domingo, 24 de febrero de 2008

WILLIAM S. BURROUGHS - El almuerzo desnudo

WILLIAM S. BURROUGHS
El almuerzo
desnudo
Título de la edición original: Naked Lunch
Traducción de Martín Lendínez
INTRODUCCIÓN........................................................................................................................... 3
UNO............................................................................................................................................... 9
BENWAY ..................................................................................................................................... 19
JOSELITO ................................................................................................................................... 31
LA CARNE NEGRA..................................................................................................................... 34
HOSPITAL................................................................................................................................... 37
LÁZARO VUELVE....................................................................................................................... 43
LA SALA DE JUEGOS DE HASSAN .......................................................................................... 46
CAMPUS DE LA UNIVERSIDAD DE INTERZONAS.................................................................. 51
LA FIESTA ANUAL DE A. J. ....................................................................................................... 54
REUNIÓN DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE PSIQUIATRÍA TECNOLÓGICA .............. 62
EL MERCADO............................................................................................................................. 64
GENTE NORMAL Y CORRIENTE .............................................................................................. 72
ISLAM, S. A., Y LOS PARTIDOS DE INTERZONAS ................................................................. 84
EL OFICIAL DEL JUZGADO....................................................................................................... 97
INTERZONAS ........................................................................................................................... 101
EL RECONOCIMIENTO............................................................................................................ 105
¿HAS VISTO A ROSA PANTOPON? ....................................................................................... 111
PARANOIAS DE LA COCA....................................................................................................... 112
EL EXTERMINADOR HACE UN BUEN TRABAJO .................................................................. 114
EL ÁLGEBRA DE LA NECESIDAD........................................................................................... 116
HAUSER Y O'BRIEN................................................................................................................. 118
PREFACIO ATROFIADO ¿Y TÚ NO? ...................................................................................... 123
APÉNDICE ................................................................................................................................ 132
INTRODUCCIÓN
DECLARACIÓN:
TESTIMONIO SOBRE UNA ENFERMEDAD
Desperté de la Enfermedad a los cuarenta y cinco años, sereno, cuerdo y en bastante
buen estado de salud, a no ser por un hígado algo resentido y ese aspecto de llevar la
carne de prestado que tienen todos los que sobreviven a la Enfermedad... La mayoría de
esos supervivientes no recuerdan su delirio con detalle. Al parecer, yo tomé notas
detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. No tengo un recuerdo preciso de haber
escrito las notas publicadas ahora con el título de EL ALMUERZO DESNUDO. El
título fue sugerido por Jack Kerouac. Hasta mi reciente recuperación no comprendí lo
que significaba exactamente lo que dicen sus palabras: ALMUERZO DESNUDO: un
instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores.
La Enfermedad es la adicción a la droga y yo fui adicto durante quince años.
Cuando digo adicto quiero decir adicto a la droga (término genérico para el opio y/o sus
derivados, incluyendo todos los sintéticos, del demerol al palfium). He consumido la
droga bajo muchas formas: morfina, heroína, dilaudid, eucodal, pantopón, diccodid,
diosane, opio, demerol, dolofina, palfium. La he fumado, comido, aspirado, inyectado
en vena-piel-músculo, introducido en supositorios rectales. La aguja no es importante.
Tanto da que la aspires, la fumes, la comas o te la metas por el culo, el resultado es el
mismo: adicción. Cuando hablo de adicción a la droga no me refiero al kif, la marihuana
o cualquier preparado de hachís, mescalina, Bannisteria caapi, LSD6, hongos sagrados,
ni a ninguna droga del grupo de los alucinógenos... No hay pruebas de que el uso de
algún alucinógeno produzca dependencia física. La acción de esas sustancias es
fisiológicamente la opuesta a la acción de la droga. El celo de los departamentos de
narcóticos de Estados Unidos y otros países ha dado lugar a una lamentable confusión
entre las dos clases de drogas.
He visto el modo exacto en que actúa el virus de la droga a lo largo de quince años
de adicción. La pirámide de la droga: cada nivel devora al de abajo (no es casualidad
que los de arriba sean siempre gordos y los adictos de la calle siempre flacos) hasta el
punto más alto, o los puntos más altos; porque hay muchas pirámides de la droga
alimentándose de las gentes del mundo y todas construidas sobre los principios básicos
del monopolio:
1. Nunca des por nada.
2. Nunca des más de lo que tienes que dar (tener al comprador siempre hambriento
y hacerle esperar siempre).
3. Recupera siempre todo lo que te sea posible.
El traficante siempre lo recupera todo. El adicto necesita más y más droga para
conservar forma humana... para espantar al Mono.
La droga es un molde de monopolio y posesión. El adicto aguanta mientras sus
piernas drogadas le lleven directo a recaer sobre el rayo de droga. La droga es
cuantitativa y mensurable con gran precisión. Cuanta más droga consumas menos tienes
y cuanta más tengas más usas. Todos los que utilizan alucinógenos los consideran
sagrados —hay cultos del peyote y la bannisteria, cultos del hachís y de los hongos
(«los hongos sagrados de México permiten al hombre ver a Dios»)—, pero nunca nadie
ha sugerido siquiera que la droga sea sagrada. No hay cultos del opio. El opio es
profano y cuantitativo como el dinero. He oído que en la India hubo una vez una droga
beneficiosa y no adictiva. Se llamaba soma y se representa como una hermosa marea
azul. Si el soma existió alguna vez, el traficante logró embotellarlo y monopolizarlo, y
venderlo y convertirlo en la misma DROGA de toda la vida.
La droga es el producto ideal... la mercancía definitiva. No hace falta literatura para
vender. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan... El
comerciante de droga no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su
producto. No mejora ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente. Paga a
sus empleados en droga.
La droga produce una fórmula básica de virus «maligno»: El álgebra de la
necesidad. El rostro del «mal» es siempre el rostro de la necesidad total. El drogadicto
es un hombre con una necesidad absoluta de droga. A partir de cierta frecuencia, la
necesidad no conoce límite ni control alguno. Con palabras de necesidad total: «¿Estás
dispuesto?» Sí, lo estás. Estás dispuesto a mentir, engañar, denunciar a tus amigos,
robar, hacer lo que sea para satisfacer esa necesidad total. Porque estarás en un estado
de enfermedad total, de posesión total, imposibilitado para hacer cualquier otra cosa.
Los drogadictos son enfermos que no pueden actuar más que como actúan. Un perro
rabioso no puede sino morder. Adoptar una actitud puritana no conduce a nada, salvo
que se pretenda mantener el virus en funcionamiento. Y la droga es una gran industria.
Recuerdo una conversación con un norteamericano que trabajaba en la comisión para la
fiebre aftosa, en México. Seiscientos al mes más gastos:
—¿Cuánto durará la epidemia? —pregunté.
—Mientras podamos hacerla durar... Sí... tal vez surjan otros focos en Sudamérica
—dijo, como soñando.
Si se quiere alterar o anular una pirámide de números en relación serial, se altera o
se elimina el número base. Si queremos aniquilar la pirámide de la droga, tenemos que
empezar por la base de la pirámide: el adicto de la calle, y dejarnos de quijotescos
ataques a los llamados «de arriba», que son todos reemplazables de inmediato. El adicto
de la calle que necesita la droga para vivir es el único factor insustituible en la
ecuación de la droga. Cuando no haya adictos que compren droga, no habrá tráfico.
Pero mientras exista necesidad de droga, habrá alguien que la proporcione.
Los adictos pueden ser curados o puestos en cuarentena (es decir, que se les
adjudica una ración de morfina, bajo una mínima vigilancia, como a los afectados por el
tifus). Si se llega a hacer esto, las pirámides de droga del mundo se derrumbarán. El
único país que aplica este método al problema de la droga es, por lo que yo sé,
Inglaterra. Hay unos quinientos adictos censados en el Reino Unido. En la próxima
generación, cuando los adictos actualmente en cuarentena mueran y se descubran
analgésicos que actúen sobre una base no opiácea, el virus de la droga será como la
viruela, un capítulo cerrado, una curiosidad médica.
La vacuna que puede relegar el virus de la droga a un pasado sin futuro existe ya.
Esa vacuna es el tratamiento de apomorfina descubierto por un médico inglés cuyo
nombre debo ocultar hasta que me autorice a usarlo y a citar pasajes de su libro, que
cubre treinta años de tratamiento de alcohólicos y adictos con apomorfina. La
apomorfina es un compuesto que se forma al hervir morfina y ácido clorhídrico. Se
descubrió años antes de ser utilizado para tratar a los adictos. Durante muchos años, la
apomorfina, que no tiene propiedades narcóticas ni analgésicas, se aplicó únicamente
como emético, para provocar vómitos en casos de envenenamiento. Actúa directamente
sobre el centro del vómito, en el cerebro posterior.
