esos estados de fusión, de los que la risa o las lágri-
mas son casos particulares, respondemos, me pare-
ce, de acuerdo con los medios propios del hombre,
a la exigencia elemental de seres finitos.
105
GEORGE BATAILLE
EL MALEFICIO Y LA MISA NEGRA
Lejos de ser el origen del sacrificio, la institu-
ción del lazo social puede llegar incluso a disminuir
su valor. El sacrificio ocupa en la ciudad un rango
elevado, se relaciona con los deseos más porros,
más santos y al mismo tiempo más conservadores
(en el sentido de sostén de la vida y de las obras).
En realidad, lo que él funda, se aleja al máximo del
movimiento inicial que es su sentido. Pero en cam-
bio no ocurre lo mismo con el maleficio. Los auto-
res del sacrificio tenían conciencia del crimen que
en el fondo suponía la inmolación. Pero lo consu-
maban para obtener un bien. El Bien seguía siendo
el fin último del sacrificio. De este modo la opera-
ción quedaba viciada y como fallida. El maleficio,
evidentemente, no tiene como origen el fracaso del
sacrificio, pero no fracasa por las mismas razones.
Se consumaba para fines ajenos e incluso opuestos
al Bien (esto es lo que le diferencia del sacrificio, y
no, ningún otro carácter esencial). En estas condi-
ciones había pocas probabilidades de que se atenua-
se la transgresión sobre la que está fundado.
El sacrificio reduce, en lo posible, la intrusión
de elementos perturbadores: logra sus efectos por el
106
LA LITERATURA Y EL MAL
contraste obtenido al resaltar la pureza, la nobleza
de la víctima y del lugar. En cambio en el caso del
maleficio a posible insistir sobre el elemento negro.
Aunque no es esencial para la realización de la ma-
gia, ésta encuentra en él su campo de elección. La
brujería pasó a ser en la Edad Media exactamente el
reverso de una religión que se confundía con la mo-
ral. Sabemos poca cosa del aquelarre (sólo las in-
vestigaciones represivas nos informan al respecto, y
los acusados cansados de luchar, podían hacer con-
fesiones que responderían a las ideas de los inquisi-
dores) pero podemos admitir, con Michelet, que fue
la parodia del sacrificio cristiano: lo que se llamó la
misa negra. Aún cuando los relatos tradicionales
fueran en parte imaginados, respondían en alguna
medida a los datos reales: tenían por lo menos el
valor significativo de un mito o de un sueño. El es-
píritu humano, sometido a la moral cristiana, se vio
llevado a desarrollar nuevos enfrentamientos que se
habían hecho posibles. Todos los caminos que nos
permiten aproximarnos más al objeto de nuestro
horror, tienen su valor. De un informe eclesiástico,
Michelet saca la evocación turbadora de ese arre-
bato del espíritu que se acerca, tiembla y al que una
fatalidad lleva ante lo peor: "Unos -dice- no veían
107
GEORGE BATAILLE
allí más que el terror: otros parecían emocionados
ante el orgullo melancólico en que parecía sumido el
eterno Exiliado." Ese dios, del que los fieles "prefi-
rieron la espalda", que de algún modo no servia pa-
ra asegurar las obras comunes, responde a una
trayectoria decidida que va en el sentido de la no-
che. La imagen de la muerte infamante de Dios, la
más paradójica y la más rica, en la culminación de la
idea de sacrificio, es superada mediante esta inver-
sión. La situación especial de la magia, no limitada
por sentimiento alguno de responsabilidad ni de
medida, confiere a la misa negra el sentido de un
máximo de posibilidades.
Se subestima la grandeza de esos ritos de cuyo
sentido es una nostalgia de mancha. Tienen el ca-
rácter de parásitos: son las inversiones del tema
cristiano. Pero la inversión, que parte de una auda-
cia ya excesiva, viene a concluir un impulso cuya
finalidad es volver a encontrar lo que cl deseo da
perdurar nos obliga a evitar. El auge popular de los
aquelarres respondió quizá, a finales de la Edad
Media, al declinar de una Iglesia de la que viene a
ser, si se quiere, el resplandor moribundo. Las in-
numerables hogueras, los suplicios de toda clase que
la angustia de los sacerdotes opuso a este movi-
108
LA LITERATURA Y EL MAL
miento, subrayan ese sentido. A su carácter excep-
cional viene a añadirse el hecho de que los pueblos
han perdido desde entonces el poder de responder a
sus sueños por medio de ritos. Por eso el aquelarre
puede ser considerado como una última palabra. El
hombre mítico ha muerto, dejándonos ese último
mensaje - en resumidas cuentas, una risa negra.
A Michelet le corresponde el honor de haber
concedido a esas fiestas del sin-sentido el valor que
se les debe. Les restituyó el calor humano, que es
más el de los corazones que el da los cuerpos. No es
seguro que tenga razón cuando relaciona los aquela-
rres con las "grandes y terribles revueltas", con los
levantamientos campesinos de la Edad Media. Pero
los ritos de brujería son los ritos de los oprimidos.
Una religión de pueblo conquistado se ha converti-
do en muchos casos en la magia de las sociedades
formadas después de la conquista. Los ritos noctur-
nos de la Edad Media prolongan, sin duda, en cierto
sentido, los de la religión de los Antiguos (conser-
vando los aspectos sospechosos: Satán es en cierto
modo un Dionysos redivivus): son ritos de pagan¡,
de campesinos, de esclavos, de víctimas de un orden
establecido y de la autoridad de una religión domi-
nante. Nada resulta claro en este mundo subterrá-
109
GEORGE BATAILLE
neo: lo cual no es óbice para que consideremos con
respeto a Michelet, por haber hablado de él como
de nuestro mundo - el que anima el temblor de
nuestro corazón -, aquel en cuyo seno se encuentran
la esperanza y la desesperanza que son nuestro pa-
trimonio, esperanza y desesperanza en las que nos
reconocemos.
Las expresiones con que Michelet afirma la pre-
eminencia de las mujeres en estas obras malditas
son también un acierto. El capricho, la dulzura fe-
menina ilumina el imperio de las tinieblas; algo de la
bruja, como contrapartida, se une a la idea que nos
hemos hecho de la seducción. La exaltación de la
Mujer y del Amor que sustenta hoy nuestras rique-
zas morales, no se deriva sólo de las leyendas de
caballería, sino también del papel que desempeñó la
mujer en la magia: "Por cada brujo, diez mil bru-
jas..." y les esperaba la tortura, las tenazas, el fuego.
A Michelet le cupo el honor de haber sacado
ese mundo, tan cargado de sentido humano, del
oprobio en que se encontraba. La primera edición
de La Bruja, aparecía en el Imperio provocó un es-
cándalo y la policía la retiró de la venta. El libro
apareció en Bruselas editado por Lacroix el Verboe-
ckhoven (que pocos años después publicarían Los
110
LA LITERATURA Y EL MAL
Cautas de Maldoror, esa epopeya del Mal). La falla
de Michelet -¿pero no es esa por lo general la falla
de la inteligencia humana?- es, haber convertido a la
Bruja en la servidora dei Bien, al pretender sacarla
del oprobio. Quiso legitimarla atribuyéndole una
utilidad cuando, en realidad, lo auténtico de sus
obras la sitúa al margen.
EL BIEN, EL MAL, EL "VALOR" Y LA
VIDA DE MICHELET
Daré a continuación la conclusión de esta expo-
sición del problema del Mal.
Creo que se desprende de la forma en que he
presentado el tema. La humanidad persigue dos fi-
nes, uno de los cuales, negativo, es conservar la vida
(evitar la muerte) y el otro, positivo, es aumentar su
intensidad. Estos dos fines no son contradictorios.
Pero la intensidad jamás se ha aumentado sin peli-
gro; la intensidad deseada por la mayoría (o el cuer-
po social) está subordinada a la preocupación por
mantener la vida y sus obras, que posee una prima-
cía indiscutida. Pero cuando es buscada por las mi-
norías o por los individuos, puede ser buscada sin
111
GEORGE BATAILLE
esperanza, más allá del deseo de perdurar. La inten-
sidad varia según la mayor o menor libertad. Este
enfrentamiento de la intensidad y la perduración es
válido en conjunto y presenta a veces muchas coin-
cidencias (el ascetismo religioso; la búsqueda de fi-
nes individuales cuando se trata de la magia). La
consideración del Bien y del Mal debe ser reexami-
nada a partir de estos datos.
La intensidad puede ser definida como el valor
(es el único valor positivo), y la duración como el
Bien (es el fin general propuesto a la virtud). La no-
ción de intensidad no es reductible a la de placer,
porque, como hemos visto, la búsqueda de la inten-
sidad requiere que lleguemos hasta el malestar, hasta
los límites del desfallecimiento. Por tanto, lo que yo
llamo valor difiere a la vez del Bien y del placer. El
valor a veces coincide con el Bien y a veces no
coincide. Coincide a veces con el Mal: el valor se
sitúa más allá del Bien y del Mal, pero aparece bajo
dos formas opuestas, una vinculada al principio del
Bien, la otra al del Mal. El deseo del Bien limita el
impulso que nos lleva a buscar el valor. En cambio
la libertad hacia el Mal, abre un acceso a las formas
excesivas del valor. No obstante, estos datos no nos
permiten concluir que el auténtico valor se sitúa del
112
LA LITERATURA Y EL MAL
lado del Mal, El principio mismo del valor exige que
nosotros lleguemos "lo más lejos posible". A este
respecto, la asociación al principio del Bien mide "el
más lejos" del cuerpo social (el punto extremo, más
allá del cual la sociedad constituida no puede ir); la
asociación al principio del Mal mide el "más lejos"
que temporalmente alcanzan los individuos - o las
minorías; "más lejos" no puede llegar nadie.
Existe un tercer caso. Una minoría puede, en un
momento de su historia, superar la pura y simple
revuelta, y asumir poco a poco las obligaciones de
un cuerpo social. Este último caso hace posibles
ciertos desplazamientos de sentido.
Creo conveniente confesar aquí que Michelet se
mantuvo en el equívoco. En realidad, concedía al
mundo que presentaba algo más que un carácter de
rebeldía: ¡una preocupación mayor por asegurar el
porvenir, la pervivencia! De este modo limitaba las
libertades de las trayectorias que ordenaban el senti-
do del mundo. Digámoslo sin intención de rebajarle
(me gustaría, por el contrario, sugerir un senti-
miento de fuerza), la misma vida de Michelet res-
pondió a este equívoco. Es evidente que la angustia
le dirigía - incluso le extraviaba- mientras escribió
113
GEORGE BATAILLE
ese libro en el que arde una turbia pasión. En un
pasaje de su Diario (que no he podido leer, porque
todavía no es accesible, aunque sobre este punto he
obtenido de terceros, suficientes precisiones), dijo
que en el curso de su trabajo le faltaba de pronto la
inspiración: entonces salía de su casa y se dirigía a
un edículo que tenía un olor sofocante. Aspiraba
profundamente y después de "haberse aproximado
lo más carea que le era posible al objeto de su ho-
rror" retornaba a su trabajo. No puedo por menos
de recordar el rostro del autor, noble, demacrado,
su nariz de aletas estremecidas...
114
LA LITERATURA Y EL MAL
WILLIAM BLAKE
Si tuviera que dar los nombres de la literatura
inglesa que más me han conmovido, sin dudarlo
nombraría a John Ford, Emily Bronte y William
Blake. Estas clasificaciones tienen poco sentido,
pero esos tres nombres agrupados, tienen en este
caso poderes coincidentes. Salen nuevamente de la
penumbra, y una excesiva violencia anuncia en ellos
la pureza del Mal.
Ford dejó del amor criminal una imagen in-
comparable. Emily Bronte descubrió en la maldad
de un Heathcliff, hijo natural, la única respuesta cla-
ra a la exigencia que la consumía. Blake, en frases de
una simplicidad perentoria, supo reducir lo humano
a la poesía y la poesía al Mal.
115
GEORGE BATAILLE
LA VIDA Y LA OBRA DE WILLIAM BLAKE
La vida de William Blake fue quizá banal; orde-
nada y sin aventuras. Sorprende, sin embargo, por
su carácter de excepción absoluta: porque en una,
eran medida escapa a los límites comunes de la vida.
Sus contemporáneos no le ignoraron del todo: tuvo,
todavía vivo, una cierta notoriedad, pero de carácter
aparte. Wordsworth y Coleridge le apreciaron pero
indudablemente con alguna reserva (Coleridge, por
lo menos lamentaba la indecencia de sus escritos).
Por lo general se le mantenía apartado: "es un loco",
se decía. Cosa que se repitió incluso después de su
muerte. Sus obras (sus escritos, sus pinturas) tienen
un algo desequilibrado. Sorprenden por su indife-
rencia a las reglas comunes. Hay algo desorbitado,
algo insensible a la reprobación de los demás, que
eleva a lo sublime esos poemas y esas figuras de
color violento. Blake fue un visionario pero jamás
atribuyó valor real a sus visiones. No estaba loco.
Simplemente las consideraba humanas, vio en ellas
las creaciones del espíritu humano.
Curiosamente se ha dicho: "Muchos otros des-
cendieron tan lejos como él en el abismo del in-
consciente, pero no regresaron. Los asilos están
116
LA LITERATURA Y EL MAL
llenos de ellos porque la definición moderna de loco
designa al hombre al que anonadaron los símbolos
del inconsciente. Blake es el único que se aventuró
tan lejos como ellos y que, sin embargo, se mantuvo
saco de espíritu. Poetas puros que no tenían para
ligarse al mundo de lo alto, más cuerda que la poe-
sía, sucumbieron - por ejemplo Nietzsche, Hoelder-
lin". Lo que esta representación de la razón tiene de
razonable es quizá que, en ella, la poesía aparece
como algo contrario a la razón. Una conformidad
general de la vida de un poeta con la razón, iría en
contra de la autenticidad de la poesía. Por lo menos
le quitaría a la obra un carácter irreductible, una
violencia soberana, sin los cuales la poesía está mu-
tilada. El auténtico poeta está en el mundo como un
niño: puede lo mismo que Blake o que un niño, go-
zar de un innegable buen sentido, pero el gobierno
de los asuntos no podría confiársele. Eternamente,
el poeta en el mundo, es menor de edad: de ello re-
sulta ese desgarramiento, del que la vida y la obra de
Blake están hechas. Blake, no fue loco, pero se
mantuvo en las fronteras de la locura.
Su vida toda no tuvo más que un sentido: dio
prioridad a las visiones de su genio poético sobre la
realidad prosaica del mundo exterior. Esto sorpren-
117
GEORGE BATAILLE
de aún más por el hecho de que él pertenecía y ja-
más dejó de pertenecer a la clase pobre, en la cual es
difícil mantener esta preferencia: a veces, en el rico,
es una "postura" que no se mantiene ante la pérdida
de su fortuna. El pobre, en un sentido contrario, se
ve tentado a admitir como esencial la queja de los
miserables. William Blake nació en Londres en
1757. Era hijo de un modesto sombrerero (proba-
blemente irlandés). Recibió una instrucción rudi-
mentaria, pero gracias a los desvelos de su padre y a
sus propias dotes excepcionales (escribió a los doce
años notables poemas y manifestó una aptitud poco
común para el dibujo) consiguió entrar a los catorce
años en el taller de un grabador. Fue viviendo, entre
dificultades, gracias a este oficio, desconcertando a
los compradores con sus fantásticas composiciones.
Le sostuvo siempre el gran amor de su mujer Cathe-
rine Bouchez. Catherine Bouchez tenía el aire lán-
guido y alargado de sus figuras femeninas. Sabía
calmarle en sus accesos febriles. Le asistió durante
cuarenta y cinco años, hasta su muerte en 1827. Wi-
lliam tenla el convencimiento de su misión sobre-
natural, y su dignidad se imponía a los que le
rodeaban. Pero sus ideas políticas y morales escan-
dalizaban. Se cubría la cabeza con un bonete rojo,
118
LA LITERATURA Y EL MAL
en la época en que Londres consideraba a los Jaco-
binos franceses como sus peores enemigos. Hizo la
apología de la libertad sexual, y, según rumores, qui-
so imponer a su mujer la cohabitación con una
amante. En realidad, esta vida sin complicaciones,
transcurrió toda ella en un mundo interior, y las fi-
guras míticas que componían ese mundo eran la
negación de las realidades exteriores, de las leyes
morales, y de lo que éstas preconizan. A sus ojos, la
frágil figura de Catherine Bouchez adquiría sentido
en la medida en que se mezclaba con los ángeles de
sus visiones, pero a veces renegaba de las conven-
ciones que ella admitía y que la limitaban. Esto es,
por lo menos, lo verosímil. Tanto a sus amigos, co-
mo a los acontecimientos históricos de su tiempo,
los hacía entrar en una transfiguración, en la que se
reunían con los personajes divinos del pasado. Una
especie de poema que acompañaba a una carta al
escultor Flaxman (fechada en septiembre de 1800)
es buen ejemplo de ese deslizamiento de fuera a
dentro:
Cuando Flaxman se fue a Italia, escribe Blake,
[Fusel me fue concedido durante cierto tiempo.
Y ahora Flaxman me ha entregado a Hailey, su
119
GEORGE BATAILLE
[amigo y mío, tal es mi herencia aquí abajo.
Mi herencia en el cielo hela aquí. Milton me amó
[en mi infancia y me mostró su rostro.
Ezra vino hasta mí con Isaías el profeta, pero
[Shakespeare, cuando maduré, me cogió de la
[mano.
En los abismos del Infierno, un espantoso cam-
[bio amenazó a la Tierra.
La guerra comenzó en América, Todas sus horro-
[res siniestras pasaron ante mis ojos,
atravesando el Atlántico harta Francia. Entonces
[comenzó la Revolución francesa entre espesos
[nubarrones,
Y mis ángeles me dijeron que con tales visiones
[no podría subsistir, sobre la Tierra,
Más que si permanecía junto a Flaxman, que sabe
[perdonar los terrores nerviosos.
LA SOBERANIA DE LA POESÍA
Se ha intentado interpretar la "psicología" (o la
mitología) de William Blake incluyéndola en la cate-
goría de la "introversión" de C. J. Jung. Según Jung,
"la intuición introvertida percibe todos los procesos
120
LA LITERATURA Y EL MAL
que están en la conciencia en segundo plano, apro-
ximadamente, con la misma claridad que la sensa-
ción extravertida percibe los objetos exteriores. Por
tanto, para la intuición, las imágenes del incons-
ciente no tienen menor rango que las cosas o los
objetos. W. P. Witcutt trae, con razón, a colación la
expresión de Blake según la cual "las percepciones
del hombre no están limitadas por los órganos de la
percepción: el hombre percibe las cosas que no
pueden percibir los sentidos (por muy agudos que
éstos sean)". Pero el vocabulario de Jung encierra
una pequeña transposición: esa percepción no re-
ductible a los datos de los sentidos, no nos informa
solamente da aquello que se halla en nuestro interior
(de lo introvertido). Está el sentimiento poético. La
poesía no acepta los datos de los sentidos en su to-
tal desnudez, pero la poesía no siempre desprecia -
más bien, rara vez desprecia- el universo exterior.
Lo que rechaza son los límites precisos entre los
mismos objetos, pero admite su carácter exterior.
Niega y destruye la realidad inmediata, parque la
considera la pantalla que nos disimula el verdadero
rostro del mundo.
Pero no por ello deja de admitir la exterioridad
can relación al yo de los utensilios y de las paredes.
121
GEORGE BATAILLE
La enseñanza de Blake se basa, incluso, en el valor
en si - exterior al yo- de la poesía. "El genio poético,
dice un texto significativo' es el verdadero Hombre,
y el cuerpo, o la forma exterior del hombre deriva
del genio poético... Del mismo modo que todos los
hombres tienen la misma fuerza exterior, lo mismo
(y con la misma variedad infinita) se asemejan todos
por el genio poético... Las religiones de todas las
naciones se derivan de la recepción del genio poéti-
co propio de cada nación... Igual que todos los
hombres son semejantes (aunque infinitamente va-
riados), lo mismo sucede con todas las religiones; y,
como todo lo que a ellas se asemeja, tienen una
misma fuente: el hombre verdadero, es decir, el ge-
nio poético, es la fuente." Esta identidad del hom-
bre y de la poesía no tienen solamente el poder de
oponer la moral y la religión y hacer de la religión la
obra del hombre (no de Dios, no de la trascenden-
cia de la razón), sino que devuelve ala poesía el
mundo en que nos movemos. Este mundo, en
efecto, no se reduce a las cosas, que nos son al
mismo tiempo ajenas y vasallas. No es cl mundo
profano, prosaico y sin seducción, del trabajo (sólo
para los "introvertidos, que no ven en la exteriori-
dad la poesía, se reduce la verdad del mundo a la de
122
LA LITERATURA Y EL MAL
la cosa): la poesía que niega y destruye el límite de
las cosas es la única que tiene el poder de devolver-
nos a su ausencia de límite; el mundo, en una pala-
bra, se nos entrega, cuando la imagen que tenemos
de él es sagrada, porque todo lo que es sagrado es
poético, todo lo que es poético es sagrado.
Porque la religión no es más que un efecto del
genio político. No hay nada en la religión que no
esté en la poesía, no existe nada que no una al poeta
con la humanidad, a la humanidad con el universo.
Ordinariamente, un carácter formal, fijo, subordi-
nado a las comodidades de un grupo (y de este mo-
do a las necesidades utilitarias o profanas" de la
moral) aleja el rostro de la religión de su verdad
poética; del mismo modo, la poesía es formalmente
abandonada a la impotencia de seres serviles. La
misma dificultad se vuelve a encontrar en cualquier
otro asunto: toda verdad general tiene siempre la
apariencia de una falsedad particular. No existe reli-
gión o poesía que no mientan. No hay religión, ni
poesía que no sea a veces reductibles al desconoci-
miento que de ellas tendrá la muchedumbre de fue-
ra: fin embargo, la religión y la poesía no dejan
nunca de arrojarnos apasionadamente fuera de no-
sotras mismos, en grandes arrebatos, en los que la
123
GEORGE BATAILLE
muerte no es ya lo contrario de la vida. Precisa-
mente la pobreza de la poesía o de la religión de-
pende de la medida en que el introvertido las reduce
a la obsesión de sus sentimientos personales. La
virtud de Blake fue despojar a una y otra de su ca-
rácter individual y devolverles esa claridad en la cual
la religión tiene libertad de la poesía y la poesía el
poder soberano de la religión.
LA MITOLOGIA DE BLAKE,
INTERPRETADA POR EL PSICOANÁLISIS
DE JUNG
Blake no fue un verdadero introvertido, o su
pretendida introversión en realidad no tenía más
que un sentido: afectaba a la singularidad, a la elec-
ción arbitraria de los mitos que elaboró. ¿Qué signi-
fican para cualquier otro que no sea él las figuras
divinas de su universo que se entregan, en largos
poemas, a inagotables combates?
La mitología de Blake plantea, por lo general, el
problema de la poesía. Cuando la poesía expresa los
mitos que la tradición le propone, no es autónoma,
no posee en sí misma la soberanía. Sirve para ilus-
124
LA LITERATURA Y EL MAL
trar humildemente la leyenda, cuya forma y cuyo
sentido existen sin ella. Si es la obra autónoma de
un visionario, define apariciones furtivas que no
poseen la fuerza de convencer y sólo tienen verda-
dero sentido para el poeta. De este modo la poesía
autónoma, aunque aparentemente sea creadora de
mito, no es en última instancia más que una ausen-
cia de mito. De hecho, el mundo en que nosotros
vivimos no engendra ya mitos nuevos, y los mitos
que la poesía parece fundar, si no son objetos de fe,
sólo muestran al final el vacío: hablar de Enithar-
mon no revela la verdad de Enitharmon, e incluso
es confesar la ausencia de Enitharmon en ese mun-
do al que vanamente le reclama la poesía. La para-
doja de Blake es haber vinculado la esencia de la
religión con la de la poesía, pero al mismo tiempo
haber revelado, por impotencia, que la poesía en sí
misma no puede a la vez ser libre y tener el valor
supremo. Es decir, que en realidad no puede ser al
mismo tiempo poesía y religión. Lo que designa es
la ausencia de la religión que ella debería ser. Es
religión igual que el recuerdo de un ser amado, que
despierta a ese imposible que es la ausencia. Es so-
berana, desde luego, pero como lo es el deseo, no
como la posesión del objeto. La poesía tiene razón
125
GEORGE BATAILLE
al afirmar la extensión de su imperio, pero nosotros
no somos admitidos a contemplar esa extensión sin
saber inmediatamente que se trata de un señuelo
inalcanzable; eso no es el imperio, sino más bien la
impotencia de la poesía.
Y es que en el origen de la poesía las cadenas
caen y sólo queda la libertad impotente. Hablando
de Milton, Blake decía que era "como todos los
poetas, del partido del demonio, sin saberlo". La
religión que tiene la pureza de la poesía, la religión
que tiene la exigencia de la poesía, no puede tener
más poder que el diablo que es la pura esencia de la
poesía: aunque lo quiera, la poesía no puede edifi-
car; destruye, sólo es verdad cuando se rebela. El
pecado y la condenación inspiraban a Milton; el pa-
raíso, en cambio, le retiraba el impulso poético. Del
mismo modo, la poesía de Blake se debilitaba lejos
de lo "imposible". Sus inmensos poemas en los que
se agitan fantasmas inexistentes no enriquecen el
espíritu, sino que lo vacían y le decepcionan.
Le decepcionan y están hechos para decepcio-
narle, al estar hechos de la negación de su exigencia
común. Las visiones de Blake eran, en el movi-
miento de la creación, soberanas: los caprichos de la
imaginación sin reglas se negaban a responder a las
126
LA LITERATURA Y EL MAL
cuentas del interés. No es que Urizen o Luvah no
tengan sentido. Luvah es la divinidad de la pasión,
Urizen de la razón. Pero esas figuras míticas no co-
braron su ser par desarrollo lógico de su primer
sentido. De ahí que sea vano seguirlas de cerca. El
estudio metódico de esas figuras tiene quizá el po-
der de entregarnos en detalle "la psicología de Bla-
ke": pero empieza por hacer que perdamos de vista
el rasgo que la marca con más seguridad: el arrebato
que le anima no es reductible a la expresión de enti-
dades lógicas; es el capricho mismo y la lógica de las
entidades le deja indiferente. Es inútil intentar redu-
cir la invención de Blake a proposiciones inteligi-
bles, a medidas comunes. W. P. Witcutt escribe:
"Los cuatro Zoas de Blake no son algo sólo suyo.
Constituyen un tema que corre a lo largo de toda la
literatura, pero Blake es el único que los presenta
como si estuvieran primitivamente en el estado mi-
tológico". Es verdad que el mismo Blake dio el sen-
tido de tres de estas criaturas de sueño: Unrizen,
que es a la vez, por la forma, "horizonte" y "razón",
es el Príncipe de la Luz: es Dios, "el terrible des-
tructor y no el Salvador". Luvah, cuyo nombre, cer-
cano a Love, evoca el amor, es como el Eros de los
griegos, un niño de fuego; es la expresión viva de la
127
GEORGE BATAILLE
pasión: "Su nariz exhala una llama ardiente, los bu-
cles de sus cabellos son como un bosque de bestias
salvajes, en donde brilla la mirada furiosa del león,
en donde rabia el aullido del lobo y del tigre y el
águila oculta al aguilucho en el muro rocoso del
abismo. Su seno se abre como un cielo estrellado..."