Encontré esta vacuna al final del trayecto de la droga. Estaba viviendo en una
habitación del barrio moro de Tánger. Hacía un año que no me bañaba ni me cambiaba
de ropa, ni me la quitaba más que para meterme una aguja cada hora en aquella carne
fibrosa, como madera gris, de la adicción terminal. Nunca limpié ni quité el polvo de la
habitación. Las cajas de ampollas vacías y la basura llegaban hasta el techo. Luz y agua
cortadas mucho tiempo por falta de pago. No hacía absolutamente nada. Podía pasarme
ocho horas mirándome la punta del zapato. Sólo me ponía en movimiento cuando se
vaciaba el reloj de arena corporal de la droga. Si venía a visitarme algún amigo —y rara
vez lo hacían, puesto que quedaba poco que visitar de mí— seguía allí sentado sin
importarme que hubiese entrado en mi campo visual —una pantalla gris cada vez más
confusa y más débil—, ni cuando fuese a salir de él. Si se hubiese muerto en el sitio, yo
hubiera seguido allí sentado mirándome el zapato y esperando para revisarle los
bolsillos. ¿Tú no? Porque nunca tenía droga suficiente, nadie la tiene nunca. Dos
gramos de morfina al día y seguía sin ser suficiente. Y largas esperas delante de la
farmacia. En el negocio de la droga la demora es norma. El Hombre nunca llega a la
hora. Y no por casualidad. No hay casualidades en el mundo de la droga. Al adicto se le
enseña con precisión una y otra vez lo que sucederá si no consigue comprar su ración.
Junta el dinero o ya sabes. Y de repente mi hábito empezó a crecer y crecer. Tres, cuatro
gramos al día. Y seguía sin bastarme. Y no podía pagar.
Allí estaba, con mi último cheque en la mano, y me di cuenta de que era mi último
cheque. Tomé el primer avión a Londres.
El médico me explicó que la apomorfina actúa sobre el cerebro posterior para
regular el metabolismo y normalizar el flujo sanguíneo de modo que el sistema
enzimático de la adicción se destruye en un período de cuatro o cinco días. Una vez
regulado el cerebro se retira la apomorfina y sólo vuelve a usarse si hay recaída. (Nadie
toma apomorfina por placer. No se ha registrado ni un solo caso de adicción a la
apomorfina.) Acepté someterme al tratamiento e ingresé en una clínica. Las primeras
veinticuatro horas estuve literalmente loco y paranoico, como les pasa a muchos adictos
con fuerte carencia. Veinticuatro horas de tratamiento intensivo de apomorfina
disiparon el delirio. El doctor me mostró la ficha. Me habían puesto pequeñas
cantidades de morfina que no bastaban para explicar la ausencia de los síntomas de
carencia más severos, como calambres en piernas y estómago, fiebre y mi propio
síntoma particular y personal, la quemadura fría, una especie de urticaria frotada con
mentol por todo el cuerpo. Cada adicto tiene un síntoma particular y personal que
escapa a todo control. Faltaba un factor en la ecuación de la carencia, y ese factor no
podía ser más que la apomorfina. Vi que el tratamiento de apomorfina funcionaba de
verdad. A los ocho días abandoné la clínica y comía y dormía normalmente. Permanecí
dos años enteros sin drogarme, un récord desde hacía doce años. Recaí durante unos
meses de resultas del dolor de una enfermedad. Otra cura de apomorfina me ha
mantenido alejado de la droga hasta el momento en que escribo.
La cura de apomorfina es cualitativamente distinta de otros métodos de cura. Los he
probado todos. Reducción rápida, reducción lenta, cortisona, antihistamínicos,
tranquilizantes, curas de sueño, tolserol, reserpina. Ninguna de esas curas superó la
primera oportunidad de reincidir. Puedo asegurar que nunca me curé metabólicamente
hasta haber realizado la cura de apomorfina. La abrumadora frecuencia de las recaídas,
según las estadísticas del Hospital de Narcóticos de Lexington, ha inducido a muchos
médicos a declarar que la adicción es incurable. En Lexington practican una cura de
reducción con dolofina y, que yo sepa, nunca han probado con la apomorfina. La
realidad es que este tratamiento ha sido muy poco estudiado. No se han hecho
investigaciones con variantes de la fórmula de la apomorfina ni con sintéticos. No hay
duda de que podrían obtenerse sustancias cincuenta veces más potentes que la
apomorfina y eliminarse el efecto secundario del vómito.
La apomorfina es un regulador metabólico y psíquico que puede suspenderse en
cuanto ha cumplido su misión. El mundo está inundado de tranquilizantes y
estimulantes y, sin embargo, no se presta atención a este regulador único. Ninguno de
los grandes laboratorios farmacéuticos ha investigado sobre él. Considero que el estudio
de la síntesis de la apomorfina y de sus variantes abrirá las fronteras médicas más allá
del problema de la adicción.
La vacuna de la viruela se encontró con la vociferante oposición de un grupo de
lunáticos antivacunas. No hay duda de que si el virus de la droga se contrarresta, habrá
un clamor de protesta lanzado por individuos interesados o desequilibrados. La droga es
un negocio grande; siempre hay maníacos y especuladores. No se les debe permitir que
interfieran la labor esencial de aplicar el tratamiento de inoculación y cuarentena. El
virus de la droga es el principal problema de salud pública en el mundo de hoy.
Puesto que EL ALMUERZO DESNUDO trata de este problema, es brutal, obsceno
y repugnante por necesidad. La Enfermedad suele tener detalles repulsivos no aptos
para estómagos sensibles.
Ciertos pasajes del libro que han sido calificados de pornográficos están escritos
como una proclama contra la pena de muerte, a la manera de Una modesta proposición
de Jonathan Swift. Estas secciones pretenden poner al descubierto que la pena capital es
un anacronismo obsceno, bárbaro y repugnante. Como siempre, el almuerzo está
desnudo. Si los países civilizados quieren volver a los ritos druídicos de la horca en el
Bosque Sagrado, a beber sangre con los aztecas o a alimentar a sus dioses con sangre de
sacrificios humanos, que vean lo que de verdad comen y beben. Que vean lo que hay en
la gran cuchara de las noticias.
Tengo casi terminada una secuela de EL ALMUERZO DESNUDO. Una extensión
matemática del álgebra de la necesidad más allá del virus de la droga. Porque hay
muchas formas de adicción, creo que todas ellas obedecen a ciertas leyes elementales.
Con palabras de Heiderberg: «Quizá éste no sea el mejor de los universos posibles pero
es muy probable que sea uno de los más simples. » Si el hombre logra ver.
Post scriptum... ¿Y tú no?
Y hablando personalmente, y si un hombre habla de cualquier otra manera ya
podemos ir empezando a buscar a su Papaíto Protoplasma o Célula Madre... No quiero
oír más historias sabidas ni más mentiras sobre drogas... Las mismas cosas repetidas
un millón de veces y más cuando no vale la pena decir nada porque nunca pasa NADA
en el mundo de la droga.
La única excusa para esta agotada ruta de muerte es la SENSACIÓN cuando el
circuito de la droga se cierra por falta de pago y la piel drogada se muere por falta de
droga y sobredosis de tiempo y la Piel Vieja ha olvidado el juego de la piel acortando el
camino cubierto por la droga como hacen las pieles... Se precipita un estado de
exposición total cuando el Adicto Golpeante no puede sino ver, oler y oír... Cuidado con
los coches...
Está claro que la droga es una ruta-alrededor-del-mundo-empujando-una-bolita-de-
opio-con-la-nariz. Estrictamente para escarabajos-vagabundo montón de basura-droga.
Y por tanto listo para liquidación. Cansado de verlo por ahí.
Los yonquis siempre se quejan de frío, como ellos lo llaman; se levantan el cuello
de sus chaquetas negras y se abrigan el flaco pescuezo... pura trampa de drogado. Un
yonqui no quiere sentir calor, quiere estar fresco, más fresco, FRÍO. Pero quiere el
FRÍO como quiere su droga, no FUERA, donde no le sirve de nada, sino DENTRO,
para poder estar sentado por ahí con la columna vertebral como un gato hidráulico... y
su metabolismo aproximándose al CERO absoluto. Muchas veces los adictos
TERMINALES se pasan dos meses sin mover el vientre y los intestinos forman
adherencias permanentes —¿a quién no?— que requieren la intervención de un
descorazonador de manzanas o de su equivalente quirúrgico... Así es la vida en la Vieja
Casa de Hielo. ¿Para qué moverse y perder el TIEMPO?
Hay sitio para uno más, señor.
Algunos individuos van de sensaciones termodinámicas. Inventaron la
termodinámica... ¿No lo harías tú?