Las, el espíritu de la Profecía---, esa Luvah lo que
Apolo es a Dionisos y expresa con bastante claridad
las potencias de la imaginación. Sólo el sentido del
cuarto, Tharmas, no está dado explícitamente, pero
W. P. Wicutt no duda en considerarle el elemento
que completa las tres funciones de la inteligencia, el
sentimiento y la intuición y ve en él la sensación.
Blake, en efecto, dice de los cuatro Zoas que son
"los cuatro sentidos eternos del hombre": en cada
uno de nosotros ve cuatro potencias (four Migthy
Ones). De hecho, esas funciones que cita W. P. Wi-
cutt son las de la psicología de C. J. Jung: sedan
fundamentales y no sólo podríamos encontrarlas en
el pensamiento de san Agustín, sino también en la
mitología de los egipcios e incluso... ¡en Los Tres
Mosqueteros (que son cuatro) o en Los cuatro jus-
tos, de Edgard WaIlace! Estos comentarios son
menos locos de lo que parecen, y justamente porque
son razonados - e incluso razonables- se sitúan al
128
LA LITERATURA Y EL MAL
margen, aquende la emoción informe que Blake in-
tentó traducir. Esta emoción no se capta más que
en el exceso, gracias al cual traspasa los límites y no
depende de nada.
La epopeya mitológica de William Blake, su
aguda visión, su necesidad y su profusión, sus des-
garramientos, sus creaciones de mundos, sus com-
bates entre divinidades soberanas o rebeldes,
parecen propuestos, desde el primer momento, al
psicoanálisis. Es fácil ver con ellos la autoridad y la
razón del Padre, la tumultuosa revuelta del hijo. Es
natural buscar también el esfuerzo que tiende a la
superación de los contrarios, la voluntad de apaci-
guamiento que da un sentido final al desorden de la
guerra. Pero a partir del psicoanálisis - tanto del de
Freud como del de Jung -, ¿qué nos exponemos a
encontrar, a no ser los datos del propio psicoanáli-
sis? Por eso la tentativa de aclarar a Blake ala luz de
Jung nos enseña más sobre la teoría de Jung que
sobre las intenciones de Blake. Sería vano discutir el
detalle de las explicaciones aportadas. Incluso la te-
sis general no parece mal fundada. Indudablemente,
de lo que se trata en los grandes poemas simbólicos
es de la lucha de las divinidades que encarnan las
funciones del alma; y, tras la lucha, del instante apa-
129
GEORGE BATAILLE
cible en el cual cada una de las divinidades desga-
rrada volverá a encontrar, en la jerarquía de las fun-
ciones, el lugar que el destino la ha asignado. Pero
una verdad de este tipo, de sentido impreciso, indu-
ce a la desconfianza: a mi modo de ver, el análisis
introduce así una obra insólita en un marco que la
anula, y sustituye el espíritu despierto por una pesa-
dez adormilada. La respuesta, segura y sosegada es,
una vez más, la armonía a la que es indudable que
Blake llegó; pero llegó desgarrado, mientras que pa-
ra Jung o para W. P. Wicutt, la armonía - el término
- del viaje tiene más sentido que el agitado trayecto.
Este reducir a Blake a la representación del
mundo propia de Jung es sostenible, pero deja insa-
tisfecho. Por el contrario, la lectura de Blake abría la
esperanza de un mundo irreductible a esos marcos
cerrados, donde, desde el principio, todo está ya
ventilado, donde no subsiste ni búsqueda ni agita-
ción, ni despertar, donde nos vemos obligados a
seguir el camino, dormir y mezclar nuestro aliento al
universal ruido de reloj del sueño.
130
LA LITERATURA Y EL MAL
LA LUZ VERTIDA SOBRE EL MAL: "LAS
BODAS DEL CIELO Y EL INFIERNO"
La incoherencia de sueño de los escritos visio-
narios da Blake no opone nada ala claridad que el
psicoanálisis en definitiva pretende introducir. Pero
no por ello debe ser menos su incoherencia resalta-
da. Madeleine L. Cazamian escribe: "A lo largo de
esos relatos exuberantes y complicados, los mismos
personajes mueren, resucitan y nacen en varias oca-
siones, en circunstancias diferentes. Los y Enithar-
mon son los hijos de Tharmas y de su emanación,
Eon, y Urizen es su hijo; en otros pasajes es engen-
drado por Vota; ya no se le atribuye, pues, la crea-
ción del mundo, sino sólo su organización, de
acuerdo con las leyes de la razón en su Jerusalem
será obra de Elohim, otro de los Eternos; o bien
emanará entera del "Hombre universal". En Los
cuatro Zoas, Urizen se llama Urthona y se convierte
en el espectro de Los; en otro poema (Milton), en el
que desempeña el mismo papel, aparece como
idéntico a Satán. Es el monstruo tenebroso de la
luz; además del Norte, pleno de sombras y de escar-
cha, le corresponden otros puntos cardinales, según
el propósito simbólico a que se incorpora. En reali-
131
GEORGE BATAILLE
dad era, y lo sigue siendo generalmente, el Jehová
de la Biblia, el creador celoso de la religión mosaica,
el fundador de la ley pero, he aquí, que Jehová en
Jerusalem es invocado como el Dios del perdón,
cuando es gracia especial que aporta a todas partes
"el cordero" o el Cristo. En otros pasajes, cuando
Blake personifica la visión imaginativa la llama: Je-
hová - Elohim -. Es imposible intentar un esfuerzo
de interpretación completa. Parece que el poeta vive
en una pesadilla o en un deslumbramiento...".
El caos puede ser el camino de un posible que
puede definirse, pero si recurrimos a las obras de
juventud, nos damos cuenta de que sólo se esclare-
cen en el sentido de un impasible - en el sentido de
una violencia poética y no de un orden calculado. El
caos de un espíritu no puede ser respuesta a la pro-
videncia del universo, sino despertar en la noche,
donde lo único que responde es la poesía ansiosa y
desenfrenada.
En la vida y en la obra de Blake sorprende su
presencia en todo lo que el mundo propone. Un
poco en contra de la hipótesis según la cual Blake
personifica el tipo del introvertido de Jung, puede
afirmarse que no existe nada seductor, sencillo o
feliz que él no haya invocado: las canciones, la risa
132
LA LITERATURA Y EL MAL
de la infancia, los juegos sensuales, el calor y la bo-
rrachera de las tabernas. Nada había que le irritara
tanto como la ley moral opuesta al goce:
Pero si nos dieran cerveza en la iglesia
Y una alegría llameante para iluminar nuestros
[corazones..."
Ingenuidad que revela al joven poeta abierto sin
cálculo a la vida. Toda su obra, cargada de horror,
comenzó en la alegría de los "caramillos" (en el
momento en que Blake escribió esos "cantos felices
que los niños no pueden escuchar sin sentir ale-
gría").
Esta alegría anuncia un matrimonio, el más sin-
gular que anunciaron jamás los "caramillos".
La audacia juvenil llevaba al poeta a superar to-
dos los contrarios: el matrimonio que quiso celebrar
era el del Cielo y el Infierno.
Debemos prestar atención a las frases singulares
de William Blake. Estas frases están cargadas de
sentido: describen el acuerdo, al fin, del hombre con
su propio desgarramiento, y por último su acuerdo
con la muerte, con el movimiento que le precipita a
olla. Son mucho más que simples frases poéticas.
133
GEORGE BATAILLE
Reflejan, con una exactitud suficiente, un retorno
sin escapatoria para la totalidad del destino humano.
Blake expresada más tarde su agitación de una ma-
nera desvariante y desordenada, pero se encuentra
en la culminación del desorden que le posee: y des-
de esa altura percibe, en su integridad y en su vio-
lencia, el alcance del impulso que, al tiempo que nos
precipita hacia lo peor, nos eleva hacia lo glorioso.
Blake no fue en modo alguno un filósofo, pero
pronunció lo esencial con un vigor e incluso con
una precisión que puede envidiarle la filosofía.
"Nada avanza sino es mediante los Contrarios.
La Atracción y la Repulsión, la Razón y la Energía,
el Amor y el Odio, son necesarios para la existencia
humana.
De esos contrarios nace lo que las Religiones
llaman el Bien y el Mal. El bien es lo pasivo subor-
dinado a la razón. El Mal es lo activo que nace de la
Energía.
El Bien es el Cielo. El Mal es el Infierno...
Dios atormentará al hombre durante toda la
Eternidad porque está sometido a su Energía...
La Energía es la única, y es del Cuerpo, y la Ra-
zón es el límite o circunferencia que envuelve a la
Energía.
134
LA LITERATURA Y EL MAL
La Energía es Delicia eterna" .
Esta es la forma singular que adquieren hacia
1793 esas célebres Bodas del Cielo y el Infierno que
proponía al hombre, no que acabara con el horror
del Mal, sino que sustituyera la mirada huidiza por
una visión lúcida. En esas condiciones no quedaba
ninguna posibilidad de reposo. La Delicia eterna es
al mismo tiempo la Eterna vigilia: quizá sea el In-
fierno, que el Cielo sólo supo - en vano- rechazar.
La piedra de toque en la vida de Blake es la ale-
gría de los sentidos. Opone la sensualidad al prima-
do de la razón. Condena la ley moral en nombre de
la sensualidad, Escribe: "Lo mismo que la oruga
elige las hojas más hermosas para en ellas depositar
sus huevos, el sacerdote deposita su maldición so-
bre las más hermosas alegrías". Su obra propugna
resueltamente la felicidad sensual, la plenitud exube-
rante de los cuerpos. "La lujuria del macho cabrío,
dice, es la bondad de Dios", o más adelante: "La
desnudez de la mujer es la obra de Dios" ". Sin em-
bargo, la sensualidad de William Blake es diferente
de esa escapatoria que niega la sensualidad real, y no
quiere ver en ella más que salud. La sensualidad está
del lado de la Energía, que es el Mal, y que le con-
fiere, en realidad, su significación profunda. Si la
135
GEORGE BATAILLE
desnudez es la obra de Dios - si la lujuria del macho
cabrío es su bondad- esa es la verdad que anuncia la
sabiduría del Infierno. Escribe:
En una esposa, desearía
Lo que siempre se encuentra entre las rutas
Las facciones del Deseo saciado.
En otro lugar expresa precisamente el brote de
la energía - la violencia- que el Mal era a sus ojos. El
poema siguiente puede ser el relato de un sueño:
Yo vi una capilla toda ella de oro
Donde ninguna osaba entrar,
Y afuera una multitud aguardaba llorando,
llorando, de luto y aclarando.
Vi una serpiente elevarse entre
los pilares blancos del pórtico
Y forzó, forzó y forzó,
hasta arrancar las bisagras de oro
Y sobre las dulces losas
incrustadas de perlas y rubíes brillantes
se estiró con toda su largura viscosa
136
LA LITERATURA Y EL MAL
hasta llegar encima del ara blanca
Vomitando su veneno
Sobre el pan y el vino.
Y entonces entré en una pocilga
y me tumbé entre los cerdos.
Blake tuvo seguramente conciencia de la signifi-
cación de este poema. La capilla de oro es sin duda
la del "Jardín de amor" de los "Cantos de Experien-
cia", en cuyo frontón está escrito: "No debes".
Por encima de la sensualidad y de un senti-
miento de horror que a ella está asociado, su espí-
ritu se abría a la verdad del Mal.
Lo ha representado bajo la imagen del Tigre, en
versos que han pasado a ser clásicos. Algunas frases
son lo contrario de una escapatoria. Nunca ojos más
abiertos miraban fijamente al sol de la crueldad:
Tigre, Tigre, ardiente y centelleante
En los bosques de la noche
¿Qué mano, qué miradas inmortales
supieron formar tu terrible, simetría?
¿Dónde está el martillo? ¿No la cadena?
137
GEORGE BATAILLE
¿De qué brasas salió tu cerebro?
¿Sobre qué yunque?, ¿Y qué golpes terribles
Osaron soldar sus terrores mortales?
Cuando las estrellas han arrojado sus lanzas
y regado los cielos con sus lagrimas,
¿Sonrió al contemplar su obra?
Aquel que hizo al Cordero, ate hizo también a ti?.
En la fijeza de la mirada de Blake adivino tanta
resolución como miedo. Por otra parte, me parece
difícil llegar más profundamente que en esta repre-
sentación del Mal al abismo que el hombre es para
sí mismo:
La Crueldad tiene un Corazón Humano,
Y la Envidia un Rostro Humano
Y el Terror la Divina Forma Humana
y el Misterio el Ropaje del Hambre.
El Ropaje del Hombre es el Hierro que se forja
La Forma Humana, un Forja de llamas,
El Rostro Humano, un Horno precintado
El Corazón Humano, su Garganta hambrienta.
138
LA LITERATURA Y EL MAL
BLAKE Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Tales excesos no nos revelan el misterio al que
van unidos. Nadie podría elucidarlo. No conocemos
con exactitud los sentimientos que bajo él se escon-
den. Quedamos abandonados a la contradicción
insoluble. El sentido del Mal afirmado, es afirma-
ción de la libertad, pero la libertad del Mal es tam-
bién negación de la libertad. Esta contradicción nos
sobrepasa, ¿por qué no había de sobrepasar también
a William Blake? Rebelde, Blake llamaba a la Revo-
lución, el poder del pueblo. Sin embargo, enaltecía
el desencadenamiento ciego de la fuerza (en ese ca-
so el elemento ciego le parecía que respondía al ex-
ceso de lo divino). Los "Proverbios del Infierno"
dicen: "La Cólera del León es la Sabiduría de Dios."
Y: "El rugido de los leones, el aullido de los lobos,
el furor del mar encrespado, son partes de la eterni-
dad, excesivamente grandes para el ojo del hom-
bre".
"El rugido de los leones" despierta el sentido de
lo imposible: nadie puede darle un sentido que el
espíritu humano capte. Ante lo que es, no podemos
hacer más que despertarnos, sin esperanza - una vez
139
GEORGE BATAILLE
despiertos - de poder descansar. Desde ese mo-
mento no sólo deja de importar ya la complicación
de las epopeyas, sino que al esforzarnos por salir de
ellas, pasamos, de la vigilia de la complicación de las
epopeyas, al sueño de la explicación lógica. Lo que a
Blake le importa (lo "excesivamente grande para el
ojo del hombre", pero ¿qué significa Dios en el es-
píritu de Blake, sino despertar al sentimiento de lo
imposible?), Lo que realmente le importa es preci-
samente lo que elimina la reducción a la común me-
dida de lo posible. Si se quiere, no supone nada
hablar del león, del lobo, o del tigre, pero estas bes-
tias salvajes en las que Blake veía "partes de la eter-
nidad", proclaman lo que despierta, lo que el
movimiento adormecedor del lenguaje sustrae (lo
que sustituye lo insoluble por una apariencia. de
solución y la verdad violenta por una pantalla que la
disimula). En resumen, el comentario que no se li-
mite a decir que el comentario es inútil e imposible,
apartará de la verdad incluso en el momento en que
más se aproxima a ella: es que interpone la pantalla
que, al menos, tamiza la luz. (Lo que acabo de decir
es un obstáculo más, que habrá que salvar si se
quiere ver).
140
LA LITERATURA Y EL MAL
Los poemas publicados por Blake en 1794, co-
mo "El Tigre", expresan su relación ante el Terror.
"Una imagen Divina" fue grabado al tiempo que
rodaban cabezas. Ese pasaje de Europa, que tiene la
misma fecha, es más directamente una evocación
del Terror. La divinidad de la pasión (que, bajo el
nombre de Ore, se confunde con Luvah, y que en-
carna las revoluciones) es evocada al final en el de-
sencadenamiento de las llamas:
... los rayos de su furia aparecen en los viñedos
[de la roja Francia.
¡El sol brilla con el esplendor del fuego!
¡Los terrores furiosos se alzan por todas partes,
Llevadas por la violencia de las carretas de oro,
[cuyas ruedas rojas gotean sangre!
¡Los leones azotan el aire con sus colas airadas!
Los tigres se tienden sobre la presa y lamen la
[marea bermeja...
Nada puede sacarse de ese vértigo de muerte y
de eses hallazgos luminosos que un lenguaje no
poético no sobra expresar. El razonamiento como
mucho dispone de tópicos. Incluso a la misma poe-
sía se le escapa lo más malo: sólo la depresión ner-
141
GEORGE BATAILLE
viosa tiene el poder de alcanzarlo. No obstante la
poesía - la visión poética - no está sometida a la re-
ducción común. Además la idea revolucionaria
contraponía en Blake el amor al odio, la Libertad al
Derecho y al Deber: no le prestó los rasgos de Uri-
zen, símbolo de la Razón y de la Autoridad, expre-
sión de la ausencia del amor. Esto no conduce a
ninguna actitud coherente, pero preserva cl desor-
den poético. Si la Revolución actúa de acuerdo con
le Razón, se aleja de este desorden, pero a la vez
aleja de sí esa ingenuidad incongruente, provocado-
ra, significativa de un tumulto de contrarios, que
anuncia el personaje de Blake.
Nada puede impedir que en el momento en que
la historia organiza a la humanidad, tales disturbios,
a pesar de su significación infinita no Tengan más
alcance que el de un resplandor furtivo externo a los
movimientos reales. Pero este resplandor, a través
de ingenuas contradicciones, reconcilia un instante a
esos movimientos con la profundidad de todos los
tiempos. No respondería a nada, más allá del pre-
sente opaco, si, al no ser revolucionario, no tuviera
la brusquedad del relámpago, pero no podría enca-
denarse en ese rigor que es característico de una
revolución que cambia el mundo. Una reserva de
142
LA LITERATURA Y EL MAL
este tipo, necesaria, ¿suprimiría el sentido de en yo
he hablado? Desde luego es futuro, pero si es el
sentido de Blake, es entonces el del hombre que
rechaza los límites que se le imponen. A través del
tiempo, ¿ no podría el ser humano volver a encon-
trar, con la rapidez de un relámpago, un movi-
miento de libertad que supere la desdicha? William
Blake, que es - en medio de un mundo disertador,
donde la lógica reduce cada cosa a la ordenación- el
único que habla en el lenguaje de la Biblia o los Ve-
das, devuelve por un instante la vida a la energía
originaria: de este modo la verdad del Mal, que es,
esencial, rechazo de la actitud servil, es su verdad.
Es uno de nosotros, cantando en la taberna y riendo
con los niños; jamás es el "triste sector", lleno de
moralidad y de razón, que, sin que, sin energía, se
reserva, es avaro, y, lentamente, cede a la tristeza de
la lógica.
El hombre de la moralidad condena la energía
que le falta. Es indudable que la humanidad tenía
que pasar por él. ¿De dónde habría sacado la viabi-
lidad si no hubiera denunciado un exceso de energía
que la perturba? ; en otros términos: si el número de
aquellos que poseen poca energía no hubiera hecho
entrar en razón a aquellos que poseen demasiada.
143
GEORGE BATAILLE
Pero la necesidad de entrar en cintura obliga al fin a
volver a la ingenuidad. La maravillosa indiferencia y
lo que tiene de infantil William Blake, ese sentirse a
sus anchas en Lo imposible, la angustia dejando in-
tacta la audacia, todo en él es, en fin, expresión de
edades más primitivas, todo marca el retorno a la
simplicidad perdida. Incluso su cristianismo para-
dójico: es el único que captó en ambos extremos
con las dos manos, a la rueda de todos los tiempos.
Todo se cerraba en él ante la necesidad que exige la
actividad laboriosa de la fábrica. No podía respon-
der al rostro frío que anima el placer de la disciplina.
Este sabio, cuya sabiduría estuvo cercana a la locu-
ra, al que no desalentaron los trabajos de los que
dependió su libertad, no tenla el retraimiento de los
que "comprenden", se pliegan y renuncian a vencer.
Su energía rechazó las concesiones al espíritu del
trabajo. Sus escritos tienen una turbulencia de fiesta,
que confiere a los sentimientos que expresaba el
sentido de la risa y de una libertad desencadenadas.
El horror de sus poemas mitológicos está en ellos
para liberas, no para aplastar: se abre al gran movi-
miento del universo. Apela a la energía, jamás a la
depresión.
144
LA LITERATURA Y EL MAL
Dio la fiel imagen de esta libertad incongruente,
animada con la energía de todas las edades, en ese
poema incomparable (que dedica a Klopstock - al
que despreciaba- y en el cual habla de sí mismo en
tercera persona):
Cuando Klopstock retó a Inglaterra
William Blake se irguió en su orgullo;
Porque el viejo Nobodaddy en lo alto
Se tiró un pedo, eructó y tosió;
Después soltó un gran taco que hizo temblar
[la tierra,
Y reclamó al inglés Blake a grandes gritos.
Blake estaba haciendo sus necesidades
En Lambeth bajo los álamos.
Entonces se levantó de su asiento
Y dio tres veces tres vueltas sobre sí mismo.
Al ver esto, la luna se puso carmesí,
Las estrellas tiraran sus copas y huyeron...
145
GEORGE BATAILLE
SADE
En medio de toda esa ruidosa epopeya imperial se ve
flamear esa cabeza aterradora, ese pecho enorme surcado de
relámpagos, el hombre- falo, perfil augusto y cínico, gesto de
titán terrible y sublime; en esas páginas malditas se siente
circular como un escalofrío de infinito, se siente vibrar sobre
esos labios quemados, coma un soplo de ideal tormentoso.
Aproximaos y oiréis palpitar en esa carroña cenagosa y san-
grante arterias del alma universal, venas hinchadas de sangre
divina. Esta cloaca está amasada con azul de cielo; hay en
esas letrinas algo de Dios. Cerrad los oídos al choque de las
bayonetas, al gañido de los cañones; apartad la vista de esa
marea oscilante de batallas perdidas o ganadas; entonces ve-
réis destacarse de esa sombra un fantasma inmenso, deslum-
brante, inexpresable; veréis pender por encima de toda una
época sembrada de astros el rastro enorme y siniestro del
marqués de Sade.
146
LA LITERATURA Y EL MAL
Swinburne
¿Por qué los tiempos revolucionarios habrían de
dar esplendor a las artes y a las letras? EL desenca-
denamiento de la violencia armada va mal con la
preocupación por enriquecer un dominio cuyo gozo
solamente lo asegura la paz. Los periódicos se en-
cargan entonces de dar un rostro al destino del
hombre: la misma ciudad, no los héroes de las tra-
gedias y de las novelas, es la que proporciona en-
tonces al espíritu ese temblor que ordinariamente
nos proporcionan los personajes imaginarios. La
visión inmediata de la vida resulta pobre si se com-
para con la que elaboran la reflexión y el arte de la
historia. Pero aunque ocurre lo mismo con el amor,
que encuentra su verdad inteligible en la memoria
(hasta el punto de que la mayor parte de los amores
de los héroes míticos tienen para nosotros más ver-
dad que los nuestros propios) ¿seríamos acaso capa-
ces de decir que los momentos de pasión encendida,
incluso cuando la poca vigilia de nuestra conciencia
nos los vela, no nos absorben por completo? Del
mismo modo, el tiempo de la revuelta es en princi-
pio desfavorable a la eclosión de las letras. A prime-
ra vista, la Revolución marca en la literatura
147
GEORGE BATAILLE
francesa una época pobre. Se propone una impor-
tante excepción, pero afecta a un desconocido (que
tuvo en vida una cierta fama, pero mala fama). Por
lo demás, el caso excepcional de Sade no contradice
una opinión que más bien confirmaría él mismo.
Hay que decir en primer lugar que el reconoci-
miento del genio, del valor significativo y de la be-
lleza literaria de las obras de Sade es reciente: los
escritos de Jean Paulhan, Pierre Klossowski y Mau-
rice Blanchot, le han consagrado: es cierto que hasta
ese momento no se había hecho una manifestación
clara, sin insistencia, que se desprendiera por sí
misma, de una opinión ya bastante extendida - sus-
citada por algunos homenajes clamorosos- y que se
ha impuesto lenta pero seguramente.
SADE Y LA TOMA DE LA BASTILLA
Lo que hay que decir en segundo lugar es que la
vida y la obra de Sade van ligadas a los aconteci-
mientos, pero de forma extraña. El sentido de la
revolución no está dado en las obras de Sade; en
ninguna medida son reductibles sus ideas a la revo-
lución. Si se unen a ella es más bien como los ele-
148
LA LITERATURA Y EL MAL
mentos inconexos en un rostro como la ruina al
peñasco o la noche al silencio. Los rasgos de ese
rostro siguen siendo confusos pero ya ha llegado el
momento de aislarlos.
Pocos acontecimientos adquirieron más valor
simbólico que la toma de la Bastilla. El día de la
fiesta que la conmemora hay muchos franceses que,
al contemplar en la noche avanzar las antorchas del
desfile, sienten qué es lo que les une a la soberanía
de su país. Esta soberanía popular, toda tumulto y
revuelta, es irresistible como un grito. No existe sig-
no más significativo de la fiesta que la demolición
insurreccional de una prisión: la fiesta - que no es, si
no es soberana -, es el desenfreno por esencia, de
donde procede la soberanía inflexible. Pero sin un
elemento de azar, sin capricho, el acontecimiento
no tendría el mismo alcance (por eso es símbolo y
por eso precisamente se diferencia de las fórmulas
abstractas).
Se ha dicho que la toma de la Bastilla no tenía
en realidad el sentido que se le atribuye. Es posible.
El 14 de julio de 1789 sólo había en esa prisión pri-
sioneros de poco interés. El acontecimiento no ha-
bría sido a fin de cuentas, más que un
malentendido. Según la opinión de Sade: ¡Un ma-
149
GEORGE BATAILLE
lentendido que él mismo habría originado! Pero no-
sotros podemos decirnos que el malentendido da a
la historia ese elemento ciego sin el cual la historia
sería la simple respuesta a las exigencias de la nece-
sidad (como en la fábrica). Añadamos que el capri-
cho no introduce sólo en el cariz del l4 de julio el
mentís parcial del interés, sino además de un interés
adventicio.
En los momentos en que se decidía, aunque os-
curamente, en el espíritu del pueblo, un aconteci-
miento que iba a sacudir (e incluso en cierto modo a
liberar) al mundo, uno de los desgraciados a los que
encerraban los muros de la Bastilla era el autor de
Justine (ese libro del que afirma la introducción de
Jean Paulhan que planteaba una cuestión tan grave
que no bastaba un siglo entero para responder a
ella). Llevaba en aquel momento diez años encarce-
lados; en la Bastilla se hallaba desde 1784: uno de
los hombres más rebelde y más iracundo que jamás
hayan hablado de rebelión y de rabia; un hombre,
en una palabra, monstruoso, al que poseía la pasión
de una libertad imposible. El manuscrito de Justine
se hallaba todavía en la Bastilla en 14 de julio pero
abandonado en un calabozo vacío (junto con el de
Ciento veinte días de Sodoma). Sabemos que Sade,
150
LA LITERATURA Y EL MAL
la víspera de la revuelta, arengó a la multitud: em-
puñó, al parecer, a guisa de altavoz, un tubo que
servia para el desagüe, gritando, entre otras provo-
caciones que se "degollaba a los prisioneros". Este
gesto responde perfectamente al carácter provoca-
dor que manifiesta toda su vida y toda su obra. Pero
este hombre que por haber sido el desenfreno, el
desencadenamiento en persona, llevaba diez años
encadenado, y que desde hacía diez años esperaba el
momento de la liberación, no fue liberado por el
"desencadenamiento" de la rebelión. Es corriente
que un sueño deje, en la angustia, entrever una po-
sibilidad, que luego arrebata en el último instante:
como si sólo la respuesta confusa fuese lo bastante
caprichosa como para colmar el deseo exasperado.