Y algunos de nosotros buscamos sensaciones diferentes y se hace abiertamente
igual que me gusta ver lo que como y viceversa mutatis mutandis si se tercia. El salón
del almuerzo desnudo de Bill... Pasen ustedes... Bueno para jóvenes y viejos, hombres y
bestias. Nada como un poco de aceite de culebra para engrasar las ruedas y montar el
número en la pista, Bautista. ¿De qué lado estás? ¿Congelado hidráulico? ¿O quieres
echar un vistazo con el Buen Bill?
Este es, pues, el Problema de la Salud Mundial del que hablaba en el Artículo. El
Panorama que se Despliega ante Nosotros, Amigos MÍOS. ¿Oigo murmurar algo sobre
una navaja particular y un timador de segunda conocido porque inventó La Cuenta? ¿Tú
no? La navaja perteneció a un hombre llamado Occam, y no fue un coleccionista de
cicatrices. Ludwing Wittgenstein, Tractatus Logicus-Philosophicus: «Si una
proposición NO ES NECESARIA, NO TIENE SENTIDO y se aproxima al
SIGNIFICADO CERO. »
—¿Y qué hay más INNECESARIO que la droga si Tú no la necesitas?
Respuesta: —Los yonquis, si Tú no te drogas.
Os aseguro que he oído bastantes conversaciones lentas, pero ningún otro GRUPO
SOCIAL puede compararse a la LENTITUD termodinámica de la droga. El adicto a la
heroína no dice apenas nada, y eso puedo aguantarlo. Pero el «Fumador» de opio ya es
más activo, puesto que tiene una tienda y una Lámpara... y tal vez 7-9-10 allí tendidos
como reptiles que invernan y mantienen la temperatura a Nivel de Conversación: qué
bajo han caído los otros yonquis «en cambio nosotros, NOSOTROS tenemos la tienda y
la lámpara y la tienda y la lámpara y la tienda y aquí está agradable y caliente agradable
y caliente agradable y AQUÍ y agradable y FUERA HACE FRÍO... HACE FRÍO
FUERA donde los comedores de basura y los chicos de la aguja no durarán dos años,
no, ni siquiera seis meses durarán vagabundeando por ahí, no tienen nada de clase... En
cambio nosotros estamos AQUÍ SENTADOS y nunca aumentamos la DOSIS... nunca-
nunca aumentamos la dosis nunca excepto ESTA NOCHE que es una NOCHE
ESPECIAL con todos esos comedores de basura y chicos de la aguja ahí fuera pasando
frío... y nunca nos lo comemos, nunca, nunca, nunca lo comemos... Disculpe por favor,
voy hasta la Fuente de las Gotas Vivas que todos tienen en el bolsillo y las bolitas de
opio que se meten por el culo en un dedil mezcladas con las Joyas de la Familia y la otra
mierda».
Hay sitio para uno más, señor.
Bueno, cuando el disco empieza a girar por el billonésimo año luz y el rollo no
cambia jamás, nosotros los no-yonquis tomamos una actitud drástica y los hombres se
separan de los jovenzuelos de la droga.
La única forma de protegerse de tan terrible peligro es venir AQUÍ y amancebarse
con Caribdis... Te trataré bien, chico... Caramelos y cigarrillos.
Aquí estoy, después de quince años metido en esa tienda. Dentro y fuera dentro y
fuera dentro y FUERA. CAMBIO Y CORTO. Escuchad pues al viejo tío Bill Burroughs
que inventó el truco del regulador de la máquina de sumar Burroughs, basado en el
principio del gato hidráulico, hagas lo que hagas con la palanca siempre el mismo
resultado para unas coordenadas dadas. Sigue mis lecciones cuanto antes... ¿no quieres?
Bebés paregóricos del mundo, uníos. No tenemos nada que perder, sólo nuestros
Traficantes. Y NO SON NECESARIOS.
Mirad, MIRAD bien el camino de la droga antes de viajar por él y liaros con las
Malas Compañías.
Palabras para el que sabe.
WILLIAM S. BURROUGHS
UNO
Siento que la pasma se me echa encima, los siento tomar sus posiciones ahí fuera,
organizar a sus soplones del demonio, canturreando en torno a la cuchara y el
cuentagotas que tiré en la estación de Washington Square, al saltar el torniquete, un par
de tramos escaleras de hierro abajo, cazo un directo ascendente... Un marica joven,
guapo, de pelo muy corto, bien vestido y con pinta de ejecutivo sujeta la puerta para que
pase. Está claro que personifico su idea de un personaje. Ya sabes, un tipo que anda con
camareros y taxistas, que habla de ganchos de derecha y de béisbol y llama al barman
de Nedick's por su nombre. Un tonto del culo. Y justo en ese momento aparece en el
andén un estupa con trinchera blanca (imagínate, seguir a alguien llevando una trinchera
blanca; supongo que para hacerse pasar por maricón). Ya lo estoy oyendo, con mis
herramientas en la izquierda, la derecha en la sobaquera: «Me parece que se te cayó
algo, amiguito. »
Pero el metro ya está en marcha.
—¡Adiós, pies planos! —le grito, para que el mariquita vea su película de malos.
Miro al mariquita a los ojos, me fijo en sus dientes blancos, la piel bronceada, el traje de
alpaca de doscientos dólares, la camisa de Brooks Brothers bien abotonada, el News que
lleva como un apoyo: «Sólo leo las historietas de Little Abner. »
Un estrecho que quiere parecer enterado... Habla de «yerbas» y fuma de vez en
cuando, y siempre tiene un poco para ofrecer a los golfos de Hollywood.
—Gracias, chaval —le digo—, ya veo que eres de los nuestros. —La cara se le
ilumina como un billar eléctrico, con estúpidos efectos en rosa—. Me vendió el muy...
—continué ásperamente. Me acerqué más a él y puse mis dedos sucios de drogado sobre
la manga de alpaca—. Tú y yo somos hermanos de sangre de la misma aguja. En
confianza, ése se merece un chute caliente.
(Nota: se trata de una cápsula de droga envenenada que se vende al adicto para
liquidarlo. Se da mucho a los confidentes. Suele ser estricnina, de sabor y aspecto
semejantes a la droga.)
—¿Nunca has visto cómo pega un chute caliente, chaval? Yo vi al Cojo meterse
uno en Filadelfia. Pusimos en su cuarto uno de esos espejos transparentes por un lado
que hay en las casas de putas y cobramos diez machacantes por mirar. No pudo sacarse
la aguja del brazo. Si la dosis es buena, ninguno puede. Se los encuentra así, con el
brazo azul y el cuentagotas lleno de sangre coagulada colgando. Y los ojos que puso
cuando le pegó, chico... ¡eso sí que fue sabroso!
»Me acuerdo de cuando anduve embarcado con el Somatén, era el mejor
sacacuartos de la vida. En Chicago... Nos trabajábamos a los maricones del parque
Lincoln. Y una noche el Somatén se me presenta a trabajar con botas de vaquero y
chaqueta negra, con una estrella de chapa y un lazo al hombro.
»Y yo le digo: "¿Qué pasa contigo? ¿Ya estás ciego?"
»Me mira sin más y dice: "Desenfunda, forastero", y va y saca un viejo seis tiros
oxidado y yo echo a correr por el parque con las balas silbándome alrededor. Se cargó
tres maricones antes de que le trincase la bofia. El Somatén se había ganado su mal
nombre...
»¿Te has fijado alguna vez en la cantidad de expresiones que pasan de los maricas a
los timadores? Como "levantar", haciendo creer al otro que estás en la misma historia.
»"¡Cógela!"
»"¡Coge al Chico Paregórico que se está trabajando a aquel primo!"
»"El Ansioso se lo camela demasiado deprisa. "
»El Zapaterías (le pusieron el nombre porque les sacaba la tela a los fetichistas en
las zapaterías) dice: "Métesela a un primo con vaselina y volverá por más llorando. " Y
cuando el Zapaterías descubre un primo empieza a respirar fuerte. Se le hincha la cara y
se le ponen los labios morados como a un esquimal en celo. Luego, despacio, despacio,
llega hasta el primo, sintiéndolo, palpándolo con dedos de ectoplasma podrido.
—El Paleto tiene una mirada de jovencito sincero, arde en él como neón azul.
Parece sacado de una portada del Saturday Evening Post, de pescador con una ristra de
pescados, está conservado en droga. Sus clientes no se enteran ni de media y los de la
industria le tienen la aguja bien montada. Un día el Jovencito Azul empieza a patinar, y
lo que le sale haría echar la pastilla a un auxiliar de ambulancia. El Paleto acaba por
flipar, echa a correr por autoservicios vacíos y estaciones de metro gritando: «¡Vuelve,
niño!, ¡vuelve!», y persigue al chaval hasta East River, se hunde entre condones y
cáscaras de naranja, un mosaico de periódicos flotantes, se hunde en el cieno silencioso,
negro, con gángsters hormigonados y pistolas aplastadas para evitar el dedo acusador de
los expertos en balística curiosos.