La exasperación del prisionero retardó nueve meses
su liberación: el gobierno exigió el traslado de un
personaje cuyo humor coincidía también con el
momento. Cuando la cerradura cedió y la subleva-
ción liberadora invadió los corredores, el calabozo
de Sade estaba vacío y el desorden del momento
tuvo esta consecuencia: los manuscritos del mar-
qués, dispersos, se perdieron; desapareció el manus-
crito de los Ciento veinte días... (libro que en un
sentido domina a todos los libros, al ser la verdad
151
GEORGE BATAILLE
del desencadenamiento en que el hombre, en el
fondo, consiste, aunque se vea obligado a conte-
nerlo y a callar); la revuelta de la Bastilla, en vez de
liberar a su autor, extravió el manuscrito de ese libro
que significa por sí solo - o por lo menos fue el
primero en significarlo -, el horror de la libertad. El
14 de julio fue verdaderamente liberado pero al
modo oculto como libera un sueño. Más tarde se
recuperó el manuscrito (ha sido publicado en nues-
tros días) pero el marqués permaneció sin él toda su
vida: lo creyó perdido para siempre y esto le abru-
mó: era "el mayor mal, escribe, que el cielo podía
reservarle", murió ignorando que lo que él imagina-
ba perdido iba a ocupar más tarde un lugar entre los
"monumentos imperecederos del pasado".
LA VOLUNTAD DE DESTRUCCIÓN DE SÍ
MISMO
Vemos que un autor y un libro no son forzosa-
mente los felices resultados da un tiempo de calma.
Todo va unido, en el caso presente, u la violencia de
una revolución. Y la figura del marqués de Sade,
sólo de un modo lejano pertenece a la historia de las
152
LA LITERATURA Y EL MAL
letras. Pero a nadie le está permitido querer y espe-
rar con claridad lo que Sade oscuramente exigió y
llegó a obtener. La esencia de sus obras es destruir:
no sólo los objetos, las víctimas que entran en esce-
na (que sólo están allí para responder a la rabia de
negar), sino también al autor y a su misma obra.
Puede ser que en definitiva la fatalidad, al querer
que Sade escribiera y fuese despojado de su obra,
tenga la misma verdad que su obra: que transmite la
mala nueva de un entendimiento de los vivos con lo
que les mata, del Bien con el Mal y, cabria añadir:
del grito más fuerte con el silencio. No podemos
saber a qué móvil obedecía un hombre tan cam-
biante cano él, en el momento de dar en un testa-
mento las instrucciones referentes a su tumba que
deseaba se hiciera en su tierra, en un lugar apartado.
Pero estas frases sin apelación, fuera cual fuera esa
azarosa razón, dominan y terminan su vida:
La fosa, una vez recubierta, será sembrada, para que
después, al encontrarse el terreno de la citada fosa guarnecido,
de nuevo y el bosque cubierto como lo estaba antes, las hue-
llas de mi tumba desaparezcan de encima de la superficie de
la, tierra cama me satisface que mi memoria desaparezca de
la memoria de los hombres.
153
GEORGE BATAILLE
La distancia entre las "lágrimas de sangre", ver-
tidas por los Ciento veinte días y esta exigencia de
nada, es la misma que media entre la flecha y su
diana. Más adelante demostraré que el sentido de
esa obra infinitamente profunda está en el deseo
que el autor tuvo de desaparecer (de resolverse sin
dejar huella humana): porque ninguna otra cosa es-
taba a su medida.
EL PENSAMIENTO DE SADE
Entendámonos; nada sería más inútil que tomar
a Sade al pie de la letra, en serio. Sea cual sea el as-
pecto bajo el cual se le aborde, siempre se nos habrá
escabullido. De las diferentes filosofías que presta a
sus personajes no podemos quedarnos san ninguna.
Los análisis de Klossowski lo demuestran perfecta-
mente. A través de sus criaturas novelescas, unas
veces, desarrolla una teología de El Ser supremo en
maldad, otras, es ateo; pero no ateo a sangre fría: su
ateísmo desafía a Dios y goza con el sacrilegio. Sus-
tituye por lo general a Dios por la Naturaleza en el
estado de movimiento perpetuo pero tan pronto es
154
LA LITERATURA Y EL MAL
su fiel creyente como su execrador: "Su mano bár-
bara - dice el alquimista Almari- sólo sabe modelar
el mal: el mal le divierte por tanto: ¡y yo he de amar
a una madre semejante! No: la imitaré: pero detes-
tándola: la copiaré, ya que ella lo quiere, pero será
precisamente detestándola -. La clave de estas con-
tradicciones es sin duda una frase que nos da direc-
tamente su pensamiento (de una carta del 26 de
enero de 1782, fechada "en el gallinero (el torreón)
de Vincennes" y firmada Des Aulnets -como si el
sello de su verdadero nombre fuera incompatible
con una afirmación moral: "¡Oh, hombre! -describe-
a ti te toca pronunciarte sobre lo que está bien y lo
que está mal... Tú quieres analizar las leyes de la
naturaleza, y tu corazón... tu corazón en el que la ley
está grabada es a su vez un enigma al que tú no
puedes dar solución -. En realidad no podía haber
reposo para él, y muy pocos eran los pensamientos
que hubiera mantenido con firmeza. Es indudable
que fue materialista pero esto no podía zanjar su
cuestión: la del Mal al que amaba y el Bien al que
condenaba. Sade, en efecto, que amó al Mal (toda su
obra intentaba hacer deseable el Mal), al no poder
condenarlo, tampoco podía justificarlo: los filósofos
corrompidos que él pinta lo intenta cada uno a su
155
GEORGE BATAILLE
manera, pero no encuentran ni pueden encontrar
principio alguno que elimine la naturaleza maldita
de aquellas acciones cuyas ventajas alaban. EL ele-
mento maldito es, efectivamente, lo que buscan en
esas acciones. Y la amarga exclamación de Almami
prueba que no supo dar a su pensamiento otro cur-
so que el de la incertidumbre y la turbación. El úni-
co punto de que se está seguro es que no hay nada
que justifique el castigo, al menos el castigo huma-
no: "la ley, dice s, fría por naturaleza, no podría ser
accesible a las pasiones que pueden legitimar la cruel
acción del asesino". En este aspecto, que se halla
cargado de sentido, no varió nunca: "Tú quieres -
decía ya en 1782, en la carta del 29 de enero- que el
universo entero sea virtuoso y no presientes que
todo perecería al instante si sólo hubiera virtudes
sobre la tierra... no quieres comprender que, ya que
es preciso que existan vicios, es tan injusto que tú
los castigues como lo sería que te burlaras de un
tuerto...". Y más abajo: ... goza, amigo mío, goza y
no juzgues... goza, te digo, deja a la naturaleza el
cuidado de moverte a su antojo y a lo eterno el de
castigarte". Si el "desencadenamiento" de las pasio-
nes es maldito, por lo menos, el castigo, que pre-
tende oponerse a él, tiene un carácter que no tiene
156
LA LITERATURA Y EL MAL
el crimen. (Los autores modernos dicen, en térmi-
nos que tienen sus defectos, pero que son más pre-
cisos: el crimen provocado por una pasión, si tiene
una componente de peligro, no deja de ser auténti-
co; no ocurre lo mismo con la represión, la cual está
sometida a una condición: no buscar lo auténtico
sino lo útil.)
Muchos estarán de acuerdo sobre este punto: el
acto del juez tiene un carácter frío, tejos de cual-
quier deseo, y no presenta riesgo. Por eso encoge el
corazón. Pero dicho ésto, y considerando a Sade
resueltamente como lo opuesto al juez, hay que re-
conocer que no hubo en él ni moderación, ni rigor
que permitan reducir su vida a un principio. Fue
generoso desmedidamente; sabemos que salvó del
cadalso a los Montreuil y Mme. de Montreuil, su
suegra, le había hecho apresar por orden del rey;
pero él habla estado de acuerdo con ella - e incluso
la presionó - para eliminar por el mismo medio a
Nanon Sablonniére, sirvienta suya, que sabía dema-
siado. Entre el 92 y el 93 dio muestras de gran fer-
vor republicano en la sección de Picas, de la que fue
secretario y presidente; no obstante hay que tener
en cuenta una carta del 81 en la que dice: "Me pre-
guntáis cuál es realmente mi forma de pensar para
157
GEORGE BATAILLE
poder seguirla. Nada más delicado que este extremo
de vuestra carta, pero con gran pesar responderé
exactamente a vuestra demanda. En primer lugar,
dada mi cualidad de hombre de letras, la obligación
en que me encuentro aquí diariamente de trabajar
tanto en favor de un partido como de otro determi-
na una movilidad en mis opiniones de la que sin
duda se resiente mi forma interna de pensar. ¿Me
gustarla sondearla en realidad? No está, en realidad,
a favor de ningún partido y es un compuesto de
todos ellos. Soy anti-jacobino; los odio a muerte.
Adoro al rey, pero detesto los antiguos abusos; amo
un gran número de artículos de la constitución, pero
otros me revuelven. Quiero que se devuelva a la
nobleza su esplendor porque quitárselo no conduce
a nada; quiero que el rey sea el jefe de la nación; no
quiero Asamblea Nacional sino dos cámaras como
en Inglaterra, para que el rey posea una autoridad
mitigada, equilibrada por el concurso de una nación
necesariamente dividida en dos órdenes (el tercero
es inútil, yo lo suprimiría). He ahí mi profesión de
fe. ¿Qué soy en la actualidad? ¿Aristócrata o demó-
crata? Vos me lo diréis, si os place... porque yo no
lo sé". En realidad jada puede deducirse de esta
carta (escribía a un burgués que necesitaba para sus
158
LA LITERATURA Y EL MAL
rentas), excepto esa "movilidad en las opiniones", el
"¿qué soy?" ... que el "divino marqués" habría podi-
do tomar como divisa.
Me parece que, en su estudio sobre "Sade y la
Revolución", o en su "Esbozo del sistema de Sade",
Pierre Klossowski ha dado una imagen un poco ar-
tificiosa del autor de Justine: queda reducido a un
elemento del engranaje en que una dialéctica sabia
hace entrar a Dios, a la sociedad teocrática y a la
rebeldía del gran señor (que quiere conservar sus
privilegios y renegar de sus obligaciones). En cierto
sentido es muy hegeliano, pero sin el rigor de Hegel.
Los movimientos de la Fenomenología del Espíritu
-a los que se asemeja esta dialéctica- componen un
conjunto circular que abarca por entero el desarro-
llo del espíritu en la historia.
Klossowski, un poco precipitadamente, extrae
conclusiones de un brillante pasaje de la Philoso-
phie dans le Broudoir, donde Sade pretende basar el
estado republicano sobre el crimen. Era tentador, a
partir de esto, deducir de la muerte del rey, como
sustitutiva de la muerte de Dios, una concepción
sociológica que fundamenta la teología, dirige el
psicoanálisis (y que se aproxima a las ideas de Jo-
159
GEORGE BATAILLE
seph de Maistre...). Todo esto es frágil. La frase que
Sade presta a Dolmancé no es más que una indica-
ción lógica, una de las mil pruebas que nos da del
error de una humanidad que no tiene en cuenta la
destrucción y el Mal. Klossowski llega al final a de-
cir que es posible que el razonamiento de Dolmancé
esté allí nada más que para mostrar la falsedad del
principio republicano: a tan sabia adivinación no
hay respuesta del marqués. Se trata en realidad de
algo muy distinto.
"Me pregunto, dice Jean Paulhan ", cuando veo
a tantos escritores de nuestros días, tan consciente-
mente dedicados a rechazar el artificio y el juego
literario en beneficio de un acontecimiento inefable
- del que se procura que no ignoremos que es a la
vez erótico y espantoso -, preocupados por defen-
der en cualquier circunstancia lo contrario de la
Creación, y siempre ocupados en buscar lo sublime
en lo infame, lo grandioso en lo subversivo, exi-
giendo además que toda obra haga tomar postura y
comprometa a su autor..., me pregunto digo si en
un temor tan extremado no debería buscarse más
un recuerdo que una invención, si no hay más me-
moria que ideal, y, para abreviar, si nuestra literatura
160
LA LITERATURA Y EL MAL
moderna, en la parte que nos parece más viva - la
más agresiva en todo caso- no se encuentra en su
totalidad vuelta hacia el pasado y muy concreta-
mente determinada por Sade..." Paulhan está quizá
equivocado al prestar, hoy en día imitadores a Sade
(se habla de él, se le admira, nadie se siente tentado
a parecerse a él: son otros los "terrores" con los que
hoy se sueña). Pero define bien la actitud de Sade.
Las posibilidades y el peligro del lenguaje no le
afectaron: no podía pensar en la obra como separa-
da de su objeto: porque ese objeto le poseía - en el
sentido en que el diablo emplea la palabra -. Escri-
bió enajenado de deseo por ese objeto y se dedicó a
ello como un devoto. Klossowski dice con justeza:
"Sade no sólo sueña; dirige y conduce su sueño ha-
cia el objeto que le hace soñar, con el método con-
sumado de un religioso contemplativo que pone su
alma en oración ante el misterio divino. El alma
cristiana toma conciencia de sí misma ante Dios.
Pero si el alma romántica, que no es más que un
estado nostálgico de la fe", toma conciencia de sí
misma planteándose su pasión como un absoluto,
de tal suerte que el estado patético se hace en ella
función de vivir, el alma sádica, en cambio, no toma
conciencia de sí misma más que por medio del ob-
161
GEORGE BATAILLE
jeto que exaspera su virilidad y la constituye en es-
tado de virilidad exasperada, que de este modo pasa
a ser también una función paradójica de vivir: sólo
se siente vivir en la exasperación." Al llegar a este
punto hay que precisar: el objeto de que se trata,
comparable a Dios (es un cristiano, Klossowski, el
primero que propone la comparación), no se da, del
mismo modo como Dios se entrega al devoto. EL
objeto como tal (un ser humano) sería entonces in-
diferente: hay que modificarle pata obtener de él, el
sufrimiento deseado. Modificarle, es decir destruirle.
Demostraré más adelante que Sade (y en esto se
diferencia del simple sádico que es irreflexivo) tuvo
como fin alcanzar la conciencia clara de aquello que
sólo el "desencadenamiento" logra (pero el "desen-
cadenamiento" lleva a la pérdida de la conciencia), o
sea la supresión de la diferencia existente entre el
sujeto y el objeto. De este modo su finalidad sólo se
diferencia de la filosofía por el camino elegido (Sade
partió de "desencadenamientos" de hecho, que qui-
so hacer inteligibles y la filosofía parte de la calina
de la conciencia - de la inteligencia distinta- para
llegar a un punto de fusión). Antes hablaré de la
evidente monotonía de los libros de Sade que se
deriva de la decisión de subordinar el juego literario
162
LA LITERATURA Y EL MAL
a la expresión de un acontecimiento inefable. Li-
bros, es verdad que se diferencian tanto de aquello
que habitualmente es considerado literatura como
una extensión de peñascos desérticos, sin sorpresas,
incoloros, se diferencia de los paisajes variados, de
los arroyos, los lagos y los campos que nosotros
amamos. ¿Pero ¿podríamos medir la magnitud de
tal extensión?
EL FRENESÍ SÁDICO
Al excluirse de la humanidad, Sade no tuvo en
su larga vida más que una ocupación que decidida-
mente le interesó: enumerar hasta el agotamiento las
posibilidades de destruir seres humanos, destruirlas
y gozar con el pensamiento de su muerte y sus su-
frimientos. Una descripción ejemplar, aunque fuese
la más hermosa, habría tenido poco sentido para él.
Sólo la enumeración interminable, aburrida, tenía la
virtud de extender ante él el vacío, el desierto, al que
aspiraba su rabia (y que sus libras vuelven a presen-
tar ante aquellos que los abren).
163
GEORGE BATAILLE
De la monstruosidad de la obra de Sade se des-
prende aburrimiento, pero ese mismo aburrimiento
constituye, a su vez, su sentido. Como ha dicho el
cristiano Klossowski ", sus interminables novelas se
parecen más a los devocionarios que a los libros que
nos divierten. El "método consumado" que las or-
dena es el del "religioso... que sitúa su alma ante el
misterio divino". Hay que leerlas como fueron es-
critas, con cl deseo de sondear un misterio que no
es ni menos profundo, ni quizá menos "divino" que
el de la teología. Ese hombre que, en sus cartas, es
inestable, chistoso, seductor o violento, apasionado
o divertido, capaz de ternura y tal vez de remordi-
mientos, se limita en sus libros a un ejercicio inva-
riable, en el que una tensión aguda, indefinidamente
igual a sí misma, se separa desde el comienzo de las
preocupaciones que nos limitan. Desde un principio
nos vemos extraviados en alturas inaccesibles. Nada
queda de lo que duda, de lo que modera. En un tor-
nado sin apaciguamiento posible y sin fin, un mo-
vimiento transporta invariablemente los objetas del
deseo hacia el suplicio y la muerte. El único término
imaginable es el deseo que podría sentir de ser él la
víctima de un suplicio. En el testamento, ya citado,
ese arrebato exige, en la culminación, que su misma
164
LA LITERATURA Y EL MAL
tumba no perviva, lleva a desear que hasta el propio
nombre "desaparezca de la memoria de los hom-
bres".
Si consideramos esta violencia como el signo de
una verdad difícil, que obsesiona a aquel que sigue
su sentido tan profundamente que, al hablar de ella,
emplea la palabra misterio, debemos relacionarla en
seguida con la imagen que el mismo Sade nos ha
dado de ella.
"Ahora, amigo lector - escribe al comenzar los
Ciento veinte días - es cuando es preciso abrir tu
corazón y tu espíritu al relato más impuro que se
haya jamás realizado desde que el mundo existe, ya
que un libro semejante no puede encontrarse ni en-
tre los antiguos, ni entre los modernos. Imagina que
cualquier gozo honesto o prescrito por esa bestia de
la que hablas sin cesar sin conocerla y a la que lla-
mas naturaleza, que estos gozos, digo, serán expre-
samente excluidos de esta compilación y que,
cuando los encuentres por casualidad, sólo se en-
contrarán en ella en tanto que vengan acompañados
de algún crimen o coloreados con algunas infa-
mias."
La aberración de Sade llega hasta hacer que sus
héroes sean en realidad más cobardes que malvados.
165
GEORGE BATAILLE
He aquí la descripción de uno de sus personajes
más perfectos:
"Nacido falso, imperioso, bárbaro, egoísta, tan
pródigo para sus placeres como avaro cuando se
trataba de ser útil; mentiroso, glotón, borracho, co-
barde, sodomita, incestuoso, asesino, incendiario,
ladrón..." Es el duque de Blangis, uno de los cuatro
verdugos de los Cierta veinte días. "Un niño decidi-
do hubiera atemorizado a ese coloso, y cuando, para
deshacerse de su enemigo, no podía emplear sus
tretas o su traición, se volvía tímido y cobarde..."
Blangis no es, en realidad, el más repugnante de
los cuatro.
"El presidente de Curval era el decano de la so-
ciedad. Tenía sesenta años aproximadamente y, sin-
gularmente desgastado por los excesos, no ofrecía
casi más que un esqueleto. Era grande, seco, delga-
do, con los ojos hundidos y apagados, una boca lí-
vida y malsana, la barbilla respingona y la nariz
larga. Cubierto de pelos como un sátiro, una espalda
plana y las nalgas blandas y caídas, que parecían más
bien sucios trapos colgando encima de los muslos...
Curval estaba hasta tal punto metido en el cenagal
del vicio y el libertinaje, que le hubiera resultado
imposible hablar de otra manera. Tenía sin cesar las
166
LA LITERATURA Y EL MAL
más sucias expresiones tanto en la boca como en el
corazón, y las entremezclaba enérgicamente con
blasfemias que procedían del auténtico horror que
sentía - al igual que sus compañeros- por todo lo
que tenla algo que ver con la religión. Este desorden
de espíritu, aumentado además por la embriaguez
continua en la que le gustaba conservarse, le daba
desde hacia algunos años un aire de imbecilidad y
embrutecimiento, que constituía, según pretendía el
mismo, su más preciada delicia".
"Desaseado en toda su persona", e incluso
"bastante maloliente", el presidente de Curval estaba
"absolutamente embrutecido"; el duque de Blangis,
por el contrario, encamaba la brillantez y la violen-
cia: "Si era violento en sus deseos... ¡en qué se con-
vertía, gran Dios!, Cuando la borrachera de la
voluptuosidad le embargaba: ya no era un hombre,
sino un tigre enfurecido. ¡Desgraciado de aquel que
servía entonces a sus pasiones! Gritos espantosos,
blasfemias atroces salían de su pecho hinchado; de
sus ojos parecían salir ascuas; echaba espuma, relin-
chaba. Se le habría tomado por el mismo dios de la
lubricidad".
Sade no tuvo esta crueldad sin límites. Tuvo a
veces complicaciones con la policía, que desconfió
167
GEORGE BATAILLE
de él, pelo que no pudo imputarle ningún crimen
verdadero. Sabemos que acuchilló a una joven
mendiga, Rose Keller, a navajazos, y derritió cera
caliente en sus heridas. El castillo de Lacoste, en
Provenza, fue, según parece, el lugar de orgías orga-
nizadas, pero sin los excesos que sólo la invención
permite del castillo de Silling, representado como
aislado en lejanas soledades rocosas. Una pasión,
que quizá maldijo a veces, hacia que el espectáculo
del dolor de otros le transportara hasta el extremo
de trascender al espíritu. Rose Keller, en un testi-
monio oficial, habló de los gritos abominables que
le produjo el goce. Por lo menos este rasgo le apro-
xima a Blangis. No sé si es legítimo hablar de placer
para referirse a estos trances. En llegando a un
cierto grado, el exceso no cabe en la noción común.
¿Se habla acaso del placer de los salvajes que se
cuelgan del extremo de una cuerda por un gancho
que se hincan en el pecho, y de este modo dan
vueltas en torno de un poste? Los testimonios de
Marsella alegan los golpes con látigos con alfileres
en las puntas que ensangrentaban al marqués. Hay
que llegar más lejos: a veces las imaginaciones de
Sade son tales que habrían desalentado a los faqui-
res más aguerridos. Si alguien pretendiera envidiar la
168
LA LITERATURA Y EL MAL
vida de los malvados de Silling sería pura jactancia.
A su lado, Benito Labre resulta delicado: no existe
asceta que haya superado hasta ese punto el asco.
DEL "DESENCADENAMIENTO" A LA
CONCIENCIA CLARA
Esa era la situación moral de Sade. Muy dife-
rente de sus héroes (en muchos casos da prueba de
sentimientos humanos), conoció estados de desen-
freno y de éxtasis que le parecieron llenos de senti-
do con respecto a las posibilidades comunes. Peto
nunca consideró que podía o debía separar de la
vida estos peligrosos estados, a los que le conducían
los deseos invencibles. En vez de olvidarlos, como
suele hacerse, se atrevió en sus momentos normales
a mirarlos cara a cara, y se planteó la cuestión abisal
que en realidad les plantean a todos los hombres.
Otros antes que él habían tenido los mismos extra-
víos, pero subsistía siempre la oposición funda-
mental entre el desencadenamiento de las pasiones y
la conciencia. Nunca dejó el espíritu humano de
responder, de vez en cuando, a esa exigencia que
lleva al sadismo. Pero se hacía de manera furtiva, en
169
GEORGE BATAILLE
la noche que resulta de la incompatibilidad entre la
violencia, que es ciega, y la lucidez de la conciencia.
El frenesí alejaba la conciencia. A su vez la concien-
cia en su condena angustiada negaba e ignoraba el
sentido del frenesí. Sade fue el primero que en la
soledad de la presión dio expresión razonada a esos
movimientos incontrolables, sobre cuya negación ha
fundado la conciencia el edificio social y la imagen
del hombre. Para ello tuvo que dar la vuelta e im-
pugnar todo lo que los demás consideraban inamo-
vible. Sus libros producen la sensación de que, con
una resolución exasperada, quería lo imposible y el
envés de la vida: tuvo la firme decisión del ama de
casa que, deseando terminar, desuella a un conejo
con un movimiento seguro (también el ama de casa
revela el reverso de la verdad y, en ese caso, el re-
verso es también el corazón de la verdad). Sade se
basa en una experiencia común: Ja sensualidad fue
libera de las trabas ordinarias- se despierta no sólo
ante la presencia, sino también ante una modifica-
ción del objeto posible. En otros términos: como
un impulso erótico es un desencadenamiento (con
relación a los comportamientos de trabajo y, en ge-
neral, a las conveniencias sociales) lo desencadena el
desencadenamiento coincidente de su objeto. "Des-
170
LA LITERATURA Y EL MAL
graciadamente el secreto está más que demostrado -
observa Sade -, y no existe un libertino que esté ya
algo anclado en el vicio que no sepa hasta qué
punto el crimen tiene poder sobre los sentidos..."
"Por tanto, es cierto - exclama Blangis- que el cri-
men tiene tal atracción por sí mismo que, indepen-
dientemente de toda voluptuosidad, puede bastar
para inflamar todas las pasiones." Estar desencade-
nado no es siempre, activamente, efecto de una pa-
sión. También lo que destruye a un ser lo
desencadena; el desencadenamiento es siempre la
ruina de un ser que se ha dado a sí mismo los lími-
tes de las conveniencias. La sola puesta al desnudo
es ya ruptura de esos límites (es el signo del desor-
den que reclama el objeto que a ello se entrega. El
desorden sexual descompone las figuras coherentes
que nos establecen ante nosotros mismos y ante los
otros, como seres definidos (las hace resbalar hacia
un infinito, que es la muerte). Hay en la sensualidad
un algo turbio y un sentimiento de estar anegado,
análogo al malestar que se desprende de los cadáve-
res. Pero como contrapartida, ea la turbación de la
muerte hay algo que se pierde y se nos escapa: se
inicia en nosotros un desorden, una impresión de
vacío, y el estado en que entramos es vecino, al que
171
GEORGE BATAILLE
precede al deseo sensual. Un hombre joven no po-
día ver un entierro sin experimentar una incitación
física: por esta razón tuvo que alejarse del cortejo
que conducía a su padre. Su comportamiento se
oponía a los comportamientos habituales. Pero no
podemos, de todas formas, reducir el impulso se-
xual a lo agradable y benéfico. Hay también en él un
elemento de desorden, de exceso, que llega hasta a
poner en juego la vida de los que le siguen.
La imaginación de Sade ha llevado hasta el lí-
mite ese desorden y ese exceso. Nadie, a menos que
no le preste oídos, termina los Ciento veinte días sin
estar enfermo: el más enfermo es desde luego aquel
que se siente enervado sexualmente por esta lectura.
Esos dedos partidos, esos ojos, esas uñas arranca-
das, esos suplicios en donde el horror moral agudiza
el dolor, esa madre que se ve conducida por el en-
gaño y el terror al asesinato de su hijo, esos gritos,
esa sangre vertida entre tanta fetidez, todo al fin se
suma para producirnos la náusea. Nos supera, nos
asfixia y produce, al mismo tiempo que un agudo
dolor, una emoción que descompone y que mata.
¿Cómo se atrevió? Y sobre todo, ¿cómo pudo? El
que escribió esas páginas aberrantes lo sabía, estaba
172
LA LITERATURA Y EL MAL
llegando al último límite imaginable: no hay nada
respetado que él no ridiculice, nada puro que no
mancille, nada amable que no colme de horrores.
Cada uno de nosotros se ve personalmente afecta-
do: por poco que nos quede de humano, ese libro
ataca como una blasfemia, y como una enfermedad
del rostro, a todo lo más querido, lo más santo. Pe-
ro ¿y si seguimos adelante? Ese libro es el único
ante el cual el espíritu del hombre está a la medida
de lo que es. El lenguaje de los Ciento veinte días es
el del universo lento, que degrada con golpe certero,
que martiriza y destruye la totalidad de los seres a
los que dio vida.
En el extravío de la sensualidad, el hombre rea-
liza un movimiento de espíritu por el cual se hace
igual a lo que es.
El transcurrir de una vida humana nos vincula a
opiniones fáciles: nos representamos a nosotros
mismos como entidades bien definidas. Nada nos
parece más seguro que ese yo que fundamenta el
pensamiento. Y cuando accede a los objetos es para
modificarlos para su uso: jamás es igual a lo que no
es él. Lo que es exterior a nuestros seres finitos es, o
173
GEORGE BATAILLE
bien un infinito impenetrable que nos subordina, o
bien el objeto que nosotros manejamos, que está
subordinado a nosotros. Añadamos que, por un
pequeño rodeo, el individuo, asimilándose a las co-
sas que maneja, puede también subordinarse a un
orden finito, que le encadena en el interior de una
inmensidad. Si, a partir de ahí, intenta encadenar
esta inmensidad en las leyes de las ciencias (que co-
locan el signo igual entre el mundo y las cosas fini-
tas), sólo se igualará a su objeto encadenándose en
un orden que le aplasta (que le niega, que niega lo
que en él se diferencia de la cosa finita y subordina-
da). Sólo posee un medio para escapar a esos diver-
sos límites: la destrucción de un ser semejante a
nosotros (en esta destrucción se niega el límite de
nuestro semejante; en efecto, no podemos destruir
un objeto inerte, porque sólo cambia y no desapare-
ce. En cambio, un ser semejante a nosotros desapa-
rece en la muerte). La violencia sufrida por nuestro
semejante se sustrae al orden de las cosas finitas,
eventualmente útiles: le devuelve a la inmensidad.
Esto era ya cierto en el sacrificio. En la
aprehensión, llena de horror de lo sagrado, el espí-
ritu esbozaba ya el movimiento en que es igual n lo
que es (a la totalidad indefinida que nosotros no
174
LA LITERATURA Y EL MAL
podemos conocer). Pero el sacrificio es tanto, mie-
do al desencadenamiento, como desencadena-
miento. Es la operación mediante la cual el mundo
de la actividad lúcida (el mundo profano) se libera
de una violencia que si no podría destruirle. Y si es
verdad que, en el sacrificio, la atención se mantiene
sobre un desplazamiento que lleva del individuo
aislado a lo ilimitado, no por eso deja de volverse
hacia interpretaciones huidizas, que son las más
opuestas a la conciencia clara. Por otra parte, el sa-
crificio es pasivo, se basa en un miedo elemental:
sólo el deseo es activo y sólo él nos hace sentirnos
presentes.
Solamente cuando el espíritu, detenido ante una
dificultad, hace que su atención recaiga sobre el ob-
jeto del deseo, se le da una oportunidad al conoci-
miento lúcido. Casa que supone la exasperación y la
saciedad, el recurrir a posibilidades cada vez más
lejanas. Supone, por último, la reflexión unida a la
imposibilidad momentánea de satisfacer el deseo, y
el deseo de satisfacerlo más conscientemente.
"Los verdaderos libertinos admiten - señalaba
Sade - que las sensaciones comunicadas por el órga-
no del oído son las más intensas. Por tanto, nues-
175
GEORGE BATAILLE
tros cuatro malvados, que querían que la voluptuo-
sidad se impregnara en su corazón tanto y tan pro-
fundamente como pudiera penetrar, habían
imaginado con ese designio una cosa singular." Se
trata de las "historiadoras", que estaban encargadas,
en los intervalos de las orgías de Silling, de avivar el
espíritu mediante el relato de todos los vicios que
habían conocido: son viejas prostitutas, cuya larga y
sórdida experiencia es el principio de un cuadro per-
fecto, que precedió a la observación clínica, y que la
observación clínica luego ha confirmado. Pero des-
de el punto de vista de la conciencia, las "historia-
doras" no tienen más que un sentido: presentar en
forma de una exposición minuciosa, desde lo alto
de una cátedra objetivada por otra voz, ese dédalo
que Sade quiso esclarecer hasta el final. Lo más im-
portante: esta singular invención nació de la soledad
de un calabozo. En realidad, la conciencia clara y
distinta, renovada sin fin y repetida, de lo que fun-
damenta el impulso erótico necesitó, para formarse,
de la condición inhumana de un prisionero. Libre,
Sade habría podido saciar la pasión que le apremia-
ba, pero la prisión le retiró los medios para lograrlo.
Cuando la pasión de que se habla no turba al que
razona sobre ella, el conocimiento objetivo, exte-
176
LA LITERATURA Y EL MAL
rior, es posible, peto sólo se alcanza la plena con-
ciencia cuando el deseo es efectivamente experi-
mentado. La célebre Pathologia sexualis, de Kraft-
Ebing, u otras obras del mismo tipo, tienen sentido
en el plano de un conocimiento objetivo de los
comportamientos humanos, pero exterior a la expe-
riencia de una verdad profunda, revelada por esos
comportamientos. Esa verdad es la del deseo que
las fundamenta, y que la enumeración razonada de
un Kraft-Ebing deja de lado. Vemos que la con-
ciencia del deseo es poco accesible: cl deseo por sí
mismo altera la claridad de la conciencia, pero sobre
todo hay que partir de que la posibilidad de satisfa-
cerlo la suprime. Parece que en toda la animalidad la
satisfacción sexual se lleva a cabo en un gran "de-
sorden de los sentidos". La inhibición de que es
objeto en la humanidad se une por otra parte con su
carácter, si no inconsciente, por lo menos alejado de
la conciencia clara. Esta conciencia la preparaba la
individualidad esencialmente reflexiva de Sade: Sade
no cejaba en seguir un razonamiento paciente, uni-
do al esfuerzo que mantuvo por asimilar la mayor
parte de los conocimientos de su tiempo. Pero sin la
reclusión, la vida desordenada que hubiera llevado
no le habría permitido la posibilidad de alimentar un
177
GEORGE BATAILLE
interminable deseo, que se proponía a su reflexión
sin que pudiera satisfacerle.
Para subrayar aún más la dificultad, añado que
Sade sólo anuncia la realización de la conciencia: no
pudo llegar a la plenitud de la claridad. El espíritu ha
de acceder aún, ya que no a la ausencia de deseo, sí
al menos a la desesperación que deja en el lector de
Sade el sentimiento de una semejanza final entre los
deseos experimentados por Sade y los suyos, que no
poseen esa intensidad, que son normales.
LA POESIA DEL DESTINO DE SADE
No puede sorprendernos que una verdad tan
extraña y tan difícil se haya revelado la primera vez
en forma brillante. La posibilidad da la conciencia es
su valor fundamental; pero no podía dejar de refe-
rirse al trasfondo cuyo signo es en realidad. ¿Cómo
le podía faltar a esta verdad naciente el resplandor
poético? Esta verdad, sin la brillantez poética no
habría tenido, humanamente, su alcance. Es con-
movedor que una fabulación mítica se ligue a lo
que, al fin, desvela, el fondo de los mitos. Fue preci-
sa una revolución mire el ruido de las puertas derri-
178
LA LITERATURA Y EL MAL
badas de la Bastilla- pata entregarnos, en el azar del
desorden, el secreto de Sade: al cual la desgracia le
permitió vivir ese sueño cuya obsesión es el alma de
la filosofía: la unidad del sujeto y el objeto; y, en este
caso, la identidad, en la trascendencia de los límites
entre los seres, del objeto del deseo y del sujeto que
desea. Maurice Blanchot ha dicho certeramente de
Sade que había "sabido convertir su prisión en la
imagen de la soledad del universo", pero que esa
prisión, ese mundo, ya no le incomodaba, porque
había "desterrado y excluido de él a todas las criatu-
ras". De este modo, la Bastilla donde Sade escribió
fue el crisol donde con lentitud fueron destruidos
los límites conscientes de los seres por el fuego de
una pasión que la impotencia prolongaba.
179
GEORGE BATAILLE
PROUST
EL AMOR POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA
Y EL SOCIALISMO DE MARCEL PROUST
La pasión por la verdad y la justicia producen a
veces un sobresalto a los que la experimentan.
¿A los que la experimentan?
Pero ¿no es la misma cosa ser un hombre y que-
rer la verdad y la justicia? Ese tipo de pasión se en-
cuentra desigualmente repartida entre las personas,
pero sirve en efecto para marcar la medida en que
cada una de ellas es humana, la medida en que le
compete la dignidad del hombre. Marcel Proust es-
cribió en Jean Santeuil: "Siempre se escuchan con
una emoción gozosa y viril las palabras singulares y
audaces que salen de la boca de los hombres de
ciencia que por pura cuestión de honor profesional
180
LA LITERATURA Y EL MAL
dicen la verdad, una verdad que les importa sola-
mente porque es la verdad, verdad que ellos han de
mimar dentro de su campo, de su arte, prescindien-
do de que pueda descontentar a aquellos para quie-
nes se presenta de otro modo, como formando
parte de un conjunto de consideraciones que les
importa muy poco". El estilo y el contenido de esta
frase se alejan de En busca del tiempo perdido. En
el mismo libro, sin embargo, el estilo cambia, pero
no el pensamiento: "Esto es... lo que nos conmueve
en el Fedón, cuando, siguiendo el razonamiento de
Sócrates, tenemos de pronto el sentimiento extraor-
dinario de estar escuchando un razonamiento cuya
pureza no está alterada por ningún deseo personal,
como si la verdad fuera superior a todo: porque en
efecto nos damos cuenta de que la conclusión que
Sócrates va a sacar de su razonamiento es que es
preciso que él muera". Marcel Proust lo escribía a
propósito del asunta Dreyfus, alrededor de 1900.
Sus sentimientos en favor de Dreyfus son conoci-
dos, pero ya en En busca..., escrita diez años des-
pués, esos sentimientos habían perdido su
ingenuidad agresiva. También nosotros hemos per-
dido hoy día esa simplicidad. La misma pasión nos
solivianta a veces, pero estamos cansados. El caso
181
GEORGE BATAILLE
Dreyfus en nuestro tiempo haría probablemente
poco ruido...
Al leer Jean Santeuil nos sorprendemos ante la
importancia que la política tenía entonces en el pen-
samiento de Proust: tenía treinta años. Muchos
lectores quedarán perplejos al percibir al joven Mar-
cel bullente de cólera, porque cuando asistía a la
sesión de la Cámara no podía aplaudir las palabras
de Jaurés. En Jean Santeuil el nombre de Jaurés es
Couzon. Sus cabellos negros son rizados, pero no
nos cabe duda: es el "jefe del partido socialista de la
Cámara..., el único orador de nuestros días, seme-
jante a los mejores de otros tiempos". Proust evoca
con respecto a él "ese sentimiento de la justicia que
le embargaba a veces, por completo, como si se
tratara de una especie de inspiración"'; pinta a "los
odiosos imbéciles" - los diputados de la mayoría-
"irónicos, utilizando su superioridad numérica y la
fuerza de su tontería para tratar de apagar la voz de
la Justicia palpitante y dispuesta a cantar`. La expre-
sión de esos sentimientos sorprende todavía más
por provenir de un hombre que, al final, iba a ser
aparentemente tibio en el plano político. La indife-
rencia en que se hundió provenía de varias razones:
182
LA LITERATURA Y EL MAL
dejando a un lado sus obsesiones sexuales, hay que
tener en cuenta que la burguesía a la que pertenecía
estaba amenazada por la agitación obrera; pero
también la lucidez desempeñó algún papel en la
amortiguación de su generosidad revolucionaria.
Digamos en primer lugar que aquella generosi-
dad se basó en razones ajenas a la política: es "la
hostilidad de sus padres la que le lanza al entusias-
mo total ante las acciones (de Jaurés)". Es cierto que
el que habla es Jean Santeuil, pero su carácter es el
mismo que el del autor de la Recherche. Ahora sa-
bemos lo que, sin la publicación de Jean Santeuil
seguiríamos ignorando: que Proust, en su juventud,
se inclinó al socialismo. De todos modos, no sin
reticencias: "Unicamente, cuando reflexiona, Jean se
sorprende de que (Jaurés) tolere en sus periódicos, o
enuncie en sus intervenciones ataques tan violentos
y quizá calumniosos, casi crueles, contra determina-
dos miembros de la mayoría". Estos no son los ma-
yores obstáculos con los que choca la verdad en la
política habitual, pero esos obstáculos eran ya cono-
cidos desde hacía mucho tiempo. La siguiente ex-
presión, en boca de Proust, resultaría incluso trivial
si no rezumase tanta ingenua torpeza: "La vida y
sobre todo la política, ¿no es una lucha? Y ya que
183
GEORGE BATAILLE
los malos están armados de todas maneras, los jus-
tos deben estarlo también, aunque sólo sea para no
dejar perecer a la justicia. Se podría decir quizá...
que su forma de perecer es precisamente estar ar-
mada sin ocuparse del cómo. Pero se os responderá
que si los grandes revolucionarios lo hubieran pen-
sado tanto, jamás la justicia habría obtenido la victo-
ria".
La duda le roe desde el comienzo. Sabemos, por
otra parte, que estas preocupaciones suyas tuvieron
poca consistencia. Sólo le turbaron. Si las olvidó,
fue después de haber dado sus razones. En la quinta
parte de Jean Santeuil, Jaurés, que al principio "ha-
bría enrojecido al colocar su mano en la mano de un
hombre deshonesto", que en el cuerpo del relato
"había representado para Jean (el héroe del libro) la
medida de la justicia, "no podía, cuando llegó el
momento, "dejar de llorar pensando en todo lo que
su deber como jefe de partido le obligaba a sacrifi-
car". La fabulación del libro quería que en principio
Jaurés-Couzot hubiera podido oponerse a una cam-
paña calumniosa dirigida contra el padre de Jean:
Pero el hombre político no podía, por grande que
fuera el afecto que el autor le atribuye, "volver con-
tra sí a todos los que se batieron por él, arruinar la
184
LA LITERATURA Y EL MAL
obra de su vida y comprometer el triunfo de sus
ideas, para intentar, tarea bien inútil, ya que acabaría
fracasando totalmente, rehabilitar a un moderado,
injustamente sospechoso". "La pasión de la hones-
tidad, las dificultades para hacerla triunfar le habían
forzado a identificas su comportamiento con el de
un partido más fuerte y al que, a cambio del socorro
que le prestaba, se veía obligado a entregar sus dis-
tinciones personales"'. La voz de Jean, esta voz que
emana de una época en que estas oposiciones tenían
su sentido, concluye con una simplicidad ajena a
nuestros días: "Sacrificáis - dice- el bien de todos,
no a una amistad particular, sino a un interés parti-
cular, vuestra situación política. Sí, el bien de todos.
Porque al ser injustos con mi padre, los periodistas
no son sólo injustos. Convierten en injustos tam-
bién a los que los leen. Les hacen malos. Les incitan
a decir, al día siguiente, que uno de sus prójimos, al
que creían bueno, es malvado... Estoy convencido
de que reinarán un día. Y ese reino será el reinado
de la injusticia. Mientras se espera que el gobierno
se baga injusto, que las leyes se hagan injustas y que
la injusticia exista de hecho, preparan ese día ha-
ciendo reinar, mediante la calumnia, el gusto por el
escándalo y la crueldad en todos los corazones".
185
GEORGE BATAILLE
LA MORAL UNIDA A LA TRANSGRESIÓN
DE LA LEY MORAL
Ese tono ingenuo sorprende en un autor que lo
fue tan poco. ¿Pero podríamos dar crédito a lo que
en aquel momento parece haber sido la base de su
pensamiento? Nos queda la confesión de un primer
impulso... Nadie se extrañará al leer esta frase en el
tomo III del Jean Santeuil: "... ¡cuántas cartas escri-
bimos en las que decimos: "No hay más que una
cosa verdaderamente infame, que deshonra a la
criatura que Dios ha hecho a su imagen: la mentira!"
Y esto en realidad quiere decir que lo que deseamos
es que ella no nos mienta y no que pensemos eso."
Proust escribe a continuación: "Jean no confiesa (a
su amante) que ha mirado su carta a través del so-
bre, y como no resiste a decirle que un hombre jo-
ven ha ido a verla, le dice que lo ha sabido por una
persona que la ha visto: mentira. Pero esto no impi-
de que tenga lágrimas en los ojos cuando le dice que
la única cosa atroz es la mentira". "Bajo el efecto de
los celos, el que acusaba a Jaurés es cínico. La inge-
nua honestidad primera no es menos digna de aten-
ción. En En busca... acumula los testimonios del
186
LA LITERATURA Y EL MAL
cinismo de Marcel, que se veía arrastrado por los
celosa maniobras tortuosas. Pero estos comporta-
mientos tan enfrentados que a primera vista nos
parece que se excluyen, se ensamblan en un juego.
Sin escrúpulos - sin pensadas prohibiciones que ob-
servar -, no seríamos seres humanos. Pero tampoco
sabríamos observar siempre esas prohibiciones - si a
veces no tuviéramos el coraje de quebrantarlas, no
tendríamos ya salida- Además, a esto se añade que
no seríamos humanos si nunca hubiéramos menti-
do, si, ni una sola vez, hubiéramos tenido ánimo
para ser injustos. Nos burlamos de la contradicción
de la guerra y de la universal prohibición que con-
dena el crimen, pero la guerra, lo mismo que la
prohibición, es universal. Por todas partes el crimen
está cargado de horror y en todas partes los actos de
guerra son valerosos. Ocurre lo mismo con la men-
tira y la injusticia. Es verdad que en algunos lugares
las prohibiciones fueron rigurosamente observadas,
pero el tímido que jamás se atreve a quebrantar la
ley, que vuelve los ojos, es despreciado en todas
partes. En la idea de la virilidad se mezcla siempre la
imagen del hombre que, dentro de sus límites, a sa-
biendas, pero sin miedo y sin pensarlo, sabe situarse
fuera de las leyes. Jaurés, cediendo ante la justicia,
187
GEORGE BATAILLE
no sólo habría perjudicado a sus partidarios, sino
que además éstos le habrían considerado, desde ese
momento, incapaz. Un aspecto sordo de la virilidad
obliga a no responder jamás, a rechazar la explica-
ción. Debemos ser leales, escrupulosos, desintere-
sados, pero por encima de esos escrúpulos, de esa
lealtad y ese desinterés, debemos ser soberanos.
La necesidad de quebrantar por lo menos una
vez la prohibición, aunque uno sea un santo, no por
eso reduce a la nada su principio. Aquel que mentía
torpemente, que, al mentir, pretendía que "la única
cosa atroz" era "la mentira", tuvo hasta la muerte la
pasión por la verdad. Emmanuel Berl ha contado la
sorpresa que tuvo ante ello: "Una noche, dice, al
salir de la casa de Proust hacia las tres de la mañana
(era durante la guerra), más abrumado que de cos-
tumbre por una conversación que excedía mis re-
cursos físicos, lo mismo que mis recursos
intelectuales, totalmente desamparado, tuve, cuando
me encontré sólo en el bulevar Haussmann, la im-
presión de hallarme en el limite de mí mismo. Tan
extraviado, creo, como después del derrumba-
miento de mi refugio en el Bois-le-Prétre. No podía
soportar ya nada más, comenzando por mí mismo,
188
LA LITERATURA Y EL MAL
agotado, avergonzado de mi agotamiento y pensaba
en aquel hombre que apenas comía, a quien ahoga-
ba el asma, y de quien el sueño huía, y que no por-
eso dejaba de luchar contra la mentira al mismo
tiempo que contra la muerte: sin dejarse jamás, ni
ante el - análisis ni ante la dificultad de formular sus
resultados, y que incluso consentía en hacer un es-
fuerzo suplementario para tratar de disminuir un
poco la confusión cobarde de mis ideas. Mi desam-
paro, me repugnaba menos aún que mi abulia para
sufrirlo..." Avidez, que no se opone, sino al contra-
rio, a la transgresión, en un punto, del principio que
sirve. Es demasiado grande para que el principio se
vea amenazado; incluso la duda sería una debilidad.
En la base de una virtud se halla el poder que tene-
mos para romper su cadena. La enseñanza tradicio-
nal desconoció ese resorte secreto de la moral: su
idea de la moral se vuelve insípida. Desde el ángulo
de la virtud la vida moral tiene el aspecto de un con-
formismo miedoso; desde el otra, el desdén de la
sosería es considerado inmoralidad. La enseñanza
tradicional exige en vano un rigor superficial, hacho;
de formalismo lógico: vuelve la espalda al espíritu
riguroso. Nietzsche, al denunciar la moral enseñada,
pensaba sobrevivir al crimen que cometía. Si hay
189
GEORGE BATAILLE
una moral auténtica, su existencia está siempre en
juego. El verdadero odio a la mentira admite (so-
breponiéndose al horror que esta fe inspira) el ries-
go que se corre al mentir. La indiferencia ante ese
riesgo es su aparente ligereza. Es lo contrario del
erotismo que admita la condena sin la cual sería so-
so. La idea de leyes intangibles quita la fuerza de
una verdad moral a la que debemos adherirnos sin
encadenarnos. En el exceso erótico veneramos la
regla que violamos. Un juego de enfrentamientos
que rebotan está en la base del movimiento alterno
de la fidelidad y rebelión, que es la esencia del hom-
bre. Al margen de ese juego nos asfixiamos en la
lógica de las leyes.
EL GOZO BASADO EN EL SENTIDO
CRIMINAL DEL EROTISMO
Proust, al comunicarnos su experiencia de la vi-
da erótica, ha dado un aspecto inteligible a ese juego
de enfrentamientos fascinantes.
Alguien ha considerado, arbitrariamente, que la
asociación del crimen y el sacrilegio con la imagen
absolutamente santa de la madre es síntoma de un
190
LA LITERATURA Y EL MAL
estado patológico. "Mientras el placer se apoderaba
de mí cada vez más, escribe el narrador de En bus-
ca..., sentía que en el fondo de mi corazón se des-
pertaba una tristeza y una desolación infinitas; me
parecía que hacía llorar al alma de mi madre...' La
voluptuosidad dependía de ese horror. En un punto
de En busca..., la madre de Marcel desaparece sin
que antes se haya hablado de su muerte: sólo se nos
cuenta la muerte de la abuela. Come si la muerte de
su misma madre tuviera un sentido demasiado
fuerte para el autor: de su abuela nos dice: "Al rela-
cionar la muerte de mi abuela y la de Albertine me
parecía que mi vida estaba mancillada por un doble
asesinato." A la mancha del asesinato se sumaba
otra aún más profunda, la de la profanación. Hay
razones para detenerse en el pasaje'' de Sodoma y
Gomorra en que se dice que "los hijos al no pare-
cerse siempre al padre". consuman en su rostro la
profanación de la madre". Hay que detenerse en
este punto, porque el autor concluye: "Dejemos
ahora, lo que merecería un capítulo aparte: "las ma-
dres profanadas". En efecto, la clave de ese título de
tragedia está en el episodio en que la hija de Vin-
teuil, por cuyo mal comportamiento su padre aca-
baba de morir de pena, se entrega pocas días
191
GEORGE BATAILLE
después, vestida aún de luto, a las caricias de una
amante homosexual, que escupe sobre la fotografía
del muerto. La hija de Vinteuil personifica a Marcel
y Vinteuil es la madre de Marcel ". La instalación en
la casa, en vida todavía de su padre, de la amante de
Mlle. Vinteuil es paralela a la instalación de Alberti-
na en el apartamento del narrador (Albertina, en
realidad el chofer Alberto Agostinelli). No se nos
dice nada, cosa que produce un cierto embarazo, de
las reacciones de la madre ante la presencia de la
intrusa (o del intruso). No existe lector, imagino,
que no se haya dado cuenta de que en este punto el
relato es imperfecto. Por el contrario el sufrimiento
y la muerte de Vinteuil son narrados con insistencia.
Proust dejó en blanco, aquello que podemos colegir
de diversos pasajes sobre Vinteuil, y que resulta
desgarrador leer si se modifican los nombres": "Para
los que, como nosotros, vieron en esa época (a la
madre de Marcel) evitar a las personas a que cono-
cía, volverse cuando las veía acercarse, envejecida en
pocos meses, absorbida por su pena, incapaz ya de
realizar cualquier esfuerzo que no tuviera como fi-
nalidad la felicidad de (su hijo), pasar jornadas ente-
ras ante la tumba de (su marido) cera difícil no
comprender que estaba a punto de morir de pena, y
192
LA LITERATURA Y EL MAL
suponer que no se daba cuenta de los rumores que
corrían-. Los conocía y probablemente les daba cré-
dito. Posiblemente no existe ninguna persona, por
acendrada que sea su virtud, que no pueda verse
llevada por la complejidad de las circunstancias a
vivir famíliarizándose con el vicio que más formal-
mente condena sin que esto signifique, por otra
parte, que lo ha reconocido claramente bajo el dis-
fraz de hechos particulares con que se reviste para
entrar en contacto con ella y hacerla sufrir: palabras
extrañas, actitudes inexplicables, cualquier noche, de
ese ser, al que ella, por tantas razones, ama. Pero
para (una mujer) como (la madre de Marcel) tenía
que ser mucho más dolorosa que para cualquier
(otra) la resignación ante una de esas situaciones
que equivocadamente se consideran patrimonio ex-
clusivo, del mundo de la bohemia: estas situaciones
se producen cada vez que un vicio, que la misma
naturaleza hace que se desarrolle en un niño, nece-
sita encontrar el espacio y la seguridad que precisa...
Pero que (la madre de Marcel) conociera quizá el
comportamiento de su (hijo) no significa que su
veneración por (él) disminuyese. Los hechos no pe-
netran en el mundo donde viven nuestras creencias;
no las han hecho nacer y tampoco las destruyen...".
193
GEORGE BATAILLE
Debemos leer de la misma forma, atribuyéndole a
Marcel lo que Ere busca... atribuye a Mlle. Vinteuil
lo que sigue: "... en el corazón de (Maree]) el mal,
por lo menos al comienzo, no se daba sin mezcla.
(Un) sádico como (él) es el artista del mal, cosa que
una criatura enteramente malvada no podría ser
porque el mal no sería algo exterior a ella, le pare-
cerla completamente natural, no se distinguiría in-
cluso, de ella; y como no veneraría la virtud, ni la
memoria de los muertos, ni la ternura filial no en-
contraría un placer sacrílego en profanarlas. Los
sádicos del tipo (de Marcel) son seres puramente
sentimentales, tan naturalmente virtuosos que inclu-
so consideran al placer sensual como algo malo,
corno un privilegio de los malvados. Y cuando se
conceden a sí mismos entregarse a esos placeres por
unos momentos, intentan penetrar en la piel de los
malvados y hacer entrar con ellos a su cómplice,
para tener por un momento la ilusión de evadirse de
su alma escrupulosa y tierna, en el mundo inhuma-
no del placer". Proust dice aún en El tiempo reco-
brado: "... Además en el sádico - por muy bueno
que pueda ser, y más aún cuanto mejor sea- se da
una sed de mal que los malvados que actúan para
otros fines (si son malvados por alguna razón con-
194
LA LITERATURA Y EL MAL
fesable) no pueden contentar." Lo mismo que el
horror es la medida del amor, la sed de Mal es la
medida del Bien.
La transparencia de estos párrafos es fascinante.
Lo que parece desvanecerse es la posibilidad de
captar un aspecto sin el aspecto complementario.
El Mal parece que puede ser captado, pero sólo
en la medida en que el Bien es su clave. Si la inten-
sidad luminosa del Bien no diera su negrura a la no-
che del Mal, el Mal dejaría de ser atractivo. Esta
verdad es difícil. Hay algo en ella que irrita a1 que la
escucha. Sin embargo, sabemos que las cosas que
más afectan a la sensibilidad proceden de contrastes.