Y el marica piensa: «¡Qué personaje! ¡Espera a que se lo cuente a los chicos en el
Clark!» Es el típico coleccionista de personajes, sería capaz de aguantar sin moverse el
número de la zapatilla en la jaula. Así que le saco diez bolos y quedo con él para
venderle algunas «yerbas» como él dice, pensando: «Al panoli éste le coloco una de
orégano. » (Nota: el orégano tiene un aspecto vagamente parecido a la marihuana y se
vende como si lo fuera a los incautos o ignorantes.)
—Bueno —le dije dándome golpecitos en el brazo—, el deber me llama. Como dijo
un juez a otro: «Sé justo, y si no puedes ser justo, sé arbitrario. »
Me meto en el autoservicio y allí está Bill Gains acurrucado en el abrigo de alguien
con aspecto de banquero de 1910 con paresia y el viejo Bart, raído y gris, mojando
bizcocho con los dedos sucios, que brillan por encima de la suciedad.
En la parte alta tenía algunos clientes que atendía Bill, y Bart conocía a unas
cuantas reliquias viejas de los tiempos en que se fumaba opio, porteros fantasma que
barrían cansinamente con manos de viejo sus portales polvorientos, tosiendo y
escupiendo a la hora sin droga del amanecer, peristas asmáticos retirados en hoteles de
tres al cuarto, Rosa Pantopón, la antigua madama de Peoria, estoicos camareros chinos
que nunca dan señales de enfermedad. Bart los buscaba con su andar de viejo yonqui
paciente y cauteloso y lento y depositaba en sus manos sin sangre unas pocas horas de
calor.
Una vez hice la ronda con él, por divertirme. ¿Sabes cómo son los viejos cuando
comen, que pierden completamente la vergüenza y sólo verlos te hace vomitar? Los
yonquis viejos son iguales con la droga. Babean y chillan al verla. Mientras la cuecen
les cuelga la saliva por el mentón, les gruñe el estómago y se les retuercen todas las
tripas en movimientos peristálticos y se les disuelve la poca piel decente que les queda,
esperas que en cualquier momento se les salga una gran burbuja de protoplasma que
rodee la droga. Algo realmente repugnante de ver.
«Bueno, mis chicos serán también así algún día —pienso con filosofía—. ¡Qué
extraña es la vida!»
Así que vuelvo al centro por la estación de Sheridan Square por si el secreta acecha
en un armario de escobas.
Ya dije que no podía durar. Sabía que andaban por allí fuera en aquelarre,
preparando su magia negra pasmosa, pinchando muñecos con mi cara en Leavenworth.
«A ése no sirve de nada clavarle agujas, Mike. »
He oído que a Chapin lo cazó un poli viejo con un muñeco. El eunuco aquel se
sentaba en el sótano de la comisaría y se pasaba día y noche colgando un muñeco con su
cara, año tras año. Y cuando ahorcaron a Chapin en Connecticut, se encontraron al viejo
con el cuello partido.
—Se cayó por la escalera —dijeron. El camelo de siempre de la pasma.
La droga está rodeada de magia, tabúes, maldiciones y amuletos. En México
encontraba a mi contacto por radar. «Esta calle no, la siguiente, a la derecha... ahora a la
izquierda. Ahora, otra vez a la derecha», y ahí está su cara desdentada de vieja, sus ojos
anulados.
Conozco un trafiqueta que se pasea tarareando una canción y todo el que pasa por
su lado se queda con ella. Es tan gris y espectral y anónimo que no le ven y creen que
son ellos mismos los que tararean. Y los clientes se acercan al compás de Sonrisas o
Tengo ganas de enamorarme o Dicen que somos demasiado jóvenes para amarnos, o la
canción que toque ese día. Hay veces que se ven hasta cincuenta yonquis desastrados
que sueltan chillidos enfermos, trotando detrás de un chico que toca la armónica, y allí
está su Hombre, sentado en un bastón-asiento echando pan a los cisnes, un travestí
gordo paseando su afgano por la calle Cincuenta Este, un borracho viejo meando contra
una columna del Elevado, un estudiante judío extremista repartiendo panfletos en
Washington Square, un ingeniero de montes, un exterminador, un publicitario marica en
Nedick's que trata de tú al barman. La red mundial de los yonquis, tendida sobre un
cable de lefa rancia, anudada en habitaciones amuebladas, estremecida en las mañanas
enfermas sin droga. (Los hombres del viejo Pete aspiran el humo negro en la trastienda
de la lavandería china y el Melancólico muere de una sobredosis de tiempo o de un
corte de respiración en el pavo frío.) En Yemen, París, Nueva Orleans, México y
Estambul; tiemblan bajo los martillos neumáticos y las excavadoras, se lanzan unos a
otros maldiciones drogadas que los demás no oímos, y el Hombre pasa asomado a una
apisonadora y yo recojo lo mío en un cubo de alquitrán. (Nota: Estambul, especialmente
los barrios miserables de la droga, está siendo derribado y reconstruido. En Estambul
hay más yonquis de heroína que en Nueva York.) Los vivos y los muertos, los enfermos
de mono o los pasados, colgados o descolgados o vueltos a colgar, todos acuden al rayo
luminoso de la droga y el Contacto se toma un chop-suey en la calle Dolores de México
D. F., o moja bizcochos en el autoservicio, es perseguido en Exchange Place de Nueva
Orleans por la gente del Grupo Especial.
El viejo Chino echa agua del río en una lata oxidada y lava un trozo de yen pox duro
y negro como un tizón. (Nota: yen es opio, en chino; yen pox es la ceniza del opio ya
fumado.)
Total, la pasma tiene mi cuchara y mi cuentagotas, y sé que están a punto de
sintonizar mi frecuencia guiados por un soplón ciego al que llaman Willy el Disco.
Willy tiene la boca redonda como un disco, perfilada por unos pelos negros, eréctiles y
muy sensibles. Está ciego de pincharse en el globo del ojo, tiene la nariz y el paladar
comidos de esnifar caballo, su cuerpo es una masa de cicatrices, de tejido duro y seco
como madera. Ahora ya sólo puede tomar la mierda por la boca, a veces emite un largo
tubo de ectoplasma que detecta la frecuencia silenciosa de la droga. Sigue mi rastro por
toda la ciudad hasta las habitaciones que ya he dejado, y la pasma se topa con unos
recién casados de Sioux Falls.
—¡Muy bien, Lee! ¡Sal de detrás de ese suspensorio! ¡Te conocemos! —Y arrancan
el pene del novio de un solo golpe. Willy se va acercando más y más y se le oye gemir
en la oscuridad (sólo funciona de noche), siento el ansia terrible de esa boca ciega
rastreadora. Cuando entran para realizar el arresto, Willy pierde completamente el
control y su boca se dispara y abre un agujero en la puerta. Si no estuvieran los polis
para sujetarlo a porrazos, le chuparía la sangre a cada uno de los yonquis que atrapa.
Yo sabía, y lo sabía todo el mundo, que habían echado al Disco sobre mi pista. Y si
mis jóvenes clientes llegaban a subir al estrado: «Me obligó a realizar toda clase de
horribles actos sexuales a cambio de la droga», ya podía despedirme de la calle.
De modo que hicimos provisión de caballo, compramos un Studebaker de segunda
mano y nos fuimos hacia el Oeste.
El Somatén se salió con una historia de crisis esquizofrénica.
—Estaba delante de mí mismo tratando de evitar que los ahorcase con mis dedos
fantasmales... Soy un fantasma que desea lo que todos los fantasmas —un cuerpo—
después del Largo Tiempo que estuve cruzando avenidas inodoras del espacio sin vida
al no olor incoloro de la muerte... Es imposible respirarlo, olerlo a través de las rosadas
circunvoluciones del cartílago, adornadas con lazos de mocos cristalizados, mierda
temporal y filtros de sangre y de carne negra.
Permanecía allí de pie en la sombra alargada de la sala del juicio, la cara como una
película rota, retorcida por los deseos y el hambre de los órganos larvales que se agitan
en la carne indecisa, ectoplásmica, de la carencia (diez días en frío cuando hizo la
primera declaración), carne que se desvanece al primer toque silencioso de la droga.
Vi cómo sucedía. Casi cinco kilos perdidos en diez minutos de pie con la jeringuilla
en una mano sujetándose los pantalones con la otra, la carne abandonada ardiendo con
un frío halo amarillo... aquella habitación del hotel de Nueva York... la mesilla de noche
llena de cajas de caramelos, colillas que rebosan de tres ceniceros, un mosaico de
noches sin dormir y hambres repentinas de adicto que se descuelga y alimenta su carne
de bebé...
El Somatén es juzgado por un Tribunal Federal, acusado de linchamiento, y va a
parar a un manicomio federal especialmente concebido para custodiar fantasmas:
preciso, prosaico impacto de objetos... lavabo... puerta... retrete... barrotes... ahí están...
esto es... todas las líneas cortadas... nada más allá... No Hay Salida... y el No Hay Salida
en cada rostro...
Al principio los cambios físicos fueron lentos, pero luego se precipitaron en golpes
negros, cayendo a través de sus tejidos flojos, borrando toda la forma humana... En su
mundo de oscuridad total los ojos y la boca son un órgano que salta hacia delante para
morder con dientes transparentes... pero los órganos no mantienen posiciones ni
funciones constantes... brotan órganos sexuales por todas partes... se abren rectos,
defecan y se cierran... el organismo entero cambia de color y consistencia en ajustes de
una fracción de segundo...
El Paleto es una carga para la sociedad con sus ataques como él los llama. El Primo
Interior se le estaba despertando y ése es un chivato que no hay quien despiste; a la
entrada de Filadelfia se baja para enrollarse un coche patrulla y en cuanto el poli le echa
el ojo encima nos agarra a todos.
Setenta y dos horas y otros cinco yonquis enfermos más en nuestra celda. Como no
quiero sacar mi provisión delante de esos parias hambrientos, hay que andar
maniobrando y soltar pasta al de las llaves hasta conseguir una celda aparte.
Los yonquis precavidos —les llaman ardillas— llevan siempre un pellizquito por si
los encierran. Cada vez que me pego un pinchazo dejo caer unas gotas en el bolsillo del
chaleco, tengo la tela almidonada de material. Llevaba un cuentagotas de plástico en el
zapato y un imperdible prendido en el cinturón. Ya sabes cómo te cuentan la batalla del
imperdible y el cuentagotas: «La tía cogió un imperdible todo oxidado y manchado de
sangre, y se hizo un buen agujero en la pierna, parecía una boca abierta, llena de llagas,
abierta, esperando la inefable unión con el cuentagotas que se hunde ahora en la herida
babeante. Pero su terrible necesidad exagera la energía (el hambre de los insectos en los
sitios secos) y le hace romper el cuentagotas que se hunde profundamente en la carne
del muslo devastado (parece más bien un cartel sobre la erosión del suelo). ¿Acaso le
importa? Ni siquiera se molesta en quitar los cristales rotos, se mira el anca llena de
sangre con los ojos fríos e impasibles de un carnicero, qué le importa la bomba atómica,
las chinches, la amenaza del cáncer, el Ocaso que espera para recuperar su carne
delincuente... Dulces sueños, Rosa Pantopón. »
La escena real: pellizcas un poco de carne de la pierna y das un golpe seco con el
imperdible para hacer un agujero.
Luego colocas el cuentagotas encima, no dentro del agujero y vas soltando el
líquido despacio, con cuidado para que no se salga por los lados... Al apretar el muslo
del Paleto la carne me pareció cera, se quedaba para arriba, rezumando una gota de pus
por el pinchazo. Nunca en mi vida toqué un cuerpo vivo tan frío como el del Paleto de
Filadelfia...
Decidí librarme de él aunque tuviera que recurrir a una «fiesta de sofocación».
(Costumbre rural usada en Inglaterra para eliminar parientes ancianos e inválidos. La
familia afligida por tal desgracia da una «fiesta de sofocación», durante la cual los
invitados apilan colchones sobre la «carga para la familia», y se suben a emborracharse
sobre los colchones.) El Paleto es un rémora para el negocio y habría que trasladarlo a
las cloacas del mundo. (Esta es una costumbre africana. Un funcionario llamado
«Expulsor» tiene la misión de llevar a los ancianos a la selva y abandonarlos allí.)
Los ataques del Paleto son ya algo crónico. Guardias, porteros, perros, secretarias,
gruñen en cuanto se acerca. El dios rubio ha caído en la abyección de un intocable. Los
tramposos no cambian, se rompen, se hacen pedazos —explosiones de materia en el frío
espacio interestelar—, se desvanecen en polvo cósmico, dejan atrás su cuerpo vacío.
Chorizos de todo el mundo, hay un primo al que no podéis camelar: el Primo Interior.
Dejé al Paleto plantado en una esquina, ladrillos rojos de casa barata hasta el cielo,
bajo incesante lluvia de hollín.
—Voy a pegarle un toque a un matasanos que conozco aquí al lado. Vuelvo en
seguida con morfa de farmacia, de la buena... No, tú espérame aquí... no quiero que te
guipe.
Espérame en la esquina todo el tiempo que haga falta, Paleto, espérame. Adiós,
Paleto, adiós, muchacho... ¿Adonde van cuando se marchan dejando el cuerpo atrás?
Chicago: jerarquía invisible de italianinis descerebrados, olor a gángsteres
atrofiados, un fantasma familiar se te aparece en la esquina de las calles Norte y
Halstead, en Cicero, en el parque Lincoln, mendigando sueños, el pasado invade el
presente, magia rancia de tragaperras y fondas de carretera.
En el Interior: una vasta urbanización, antenas de televisión contra el cielo sin
sentido. En casas a prueba de vida se ciernen sobre los jóvenes para absorber algo de lo
que ellos excluyen. Sólo los jóvenes aportan algo. Y la juventud no les dura mucho.
(Por los bares de St. Louis yace muerta la frontera, los días de los barcos fluviales.)
Illinois y Missouri, miasmas de los pueblos constructores de túmulos, el culto
envilecido al Manantial del Alimento, festivales crueles y espantosos, el horror sin
esperanza del Dios Ciempiés se extiende desde Moundville a los desiertos lunares de las
costas peruanas.
América no es una tierra joven: ya era vieja y sucia y perversa antes de los indios.
El mal está en ella, esperando.
Y policías, siempre: policías del Estado bien entrenados en la universidad,
experimentados, corteses, ojos electrónicos que sopesan tu coche, tu equipaje, tu ropa,
tu cara; detectives gruñones de las grandes ciudades, sheriffs rurales de voz pausada con
algo negro y amenazador en sus ojos viejos del color de una camisa gastada de franela
gris...
Y problemas con el coche, siempre: en Saint Louis cambié el Studebaker del 42
(tenía un defecto de fábrica, como el Paleto) por un viejo Packard seis plazas trucado
que apenas pudo llegar a Kansas City, donde compré un Ford que resultó ser un
quemador de aceite y lo di a cambio de un jeep al que le pisamos demasiado (no son
buenos para andar por autopista) y le quemamos algo de dentro y reventó y volvimos al
viejo Ford V-8, que nunca te deja tirado por mucho aceite que queme.
Y el tedio norteamericano nos va encerrando como ningún otro tedio del mundo,
peor que el de los Andes, pueblos de alta montaña, viento frío que baja de los montes de
tarjeta postal, aire fino como la muerte en la garganta, ciudades fluviales de Ecuador,
malaria gris como la droga bajo un sombrero negro de vaquero, escopetas que se cargan
por la boca, buitres que picotean las calles enfangadas... el que te ataca al bajar del ferry
de Malmoe, en Suecia, te quita la trompa sin impuestos (en el ferry la priva no paga
aduana) en un santiamén y te deja con la moral por los suelos: miradas huidizas y el
cementerio en medio de la ciudad (todas las ciudades suecas parecen construidas en
torno a un cementerio), y nada que hacer en toda la tarde, ni un bar, ni una película,
quemé el último petardo que traía de Tánger y dije: «K. E., vamos otra vez al ferry
ahora mismo. »
Pero no hay tedio como el tedio norteamericano. No lo ves ni sabes de dónde sale.
Coge uno de esos bares elegantes, al final de una calle de un barrio nuevo (cada
manzana tiene su bar y una botica y un supermercado y una tienda de bebidas). Entras y
te topas con él. Pero ¿de dónde sale?
No es del camarero, ni de los clientes, ni de la tapicería de plástico color crema de
los taburetes, ni de la luz confusa del neón. Ni siquiera de la televisión.
Y nuestras costumbres se reafirman en el tedio, como la cocaína te reafirma y te
mantiene ante la depresión de la bajada de la coca misma. Y la droga se está acabando.
Así que aquí estamos en esta ciudad sin caballo aguantando a base de jarabe para la tos.
Y vomitar el jarabe y viajar y viajar, el frío viento de primavera silba por las rendijas del
fotingo, hace temblar nuestros cuerpos enfermos, sudorosos, ese frío que siempre se te
mete dentro cuando se va la droga... Seguimos a través del paisaje pelado, armadillos
muertos en la carretera, buitres sobre los pantanos, cipreses talados. Moteles con
paredes de viruta prensada, estufa de gas, mantas color rosa demasiado finas.
Los pinchetas itinerantes y los que bajan de Carnaval han quemado todos los
matasanos de Texas...
Y nadie que esté en su sano juicio acudirá a uno de Louisiana. Legislación estatal de
drogas.