La vida sensual, en su movimiento, se basa en el
miedo que el macho inspira a la hembra y en el
brutal desgarramiento que es el apareamiento (es
menos una armonía que una violencia, que quizá
lleve a la armonía pero siempre por exceso). Prime-
ramente, es necesario romper, la unión se encuentra
al final de un combate donde la muerte entra en
juego. En cierta forma, un aspecto desgarrador del
amor se destaca entre sus múltiples avatares. Si el
amor a veces es rosa, el rosa concuerda con el ne-
gro, ya que sin él seria el signo de lo insípido. ¿Ten-
195
GEORGE BATAILLE
dría el rosa, sin el negro, el valor que loca a la sensi-
bilidad? Sin la desdicha, ligada a ella como la som-
bra a la luz, una pronta indiferencia sería la
respuesta a la felicidad. Hasta tal punto es cierto
ésto, que las novelas describen indefinidamente el
sufrimiento, y casi nunca la satisfacción. En reali-
dad, el valor de la felicidad está constituido por su
rareza. Si fuera fácil, sería desdeñada, asociada, al
aburrimiento. La transgresión de la regla es lo único
que posee la irresistible atracción que le falta a la
felicidad duradera.
La escena más fuerte de En busca... (que la
iguala a la más negra tragedia) no tendría el sentido
profundo que nosotros le atribuimos si el primer
aspecto no tuviera una contrapartida. Si para sugerir
el deseo, el color rosa necesita el contraste negro,
¿ese negro seda suficientemente negro, si nosotros
no tuviéramos antes sed de pureza, es decir, si c pe-
sar nuestro no hubiera empañado nuestro sueño. La
impureza sólo se conoce por contraste, por aquellos
que pensaban que no podían prescindir de su con-
trario, de la pureza. El deseo absoluto de impureza,
que Sade concibió artificialmente, le llevaba al esta-
do de sociedad en el cual, al estar embotada cual-
quier sensación, se pierde la posibilidad misma del
196
LA LITERATURA Y EL MAL
placer. El recurso infinito que la literatura (las esce-
nas imaginarias de las novelas) le ofrecía tampoco
podía satisfacerle porque le faltaba la delicia última
del sentimiento moral que confiere a los crímenes el
sabor criminal sin el cual parecen naturales, sin el
cual, son naturales. Proust, más hábil que Sade,
ávido de gozar, dejaba al vicio el color odiable del
vicio, la condena de la virtud. Pero si fue virtuoso,
no lo fue para alcanzar el placer, y si alcanzó el pla-
cer fue porque previamente había querido lograr la
virtud. Los malvados sólo conocen el Mal, el bene-
ficio material. Si buscan el mal de los otros, ese mal
no es en último término más que un Bien egoísta.
No podemos salir del embrollo en que se disimula
el Mal, nada más que comprendiendo el vínculo
entre los contrarios, es decir, que no pueden pasarse
el uno sin el otro. He demostrado primero que la
dicha sola no es deseable en sí misma y que de ella
se desprendería el aburrimiento si la prueba de la
desgracia o del Mal, no nos hiciera anhelarla. Tam-
bién lo recíproco es cierto: si no tuviéramos, como
tuvo Proust (y como quizá en el fondo el mismo
Sade) el ansia del Bien, el Mal nos proporcionaría
una sucesión de sensaciones indiferentes.
197
GEORGE BATAILLE
JUSTICIA, VERDAD Y PASIÓN
Lo que se desprende de este conjunto inespera-
do es la rectificación del juicio corriente que, al en-
frentar el Bien y el Mal, lo hace a la ligera. Aunque
el Bien y el Mal son complementarios no son por
ello equivalentes. Con razón distinguimos entre
comportamientos humanamente llenos de sentido, y
otros de sentido odioso. Pero la oposición entre
estos comportamientos no es la misma que en teo-
ría enfrenta al Bien y al Mal.
La miseria de la tradición está en que se apoya
en la debilidad, que implica siempre una preocupa-
ción por el porvenir. La preocupación por el porve-
nir exalta la avaricia; condena la imprevisión, que
derrocha. La debilidad previsora se opone al princi-
pio del goce del instante presente. La moral tradi-
cional coincide con la avaricia: considera que en la
preferencia por el goce inmediato se halla la raíz del
Mal. La moral avara fundamenta el entendimiento
entre la justicia y la policía. Si prefiero el gozo, de-
testo la represión. La paradoja de la justicia es que la
moral avara la une con la estrechez de la represión;
la moral generosa la concibe en cambio como el
198
LA LITERATURA Y EL MAL
primer impulso de aquel que quiere que cada uno
tenga lo que se le debe, que corre en ayuda de la
víctima da la injusticia. ¿La justicia podría palpitar
sin esta generosidad?, ¿ y quién podría decir que está
dispuesta a cantar?
Del mismo modo ¿sería la verdad, lo que es, si
no se afirmara generosamente frente a la mentira? A
veces, la pasión por la verdad y la justicia se aleja de
posiciones en las cuales es gritada por la multitud
política, porque la multitud, que a veces está movida
por la generosidad, en otros casos recibe la inclina-
ción contraria. En nosotros siempre la generosidad
se opone al impulso de la avaricia como la pasión se
opone al cálculo razonado. No podemos confiar
ciegamente en la pasión, que abarca también la ava-
ricia, pero la generosidad en cambio supera a la ta-
zón y es siempre apasionada. Existe en nosotros
algo apasionado, generoso y sagrado, que excede de
las representaciones de la inteligencia; y por ese ex-
ceso es por lo que somos humanos. En un mundo
de autómatas inteligentes hablaríamos en vano de
justicia y de verdad.
Sólo porque esperó de ella algo sagrado, la ver-
dad despertó en Marcel Proust cólera que sorpren-
dió a Emmanuel Berl. Berl describió con términos
199
GEORGE BATAILLE
sobrecogedores la escena en que Proust le expulsó
de su casa gritando: "¡Marchaos, marchaos!", Por-
que Berl, que habla hecho el proyecto de casarse, le
parecía perdido para la verdad. ¿Era ésto delirio?
Quizá ¿pero acaso se entregaría la verdad a la que
no la amara hasta el delirio? Vuelvo de nuevo sobre
la descripción de esa pasión: "Su rastro ya pálido,
palideció aún más. Sus ojos llamearon de furor. Se
levantó y se vistió. Se disponía a salir. Pude notar el
vigor de aquel enfermo. Hasta ese momento yo no
había reparado en ello. Sus cabellos eran mucho
más negros y más espesos que los míos, sus dientes
más sólidos, su pesada mandíbula parecía capaz de
moverse mucho aún, su pecho, sin duda abombado
por el asma, hacía resaltar la anchura de sus hom-
bros`. Si hubiera sido preciso llegar a las manos co-
mo yo creí durante un segundo, no estaba seguro de
apostar por mí." La verdad - y la justicia- exige la
calma, y, sin embargo, sólo pertenecen a los vio-
lentos.
Nuestros momentos de pasión nos alejan, es
cierto, de los datos - más burdos- del combate po-
lítico, pero ¿cómo olvidar que a veces, en la base,
una cólera generosa anima al pueblo? Es inespera-
do, pero significativo: El mismo Proust ha resaltado
200
LA LITERATURA Y EL MAL
el carácter irreconciliable de la policía y la generosi-
dad del pueblo. Proust, que tuvo la pasión por la
verdad, describe la pasión por la justicia que en
cierta ocasión le arrebató: de pronto, se representó
"devolviendo can toda su alma, lleno de cólera, los
golpes que recibe el más débil, lo mismo que el día
en que se enteró de que un ladrón acababa de ser
denunciado, cercado y tras una resistencia desespe-
rada agarrotado por los agentes, hubiera deseado
que fuera lo suficientemente fuerte como para tru-
cidar a los guardias...": Este impulso de rebelión,
inesperado por parte de Proust, me emocionó. Vi
en él la conciliación de la cólera, a la que ahora la
reflexión prolongada, y de la sabiduría, sin la cual la
cólera es inútil. Si al final no coinciden la noche de
la cólera y la lucidez de la sabiduría ¿cómo recono-
cernos en este mundo? Pero los fragmentos vuelven
a encontrar en la cima: captamos la verdad que los
contrarios, el Bien y el Mal, componen.
201
GEORGE BATAILLE
KAFKA
¿ES PRECISO QUEMAR A KAFKA?
Poco después de la guerra un periódico comu-
nista (Action) abrió una encuesta sobre un asunto
inesperado. ¿Es precisa quemar a Kafka?, se pre-
guntaba. La pregunta era tanto más disparatada
cuanto que no venía precedida de aquellas que de-
berían haberla introducido: ¿hay que quemar los
libros?, o en general ¿qué libras hay que quemar?
Fuera lo que fuera, la elección de los redactores era
sutil. Inútil recordar que el autor de El Proceso, es,
como se dice "uno de los mayores genios de nuestra
época". Pero el gran número de respuestas demos-
tró que la audacia daba resultado. Además, la en-
cuesta tuvo, mucho antes de ser formulada, una
respuesta que Action omitió publicar: la del propio
202
LA LITERATURA Y EL MAL
autor que vivió, o por lo menos murió, obsesionado
por el deseo de quemar sus libros.
A mi parecer, Kafka no salió nunca de su inde-
cisión. En primer lugar, escribió aquellas libras; es
de suponer que pasara algún tiempo entre el día en
que los escribió y aquel en que se decide a que-
marlos. Pero incluso entonces, su decisión sigue
siendo equívoca, ya que la confió a uno de sus ami-
gos que le había prevenido: se negaba a encargarse
de aquella tarea. Sin embargo, no murió sin haber
expresado antes esta voluntad de apariencia decisi-
va: era preciso echar al fuego lo que dejaba.
Proviniera de donde proviniera la idea de que-
mar a Kafka (quizá se trataba de una provocación),
era lógica en el ánimo de los comunistas. Esas lla-
mas imaginarias ayudan incluso a comprender mejor
sus libros: son libros para el fuego, objetos a los que
en realidad parece que les falta estar en llamas, que
están ahí pero para desaparecer; como si estuvieran
ya destruidos.
203
GEORGE BATAILLE
KAFKA, LA TIERRA PROMETIDA Y LA
SOCIEDAD REVOLUCIONARIA
Kafka fue quizá el más astuto de los escritores:
¡él por lo menos no cayó en la trampa!... En primer
lugar, y en contra de muchos modernos, él quiso ser
precisamente escritor. Comprendió que la literatura,
lo que él quería, le negaba la satisfacción que espe-
raba, pero siguió escribiendo. Sería incluso imposi-
ble decir que la literatura le decepcionó. No le
decepcionó, en todo caso, en comparación con
otros fines posibles. Admitimos que supuso para él
lo que la Tierra prometida para Moisés.
Kafka dijo esto de Moisés: "... parece increíble
que no consiguiera ver la Tierra prometida más que
la víspera de su muerte. Esta suprema perspectiva
no podría tener más sentido que el de representar
hasta qué punto la vida humana no es más que un
instante incompleto, porque ese género de vida (la
espera de la Tierra prometida) podría durar indefi-
nidamente sin tener jamás por resultado algo que no
fuera un instante. Moisés no alcanzó Caná no por-
que su vida fuese demasiado breve sino porque era
una vida humana". Tenemos aquí no sólo la denun-
204
LA LITERATURA Y EL MAL
cia de la vanidad de un bien determinado sino la de
todos los fines, vacíos igualmente de sentido: un fin
está siempre irremisiblemente en el tiempo, como
un pez está en el agua: es un punto en el movi-
miento del universo: porque se trata de una vida
humana.
¿Existe algo más opuesto a la posición comu-
nista? Del comunismo podemos decir que es la ac-
ción por excelencia, la acción que cambia el mundo.
En él el fin, el mundo cambiado, situado en el tiem-
po, en el tiempo futuro, subordina la existencia, la
actividad presente, que sólo tiene sentido por el fin
considerado, ese mundo que hay que cambiar. En
este punto, el comunismo no presenta ninguna difi-
cultad de principio. La humanidad entera está dis-
puesta a subordinar el presente al imperativo poden
de un fin. Nadie duda del valor de la acción y nadie
discute a la acción la autoridad final.
Queda si acaso una reserva insignificante: nos
decimos a nosotros mismos que actuar jamás impe-
dirá vivir... El mundo de la acción no tiene más
preocupación que el fin buscado. Los fines difieren
según la intención, pero su diversidad, e incluso su
oposición, siempre reserva un camino a la conve-
niencia individual. Sólo una cabeza mal hecha y casi
205
GEORGE BATAILLE
loca, rechaza un fin si no es en provecho de otro
más valioso. El mismo Kafka deja entender que si
Moisés fue objeto de burla, es porque según la pro-
fecía debía morir en el instante en que iba a alcanzar
su fin. Pero añade, con lógica, que la razón profun-
da de su chasco fue tener una "vida humana". El fin
se da en el tiempo, el tiempo es limitado: esto es lo
único que le lleva a Kafka a considerar el fin en sí
mismo como un señuelo.
Es tan paradójico - y tan opuesto a la actitud
comunista (la actitud de Kafka no es sólo contraria
a la preocupación política que pretende que nada
importa si la revolución no se lleva a cabo)- que de-
bemos examinarlo con detenimiento.
LA PERFECTA PUERILIDAD DE KAFKA
La tarea no es fácil.
Kafka expresó siempre su pensamiento - cuan-
do así lo decidió expresamente (en su diario o en
sus páginas de reflexiones)-, haciendo de cada pala-
bra una trampa (edificaba peligrosos edificios, en
donde las palabras no se ordenan lógicamente, sino
unas sostienen a las otras como si sólo pretendieran
206
LA LITERATURA Y EL MAL
sorprender, desorientar, como si se dirigieran al
propio autor, que nunca se cansó, parece, de ir de
sorpresa en sorpresa).
Nada más inútil, desde luego, que dar un senti-
do a sus escritos propiamente literarios, donde a
veces se ha visto lo que no hay en ellos, o en el
mejor de los casos, lo que, una vez esbozado, no
daba pie a la más tímida afirmación. Debemos ex-
presar estas reservas en primer lugar. Sin embargo,
perseguiremos a través de ese dédalo, un sentido
general, que sólo se capta evidentemente en el mo-
mento en que salimos del laberinto: y creo poder
decir, sencillamente, que la obra de Kafka da testi-
monio, en su conjunto, de una actitud completa-
mente infantil.
A mi parecer, el punto débil de nuestro mundo
es por lo general considerar lo infantil como una
esfera aparte; una esfera que, sin duda, en algún
sentido no nos es ajena, pero que permanece al
margen de nosotros y no podría constituir por sí
misma ni significar su verdad: lo que es en realidad.
Del mismo modo, por lo general, nadie considera al
error como constitutivo da lo verdadero... "Es in-
fantil" y "no es serio" son proposiciones equivalen-
tes. Pero infantiles, para comenzar, lo somos todos,
207
GEORGE BATAILLE
absolutamente, sin reticencias y hay que decir que
del modo más sorprendente: de este moda (infan-
tilmente) manifiesta su esencia la humanidad en es-
tado naciente. Propiamente hablando, jamás el
animal es infantil, pero el joven ser humano reduce,
no sin pasión, el sentido que el adulto le sugiere a
otro sentido distinto, el cual a su vez no se deja re-
ducir a nada. Este es el mundo al que nosotros nos
adherimos y que al principio nos embriagaba con su
inocencia: el mundo donde cada cosa, durante un
tiempo, desplazaba a esa razón de ser que la hizo
cosa (en el engranaje de sentido a donde el adulto la
sigue).
Kafka nos dejó un escrito al que su editor llamó
“esbozo de una autobiografía”. El fragmento sólo
trata de la infancia y concretamente de un aspecto
particular. “Nunca podrá hacérsele comprender a
un muchacho, cuando, al anochecer, se halla a la
mitad de una bella historia cautivadora, nunca se le
hará comprender mediante una demostración limi-
tada a él sólo, que tiene que interrumpir su lectura
para irse a acostar.” Kafka dice más adelante: “Lo
importante en todo esto es que la condena de que
había sido objeto mi exagerada lectura, la hacía yo
extensiva por mis propios medios al quebranta-
208
LA LITERATURA Y EL MAL
miento, que permanecía secreto, de mi deber y, por
eso, llegaba a las conclusiones más deprimentes.” El
autor adulto insiste en que la condena recaía sobre
gustos que formaban las "particularidades del tiño":
la imposición le hacía o bien "detestar al opresor" o
considerar como insignificantes las particularidades
prohibidas. “... Al dejar en silencio una de mis parti-
cularidades, escribía, resultaba de ello que me de-
testaba a mí mismo y a mi destino, que me
consideraba malo y condenado”.
El lector de El Proceso o de El Castillo no tiene
dificultad en reconocer la atmósfera de las compo-
siciones novelescas de Kafka. Al crimen de leer si-
guió, cuando hubo entrado en la edad adulta, el
crimen de escribir. Cuando se trató de la literatura,
la actitud del medio que le rodeaba, y sobre todo la
del padre, se caracterizó por una reprobación simi-
lar a la que afectaba a fa lectura. Kafka se desesperó
del mismo modo. Michel Carrouges ha dicho jus-
tamente a propósito de este asunto: "Lo que le
afectaba de modo tan estremecedor, era aquella lige-
reza con respecto a sus preocupaciones más pro-
fundas..." Al hablar de una escena donde el
desprecio de los suyos se manifestó cruelmente, Ka-
fka escribe: "Permanecí sentado, e inclinado como
209
GEORGE BATAILLE
antes hacia mi familia... pero de hecho acababa de
ser expulsado de un sólo golpe de la sociedad..."
LA PERVIVENCIA DE LA SITUACIÓN
INFANTIL
Lo que extraña en el carácter de Kafka es que
esencialmente le interesaba que su padre le com-
prendiera y consintiera el infantilismo de sus lectu-
ras y más tarde, de la literatura; que no considerara
fuera de la sociedad de los adultos - única indes-
tructible -, lo que él, desde la infancia, confundió
con su esencia, con la particularidad de su ser. Su
poder representaba para él, el hombre de la autori-
dad, cuyo interés se limitaba a los valores de la ac-
ción eficaz. Su padre representaba la primacía de un
fin al que se subordina la vida presente y a la que se
atienen la mayoría de los adultos. Puerilmente, Ka-
fka vivía, como todo escritor auténtico, bajo el im-
perativo contrario, la primacía del deseo actual. Es
cierto que se sometió a1 suplicio de un trabajo de
oficina pero nunca sin quejas, ya que no contra los
que le obligaban a aceptarlo sí por lo menos contra
su mala suerte. Se sintió siempre excluido de la so-
210
LA LITERATURA Y EL MAL
ciedad que le empleaba, pero que consideraba una
nadería - un infantilismo - lo que él era en el fondo
de sí mismo con una pasión exclusivista. El padre
evidentemente respondía con la dura incompren-
sión del mundo de la actividad. En 1919, Franz Ka-
fka escribió, pero sin duda, felizmente, no envió a
su padre, una carta de la que conocen algunos frag-
mentos: Yo era, dice, un niño ansioso, pero sin em-
bargo obstinado, como todos los niños; sin duda mi
madre también me mimaba, pero no obstante no
puedo crees que fuera un niño de trato difícil, no
puedo creer que una palabra amable, que una forma
silenciosa de acógeme de las manos, que una mirada
buena no hubiera obtenido de mí todo lo que se
deseaba. Pero tú, tú no puedes tratar a un niño más
que de acuerdo con tu propia naturaleza, con fuer-
za, con estallidos, con cólera. Te habías levantado
por ti mismo hasta una posición tan elevada que
tenias una confianza ilimitada en ti mismo... En tu
presencia yo comenzaba a tartamudear... Ante ti
había perdido la confianza en mí mismo y había
asumido como reacción un sentimiento de culpabi-
lidad sin límites. Recordando el carácter ilimitado de
este sentimiento fue como un día escribí, atribuyén-
dolo a otros: «Temía que la vergüenza le sobrevivie-
211
GEORGE BATAILLE
ra... Era de ti de quien se trataba en todo aquello
que comenzaba a escribir ¿qué hacia yo en mis es-
critos sino verter las quejas que no había podido
verter en tu seno? Era, voluntariamente dilatada,
una despedida de ti...".
Kafka quería titular toda su obra: "Tentativas de
evasión fuera de la esfera paterna". Pero no nos
equivoquemos: Kafka nunca quiso evadirse real-
mente. Lo que quería era vivir en la esfera - pero
excluido -. En el fondo, sabía que estaba expulsado.
No se puede decir que fuera expulsado por los de-
más, ni tampoco que lo fuera por sí mismo. Sim-
plemente se comportaba dé forma que se hacía
insoportable en el mundo de la actividad interesada,
industrial y comercial; quería permanecer en la pue-
rilidad del sueño.
La evasión de que aquí se trata difiere esencial-
mente de la que consideran las crónicas literarias: es
una evasión que fracasa. Incluso una evasión que
debe, una evasión que quiere fracasar. Lo que falta
en la evasión vulgar, lo que la limita a1 compromi-
so, al "gesto", es un sentimiento de profunda culpa-
bilidad, de violación de una ley indestructible, es la
lucidez de una conciencia de sí, implacable. El eva-
dido que nos presenta las crónicas literarias es un
212
LA LITERATURA Y EL MAL
diletante, se conforma con divertir; no es todavía
libre, no lo es en el sentido fuerte de la palabra, en
que la libertad es soberana. Para ser libre necesitaría
hacerse reconocer como tal por la sociedad domi-
nante.
En aquel mundo caduco y feudal austríaco, la
única sociedad que hubiera podido reconocer al jo-
ven israelita, era la esfera paterna de los negocios,
que excluía los ardides de un snobismo apasionado
por la literatura. El medio en que se afirmaba el po-
der del padre de Franz, anunciaba la dura rivalidad
del trabajo que no concede nada al capricho y limita
a la infancia cualquier infantilismo, tolerado e inclu-
so amado dentro de sus límites, pero condenado en
su principio. La actitud de Kafka pretende ahora ser
precisada y señalar su carácter extremado. No sólo
quería ser reconocido por la autoridad que era me-
nos susceptible de reconocerle (ya que - estaba re-
suelto a ello sin reticencias- él no cederla), sino que
además nunca tuvo intención de derrocar esa auto-
ridad, ni siquiera en realidad de enfrentarse a ella.
No quiso oponerse a ese padre que le retriaba la
posibilidad de vivir, no quiso ser a su vez adulto y
padre. A su modo emprendió una lucha a muerte
para entrar en la sociedad paterna con toda la ple-
213
GEORGE BATAILLE
nitud de sus derechos, pero sólo habría consentido
lograrlo con una condición: seguir siendo el niño
irresponsable que era.
Mantuvo sin concesiones, hasta el último
aliento, un combate desesperado. Jamás tuvo espe-
ranzas: la única salida era entrar mediante la muerte,
abandonando plenamente la particularidad (el capri-
cho, lo infantil), en el mundo del padre. El mismo
formuló en 1917 esta solución que sus novelas mul-
tiplicaron: "Por tanto me confiaré a la muerte. Resto
de una creencia Retorno al padre. Gran jornada de
reconciliación”. El medio que tenla para poder ha-
cer a su vez el papel de padre, era el matrimonio.
Pero lo evitó, a pesar del deseo que tuvo de reali-
zarlo, por razones válidas: rompió sus compromisos
dos veces. Vivía “aislado de las generaciones pasa-
das”, y “no pudo llegar a ser un nuevo origen de
generaciones”.
"El obstáculo esencial para mi matrimonio, dice
en la carta a su padre", es mi convicción, que ya es
definitiva, de que para asegurar la existencia de una
familia y sobre todo para dirigirla, son precisas ne-
cesariamente las cualidades que yo te conozco... Es
preciso, digámoslo, ser lo que tú eres, traicionar lo
que yo soy.
214
LA LITERATURA Y EL MAL
Kafka tuvo que elegir entre los escándalos -
pueriles, discretos- del capricho, del humor autó-
nomo, que al no reparar en nada, no subordina nada
a una felicidad prometida - y la búsqueda de esa fe-
licidad efectivamente prometida ala actividad traba-
jadora y la autoridad viril -. Tuvo posibilidad de
elegir, puesto que hizo la prueba: supo, ya que no a
negarse e perderse en los engranajes del trabajo in-
grato, sí por lo menos asegurar su trayectoria con
conciencia. Optó por el capricho incoercible de sus
héroes, por sus rasgos infantiles, su ansiosa insatis-
facción, su escandalosa conducta y el evidente en-
gaño da su actitud. Quiso en una palabra, que la
existencia de un mundo sin razón, en el que no se
ordenan los sentidos, siguiera siendo la existencia
suprema, la existencia sólo posible en la medida en
que reclama a la muerte ".
Sin escapatoria, sin debilidad, lo quiso, negán-
dose a dejar al valor soberano de su elección una
oportunidad a costa de ponerse máscara. Jamás se
desvió, reclamando para lo que solamente es sobe-
rano sin derecho a serlo, el privilegio de lo serio.
¿Qué son los caprichos garantizados por las leyes y
el poder, sino fieras de jardín zoológico? Sintió que
la verdad, la autenticidad del capricho, exigía la en-
215
GEORGE BATAILLE
fermedad, la perturbación hasta la muerte. EL dere-
cho, como ha dicho a1 hablar de él Maurice Blan-
chot" es asunto de la acción, "el arte (el capricho) se
halla sin derechos contra la acción". El mundo es, a
la tuerza, el bien de aquellos a los que ha sido atri-
buida una tierra prometida y que si es preciso tra-
bajan juntos y luchan para llegar a ella. La fuerza
silenciosa y desesperada de Kafka fue el no querer
impugnar la autoridad de vivir, y separarse del error
corriente que emprende, frente a la autoridad, el
juego de la rivalidad. Cuando al final se hace vence-
dor, aquel que negaba la opresión, se convierte a su
vez tanto para sí mismo como para los demás, en
semejante a aquellos a los que habla combatido, a
aquellos que asumen la opresión. La vida pueril, el
capricho soberano, sin cálculo, no pueden sobrevi-
vir a su triunfo. Nada es soberano sin una condi-
ción: no poseer la eficacia del poder que es acción,
primacía del porvenir sobre el momento presente,
primado de la tierra prometida. Evidentemente, no
luchar para destruir a un adversario cruel y más du-
ro, es ofrecerse a la muerte. Para soportarlo sin trai-
cionarse a sí mismo hay que llevar una lucha sin
retinencias, austera y angustiada: es la única oportu-
nidad de mantener esa pureza delirante, nunca uni-
216
LA LITERATURA Y EL MAL
da a la intención lógica, siempre en una situación
falsa en los engranajes de la acción; pureza que une
a todos sus héroes en el atolladero de una culpabili-
dad creciente. ¿Hay algo más pueril, o más silencio-
samente incongruente que el K. de El Castillo o que
el José K. de El Proceso? Este doble personaje, "el
mismo en los dos libros", hipócritamente agresivo,
agresivo sin cálculo, sin razón: un capricho abe-
rrante, una ciega obstinación le pierden. Todo lo
espera de la benevolencia de autoridades implaca-
bles; se comporta como el libertino más desvergon-
zado, en medio del comedor de la posada (la posada
de los funcionarios), en el reposado marco de la es-
cuela, en casa de su abogado... en la sala de audien-
cias del Palacio de Justicia. El padre en El
Veredicto, es escarnecido por el hijo, pero queda
asegurado siempre que la profunda, la excesiva, la
involuntaria destrucción de la autoridad y de sus
fines, se pagará; el introductor del desorden, que
había soltado los perros sin haberse asegurado un
refugio, como es a su vez destrozado en las tinie-
blas, será su primera víctima. Porque sin duda ésta
es la fatalidad de todo lo que es humanamente sobe-
rano; lo que es soberano no puede durar, nada más
que en la negación de sí mismo (el cálculo más in-
217
GEORGE BATAILLE
significante y todo cae por tierra, no queda más que
servidumbre, primacía del objeto del cálculo sobre
el momento presente), o en el instante duradero de
la muerte. La muerte es el único medio de evitar la
abdicación de la soberanía. No hay servidumbre en
la muerte; en la muerte ya no hay nada.