Por fin llegamos a Houston, donde conocía un boticario. Hacía cinco años que no
me veía pero en cuanto levantó la vista y me echó una mirada de refilón, hizo una señal
con la cabeza y me dijo: «Espéreme en la barra. »
Me senté y tomé un café y al poco rato viene y se sienta a mi lado y me dice:
—¿Qué quiere?
—Un litro de paregórico y cien nembutales.
Asiente:
—Vuelva dentro de media hora.
Cuando vuelvo me da un paquete y dice:
—Son quince dólares... y tenga cuidado.
Pincharse jarabe paregórico es un follón tremendo; primero hay que evaporar el
alcohol, luego enfriarlo para quitar el alcanfor y recoger el líquido marrón con un
cuentagotas; hay que ponérselo en vena para que no se forme un absceso, aunque se
inyecte donde se inyecte siempre se acaba teniendo el absceso. Lo mejor es bebérselo
con barbitúricos... Así que lo metemos en una botella de Pernod y salimos para Nueva
Orleans, y pasamos junto a lagos iridiscentes y llamaradas rojizas de los mecheros de
gas, y montones de desperdicios, caimanes que se arrastran entre botellas rotas y latas
vacías, arabescos de neón de los moteles, chulos solitarios que gritan obscenidades a los
coches que pasan desde sus islas de basura.
Nueva Orleans es un museo muerto. Damos una vuelta por Exchange Place
apestando a jarabe y encontramos al Hombre sobre la marcha. Es un sitio pequeño y la
pasma conoce a todos los que trafican de modo que piensa qué coño importa y le vendo
a cualquiera. Hacemos provisión de caballo y damos marcha atrás, camino de México.
Otra vez el lago Charles y la tierra muerta de las tragaperras, el extremo sur de
Texas, sheriffs asesinos de negros que nos vigilan y comprueban los papeles del coche.
Se te quita algo de encima cuando cruzas la frontera de México y de repente el paisaje
se te aparece desnudo, sin nada entre tú y él, desierto y montañas y buitres: puntos
lejanos que dan vueltas, o tan cerca que puedes oír cómo cortan el aire con sus alas (un
sonido seco, un chasquido), y cuando descubren algo surgen del cielo azul, ese maldito
cielo azul, aplastante de México, y convergen en un torbellino negro... Conduje toda la
noche y al amanecer llegamos a un pueblo cálido y brumoso, perros que ladran y
murmullo de agua que corre.
—Tomás y Charli —dije.
—¿Qué?
—Es el nombre del pueblo. Nivel del mar. Desde aquí subiremos sin parar hasta
más de tres mil metros.
Me metí un fije y me eché a dormir en el asiento de atrás. Ella conducía muy bien.
Eso se le nota a cualquiera en cuanto toca el volante.
Ciudad de México, donde Lupita reparte sus papelinas de mierda adulterada,
sentada como la diosa azteca de la Tierra.
—Vender es un vicio más fuerte que picarse —dice Lupita. Los vendedores no
adictos están colgados del contacto, un hábito del que no te puedes descolgar. Y lo
mismo les pasa a los policías. Ahí está Bradley el Comprador. El mejor sabueso de la
brigadilla. Cualquiera que le vea lo tomaría por un pasado. O sea, que puede ir a ver a
un traficante y comprarle directamente. Es tan anónimo, gris y espectral que después el
vendedor no podrá recordar su aspecto. Y así va ligándose a uno detrás de otro... Bueno,
pues el Comprador parece cada vez más un yonqui. No puede beber. No se le levanta.
Se le caen los dientes. (Los yonquis pierden sus colmillos amarillentos dando de comer
al mono, del mismo modo que a las embarazadas se les estropean los dientes por
alimentar al feto.) Se pasa el tiempo chupando una barra de caramelo (le gustan, sobre
todo, unos que se llaman Baby Ruth). «Da verdadero asco verle chupar siempre esos
horribles caramelos», dice otro poli.
Al Comprador se le ha puesto un siniestro color gris verdoso. El hecho es que su
cuerpo elabora su propia droga, o algún equivalente. El Comprador tiene un proveedor
fijo. Un Hombre dentro de sí, podría decirse. O eso cree él. «Me limito a quedarme en
mi habitación», dice. «Y me los jodo a todos. Unos estrechos todos, unos y otros. Soy el
único hombre completo del negocio. »
Pero le asalta un deseo feroz como un vendaval negro, que le atraviesa los huesos.
Entonces atrapa un yonqui jovencito y le da una pápela para comprarlo.
—¡Oh! Estupendo —dice el muchacho—. ¿Y qué tengo que hacer?
—Lo único que quiero es frotarme contra ti y ponerme bien.
—Ejem... Bueno, vale... Pero ¿por qué no puede ir a lo físico como un ser humano?
Más tarde el jovencito está sentado con dos colegas en una cafetería, mojando
bizcocho en la taza. Dice:
—La cosa más desagradable que me ha pasado en la vida. No sé cómo se volvió
totalmente blando, y me envolvió como en una burbuja de gelatina, horrible. Luego se
fue mojando de arriba abajo con una especie de baba verde. Supongo que es alguna
forma asquerosa de correrse... Casi me desmayo con toda aquella cosa verde por encima
y aquella peste a melón podrido.
—Bueno, de todas formas es un fije barato.
El muchacho suspiró con resignación:
—Sí, supongo que uno puede acostumbrarse a todo. He quedado otra vez con él
para mañana.
Pero el vicio del Comprador sigue creciendo. Necesita recargarse cada media hora.
A veces hace la ronda de las comisarías y soborna a los guardias para que le dejen entrar
en una celda de yonquis. Hasta que llega el momento en que no se pone bien por
muchos contactos que haga. Entonces es convocado por el Supervisor del Distrito:
—Bradley, su conducta ha levantado ciertos rumores (y espero por su bien que no
sean nada más que rumores), tan increíblemente desagradables que... Es decir, la mujer
del César... Ejem... desde luego la Brigada ha de estar por encima de cualquier
sospecha... y sin la menor duda por encima de sospechas como las que, al parecer, ha
provocado usted. Está usted haciendo descender el tono de esta casa. Estamos
dispuestos a aceptar su dimisión inmediatamente.
El Comprador se arroja al suelo y se arrastra hasta el Supervisor:
—No, jefe, no... El departamento es toda mi vida.
Besa la mano del Supervisor y le mete los dedos en la boca (para que el Supervisor
pueda sentir sus encías sin dientes) lamentándose de que ha perdido los dientes «en el
chervichio».
—Por favor, jefe, le limpiaré el culo, lavaré sus condones usados, sacaré brillo a sus
zapatos untándolos con la nariz...
—¡Esto sí que es realmente desagradable! ¿No tiene usted orgullo? He de decirle
que estoy sintiendo verdadera repugnancia por usted. No sé, hay algo, no sé, podrido en
usted, huele usted como un montón de estiércol —se pone un pañuelo perfumado ante la
cara—. Tengo que pedirle que salga de este despacho inmediatamente.
—Haré lo que sea, lo que sea. —el rostro verdoso y estragado se abre con una
horrible sonrisa—. Soy joven todavía, jefe, y cuando se me calienta la sangre pego
bastante fuerte.
El Supervisor vomita en su pañuelo y apunta hacia la puerta con mano trémula. El
Comprador se levanta clavando una mirada perdida en el Supervisor. Su cuerpo
comienza a inclinarse como la varita de un zahorí. Fluye hacia adelante...
—¡No! ¡No! —grita el Supervisor.
—Schlurp... schlurp, schlurp...
Una hora más tarde encuentran al Comprador dando cabezadas en el sillón del
Supervisor. El Supervisor ha desaparecido sin dejar rastro.
JUEZ: —Todo indica que usted, de alguna forma inexplicable, ha... hum...
asimilado al Supervisor del distrito. Por desgracia, no hay prueba alguna. Sería
partidario de recomendar que se le recluyera, o más exactamente, se le contuviera, en
alguna institución, pero no conozco un sitio adecuado para un individuo de su especie.
Por tanto debo ordenar, de bien mala gana, que le pongan en libertad.
—A éste habría que tenerlo en un acuario —dijo el agente que lo detuvo.
El Comprador siembra el terror en el ambiente. Yonquis y policías desaparecen.
Como si fuera un vampiro, suelta un efluvio narcótico, un vaho verde y húmedo que
anestesia a sus víctimas y las deja indefensas ante su presencia envolvente. Y una vez
recargado se queda varios días inactivo como una boa ahíta. Finalmente es sorprendido
en el momento de engullirse al Delegado de Estupefacientes, y lo destruyen con un
lanza-llamas. El Tribunal Constitucional dictaminó que tales métodos estaban
justificados dado que el Comprador había perdido su ciudadanía humana y,
consiguientemente, era una criatura sin especie y una amenaza para el negocio de
estupefacientes a todos los niveles.
En México el truco está en encontrar un yonqui del lugar que tenga receta oficial,
receta que le autoriza a comprar una cantidad mensual fija. Nuestro Hombre era el viejo
Ike, que había pasado casi toda la vida en Estados Unidos.