EL UNIVERSO GOZOSO DE KAFKA
Kafka no evoca una vida soberana, sino que,
por el contrario, como se halla llena de ataduras
hasta en los momentos más caprichosos, esta vida
es obstinadamente triste. El erotismo en El Proceso
o El Castillo es un erotismo sin amor, sin deseo y
sin fuerza, un erotismo del desierto, al que habría
que escapar a toda costa. Pero todo se enlaza. En
1922 Kafka escribe en su Diario: "Cuando aún esta-
ba yo satisfecho, yo deseaba estar insatisfecho y, por
todos los medios del siglo y de la tradición, me
arrojaba en la insatisfacción: en el presente me gus-
taría poder regresar a mi primitivo estado. Me en-
contraba por tanto siempre insatisfecho, incluso
insatisfecho de mi insatisfacción. Es curioso que,
con bastante sistematización, de esta comedia haya
218
LA LITERATURA Y EL MAL
podido nacer alguna realidad. Mi decadencia espiri-
tual comenzó por un juego infantil, indudablemente
conscientemente infantil. Por ejemplo yo simulaba
tics con la cara, me paseaba con los brazos cruzados
detrás de la cabeza; infantilismo detestable pero
siempre coronado de éxitos. Lo mismo ocurrió con
la evolución de mi expresión literaria, evolución que
más tarde desgraciadamente se interrumpió. Si fuera
posible forzar a la desgracia a producirse, debería
haberla podido obligar de este modo. "Pero además
citemos ahora un fragmento sin fecha: "... no es una
victoria lo que espero, no es la lucha lo que me re-
gocija; únicamente en la medida en que es lo único
que se puede hacer, puede regocijarme. La lucha
como tal me inunda en efecto de una alegría que
desborda mi facultad de goce o mi facultad de en-
trega y quizá no será ante la lucha sino ante la ale-
gría, donde yo acabo por sucumbir".
En suma, quiso ser desgraciado para satisfacerse
a sí mismo: lo más secreto de esa desgracia era una
alegría tan intensa que cl habla de morir por ella.
Transcribo el fragmento que viene a continuación:
"Ha dejado caer la cabeza de lado: en el cuello que
de este modo queda al descubierto hay una llaga,
hirviendo entre la carne y la sangre ardientes, hecha
219
GEORGE BATAILLE
por un relámpago que todavía dura." El relámpago
enceguecedor - el relámpago duradero- tiene indu-
dablemente más sentido que la depresión que le
procedía. Esta cuestión sorprendente aparece en el
Diario (en 1917)": "Jamás... pude comprender que
esté al alcance de casi Yodo el que escribe, objetivar
el dolor en el dolor, de manera que por ejemplo en
la desgracia, quizá con la cabeza aún ardiendo por la
desgracia, puedo sentarme para comunicar a alguno
por escrito: Soy desgraciado. Más aún, llegando aún
más allá, puedo en diversas florituras, según mis
dotes, que parecen no tener nada en común con la
desgracia, improvisar sobre este tema, simplemente
o antitéticamente o incluso con orquestaciones
completas de asociaciones. Y esto no es ni mentira
ni apaciguamiento del dolor, sino un excedente de
fuerzas, concedido por la gracia, en un momento en
que, sin embargo, el dolor ha agotado visiblemente
todas mis fuerzas hasta el fondo de mi ser, al que
aún desgarra. ¿Cuál es ese excedente?" Volvamos a
plantear la cuestión: ¿cuál es ese excedente?
Entre todos los cuentos de Kafka pocos hay
que tengan el interés de El Veredicto:
"Esta historia, dice el Diario en el 23 de sep-
tiembre de 1912 a la he escrito da una vez, en la
220
LA LITERATURA Y EL MAL
noche del 22 al 23 desde las diez de la noche hasta
las seis de la madrugada. Apenas pude retirar mis
piernas de debajo de la mesa, ya que se habían que-
dado rígidas de tanto estar sentado. Esfuerzo y ale-
gría terribles de ver cómo la historia se desarrollaba
ante mí, cómo hendía las aguas. En varias ocasiones
en el transcurso de esa noche, dejaba caer todo mi
peso sobre mi espalda. Cómo es posible que toda
cosa pueda ser dicha, que para todas las ideas que
vienen al espíritu, también para las ideas más extra-
ñas, haya un gran fuego preparado, en el que desa-
parecen y luego resucitan..."
"Esta novela corta cuenta, dice Carrouges, la
historia de un joven que discute con su padre con
respecto a la existencia de un amigo, y que al final,
desesperado, se suicida. En algunas líneas, tan bre-
ves como larga fue la descripción de la disputa, nos
dice el modo cómo se mata ese joven:
Saltó fuera de la puerta y cruzó los raíles del
tranvía, impulsado irresistiblemente hacia el agua. Y
ya se agarraba al parapeto como un hambriento a su
alimenta. Saltó el pretil, como gimnasta consumado
que había sido en su juventud, para orgullo de sus
padres. Se mantuvo todavía un instante can una
mano cada vez más débil, miró entre los barrotes el
221
GEORGE BATAILLE
paso de un autobús, cuyo ruido cubriría fácilmente
el de su caída y gritó débilmente: «¡Padres queridos,
sin embargo, os han amado siempre tanto!, Y se
dejó caer en el vacío.»
En ese momento había sobre el puente una cir-
culación literalmente loca."
Michel Carrouges tiene razón al insistir en el
valor poético de la frase final. El mismo Kafka le
dio otro sentido en una carta al fiel Max Brod:
“¿Sabes, le dice, lo que significa la frase final? Pensé
al escribirla en una fuerte eyaculación”. Esta “ex-
traordinaria declaración” ¿dejada entrever “trasfon-
dos eróticos?” , ¿Seria indicio “en el acto de escribir,
de una especie de compensación por la derrota ante
el padre y el fracaso en el sueño de transmitir la vi-
da?” No lo sé, pero a la luz de esta “declaración”, la
frase releída expresa la soberanía del goce, el desli-
zarse supremo del ser en la nada - que los otros re-
presentan para él.
El hecho de morir es el pago por esa soberanía
del goce . La angustia la precedía - como una con-
ciencia de la fatalidad de su resultado final- como si
fuera ya una aprehensión del momento de embria-
guez que será la condena, del vértigo liberador que
será la muerte. Pero la desgracia no es sólo el casti-
222
LA LITERATURA Y EL MAL
go. La muerte de Georg Bendermann tenía para su
doble, Kafka, el sentido de la felicidad: la condena
voluntaria prolongaba el exceso que la había provo-
cado, pero quitaba la angustia al conceder al padre
un amor, un respeto definitivos. No existía otro
medio para reconciliar la profunda veneración y la
falta, deliberada, a esa veneración. Ese es el precio
de la soberanía: que no puede darse a sí misma más
que el derecho de morir; jamás puede actuar, jamás
puede reivindicar derechos que sólo posee la acción,
la acción que nunca es auténticamente soberana,
porque tiene el sentido servil inherente a la búsque-
da de los resultados, la acción siempre subordinada.
¿Hay acaso algo inesperado en esta complicidad de
la muerte y el placer? Pero el placer - lo que agrada,
sin cálculo, contra todo cálculo -, al ser el atributo o
el emblema del ser soberano, tiene como sanción la
muerte que es también su medio.
Todo está dicho. La iluminación y la alegría no
se producen en los momentos eróticos. Si el erotis-
mo se halla presente as para asegurar el desorden.
Lo mismo que los "tics" simulados del rostro, con
ayuda de los cuales Kafka quería "forzar a la desgra-
cia a producirse". Pero esto es así porque sólo la
desgracia cada vez mayor y la vida decididamente
223
GEORGE BATAILLE
indefendible aportan la necesidad de la lucha y esa
angustia que oprime la garganta, sin la que no se
producirían ni el excedente ni la gracia.
Desdicha y pecado son ya lucha en sí mismos; la
lucha cuyo sentido es la virtud no depende de nin-
gún resultado. Sin la angustia la lucha no sería "lo
único que se puede hacer", por eso Kafka sólo
existe en la desgracia "inundado... de una alegría que
desborda (su) facultad de goce, o (su) facultad de
entrega" de una alegría tan intensa que de ella - y no
de la lucha- espera la muerte.
LA FELIZ EXUBERANCIA DEL NIÑO SE
VUELVE A ENCONTRAR EN EL
MOVIMIENTO DE LIBERTAD
SOBERANO DE LA MUERTE
En la compilación publicada bajo el título La
muralla china, hay un relato, Infancias`, que da un
aspecto paradójico de la feliz exuberancia de Kafka.
Lo mismo que en cualquiera de los momentos de su
obra escrita, no hay nada en esta obra que se atenga
sólidamente al orden establecido, a las relaciones
definibles. Siempre un mismo informe desgarra-
224
LA LITERATURA Y EL MAL
miento, a veces lento y a veces rápido, de niebla en
el viento: jamás un bien legible, a1 que se tienda
abiertamente, viene a prestar sentido a una ausencia
de límite tan pasivamente imperante. Kafka, niño,
se sumaba a la banda de sus compañeros de juego.
"Con la cabeza baja, escribe, nos sumergimos en
la noche. Día, noche, ¡ya no existía la hora! Tan
pronto los botones de nuestros chalecos entrecho-
caban como dientes, tan pronto corríamos mante-
niendo entre nosotros la misma distancia, con la
boca ardiendo como los animales de trópicos. Re-
linchando y con el cuerpo echado hacia atrás, pare-
cidos a los coraceros de antaño, descendíamos la
pequeña calleja chocando los unos con los otros y el
impulso nos hada trepar un buen trecho de la pen-
diente opuesta. Algunos, aislados, saltaban al foso,
pero apenas desaparecidos en la oscuridad del decli-
ve, aparecían en lo alto del camino, al borde de los
campos, mirándonos como si fuéramos desconoci-
dos...".
Este aspecto contrario (lo mismo que el sol es
lo contrario de las brumas impenetrables, cuya ver-
dad velada es, sin embargo) tiene quizá la virtud de
iluminar esta obra aparentemente triste. El impulso
supremo, restallante de alegría, de su infancia, se
225
GEORGE BATAILLE
cambió después en un movimiento que desembo-
caba en la muerte. Sólo la muerte era suficiente-
mente vasta, suficientemente sustraída a "la acción
que persigue el fin", para excitar aún, encubierta-
mente, el humor endiablado de Kafka. En otros
términos, la aceptación de la muerte le confiere,
antes de traspasar su límite, la actitud soberana que
nada persigue, que nada quiere y que, en el tiempo
de un relámpago, salta el parapeto el impulso vuelve
a ser el de la infancia vagabunda. La actitud sobera-
na es culpable, es desgraciada: en la medida en que
intenta esquivar la muerte, pero en el momento
mismo de morir, sin desafío, el loco impulso de la
infancia vuelve a embriagarse de libertad inútil. Lo
vivo, lo irreductible, niega lo que concilia la muerte,
la cual es la única que puede, impunemente, ceder a
la plena autoridad de la acción.
JUSTIFICACIÓN DE LA HOSTILIDAD DE
LOS COMUNISTAS
Podemos con todo rigor distinguir en la obra de
Kafka el aspecto social, el aspecto familiar y sexual y
por último el aspecto religioso. Pero estas distincio-
226
LA LITERATURA Y EL MAL
nes me parecen entorpecedoras; son quizá super-
fluas: he intentado, en lo que precede, introducir
una concepción en donde esos diferentes aspectos
se fundan en uno sólo. El carácter social de los re-
latos de Franz Kafka, indudablemente, sólo puede
ser captado en una presentación general. Percibir en
El Castillo - como hace Carrouges - "la epopeya del
obrero en paro", o Ia del judío perseguido"; en El
Proceso "la epopeya del acusado en la era burocráti-
ca"; relacionar esos relatos obsesivos con EL uni-
verso concentracionario de Rousset no está del todo
injustificado desde luego. Pero Carrouges pasa lue-
go a analizar la hostilidad comunista: "Hubiera sido
fácil - nos dice -, salvar a Kafka de toda acusación
de ser contrarrevolucionario, si se hubiera querido
admitir para él lo mismo que para otros: que se li-
mitó a pintar el infierno capitalista ". Y añade: "Si la
actitud de Kafka les resulta odiosa a tantos revolu-
cionarios, no es porque ponga en entredicho explí-
citamente la burocracia y la justicia burguesa, critica
que ellos hubieran aceptado de buena gana, sino
porque pone en entredicho, en realidad, a toda bu-
rocracia y a toda seudojusticia". ¿Quería Kafka im-
pugnar en particular determinadas instituciones que
deberíamos sustituir por otras menos inhumanas?
227
GEORGE BATAILLE
Carrouges escribe además: "¿Desaconseja la rebe-
lión? No más que la preconiza. Constata simple-
mente el aplastamiento del hombre: que el lector
extraiga las consecuencias. ¿Y cómo no rebelarse
contra el odioso poder que impide que el agrimen-
sor se ponga a trabajar?" Yo pienso por el contrario
que, en El Castillo, la idea misma de rebelión, está
suprimida. Carrouges lo cree también así, puesto
que él mismo nos dice más adelante`: "La única cri-
tica que se podría hacer a Kafka, sería que lleva al
escepticismo sobre cualquier acción revolucionaria,
porque plantea problemas que no son problemas
políticos sino humanos y eternamente post-
revolucionarios." Pero todavía se queda corto al
hablar de escepticismo y conceder a los problemas
de Kafka algún sentido en el plano en que la huma-
nidad política actúa y habla.
La hostilidad comunista no sólo era de esperar
sino que se halla ligada de forma esencial a la com-
prensión de Kafka.
Iré aún más lejos. La actitud de Kafka ante la
autoridad del padre sólo tiene sentido en cuanto se
deriva de la autoridad general que procede de la ac-
tividad eficaz. Aparentemente la actividad eficaz,
elevada al rigor de un sistema basado en la razón,
228
LA LITERATURA Y EL MAL
que es el comunismo, es la solución para todas los
problemas, pero en cambio no puede ni condenar
por completo, ni tolerar en la práctica la actitud
propiamente autónoma, soberana, en la cual el mo-
mento presente se desliga de todos los que vendrán
después. Esta dificultad es grande para un partido
que sólo respeta la razón, que no percibe en los va-
lores irracionales - en los que nace la vida como lu-
jo, lo inútil y el infantilismo -, más que el interés
particular que en ellos se oculta. La única aptitud
soberana admitida en el marco del comunismo es la
del niño, pero ésta es su forma menor. Se les con-
cede a los niños, que no pueden elevarse a la serie-
dad del adulto. El adulto que concede un sentido
mayor a lo infantil, que ejerce la literatura con el
sentimiento de tocar el valor supremo, no tiene sitio
en la sociedad comunista. En un mundo donde es
desterrada la individualidad burguesa, no puede ser
defendido el humor inexplicable, pueril, del adulto
Kafka. El comunismo es, en su principio, la nega-
ción consumada, lo contrario de la significación de
Kafka.
229
GEORGE BATAILLE
PERO EL MISMO KAFKA ESTÁ DE
ACUERDO
No hay nada que él hubiera podido afirmar, en
nombre de lo cual habría podido hablar: lo que es,
que no es nada, sólo existe en la medida en que la
actividad eficaz lo condena, es sólo el rechazo de la
actividad eficaz. Por eso se inclina profundamente
ante una autoridad que le niega, aunque su manera
de inclinarse sea más violenta que una afirmación
proclamada; se inclina amando, muriendo y opo-
niendo el silencio del amor y de la muerte a lo que
no podría hacerle ceder, porque esa nada que a pe-
sar del amor y la muerte no podría ceder, es sobera-
namente lo que él, Kafka, es .
230
LA LITERATURA Y EL MAL
GENET
GENET Y EL ESTUDIO DE SARTRE
SOBRE ÉL
“Un niño expósito da pruebas, desde su más
tierna infancia, de malos instintos, roba a los pobres
campesinos que le habían adoptado. Reprendido,
persevera, se evade del reformatorio donde había
sido preciso internarle, roba y saquea cada vez más
y, además, se prostituye. Vive en la miseria, de
mendicidad, de hurtos, acostándose con todo el
mundo y traicionando a todos, pero nada puede
disminuir su celo: es el momento que elige para en-
tregarse deliberadamente al mal; decide que hará
siempre lo más malo en cualquier circunstancia y,
como se había dado cuenta de que la mayor fecho-
ría no era hacer el mal, sino manifestar el mal, escri-
231
GEORGE BATAILLE
be en prisión obras que hacen la apología del mal y
caen bajo el peso de la ley. Precisamente a causa de
esto va a salir de la abyección, de la miseria, de la
prisión. Se imprimen sus libros, se los lee, un di-
rector de escena condecorado con la Legión de ho-
nor monta en su teatro una de sus piezas que excita
al crimen. El presidente de la República le indulta la
pena que debía purgar por sus últimos delitos, jus-
tamente porque se vanagloriaba en sus libros de
haberlos cometido; y cuando se le presenta a una de
sus últimas víctimas, ésta le dice: «Muy honrada,
caballero. Continúe Ud.»”.
Sartre prosigue: “Pensaréis que esta historia es
inverosímil y sin embargo, esto es, lo que le ocurrió
a Genet.”
No existe nada más adecuado para sorprender
que la persona y la obra del autor del Diario del la-
drón (Jour du voleur). Sartre le ha dedicado un tra-
bajo muy extenso y diré de él que, sin duda, pocos
hay que tengan tanto interés. Todo concurre para
convertir a este libro en un monumento: en primer
lugar su extensión y la desbordante inteligencia que
su autor demuestra en él, la novedad y el interés
sorprendentes del asunto, pero también la agresivi-
dad que ahoga y el movimiento precipitado que la
232
LA LITERATURA Y EL MAL
insistente reiteración acentúa y que hace, a veces,
pe-nesa la seguridad de sus aseveraciones. Al final,
el libro deja un sentimiento de desastre confuso y
de universal engaño, pero saca a la luz la situación
del hombre actual, que todo lo rechaza, rebelde,
fuera de sí.
Sartre, seguro de un dominio intelectual cuyo
ejercicio, en un tiempo de descomposición y espera,
tiene poco sentido, incluso ante sus ojos, al darnos
Saint-Genet, acaba de escribir por fin el libro que le
expresa. Sus defectos jamás han sido tan acusados:
jamás analizó su propio pensamiento en forma tan
dilatada, jamás se mostró más voluntariamente ce-
rrado a esos arrebatos discretos, que la suerte depa-
ra, que atraviesan la vida y la iluminan furtivamente:
la decisión adoptada de pintar el horror con com-
placencia revela este ánimo. La machaconería es, en
parte, efecto de una trayectoria que aleja de las vías
trazadas. Por otra parte imagino injustificada la rigi-
dez que inhibe los momentos de ingenua felicidad,
pero el que limita la ingenuidad se halla en el extre-
mo opuesto de la vigilia. En ese sentido, aunque a
veces me sorprenda, incluso riendo, no me niego al
contagio de exigencias amargas, que alejan el espí-
233
GEORGE BATAILLE
ritu de la tentación de reposo. Finalmente, en reali-
dad en los desarrollos de Saint-Genet yo no admito
nada tanto como esa rabia de "nulidad", do nega-
ción de los valores más atrayentes, negación a la
que, la pintura renovada sin cesar de la abyección,
confiere una especie de realización plena. Incluso
viniendo de un Jean Genet, cuando habla del placer
que encontró en ello, el relato de todas esas aberra-
ciones nos confunde pero ¿viniendo de un filóso-
fo?... Se trata, me parece - y al menos en parte es
verdad- de volver la espalda a lo posible y abrirse a
lo imposible sin placer.
Yo no sólo considero este interminable estudio
como uno de los libros más ricos de esta época sino
que además me parece la obra maestra de Sartre,
que no ha escrito nada tan poco calificable, nada
que escape con tanta fuerza al conjunto ordinario
del pensamiento. Los libros monstruosos de Jean
Genet fueron un punto de partida favorable: le
permitieron utilizar plenamente un valor de choque
y una turbulencia cuyo final le está medido. A través
del objeto de su estudio ha sabido destacar lo más
vivo. Esto debe ser dicho porque Saint-Genet no se
nos presenta ni mucho menos como la obra im-
portante de un filósofo. Sartre ha hablado del libro
234
LA LITERATURA Y EL MAL
de tal modo que nosotros podríamos equivocarnos
con perfecto derecho. "Genet - nos dice a- ha per-
mitido publicar sus obras completas, a plena luz,
con un prefacio biográfico y crítico como se ha he-
cho con Pascal y Voltaire en la colección de Grands
Ecrivains Francais"... Dejo de lado la intención de
Sartre de situar en las alturas a un escritor que a pe-
sar de ser singular, muy dotado sin duda, y huma-
namente angustioso, se halla lejos de ser, a los ojos
de todos, igual a los más grandes: Genet es quizá
víctima de un entusiasmo exagerado; despojado del
halo en que se envuelve cl snobismo literario, Ge-
net, sólo, es más digno de interés. No insistiré sobre
esto. Pero sería de todos modos injustificado consi-
derar el voluminoso estudio de Sartre como un
simple prólogo. Aún suponiendo que no haya que-
rido tener más alcance, este trabajo literario no por
eso deja de ser la investigación más libre, la más
aventurada que un filósofo haya dedicado al pro-
blema del Mal.
235
GEORGE BATAILLE
LA DEDICACIÓN SIN RESERVAS AL MAL
Esto proviene en primer lugar (pero no sólo) de
la experiencia de Jean Genet, que es su base. Jean
Genet se ha propuesto la búsqueda del Mal como
oros la del Bien. Esta es una experiencia cuyo ab-
surdo es sensible a primera vista. Sartre lo ha resal-
tado perfectamente; buscamos el Mal en la medida
en que lo tomamos por el Bien. Fatalmente una
búsqueda de este tipo o es decepcionante o se vuel-
ve farsa. Pero porque esté destinada al fracaso no
deja de tener interés.
Es en primer lugar la forma de rebeldía de aquel
al que la sociedad excluyó. Abandonado por su ma-
dre, educado por la Asistencia Pública, Jean Genet
encontró aún menos facilidad para integrarse en la
comunidad moral, por el hecho de que tenía el don
de la inteligencia. Robó, y la prisión - y antes el co-
rreccional- le tocaron en suerte. Pero los excluidos
de una sociedad justiciera, si no tienen "los medios
para trastocar el orden existente... no conciben
otros" y no admiran nada tanto como "los valores,
la cultura y las costumbres de las castas privilegia-
das...: simplemente en lugar de llevar su marca de
236
LA LITERATURA Y EL MAL
infamia con vergüenza alardean de ella con orgullo".
"Sucio negro, dice un poeta negro ¡Pues, sí!, soy un
sucio negro y prefiero mi negritud a la blancura de
vuestra piel" y Sartre considera esta primera reac-
ción el estado ético de la revuelta: "se limita a la
dignidad". Pero la dignidad de que se trata es lo
opuesto a la dignidad común, la dignidad de Jean
Genet es la "reivindicación del Mal". Por tanto no
podría decir, con la colérica simplicidad do Sartre,
"nuestra abyecta sociedad". Para él, la sociedad no
es abyecta. Se la puede calificar de tal si se antepone
un desprecio justificable al afán de precisión; del
hombre más cuidadoso, puedo decir siempre: "es
un saco lleno de excrementos", y, si no fuera impo-
tente, la sociedad rechazarla lo que a sus ojos es ab-
yecto. Para Genet no es la sociedad la que es
abyecta, sino él mismo: definiría justamente la ab-
yección por la que él es, por lo que es pasivamente -
si no orgullosamente -. Además la abyección de que
está cargada la sociedad es poca cosa, ya que es el
resultado de hombres superficialmente corrompi-
dos, cuyas acciones tienen siempre un "contenido
positivo". Si esos hombres hubieran podido lograr
los mismos fines por medios honestos los hubieran
preferido: Genet quiere la abyección aún en el caso
237
GEORGE BATAILLE
de que no aporte más que sufrimientos, la quiere
por si misma, allá de las comodidades en que ella
encuentra, la quiere por una propensión vertiginosa
a la abyección, y se pierde en ella tanto como el
místico se pierde en Dios durante su éxtasis.
LA SOBERANÍA Y LA SANTIDAD DEL
MAL
La comparación puede parecer inesperada, peco
se impone hasta tal punto que Sartre al citar una
frase de Jean Genet exclama: "¿No parecen las la-
mentaciones de un místico en los momentos de se-
quedad?" Esto responde a la aspiración
fundamental de Genet a la santidad, palabra de la
que él mismo dice, mezclando a su amor por lo sa-
grado su amor por el escándalo, que es "la más
hermosa palabra de la lengua francesa". Esto aclara
el título que Sartre da a su libro: Saint-Genet. La
elección del Mal supremo se une en efecto a la del
Bien supremo, ya que ambos se encuentran ligados
entre sí por el rigor que cada uno de los dos preten-
de. Pero no podemos equivocarnos ante el enuncia-
do de este rigor: nunca la dignidad o la santidad de
238
LA LITERATURA Y EL MAL
Jean Genet tuvieron otro sentido: la abyección es su
única vía. Es la santidad de un bufón, maquillado,
como una mujer, encartado de ser un objeto de
burla. Genet se representa a sí mismo como un mi-
serable, que lleva peluca y se prostituye, rodeado de
comparsas que se le parecen y engalanado con una
diadema de baronesa de perlas falsas. Cuando la
diadema se le cae, las perlas se desparraman, y en-
tonces saca de su boca una dentadura postiza, se la
coloca en la cabeza y exclama con los labios hundi-
dos: "¡Bien, señoras! ¡A pesar de todo seré reina!" Y
es que la pretensión a una horrible santidad se une
al gusto por una soberanía ridícula. Esta voluntad
exasperada del Mal se demuestra al revelar la pro-
funda significación de lo sagrado, que nunca es tan
grande como en el derrocamiento. Hay un vértigo y
una ascesis en este horror que el mismo Genet in-
tentó explicar: "Culafroy y Divine, de gustos delica-
dos, estarán siempre obligados a amar lo que
aborrecen y esto constituye algo de su santidad,
porque supone renuncia"'. La preocupación por la
soberanía, por ser soberano, amar lo que es sobera-
no, tocarlo e impregnarse de ello hechiza a Genet.
Soberanía elemental que tiene aspectos variados
y engañosos. Sartre da su lado grandioso, en sentido
239
GEORGE BATAILLE
opuesto al pudor de Genet, que a pesar de no ser
más que el anverso del pudor es, sin embargo, el
pudor mismo. "La experiencia del Mal, dice Sartre,
en un cogito principesco que descubre a la concien-
cia su singularidad frente al Ser. Yo quiero ser un
monstruo, un huracán, todo lo que es humano me
es ajeno, transgredo todas las leyes que los hombres
han establecido, pisoteo todos los valores, nada de
lo que existe puede definirse o limitarme; sin em-
bargo, existo, seré el soplo helado que reducirá a la
nada cualquier vida"'. ¿Que esto suena hueco?