—Estaba de viaje con Irene Kelly, una buena jugadora. En Butte, estado de
Montana, le pegó un mal rollo de perico y salió corriendo por todo el hotel chillando
que unos pasmarotes chinos la perseguían con machetes de carnicero. Conocí a un poli
en Chicago, esnifaba un perico especial en cristalitos, cristales azules. Una vez se pasó y
empezó a gritar que le buscaban los federales, echó a correr por el callejón y se metió de
cabeza en un cubo de basura. Y yo le dije: «Pero ¿qué hace?», y él me dijo: «Largo de
aquí o te pego un tiro. Estoy bien escondido. »
Esta vez compramos coca con receta. Métetela en la vena, hijito. Se huele cómo
entra, limpia y fría, en la nariz y la garganta, luego una oleada de placer puro atraviesa
el cerebro y enciende los interruptores de la coca. La cabeza se te estremece de
explosiones blancas. A los diez minutos ya quieres otro pinchazo... serías capaz de
cruzar la ciudad por otro pinchazo. Pero si no puedes conseguirlo, comes, duermes y te
olvidas del asunto.
La coca es un deseo puramente cerebral, una necesidad sin sensación, sin cuerpo,
una necesidad de fantasma terrenal, ectoplasma rancio barrido por un viejo yonqui que
tose y escupe en las mañanas enfermas.
Una mañana te despiertas y te pegas un cóctel de perico y caballo y sientes chinches
debajo de la piel. Policías de 1890 de negros bigotes bloquean las puertas y se asoman a
las ventanas apretando los labios desde sus placas azules desnudas. Unos yonquis
desfilan por la habitación cantando la marcha fúnebre musulmana, llevan el cuerpo de
Bill Gains, estigmas de aguja resplandecen suavemente con una llama azul. Detectives
esquizofrénicos olfatean con aplicación el orinal.
Es el miedo de la coca... Siéntate y tómatelo con calma y pégate un buen chute de
esa morfa militar.
Día de los Muertos: me entró un hambre ciega y me comí la calavera de azúcar del
pequeño Willy. Se echó a llorar y tuve que ir a comprarle otra. Pasé junto al bar donde
liquidaron al de las apuestas de frontón.
En Cuernavaca —¿o era Taxco?—, Jane conoce a un trombonista macarra y
desaparece en una nube de humo de tila. El macarra es uno de esos que van de artistas,
vibraciones y dietética y ese rollo, o sea que degrada al sexo femenino obligando a sus
ligues a tragarse todas esas chorradas. Estaba siempre ampliando sus teorías...
examinaba a las tías y las amenazaba con dejarlas si no se sabían de memoria hasta el
último detalle de su último asalto a la lógica y a la imagen del hombre.
—Mira, nena, estoy aquí para dar. Pero si tú no quieres recibir no puedo hacer nada
más.
Usaba todo un ritual para fumar yerba y era muy puritano respecto de la droga,
como la mayoría de los grifotas. Aseguraba que la yerba le ponía en contacto con
campos gravitatorios supracelestes. Tenía opiniones formadas sobre todo: la ropa
interior más sana, cuándo beber agua y cómo limpiarse el culo. Tenía una cara roja y
brillante con una gran nariz alargada y blanda, unos ojillos enrojecidos que se le
encendían al mirar a las tías, y se apagaban al mirar cualquier otra cosa. Sus hombros
eran tan anchos que hacían pensar en alguna deformidad. Actuaba como si los otros
hombres no existieran, por ejemplo, en tiendas y restaurantes transmitía sus deseos al
personal masculino a través de una intermediaria. Y ningún Hombre penetró jamás en
su refugio, su casa secreta.
Así que habla mal de la droga y se enrolla con la grifa. Doy tres chupadas, Jane le
miró y se le cristalizó la carne. Pegué un salto gritando: «¡Me dio el muermo!», y salí
corriendo de la casa. Tomé una cerveza en una tasca —barra de mosaicos, resultados de
fútbol y carteles de toros— mientras esperaba el autobús para la ciudad.
Un año después, en Tánger, me enteré de que Jane había muerto.
BENWAY
Me encargan que contrate los servicios del doctor Benway para Islam, S. A.
El doctor Benway ha sido llamado como consejero de la República de Libertonia,
un lugar dedicado al amor libre y los baños continuos. Sus ciudadanos son equilibrados,
conscientes, honrados, tolerantes y, por encima de todo, limpios. Pero el hecho de
acudir a Benway indica que no todo anda bien tras esa higiénica fachada: Benway es
manipulador y coordinador de sistemas simbólicos, un experto en todos los grados de
interrogatorios, lavados de cerebro y control. No había vuelto a ver a Benway desde su
precipitada marcha de Anexia, donde estaba a cargo de la D. T.: Desmoralización Total.
Su primera medida fue suprimir los campos de concentración, las detenciones en masa
y, excepto en algunas circunstancias especiales y limitadas, la tortura.
—Aborrezco la brutalidad —dijo—. No es eficaz. Y además, los malos tratos
prolongados, sin llegar a la violencia física, causan, si se aplican adecuadamente,
angustia y un especial sentimiento de culpa. Han de tenerse bien presentes unas cuantas
normas o, mejor, ideas directrices. El sujeto no debe darse cuenta de que los malos
tratos son un ataque deliberado contra su identidad por parte de un enemigo anti-
humano. Debe hacérsele sentir que cualquier trato que reciba lo tiene bien merecido
porque hay algo (nunca preciso) horrible en él que le hace culpable. Los adictos al
control tienen que cubrir su necesidad desnuda con la decencia de una burocracia
arbitraria e intrincada, de manera tal que el sujeto no pueda establecer contacto directo
con su enemigo.
Todos los ciudadanos de Anexia fueron obligados a solicitar y llevar siempre
encima una carpeta entera de documentos. Los ciudadanos podían ser interpelados por
la calle en cualquier momento; y el Examinador, que podía ir vestido de calle o con
diversos uniformes, con frecuencia en traje de baño o en pijama, otras veces desnudo
completamente a no ser una insignia colgada del pezón izquierdo, después de
comprobar todos los papeles, los sellaba. En la siguiente inspección, el ciudadano tenía
que enseñar los sellos correspondientes a la última inspección. Si el Examinador detenía
a un grupo numeroso se limitaba a comprobar y sellar los documentos de unos pocos. A
partir de entonces los otros podían ser detenidos por no tener los papeles con los sellos
correctos. La detención tenía carácter provisional, es decir, que el prisionero sería
puesto en libertad cuando el Arbitro Adjunto de Explicaciones aprobase su Atestado de
Explicaciones, debidamente firmado y sellado, si lo aprobaba. Dado que este
funcionario rara vez aparecía por su despacho y el Atestado de Explicaciones tenía que
presentarse personalmente, los explicadores se pasaban semanas y meses enteros
esperando en oficinas heladas, sin sillas ni servicios higiénicos.
Los documentos, que se rellenaban con tinta volátil, se volvían papeletas de empeño
caducadas. Constantemente se necesitaban nuevos documentos. Los ciudadanos corrían
de una oficina a otra en un frenético intento de cumplir unos plazos imposibles.
Se hicieron desaparecer todos los bancos de plazas y parques, fueron desecadas las
fuentes, destruidos flores y árboles. En el tejado de las casas de apartamentos (todos
vivían en apartamentos), sonaban cada cuarto de hora unas sirenas tremendas. A
menudo las vibraciones arrojaban a la gente de la cama. Grandes reflectores barrían la
ciudad toda la noche (estaba rigurosamente prohibido usar persianas, cortinas,
contraventanas o postigos).
Nadie miraba a nadie por miedo a las estrictas leyes que castigaban todo intento de
molestar a otro, con o sin palabras, con cualquier propósito, sexual o no sexual. Cafés y
bares estaban cerrados. Se necesitaba un permiso especial para comprar bebidas
alcohólicas, y el licor así obtenido no podía ser vendido, regalado ni transferido a
ninguna otra persona, y la presencia de cualquier otro en la habitación se consideraba
prueba concluyente de tentativa de transferir alcohol.
Nadie estaba autorizado a cerrar la puerta con cerrojo, y la policía tenía llaves
maestras de todas las habitaciones de la ciudad. Acompañados por un mentalista,
irrumpían en las casas y se ponían «a buscarlo».
El mentalista los guía hacia lo que el individuo desea ocultar: un tubo de vaselina,
una lavativa, un pañuelo con una corrida, un arma, bebidas de contrabando. Y siempre
someten al sospechoso al registro más humillante para su persona, desnudándole y
haciendo toda clase de comentarios burlones y despectivos sobre su cuerpo. Más de un
homosexual en potencia acabó con camisa de fuerza después de que le metieran
vaselina por el culo. O se paran delante de cualquier objeto. Un limpiaplumas o una
horma.