¡Sin duda!, Pero no puede separarse del sabor
más fuerte y más sucio que le da Genet: "Tenía die-
ciséis años... en mi corazón no conservaba ningún
lugar en donde pudiera alojarse el sentido de mi
inocencia. Me reconozco como el cobarde, el trai-
dor, el ladrón, el marica que los demás veían en mí...
Y renta el estupor de saberme compuesto de in-
mundicias. Me hice abyecto". Sartre ha captado per-
fectamente y ha comprendido el carácter regio,
soberano, inherente a la persona de Jean Genet. "Si
compara con tanta frecuencia la prisión con un pa-
lacio - dice Sartre- es porque se ve como un monar-
ca pensativo y temido, separado de sus súbditos,
como tantos soberanos arcaicos, por murallas in-
240
LA LITERATURA Y EL MAL
franqueables, por tabús, por la ambivalencia de lo
sagrado". La imprecisión, la negligencia y la ironía
de esta comparación responden a la indiferencia de
Sartre con respecto al problema de la soberanía.
Pero Genet, que se vincula a la negación de cual-
quier valor, no está menos ligado al hechizo del va-
lor supremo, de lo que es santo, soberano y divino.
En el sentido simple de la palabra, quizá no sea sin-
cero - sincero, no lo es jamás, jamás llega a serlo-
pero está obsesionado cuando dice que el coche
celular está revestido de un "encanto de desgracia
altanera", cuando lo considera "un vagón, cargado
de grandeza, huyendo lentamente, transportándo-
me, entre las filas de un pueblo doblado respetuo-
samente". La fatalidad de la ironía- ironía que se
impone a Genet: él en realidad no la ha querido_ no
podría impedir ver en este párrafo el lazo trágico
que existe entre el castigo y la soberanía: Genet no
puede ser soberano más que en el Mal, la soberanía
misma es quizá el Mal, y el Mal nunca es con más
certeza el Mal que cuando es castigado. Pero el robo
tiene poco prestigio comparado con el crimen, la
prisión, con el patíbulo. La verdadera realeza del
crimen es la del asesino ejecutado. La imaginación
de Genet se esfuerza por magnificarla de una forma
241
GEORGE BATAILLE
que podría parecer arbitraria: pero cuando en la pri-
sión desafía el castigo del calabozo y exclama: "vivo
a caballo... entro en la vida de las demás como un
grande de España en la Catedral de Sevilla", su bra-
vuconada ¿es acaso frágil y cargada de sentido? Su
tristeza, cuando la muerte está en juego por todas
partes, cuando el criminal la ha impuesto y espera
recibirla, presta a la soberanía por él imaginada, una
plenitud; es un engaño más sin duda, pero más allá
de ese algo dado sin encanto y sin felicidad ¿no es
acaso el mundo del hambre, todo él, efecto de una
imaginación, de una ficción? Efecto muchas veces
maravilloso, pero muchas otras angustioso. Social-
mente, la magnificiencia de Harcamone en su celda,
más sutil, impone menos que la de Luis XVI en
Versalles, pero en realidad ambas se basan en lo
mismo. La floritura verbal, de que
Genet prescinde muy raramente, se ve velada a
pesar de todo por la gravedad cuando evoca a Har-
camone, en la sombra del calabozo, "semejante a un
Dalai-Lama invisible". ¿Quién evitaría el malestar
que produce esta pequeña frase, alegoría de la
muerte del criminal: "Se le engalanó de negro más
que a una capital cuyo rey acaba de ser asesinado"
242
LA LITERATURA Y EL MAL
Esta obsesión por la dignidad regia es un Leit-
motiv en toda la obra de Genet, lo mismo que el de
la santidad. Multiplicaré Los ejemplos: Al referirse a
un individuo internado en el correccional de
Mettray, Genet escribe: "Con sólo decir una palabra
se despojaba de su condición de internado y se ves-
tía con magníficos oropeles. Eta un rey". Habla en
otro lugar de "tíos que pitan sobre la cabeza de
quien podría llevar corona real a modo de aureola".
De Mignon "pies pequeños" que vende a sus ami-
gos, escribe": "las gentes con que se cruza... sin co-
nocerle... conocen una especie de soberanía
discontinua y momentánea a ese desconocido, que
al final de sus días a base de esos fragmentos aisla-
dos de soberanía habrá recorrido toda su vida como
un soberano". Stillitano, al que, un día en que un
piojo se le metía por el cuello, le decía otro: "estoy
viendo uno hermosísimo que te trepa", también es
rey, es un "monarca barriobajero". Métayer, inter-
nado también en Mettray, destacaba entre todos
porque "era real a causa de la idea soberana que se
hacía de su persona -. Métayer, de dieciocho años
de edad, feo, cubierto de pústulas rojizas, decía "a
los más atentos y sobre todo a mí, que él era des-
cendiente de los reyes de Francia..." "Nadie, añade
243
GEORGE BATAILLE
Genet, ha estudiado la idea de la realeza entre los
niños. Os diré sin embargo que no existe un chaval
que haya puesto sus ojos en la Historia de Francia
de Lavisse o de Bayet, o sobre cualquier otra, y no
se haya creído delfín o algún príncipe de sangre.
Sobre todo la leyenda de Luis XVI, evadido de una
prisión, dio pie a ensoñaciones. Métayer debió pasar
por ello". Pero la histeria de Métayer tendría poco
que ver con la realeza de los cristianos, si no hubiera
sido acusado, quizá erróneamente, de delatar una
evasión. "Una acusación de ese género, tanto si era
verdadera como si ora falsa, escribe, era terrible. Se
castigaba cruelmente a los sospechosos. Se ejecuta-
ba. El príncipe real fue ejecutado. Treinta mucha-
chos más encarnizados contra él que las - trico
teuses - contra su antepasado le rodeaban aullan-
do... En uno de esos huecos de silencio que a me-
nudo se forman en los tornados, le oímos
murmurar: También se hizo esto con Cristo. No
lloró, sino que quedó revestido en aquel trono de
una tan repentina majestad, que debió de oír la voz
del mismo Dios que le decía:
Yo le vi". Le amé." La pasión afectada, pero sincera,
de Genet une bajo la misma luz y el mismo engaño,
244
LA LITERATURA Y EL MAL
a esa realeza de comedia (o de tragedia) con la de la
reina Divino, coronada por una dentadura postiza.
El misticismo extraviado de Genet adorna con esta
dignidad siniestra y soberana hasta a la misma poli-
cía: "organización demoníaca, tan repugnante como
los ritos fúnebres, los ornamentos funerarios, tan
prestigiosa como la gloria real"-
EL DESLIZAMIENTO HACIA LA
TRADICIÓN Y EL MAL SÓRDIDO
La clave de estas actividades arcaicas (son arcai-
cas, pero sólo en la medida en que el pasado,
muerto en apariencia, está aún más vivo que la apa-
riencia actual) la encontramos en esta parte, la más
retorcida, del Journal du voleur, en donde el autor
nos cuenta una relación amorosa que tuvo con un
inspector de policía. ("Un día, dice", me pidió que le
denunciara compañeros. Al aceptar realizarlo, sabía
que hacía más profundo mi amor por él, pero no os
corresponde saber más respecto a este asunto." So-
bre este punto Sartre no ha querido dejar ninguna
duda: Genet ama la traición, ve en la traición lo
mejor y lo peor de sí mismo.) Una conversación de
245
GEORGE BATAILLE
Genet con Bernardini, su amante, aclara el fondo
del problema. "Bernard - dice, conocía mi vida, que
nunca me reprochó. Una vez sin embargo, intentó
justificarse por ser poli, y me habló de moral. Como
yo consideraba un acto sólo desde el punto de vista
de la estética no podía entenderle. La buena volun-
tad de los moralistas se rompe contra lo que llaman
mi mala fe (en este momento Genet alude quizá a
conversaciones que tuvo con Sartre, su amigo) Si
ellos pueden probarme que un acto es detestable
por el mal que hace, sólo yo - por el canto que des-
pierta en mí -, puedo decidir de su belleza o su ele-
gancia; sólo yo puedo rechazarlo o aceptarlo. No se
me llevará ya por el camino recto. Quizá lo más que
se podría lograr es emprender mi reeducación artís-
tica, con el riesgo no obstante para el educador de
dejarse convencer y ganar para mi causa, si entre
dos personalidades la belleza queda demostrada por
la que es soberana".
Genet no vacila en punto a cual sea la autoridad
ante la que debe inclinarse. Se sabe a sí mismo sobe-
rano. Esta soberanía de la que goza no podría ser
buscada (no puede proceder del esfuerzo) sino que
lo mismo que la gracia es velada. Genet la reconoce
por el canto que provoca en él. La belleza que pro-
246
LA LITERATURA Y EL MAL
voca un canto es la infracción de la ley, la infracción
de la prohibición, que es también la esencia de la
soberanía. La soberanía es el poder de elevarse, en
la indiferencia ante la muerte, por encima de las le-
yes que aseguran el mantenimiento de la vida. Sólo
se diferencia de la santidad en apariencia, ya que el
santo es aquel a quien atrae la muerte mientras que
el rey la atrae sobre su cabeza. Además nunca de-
bemos olvidar que el sentido de la palabra "santo"
es "sagrado" y que sagrado designa lo prohibido, lo
que es violento, lo que es peligroso y cuyo solo
contacto anuncia la destrucción: es el Mal. Genet no
ignora que la suya es una representación inversa de
la santidad, puro sabe que es más verdadera que la
otra: es el dominio en donde los contrarios se abis-
man y se conjugan. Estos abismas, estas conjuga-
ciones, son las únicas que nos dan su verdad. La
santidad de Genet es la más profunda, la que intro-
duce el Mal, lo "sagrado", lo prohibido sobre la tie-
rra. Una exigencia suprema que lo domina, le deja a
merced de todo lo que revela una fuerza divina por
encima de las leyes. En cierto modo en estado de
gracia, penetra así en los caminos penosos a donde
le conducen "su corazón y la santidad". "Los cami-
nos de la santidad, dice, son estrechos, es decir, que
247
GEORGE BATAILLE
es imposible evitarlos y, cuando, por desgracia, uno
se ha introducido en ellos es también imposible dar
la vuelta y volver atrás. ¡Se es santo por la fuerza de
las cosas que es la fuerza de Dios!. La "moral" de
Genet proviene del sentimiento de fulguración, de
contacto sagrado, que le concede el Mal. Vive en el
maleficio, en la fascinación de la ruina que ocasiona;
nada compensaría a sus ojos esta soberanía o esta
santidad que irradia de los demás o de él mismo. El
principio de la moral clásica va vinculado a la dura-
ción del ser. El de la soberanía (o la santidad) al ser
cuya belleza procede de la indiferencia ante la dura-
ción, e incluso de la atracción por la muerte.
No es fácil encontrar un fallo a esta posición
paradójica.
Ama la muerte, ama el castigo y la ruina... Ama
a esos golfos soberanos a los que se entrega gozan-
do con su cobardía. "El rostro de Armand era falso,
desagradable, brutal... Era un bruto... Reía poco y
siempre sin franqueza... En sí mismo, en sus órga-
nos que yo imaginaba elementales, pera de tejidas
sólidos y de colores matizados muy hermosos, creo
que elaboraba su deseo de imponer, de aplicar, de
hacer evidentes, la hipocresía, la tontería, la maldad,
la crueldad, el servilismo y a partir de ello obtener el
248
LA LITERATURA Y EL MAL
más obsceno triunfo sobre toda su persona." Esta
figura detestable fascinó quizá a Genet más que
ninguna otra. "Armand poco a poco pasaba a ser,
dice, el Todopoderoso en materia de moral." Robert
le dice a Genet que se prostituía con viejos y les ro-
baba: "¿A eso le llamas trabajo?... Atacas a viejos
que si se tienen de pie es gracias a que llevan cuello
duro y bastón." Pero la réplica de Armand debía
provocar "una de las revoluciones más audaces en la
moral". "¿Qué te crees?, Dice Armand. Cuando- es
útil, yo, me oyes, no ataco viejos sito viejas. No a les
hombres sino a las mujeres. Y además dijo las más
débiles. Necesito la pasta. Un buen trabajo, es el
que sale bien. Cuando comprendas que no estamos
trabajando en caballería, habrás comprendido mu-
chas cosas"". A Genet, con el apoyo de Armand, "el
código de honor que tienen los truanes... le parece
risible". Cierto día, esa "voluntad separada de la mo-
ral por la actitud y la reflexión", la aplicará en su
forma de "considerar a la policía": se hundirá en la
santidad y en la soberanía, no existirá ya abyección,
llegando incluso a la traición, que no le proporciona,
en - una emoción vertiginosa, una majestad angus-
tiosa.
249
GEORGE BATAILLE
Hay pues un malentendido: a su modo Armand
es completamente soberano: demuestra mediante la
belleza el valor de su actitud. Pero la belleza de Ar-
mand reside en el desprecio a la belleza, en la prefe-
rencia por lo útil, su soberanía es un servilismo
profundo: una rigurosa sumisión al interés. Esto va
en primer lugar en contra do la divinidad menos
paradójica de Harcamone, cuyos crímenes, en nin-
guna medida, tienen como móvil el interés (el se-
gundo incluso, cuando da muerte a un guardia de la
prisión, no tiene más sentido aparente que el vértigo
del castigo). Pero la actitud de Armand tiene una
virtud que no poseen los crímenes de Harcamone y
es que es imperdonable: nada justifica su ignominia.
El mismo Armand negaría el menor valor a sus ac-
tos, a no ser el motivo más rastrero, el dinero: por
eso Genet confiere a su persona en valor incompa-
rable y la soberanía auténtica. Todo esto supone dos
personajes - al menos dos puntos de vista opuestos.
Genet exige el Mal profundo, radicalmente opuesto
al Bien, ese Mal perfecta que es la belleza perfecta:
Harcamone está destinado a decepcionarle realti-
vamente; Armand al final resulta aún más ajeno a
los sentimientos humanos, es más sórdido y más
hermoso. Armand es sólo un calculador preciso, no
250
LA LITERATURA Y EL MAL
es un cobarde pero recurre a la cobardía porque da
resultado. ¿Podría ser que la cobardía de Armand
fuera en realidad una estética disimulada? ¿Tendrá
por la cobardía una preferencia desinteresada? En
ese caso estaría en falta ante sí mismo. Sólo Genet,
que le contempla, puede considerar su cobardía
desde el punto de vista de la estética. Genet se exta-
sía ante él como ante una abra de arte admirable:
pero cesaría en cambio de admirarle desde el mo-
mento en que percibiera que él tenía la conciencia
de ser una obra de arte. Armand ha ganado la admi-
ración de Genet por haber apartado de sí toda posi-
bilidad de admiración: incluso Genet perdería
prestigio ante él si le confesara su esteticismo.
EL PUNTO MUERTO DE UNA
TRANSGRESIÓN ILIMITADA
Sartre ha destacado el hecho de que Genet, al
buscar obstinadamente el Mal, se encierra en un
callejón sin salida. En este callejón parece que ha
encontrado, en esa especie de fascinación por Ar-
mand, la posición menos sostenible; pero, es evi-
dente, de todos modos, que él deseaba lo imposible.
251
GEORGE BATAILLE
Una cierta miseria resulta para Genet de la sobera-
nía mayor que aparentemente el menos soberano de
sus amantes tuvo ante sus ojos: cosa que Sartre ha
presentado con exactitud: "El malvado debe querer
el Mal por el Mal y.. en su horror ante el Mal debe
descubrir la atracción del pecado" (esta es la noción
de Mal radical que, según Sartre han fabricado las
"gentes bien"). Pero si el malvado "no siente horror
ante el Mal, si lo realiza por pasión, entonces..., el
Mal se convierte en un Bien. Por eso el que ama la
sangre y la violación, como el asesino de Hanovre,
es un loco criminal, pero no es un auténtico malva-
do"'. Yo personalmente dudo de que la sangre hu-
biera tenido para ese hombre el mismo sabor si no
hubiera tenido precisamente el sabor del crimen,
que prohibe la ley primera, que enfrenta a la huma-
nidad que observa leyes con el animal que ignora
toda ley. Admito que para Genet, sus fechorías se
hayan afirmado libremente "contra su sensibilidad",
sólo por la atracción del Pecado. Sobre este punto y
sobre otros no es fácil dictaminar; pero Sartre sí lo
hace. Genet ha experimentado ese vértigo, familiar
y elemental, ante lo prohibido, que al pensamiento
moderno, a decir verdad, no se le alcanza: por eso
tuvo que "sacar sus razones para (hacer el mal) del
252
LA LITERATURA Y EL MAL
horror que la (mala acción) le (inspiraba) y de su
amor originario al Bien". Esto no tiene en realidad
el sentido absurdo que Sartre le presta: no hay por
qué quedarse en esta representación abstracta. Pue-
do partir de una realidad habitual: la prohibición de
la desnudez, que ordena en nuestros días la vida
social. Incluso cuando uno de nosotros no presta
atención a esta decencia, que para la mayoría repre-
senta el Bien, el desnudarse de la compañera excita
en él impulso sexual: desde ese momento, el Bien
que es la razón que él tiene para hacer el Mal: una
primera violación de la regla le incita por un efecto
de contagio a viciar, aún más, la regia. Esta prohibi-
ción a la que obedecemos - al menos pasivamente-
sólo opone un ligero obstáculo a una voluntad de
Mal menor, que es el desnudar a un hombre o a una
mujer: desde ese momento el Bien que es la decen-
cia os justamente (esto es lo que el autor de El Ser y
la Vado considera absurdo) la razón misma que te-
nemos para hacer el Mal. Este ejemplo no puede ser
considerado como una excepción e incluso, por el
contrario, me parece que en general la cuestión del
Bien y del Mal se debate sobre este tema funda-
mental, tema que - para volver a utilizar el nombre
que Sade le dio- llamaremos el de la irregularidad.
253
GEORGE BATAILLE
Sade se dio cuenta de que la irregularidad era el
fundamento da la excitación sexual, La ley (la regla)
es buena, es el Bien mismo (el Bien, el medio me-
diante el cual debe asegurarse la duración), pero un
valor, cl Mal, se deriva de la posibilidad de que-
brantar la regla. La infracción espanta come la
muerte; sin embargo, atrae como si el ser sólo se
atuviera a la perduración por debilidad, como si por
el contrario la exuberancia apelara al desprecio de la
muerte exigido desde el momento en que se rompe
la regla. Principios estos que están ligados a la vida
humana y son el fundamento del Mal, del heroísmo
y de la santidad. Pero el pensamiento de Sartre los
desconoce". Por una razón distinta estos principios
caen ante la desmesura de Genet. Suponen en
efecto una medida (una hipocresía) que Genet re-
chaza. La atracción de la irregularidad mantiene la
de la regla. Pero, en la medida en que Armand le
seduce, Genet se priva de una y otra: sólo queda el
interés. La argumentación de Sartre vuelve a tener
un sentido ante esta avidez de crimen. La voluntad
de Genet no es ya la voluntad furtiva del primer
llegado (del primer "pecador" llegado) que una mí-
nima irregularidad clama: exige una negación gene-
ralizada de las prohibiciones, una búsqueda del Mal
254
LA LITERATURA Y EL MAL
continuada, sin limitaciones. Hasta el momento en
que, una vez destruidas todas las barreras, llegamos
a la total decadencia. Genet desde ese instante se
encuentra en la inextricable dificultad que Sartre ha
percibido perfectamente: le falta cualquier motivo
para actuar. La atracción del pecado es el sentido de
su frenesí, pero ¿y cuando niega la legitimidad de la
prohibición, cuando falta el pecado? Si falta, "el
Malvado traiciona al Mal" y "el Mal traiciona al
Malvado". El deseo de una nada, que no quisiera
admitir límite alguno, queda reducido a la vana agi-
tación. Lo que es vil es glorificado, pero decidirse
por el Mal resulta inútil: lo que quería ser el Mal no
es más que una especie de Bien, y como su atrac-
ción provenía de su poder de destruir, ya no es nada
cuando la destrucción se ha realizado. La maldad
quería "transformar la mayor cantidad posible de ser
en Nada. Pero como su acto es realización se en-
cuentra al mismo tiempo con que la Nada se meta-
morfosea en Ser y la soberanía del malvado se
vuelve esclavitud". En otras palabras, el Mal se ha
convertido en un deber y esto era precisamente el
Bien. Comienza entonces un debilitamiento ilimita-
do; llegará desde el crimen desinteresado al cálculo
más rastrero, hasta alcanzar el cinismo abierto de la
255
GEORGE BATAILLE
traición. Ninguna prohibición le proporciona en-
tonces el sentimiento de lo prohibido y, en la insen-
sibilidad de los nervios que le asalta, termina por
hundirse. No le quedaría nada si no mintiera, si un
artificio literario no le permitiera hacer valer ante
otros ojos aquello, cuyo engaño, él ya ha reconoci-
do. Ante el horror de estar desengañado, acude a
este último recurso: engañar a los demás, para, si
fuera posible, engañarse a sí mismo por un instante.
LA COMUNICACIÓN IMPOSIBLE
El propio Sartre ha hecho ver una extrema difi-
cultad en la base de la obra de Genet. Genet, que
escribe, no puede ni tiene intención de comunicarse
con sus lectores. La elaboración de su obra posee el
sentido de una negación de los que la leen. Sartre se
ha dado cuenta de ello sin sacar la conclusión: que
en estas condiciones esta obra no era del todo una
obra, sino un sucedáneo, a medio camino de esa
comunicación mayor que pretende la literatura. La
literatura es comunicación. Parte de un autor sobe-
rano y más allá de las servidumbres de un lector
aislado se dirige a la humanidad soberana. Si es así,
256
LA LITERATURA Y EL MAL
el autor se niega a sí mismo, niega su particularidad
en provecho de la obra, niega al mismo tiempo la
particularidad de los lectores en provecho de la
lectura. La creación literaria - que es tal en la medida
en que participa de la poesía- es esa operación sobe-
rana que deja subsistir como un instante solidificado
- o como una sucesión de instantes- la comunica-
ción, que se desprenda, de la obra, pero al mismo
tiempo de la lectura. Sartre lo sabe (aunque no sé
por qué, parece asociar sólo con Mallarmé, que lo
expresó claramente, la universal primacía de la co-
municación sobre los seres que comunican): "En
Mallarme, dice Sartre, lector y autor se anulan al
mismo tiempo, se apagan recíprocamente para que
al final sólo existía el Verbo". Yo no diría: "En Ma-
llarmé"; yo diría "siempre que la literatura se mani-
fiesta". Como quiera que sea, incluso cuando de la
operación resulte un absurdo aparente, el autor está
allí para suprimirse en su obra, y se dirige el lector
que lee para suprimirse a su vez (sí se quiere: para
alcanzar la soberanía mediante esta supresión de su
ser aislado). Sartre bastante arbitrariamente habla de
una forma de comunicación sagrada, o poética, en la
cual asistentes o lectores "se sienten transformados
en cosa". Si se produce comunicación, en el mismo
257
GEORGE BATAILLE
instante, la persona a que se dirige la operación, en
parte, se transforma ella misma en comunicación (el
cambio no es ni total, ni duradero, pero por lo me-
nos, tiene lugar ya que sino, no hay comunicación);
de todas formas la comunicación es lo contrario de
la casa, que se define porque es posible aislarla. Pero
de hecho no se produce comunicación entre Genet
y sus lectores a través de su obra y a pesar de ello
Sartre asegura que esta obra es válida: compara la
operación a la que la obra se debe con la sacraliza-
ción y luego con la creación poética. Genet, según
Sartre, se habría hecho "consagrar por el lector". "A
decir verdad, añade en seguida, el lector no tiene
conciencia de esta consagración". Y esto le lleva a
decir que "el poeta... exige ser reconocido por un
público que él no reconoce." Pero no es una inter-
pretación admisible: yo llego a decir con firmeza
que la operación sacral o la poesía, o es comunica-
ción o no es nada. La obra de Genet, aunque pue-
dan decirse de ella muchas cosas que muestren su
sentido, no es inmediatamente ni sacral ni poética
porque el autor la sustrae a la comunicación.
La idea de comunicación es difícil de aprehen-
der en todo lo que implica. Me esforzaré más ade-
lante por hacer sensible una riqueza de la que
258
LA LITERATURA Y EL MAL
generalmente no se tiene conciencia, pero quiero
insistir desde el principio en el hecho de que la idea
de comunicación, que implica la dualidad, o mejor
aún la pluralidad, de aquellos que se comunican,
exige, en los límites de una comunicación dada, la
igualdad. Pero Genet no sólo no tiene intención de
comunicarse cuando escribe, sino que además, en la
medida en que sea cual sea su intención, se estable-
ciera una caricatura o un sucedáneo de comunica-
ción, el autor niega a sus lectores esa semejanza
fundamental que la fuerza de su obra corría el riesgo
de revelar. "Su público, escribe Sartre" se rebaja
ante él, al aceptar reconocer una libertad de la que
sabe perfectamente que ella, en cambio, no recono-
ce la suya". El propio Genet se coloca, si no por
encima, si al menos al margen de aquellos que están
llamados a leerle. Se adelanta a todo posible despre-
cio (que sin embargo se da en muy pocos de sus
lectores): "Yo reconozco, dice, a los ladrones, a los
traidores, a los asesinos, a los bribones - una pro-
funda belleza- que a vosotros os niego". Genet des-
conoce cualquier regla de honestidad: no ha tenido
el propósito de burlarse de su lector, pero de hecho
se burla. Esto no me ofusca, pero entreveo la in-
cierta extensión donde se deshacen los mejores
259
GEORGE BATAILLE
arrebatos de Genet. En parte el error de Sartre es
tomarle al pie de la letra. En realidad sólo en raros
casos podemos basarnos - en el caso de los temas
punzantes- en lo que él nos dice. Incluso entonces
debemos recordar la indiferencia con que habla al
azar, dispuesto a engañarnos. Llegamos así a ese
"dejad cualquier regla de honestidad", término al
que dada no pudo llegar, porque la honestidad de
dador quería que jamás nada tornara un sentido, que
en seguida una proposición, pareciendo coherente,
perdiera su apariencia engañosa. Genet nos habla
una vez de un adolescente... "bastante honesto co-
mo para recordar que Mettray era un paraíso". No
podencos negar un carácter patético al uso que hace
aquí de la palabra honesto: el correccional da
Mettray era un infierno, ya que a la dureza de la di-
rección se sumaban las violencias de los internados
entre sí. El mismo Genet tuvo la "honestidad" de
reivindicar esas cárceles para muchachos como el
lugar en que encontró el placer infernal que las con-
virtió para él en un paraíso. Pero el correccional de
Mettray no era muy diferente de la central de Fon-
tevrault (donde precisamente volvió a encontrar
Genet al "adolescente" de Mettray): poco más o
menos la población de las dos cárceles era la misma.
260
LA LITERATURA Y EL MAL
Pero Genet, que en varias ocasiones exaltó las pri-
siones y a los que las frecuentan, terminó por escri-
bir: "Desvestida de sus ornamentos sagrados, veo la
prisión al desnudo y su desnudez es cruel. Los dete-
nidos no son más que pobres gentes con los dientes
carcomidos por el escorbuto, doblados por la en-
fermedad, escupiendo, arrojando esputos, tosiendo.
Van del dormitorio común al taller con grandes
zuecos pesados y sonoros, se arrastran sobre pantu-
flas de paño, agujereadas y rígidas por una costra
que el polvo ha formado con el sudor. Apestan. Son
cobardes frente a los guardianes, tan cobardes cor-
no ellos. No son ya más que la ultrajante caricatura
de los bellos criminales que yo veía en ellos cuando
tenía veinte años, y nunca llegaré a mostrar sufi-
cientemente, lo que han llegado a ser, las taras, las
fealdades, para vengarme del mal que me han he-
cho, del hastío que me han ocasionado con su ini-
gualable estupidez". La cuestión no está en saber si
el testimonio de Genet es verídico, sino si ha hecho
realmente obra literaria, en el sentido en que la lite-
ratura es poesía, en que profundamente, no for-
malmente, es sagrada. Con este fin debo insistir en
la intención informe del autor que nunca es movido
más que por un impulso incierto, o al menos por un
261
GEORGE BATAILLE
impulso primero disociado, tumultuoso, pero, en el
fondo, indiferente, que no puede alcanzar la inten-
sidad de la pasión que impone, en el instante la ple-
nitud de la honestidad.
El mismo Genet no duda de su debilidad. Hacer
obra literaria no puede ser, al menos así lo creo yo,
más que una operación soberana: esto es cierto en el
sentido de que la obra exige que el autor transcienda
la persona pobre que es, que no está al nivel de esos
momentos soberanos; el autor, dicho de otra mace-
ra, debe buscar por y en su obra lo que, negando
sus propios límites, sus debilidades, no participa de
su profunda servidumbre. Entonces puede negar,
por una reciprocidad inatacable a esos lectores, sin
cuyo pensamiento su obra ni siquiera habría podido
existir, puede negarles en la medida en que se ha
regado a sí mismo. Esto significa que ante la idea de
esos seres indecisos que él conoce, cargados de ser-
vilismo, puede llegar a desesperar de la obra que
escribe, pero siempre, esos seres reales le remiten,
más allá de sí mismos, a la humanidad que jamás se
cansa de ser humana, que jamás se subordina hasta
el límite y que estará siempre por encima de esos
medios cuyo fin ella es. Hacer obra literaria es dar la
espalda al servilismo, lo mismo que a toda disminu-
262
LA LITERATURA Y EL MAL
ción concebible, es hablar el lenguaje soberano que,
proviniendo de la parte soberana del hombre se di-
rige a la humanidad soberana. Oscuramente (a veces
incluso en forma oblicua, cargada de pretensiones),
el aficionado a la literatura posee el sentido de esta
verdad. El propio Genet lo tiene, y precisas: "La
idea de una obra literaria me haría encogerme de
hombros." La actitud de Genet se sitúa en las antí-
podas de una representación ingenua de la literatura,
que puede ser considerada pedante pero que, a pe-
sar de su carácter inaccesible, es válida universal-
mente. No se trata de que nos detengamos al leer:
"... escribo para ganar dinero". "El trabajo de escri-
tor" de Genet es uno de los más dignos da atención.
Genet mismo está obsesionado por la soberanía.
Pero no se ha dado cuenta de que la soberanía re-
quiere el impulso del corazón y la lealtad porque se
da en comunicación. La vida de Genet es un fracaso
y bajo la apariencia de un éxito, ocurre lo mismo
con sus obras. No son serviles, superan a la mayoría
de los escritores que se consideran "literatura": pero
no san soberanos, al quedar sustraídas a la exigencia
elemental de la soberanía: la lealtad como último
resorte, lealtad sin la cual se deshace el edificio de la
soberanía. La obra de Genet es la agitación de un
263
GEORGE BATAILLE
hombre desconfiado del que ha podido decir Sartre:
"si se le acorrala, estallará en carcajadas, y confesará
sin dificultad que se ha divertido a costa de noso-
tros, que sólo intentaba escandalizarnos aún más: si
se le ha ocurrido bautizar con el nombre de Santi-
dad a esta perversión demoniaca y sofisticada de
una noción sagrada...", etc.
EL FRACASO DE GENET
La indiferencia de Genet ante la comunicación
es origen de un hecho cierto: sus relatos interesan,
pero no apasionan. No hay nada más frío, menos
conmovedor, bajo el deslumbrante alarde de pala-
bras, que el alabado pasaje en que Genet cuenta la
suerte de Harcamone. La belleza de ese pasaje es la
belleza de las alhajas; es demasiado ostentosa y de
un mal gusto bastante frío. Su esplendor recuerda
las exhibiciones que Aragón prodigaba en los pri-
meros tiempos del surrealismo: la misma facilidad
verbal, el mismo recuerdo a las facilidades escanda-
losas. No creo que este género de provocación deje
un día de seducir, pero el efecto de seducción está
subordinado al interés por un éxito exterior, a la
264
LA LITERATURA Y EL MAL
preferencia por una apariencia falsa, más rápida-
mente perceptible. Los servilismos en la búsqueda
de esos éxitos son los mismos en el autor que en los
lectores. Cada uno por su lado, autor y lector, evitan
el desgarramiento, la destrucción, que es la comuni-
cación soberana y se limitan uno y otro a los presti-
gios del éxito.
Este aspecto no es el único. Sería inútil querer
reducir a Genet al partido que supo extraer de sus
brillantes dotes. En la base hay en él un deseo de
insubordinación, pero ese deseo, aunque sea pro-
fundo, no guía siempre el trabajo del escritor.
Lo más notable es que la soledad moral - y la
ironía - en que se enreda le han mantenido fuera de
esa soberanía perdida, cuando fue el deseo de ella lo
que le impulsó a las paradojas de que he hablado.
En efecto, la búsqueda de la soberanía por parte del
hombre alienado está, por un lado - por el hecho de
la civilización -, en la base de la agitación histórica
(ya se trate de religión, ya de lucha política empren-
dida, según Marx, a causa de la "alienación" del
hombre); pero, por otro lado, la soberanía es el ob-
jeto que se oculta siempre, que nadie ha alcanzado,
y que nadie alcanzará, por esta razón definitiva: que
no podemos poseerla como un objeto, que nos ve-
265
GEORGE BATAILLE
mos reducidos a buscarla. Una fuerza similar a la de
la gravedad aliena siempre en el sentido de la utili-
dad a la soberanía propuesta (hasta los soberanos
celestes, a los que sin embargo, la imaginación ha-
bría podido liberar de toda servidumbre, se subor-
dinan a fines útiles). Hegel en la Fenomenología del
Espíritu desarrollando esa dialéctica del amo (el se-
ñor, el soberano) y el esclavo (el hombre sometido
al trabajo) que se halla en el origen de la teoría co-
munista de la lucha de clases, conduce al esclavo al
triunfo pero su aparente soberanía no es entonces
más que la voluntad autónoma de la servidumbre: la
soberanía sólo tiene para sí el reino del fracaso.
Por tanto, no podemos hablar de la soberanía
frustrada de Genet como si existiera una soberanía
real que se opusiera a ella y de la cual fuera posible
mostrar la forma realizada. La soberanía a la que
jamás el hombre ha dejado de pretender, no ha sido
nunca ni siquiera accesible y no tenemos por qué
pensar que habrá de serlo algún día. A la soberanía
de que hablamos, podemos tender... en la gracia del
instante, sin que un esfuerzo similar al que hacemos
racionalmente para sobrevivir tenga el poder de
aproximamos a ella. Jamás podemos ser soberanos.
Pero diferenciamos los momentos en que la suerte
266
LA LITERATURA Y EL MAL
nos lleva y, divinamente, nos ilumina con los res-
plandores furtivos de la comunicación, y esos mo-
mentos de infortunio en los que el pensamiento de
la soberanía nos impulsa a ver en ella un bien. La
actitud de Genet, ansioso de dignidad real, de no-
bleza y de soberanía en el sentido tradicional es el
digno de un cálculo abocado a la impotencia. Pién-
sese en esos, que hasta en nuestros días forman le-
gión que, eligen la genealogía como ocupación.
Genet tiene sobre ellos la ventaja de su trayectoria al
mismo tiempo caprichosa y patética. Pero se da la
misma torpeza en el erudito al que impresionan los
títulos que en Genet cuando escribe estas líneas,
que se refieren a la época de sus vagabundeos por
España:
"No me detenían ni los carabineros ni los
agentes de la policía municipal. Lo que veían
pasar no era un hombre sino el curioso pro-
ducto de la desgracia, al que no pueden apli-
carse las leyes. Yo había traspasado los limites
de la indecencia. Hubiera podido por ejemplo,
sin que se extrañaran ante ello, recibir a un
príncipe de sangre, grande de España, llamarle
primo mío y hablarle en el más hermoso len-
guaje. Esto no habría sorprendido.
267
GEORGE BATAILLE
-¿Recibir un grande de España?, ¿Pero en
qué palacio?
Para haceros comprender mejor hasta qué
punto yo había alcanzado una soledad que me
confería la soberanía, si yo utilizo este proce-
dimiento retórico, es porque me lo imponen
una situación y un éxito que se expresan con
las palabras encargadas de expresar el triunfo
del siglo. Un parentesco verbal traduce el pa-
rentesco de mi gloria con la gloria nobiliaria.
Yo era pariente de príncipes y reyes por una
especie de relación secreta, ignorada del mun-
do, la misma que le permite a una pastora tu-
tear al rey de Francia. El palacio de que yo
hablo (porque no tiene otro nombre) es el
complejo edificio de delicadezas, cada vez más
sutiles, que iba labrando el orgullo sobre mi
soledad."
Este pasaje, sumándose a los otros ya citados,
no solamente precisa la preocupación dominante de
Genet: acceder a la parte soberana de la humanidad,
sino que además subraya el carácter modesto y cal-
culador de esta preocupación, subordinada a esa
soberanía, cuya apariencia, antaño, era considerada
268
LA LITERATURA Y EL MAL
históricamente como real. Hace ver al mismo tiem-
po la distancia que media entre el pretendiente que
persigue mezquinamente éxitos superficiales y los
grandes y los reyes.
CONSUMO IMPRODUCTIVO Y SOCIEDAD
FEUDAL
Sartre no desconoce el punto débil de Genet,
que es precisamente no tener el poder de comuni-
car. Representa a Genet condenado a querer ser un
ser, un objeto aprehensible por sí mismo, análogo a
las cosas y no a la conciencia fue es sujeto y que por
tanto no puede contemplarse a sí misma como cosa,
sin arruinarse. (Desde el principio al final de su es-
tudio no deja de insistir en esto.) Para él, Genet se
vincula con esa sociedad feudal cuyos valores anti-
cuados constantemente se le imponen. Pero esta
última debilidad, en vez de llevar a Sartre a dudar de
la autenticidad del escritor, le proporciona un nuevo
medio para defenderle. No dice textualmente que
solamente la sociedad feudal, la sociedad del pasado
basada en la propiedad del suelo - y en la guerra- es
culpable, Genet le parece justificado ante esa socie-
269
GEORGE BATAILLE
dad arcaica, que hubiera necesitado de él, de sus
fechorías y de su infelicidad para responder a su
propensión a derrochar (poza realizar ese fin que es
la destrucción de los bienes, el consumo). EL único
error de Genet está en ser moralmente la criatura de
esa sociedad, que no está muerta sino condenada
(que se halla sólo en vías de desaparición). En todo
caso es el error de la sociedad decadente frente a la
sociedad nueva, que intenta vencerla políticamente.
Sartre desarrolla la oposición entre la sociedad con-
denable, que es la "sociedad de consumo", y la so-
ciedad defendible, que él propugna y que es la
"sociedad de productividad", que responde al es-
fuerzo de la U.R.S.S.". Es tanto como decir que el
Mal y el Bien se vinculan con lo nocivo y lo útil,
respectivamente. Claro está que muchos consumos
son más útiles que nocivos, pero no son consumos
puros, sino consumos productivos, que son preci-
samente lo contrario de ese espíritu feudal de con-
sumir por el placer de consumir que Sartre condena.
Sartre cita a Mate Bloch que habla de una "singular
competición de derroche de la que fue teatro una
gran "corte" del Limousin. Un caballero hace sem-
brar con monedillas de plata un terreno previa-
mente labrado; otro quema cirios para alumbrar su
270
LA LITERATURA Y EL MAL
cocina; un tercero, "por pura jactancia", ordena que
sean quemados vivos todos sus caballos". La reac-
ción de Sartre ante estos hechos no puede sorpren-
der: es la indignación habitual que provoca, por lo
general, todo consumo que no se justifica. Sartre no
comprende que precisamente el consumo inútil se
opone a la producción como lo soberano se opone
a lo subordinado, como la libertad a la esclavitud.
Sartre condenará sin dudarlo todo aquello que de-
pende de la soberanía, cuyo carácter "fundamental-
mente" condenable yo mismo he admitido. ¿Pero la
libertad?
LA LIBERTAD Y EL MAL
Revelar en la libertad el Mal, se opone a una
forma de pensar convencional, conformista y tan
generalizada, que su impugnación no se concibe.
Sartre en primer lugar negará que la libertad tenga
que ser necesariamente el Mal. Pero valora la "so-
ciedad productiva" sin haber reconocido su natura-
leza relativa: sin embargo, ese valor es relativo al
consumo incluso al consumo improductivo, es de-
cir, a la destrucción. Si buscamos la coherencia de
271
GEORGE BATAILLE
estas representaciones, en seguida aparece que la
libertad, incluso después de destacadas sus posibles
relaciones con el Bien, se halla como Blake le dice a
Milton, "del lado del demonio sin saberlo". El lado
del Bien es el de la sumisión, el de la obediencia. La
libertad es siempre una apertura a la rebelión y el
Bien se vincula con el carácter cerrado de la regia.
El propio Sartre llega a hablar del Mal en términos
de libertad... "nada de lo que es, dice cuando a pro-
pósito de Genet habla de la experiencia del Malo,
puedo definirme o limitarme, sin embargo, yo exis-
to, yo seré el soplo helado que aniquilará toda vida.
Por tacto estoy por encima de la esencia; yo hago lo
que quiero, me hago lo que yo quiero...". En cual-
quier caso, nadie puede ir - como Sartre al parecer
pretende hacer- de la libertad a la concepción tradi-
cional del Bien de acuerdo con lo útil.
Una única vía lleva desde el rechazo de la servi-
dumbre a la libre limitación del talante soberano:
esta vía, que Sartre ignora, es la vía de la comunica-
ción. Sólo cuando la libertad, la transgresión de las
prohibiciones y el consumo soberano se consideran
en la forma en que se dan de hecho, sólo entonces
se revelan las bases de una moral a la medida de
aquellas que no son doblegadas enteramente por la
272
LA LITERATURA Y EL MAL
necesidad y que no quieren renunciar a la plenitud
vislumbrada.
LA AUTÉNTICA COMUNICACIÓN; LA
IMPENETRABILIDAD DE TODO "LO
QUE ES" Y LA SOBERANÍA
El interés de la obra de Jean Genet no se deriva
de su fuerza poética sino de la enseñanza que puede
extraerse de sus debilidades. (Del mismo modo, el
valor del ensayo de Sartre procede menos de un
esclarecimiento perfecto que de su afán por investi-
gar zonas donde reina la oscuridad.)
Hay en los escritos de Genet algo de poco sóli-
do, algo frío, pulverizable, que no impide la admira-
ción pero que en cambio deja en suspenso el
asentimiento. Ese asentimiento nuestro, el mismo
Genet lo rechazaría si por una equivocación inde-
fendible pretendiésemos concedérselo. Esta comu-
nicación que se nos escapa, cuando el juego literario
la exige, puede dejar una sensación de burla; poco
importa que la sensación de algo que "falta", nos
remita a la conciencia de ese algo fulgurante que es
la auténtica comunicación. En la depresión que re-
273
GEORGE BATAILLE
sulta de estos intercambios insuficientes, donde una
mampara de vidrio nos separa, como lectores, de
ese autor, yo adquiero esta certeza: la humanidad no
está hecha de seres aislados, sino de una comunica-
ción entre ellos; jamás estamos dados, ni siquiera a
nosotros mismos, si no es en una red de comunica-
ciones con los demás: estamos inmersos en la co-
municación, estamos reducidos a esta comunicación
incesante, cuya ausencia experimentamos hasta en el
fondo de la soledad, como una sugestión de múlti-
ples posibilidades, como la espera de un momento
en que se resuelva en un grito que los demás escu-
chan. Porque la existencia humana no es en noso-
tros, en esos puntos en que periódicamente se
anuda, más lenguaje gritado, espasmo cruel, risa
enloquecida, en donde nace el acuerdo de la con-
ciencia - al fin compartida - de la impenetrabilidad
de nosotras mismos y del mundo.
La comunicación, en el sentido en que yo qui-
siera entenderla, nunca es efectivamente mayor que
en el momento en que la comunicación, en el senti-
do pobre de la palabra, en el sentido del lenguaje
profano (o, como dice Sartre, de la prosa, que nos
hace a nosotros - y al mundo- aparentemente pene-
trables) se muestra vana y similar a la noche. Ha-
274
LA LITERATURA Y EL MAL
blamos de diversas formas para convencer y buscar
el acuerdo". Queremos establecer modestas verda-
des que coordinen nuestras actitudes y nuestra acti-
vidad can la de nuestros semejantes. Este esfuerzo
incesante que tiende a situarnos en el mundo de una
manera clara y distinta sería aparentemente imposi-
ble si no estuviéramos previamente unidos por el
sentimiento de la subjetividad común, impenetrable
para sí misma, y para la que es impenetrable el
mundo de los objetos distintos. A toda casta, debe-
mos captar la oposición que existe entre los dos
tipos de comunicación, pero la distinción es difícil:
se confunden en la medida en que no se carga el
acento en la comunicación profunda. El mismo
Sartre ha dejado éste confuso: ha captado perfecta-
mente (insiste en ello en La Náusea) el carácter im-
penetrable de los objetos: los objetos no comunican
con nosotros en ninguna medida. Pero en cambio
no ha situado de forma precisa la oposición entre el
objeto y el sujeto. Para él la subjetividad está clara,
¡es lo que es claro precisamente! Por una parte es,
me parece, propenso a minimizar la importancia de
esta inteligibilidad de los objetos, que nosotros per-
cibimos en los fines que les atribuimos, y en su uso
para esos fines. Por otra parte, su atención no se
275
GEORGE BATAILLE
centra bastante sobre esos momentos de una subje-
tividad que, siempre e inmediatamente nos es dada
en la conciencia de las otras subjetividades, mo-
mentos en los cuales precisamente la subjetividad se
muestra como ininteligible, relativamente a la inteli-
gibilidad de los objetos usuales y, en general, del
mundo objetivo. Sartre no puede evidentemente
ignorar esta apariencia, pero da la espalda a esos
momentos en los que también se nos produce la
náusea porque, en el instante en que se nos muestra
la ininteligibilidad, presenta a su vez un carácter in-
superable, un carácter de escándalo. En última ins-
tancia, para nosotros, lo que es, es escándalo; la
conciencia de ser, es el escándalo de la conciencia, y
no podemos incluso no debemos- sorprendernos.
Pero tampoco podemos contentarnos con palabras:
escándalo y conciencia son una misma cosa, una
conciencia sin escándalo es una conciencia alienada,
una conciencia momo demuestra la experiencia- de
objetos claros y distintos, inteligibles o por lo me-
nos creídos tales. El paso de lo inteligible a lo inin-
teligible, a lo que, al dejar de ser cognoscible,
empieza a parecernos intolerable, se halla cierta-
mente en el origen de ese sentimiento de escándalo,
pero se trata menos de una diferencia de nivel que
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LA LITERATURA Y EL MAL
de una experiencia dada en la comunicación mayor
entre los seres. El escándalo es el hecho - instantá-
neo - de que una conciencia sea conciencia de otra
conciencia, sea mirada de otra mirada (de este modo
es fulguración íntima, que se aleja de lo que habi-
tualmente vincula a la conciencia con la inteligibili-
dad duradera y tranquilizadora de los objetos).
Se puede ver, si se me ha seguido, que existe
una oposición fundamental entre la comunicación
pobre, base de la sociedad profana (de la sociedad
activa - en el sentido en que la actividad se confun-
de con la productividad) y la comunicación fuerte,
que abandona alas conciencias, que se reflejan una a
otra, o unas y otras, en ese impenetrable que es su
"en última instancia". Vemos además que la comu-
nicación fuerte es primera, es un dato simple, apa-
riencia suprema de la existencia, que se nos revela
en la multiplicidad de las conciencias y en su comu-
nicabilidad. La actividad habitual de los seres - lo
que llamamos "nuestras ocupaciones"- les separa de
los momentos privilegiados de comunicación fuerte,
que fundamentan las emociones de la sensualidad y
de las fiestas, que fundamentan el drama, el amor, la
separación y la muerte. Estos momentos no son a
su vez iguales entre sí: a veces los buscamos por sí
277
GEORGE BATAILLE
mismos (cuando sólo tienen sentido en el instante y
es por tanto contradictorio concertar su retorno);
podemos alcanzarlos con ayuda de pobres medios.
Pero no importa: no podemos prescindir de la rea-
parición del instante (aunque sea dolorosa, desga-
rradora) del instante en que su impenetrabilidad se
revela a las conciencias que se unen y se penetran
de una manera ilimitada. Más vale hacer trampa,
con tal de no ser definitivamente o demasiado
cruelmente desgarrado: mantenemos con el escán-
dalo - que a toda costa queremos provocar, pero al
que no obstante intentamos escapar- un lazo inde-
fectible, pero lo menos doloroso posible, bajo la
forma de religión o de arte (del arte que heredó una
parte de los poderes de la religión). La cuestión de
la comunicación se plantea siempre en la expresión
literaria: esta es en efecto poética o no es nada (en
ese caso no es más que la búsqueda de entendi-
mientos particulares o la enseñanza de verdades su-
balternas que Sartre" designa al hablar de prosa).
278
LA LITERATURA Y EL MAL
LA SOBERANÍA TRAICIONADA
No hay ninguna diferencia entre la comunica-
ción fuerte representada de este modo y lo que yo
entiendo por soberanía. La comunicación supone,
en el instante, la soberanía de los que comunican
entre sí, y recíprocamente la soberanía supone la
comunicación; es, en intención, comunicable, sino
no es soberana. Hay que decir, insistiendo en ello,
que la soberanía es siempre comunicación, y que la
comunicación, en el sentido fuerte, es siempre sobe-
rana. Si nos atenemos a este punto de vista la expe-
riencia de Genet es de un interés ejemplar.
Para dar sentido a esta experiencia, que no es
sólo la de un escritor sino la de un hombre que
transgredió todas las leyes de la sociedad - todas las
prohibiciones sobre las que se funda la sociedad-
deberé partir de un aspecto propiamente humano
de la soberanía y de la comunicación. La humanidad
- en lo que se diferencia de la animalidad -, es una
resultante de la observación de determinadas prohi-
biciones, algunas de las cuales son universales; por
ejemplo, los principios que se oponen al incesto, al
contacto con la sangre menstrual, a la obscenidad, al
crimen, a comer carne humana; en primer lugar, los
279
GEORGE BATAILLE
muertos son objeto de prescripciones que varían
según el tiempo y los lugares, prescripciones que
nadie debe contravenir. La comunicación y la sobe-
ranía se dan en el marco de vida determinado por
las prohibiciones comunes (a las que vienen a aña-
dirse, en cada diferente lugar, numerosos tabús).
Estas diversas limitaciones contravienen sin duda,
aunque en diferente grado, la plenitud de la sobera-
nía. No podemos sorprendernos si la búsqueda de
la soberanía está unida a la infracción de una o va-
rias prohibiciones. Citaré como ejemplo el hecho de
que en Egipto el soberano estaba exceptuado de la
prohibición del incesto. Así también, la operación
soberana que es el sacrificio tiene características de
crimen; dar muerte a la víctima es actuar contra las
prescripciones que son válidas en otras circunstan-
cias. De forma más general, durante el "tiempo so-
berano" de una fiesta se admiten o incluso se
ordenan comportamientos contrarios a las leyes que
rigen durante "el tiempo profano". Por eso la vía de
creación de un elemento soberano (o sagrado) - de
un personaje institucional o de una víctima ofrecida-
es una negación de una de esas prohibiciones, cuya
observación general nos hace seres humanos y no
animales. Esto quiere decir que la soberanía, en la
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LA LITERATURA Y EL MAL
medida en que la humanidad se esfuerza por lo-
grarla, nos exige situarnos "por encima de la esen-
cia" que la constituye. Esto quiere decir también
que la comunicación profunda sólo puede hacerse
con una condición: que recurramos al Mal, es decir,
a la violación de la prohibición".
El ejemplo de Genet responde exactamente a la
actitud clásica en el sentido de que buscó la sobera-
nía en el Mal, y de que el Mal, en efecto, le propor-
cionó esos momentos vertiginosos en los que
parece que en nosotros el ser se disgrega, y, si bien
sobrevive, escapa a la esencia que le limitaba. Pero
Genet se niega a la comunicación.
Y por negarse a la comunicación, Genet no al-
canza el momento soberano en que dejaría de refe-
rirlo todo a sus preocupaciones de ser aislado o,
como dice Sartre, de "ser" a secas; en la medida en
que se abandona al Mal sin limitaciones, se escapa la
comunicación. Todo se aclara en este punto: lo que
hunde a Genet es la soledad en que se encierra,
donde lo que subsiste de los demás es siempre vago,
indiferente: es, en una palabra, que ha hecho el Mal
para su solitario provecho, ese Mal al que había re-
currido para existir soberanamente. El Mal que la
soberanía exige es necesariamente limitado: la mis-
281
GEORGE BATAILLE
ma soberanía lo limita. Se opone a lo que la esclavi-
zaba, en la medida en que es comunicación. Se
opone a ello con ese impulso soberano que expresa
un carácter sagrado de la moral.
Admito que Genet quiso llegar a ser sagrado.
Admito que en él, el amor por el Mal superó la
preocupación por el interés, que quiso el Mal como
un valor espiritual, y que condujo su experiencia sin
flaquear. Ningún motivo vulgar explicaría su fraca-
so, pero - como en una prisión mejor cerrada que
las prisiones reales -, una suerte nefasta le encerró
en sí mismo, en el fondo de su desconfianza. Nunca
se entregó sin reticencias a esos irracionales impul-
sos que ponen a los seres de acuerdo entre sí en
virtud de un gran desorden, pero les ponen de
acuerdo, a la condición de que no mantengan alerta
una mirada torva, fija en la diferencia entre sí mis-
mo y los demás. Sartre ha hablado admirablemente
de esa tristeza suspicaz que ata a Genet. Una admi-
ración literaria, en parte excesiva, no le ha impedido
a Sartre - más bien le ha permitido- expresar juicios
sobre Genet, cuya severidad, temperada por una
simpatía profunda, es a veces mordaz. Sartre insiste
sobre este punto: Genet, al que mueven las contra-
dicciones de una voluntad entregada a lo peor, a
282
LA LITERATURA Y EL MAL
pesar de que busca "la imposible Nulidad", reivindi-
ca finalmente el ser para su existencia. Quiere
aprehender su existencia, necesita llegar al ser, nece-
sita darse a sí mismo el ser de las cosas... Sería nece-
sario que esta existencia "hubiera podido ser sin
necesidad de representar su propio ser: en sí "Genet
quiere "petrificarse en sustancia" y si es verdad que
su búsqueda tiende, como dice Sartre, hacia ese
punto que definió Bretón en esa fórmula que es
quizá una de las más apropiadas para la soberanía
"el punto desde el cual la vida y la muerte, lo real y
lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable
y lo incomunicable, lo alto y lo bajo dejan de ser
percibidos como contradictorios..." eso no puede
hacerse sin una alteración fundamental. En efecto
Sartre añade: "... Bretón espera, ya que no "ver" lo
surreal, por lo menos confundirse con ello en una
indiferenciación en la que visión y ser no formen
más que uno..." Pero la "santidad de Genet" es "lo
surreal de Bretón captado como el reverso inaccesi-
ble y sustancial de la existencia...", es la soberanía
"confiscada", la soberanía muerta, de aquel cuyo
deseo solitario de soberanía es traición de la sobera-
nía.
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