—¿Y eso para qué sirve?
—Es un limpiaplumas.
—Dice que es un limpiaplumas, el tío.
—Desde luego, hay que oír de todo.
—Creo que no necesitamos más. Venga con nosotros.
Tras unos meses de este sistema, los ciudadanos se acurrucaban en los rincones
como gatos neuróticos.
Naturalmente, la policía de Anexia utilizaba un sistema tipo producido en serie para
el control de sospechosos, saboteadores y disidentes políticos. Sobre los interrogatorios
de sospechosos, Benway dice lo siguiente:
—Si bien en general evito el empleo de torturas —la tortura localiza al oponente y
moviliza la resistencia— la amenaza de tortura es útil para inducir en el sujeto el
sentimiento adecuado de impotencia ante y gratitud hacia el interrogador que no llega a
usarla. Y la tortura puede usarse fructíferamente como pena cuando el sujeto ha
adelantado en el tratamiento lo suficiente como para aceptar el castigo como cosa
merecida. Con este fin ideé varias clases de procedimientos disciplinarios. Unos de ellos
se conocía por «la centralita». En los dientes del sujeto se fijan unas fresas eléctricas
que pueden ser puestas en marcha en cualquier momento y se indica al detenido que
haga funcionar una centralita arbitraria, que introduzca determinadas clavijas en
determinados agujeros en respuesta a unas señales de timbres y luces. Cada vez que
comete un error las fresas giran durante veinte segundos. Las señales van siendo
aceleradas gradualmente, siempre por encima del tiempo de reacción. Media hora en la
centralita y el sujeto se derrumba como una máquina de pensar sobrecargada.
»El estudio de las máquinas pensantes nos enseña sobre el cerebro más de lo que
podemos aprender con métodos introspectivos. El hombre occidental se exterioriza a sí
mismo a través de artefactos. ¿Se han metido coca en la vena alguna vez? Pega
directamente en el cerebro, activando conexiones de placer puro. El placer de la morfina
es en las vísceras: después de un pinchazo se escucha el propio cuerpo. Pero la blanca es
electricidad en el cerebro y el hambre de coca es puramente cerebral, una necesidad sin
cuerpo ni sensaciones. El cerebro cargado de coca es un billar eléctrico enloquecido,
lanzando destellos azules y rosa en un orgasmo eléctrico. Un cerebro electrónico puede
sentir el placer de la coca, los primeros latidos de la repugnante vida invertebrada. El
ansia de blanca dura sólo unas horas, mientras permanecen estimulados los conductos
de la coca. Naturalmente, el efecto de la C podría ser producido mediante una corriente
eléctrica que activase los conductos de la C...
«Después de un tiempo, esos conductos se gastan, como las venas, y el adicto tiene
que encontrar otros nuevos. Siempre hay una vena que se recupera a tiempo, y con una
rotación habilidosa de las venas, el yonqui puede arreglárselas perfectamente si no se
excede en el uso. Pero las células del cerebro quemadas no tienen arreglo y el adicto sin
células se queda en una posición terriblemente jodida.
»Aposentados sobre huesos viejos y excrementos y chatarra ferruginosa, en medio
de un calor de altos hornos, un panorama de idiotas desnudos se extiende hasta el
horizonte. En silencio absoluto —tienen destruido el centro del lenguaje— excepto el
crujido de las chispas y chisporroteo de la carne chamuscada al aplicar electrodos a lo
largo de la columna vertebral. Un humo blanco de carne quemada flota en el aire
inmóvil. Un grupo de niños tiene a un idiota atado a un poste con alambre de espino y le
encienden una hoguera entre las piernas y contemplan con curiosidad bestial el ascenso
de las llamas por sus muslos. El fuego hace crepitar su carne con la agonía del insecto.
»Pero me estoy saliendo del tema, como de costumbre. Hasta que tengamos un
conocimiento más preciso de la electrónica del cerebro, las drogas seguirán siendo una
herramienta esencial del interrogador en su ataque a la identidad del sujeto. Los
barbitúricos resultan, desde luego, virtualmente inútiles. Es decir, quien pueda ser
doblegado por ese medio, sucumbiría también bajo los métodos pueriles usados en
cualquier comisaría norteamericana. La escopolamina suele ser eficaz para anular la
resistencia, pero entorpece la memoria: el agente se muestra dispuesto a revelar sus
secretos pero es incapaz de recordarlos, o se le mezclan inextricablemente las coartadas
previstas con la información auténtica. La mescalina, la harmalina, el LSD6, la
bufotenina, la muscarina tienen éxito en muchos casos. La bulbocapnina induce un
estado próximo a la catatonia esquizofrénica... se han observado casos de obediencia
automática. La bulbocapnina deprime el cerebro posterior, probablemente dejando
inactivos los centros motores del hipotálamo. Otras de las drogas que han producido
esquizofrenia experimental —mescalina, harmalina, LSD6— son estimulantes del
cerebro posterior. En la esquizofrenia, el cerebro posterior es deprimido y estimulado
alternativamente. A menudo, la catatonia va seguida de un período de excitación y
actividad motriz durante el cual el demente corre por los pabellones haciendo pasar a
todos un mal rato. Es frecuente que los esquizofrénicos profundos se nieguen a moverse
y se pasen la vida en la cama. La "causa" (el pensamiento causalista nunca logra dar una
descripción precisa del proceso metabólico... limitaciones del lenguaje en uso) de la
esquizofrenia sería una perturbación de la función reguladora del hipotálamo. Dosis
alternas de LSD6 y bulbocapnina —ésta potenciada con curare— permiten obtener un
alto grado de obediencia automática.
»Hay otros procedimientos. Puede provocarse una profunda depresión en el sujeto
administrándole grandes dosis de bencedrina durante varios días. Y la psicosis se induce
mediante la administración continuada de dosis elevadas de cocaína o demerol, o la
supresión brusca de barbitúricos tras un suministro prolongado. Puede también
hacérsele adicto a la dihidroxiheroína y suprimirle después la droga (este compuesto es
cinco veces más adictivo que la heroína, y el síndrome de carencia proporcionalmente
severo).
»Hay varios "métodos psicológicos": el psicoanálisis compulsivo, por ejemplo. Se
pide al sujeto que haga una hora de "libre asociación" todos los días (en casos en los que
el tiempo no es fundamental): "Vamos, vamos. No seamos negativos, muchacho. Papá
llamará al hombre malo. Se llevará al niño a dar un paseo hasta la centralita. "
»El caso de una agente que olvidó su verdadera identidad y se fusionó con su
coartada —y sigue de intermediaria en Anexia—, me sugirió otro truquito. Un agente
está entrenado para negar su condición de tal afirmando una coartada. Entonces ¿por
qué no hacer jiu-jitsu psíquico y seguirle la corriente? Sugerirle que la identidad de la
coartada es la suya y que no tiene otra. Su identidad de agente se vuelve inconsciente, es
decir, escapa a su control; y así se la puede hacer salir a la superficie con drogas e
hipnotismo. Por este sistema se puede hacer un invertido de un ciudadano heterosexual
cualquiera... es decir, reforzar y secundar el rechazo de las tendencias homosexuales
generalmente latentes, y al mismo tiempo privarle de mujeres y someterlo a estímulos
homosexuales. Luego, drogas, hipnosis, y... —Benway agitó una mano fláccida.
»Hay muchos sujetos vulnerables a la humillación sexual. Desnudez, estimulación
con afrodisíacos, vigilancia constante para incomodar al sujeto e impedirle el alivio
masturbatorio (durante el sueño, las erecciones hacen sonar automáticamente un enorme
zumbador eléctrico que vibra la cama y arroja al sujeto a una bañera de agua fría, lo que
reduce al mínimo el número de poluciones nocturnas). Trucos para hipnotizar a un
sacerdote, explicarle que está a punto de consumar una unión hipostásica con el
Cordero, y luego poner a un carnero verriondo a darle por el culo. Después de esto el
Interrogador obtiene un control hipnótico absoluto, y el sujeto acudirá a su silbido, se
cagará en el suelo con que le diga "ábrete sésamo". No es preciso decir que el sistema
de humillación sexual está contraindicado en la homosexualidad declarada. (Es decir,
hay que abrir bien los ojos y recordar las viejas consignas... nunca se sabe quién está
escuchando.) Recuerdo a un chico al que condicioné para que se cagase al verme. Luego
le limpiaba el culo y me lo follaba. Cosa sabrosa. Y además, era un chico encantador. Y
a veces un sujeto se echa a llorar como un niño porque no puede evitar el eyacular
cuando se lo folian. Bien, como se ve claramente, las posibilidades son infinitas, como
los senderos que se bifurcan en un grande y hermoso jardín. Estaba empezando a rascar
esa adorable superficie cuando fui depurado por los aguafiestas del Partido... En fin, son
cosas de la vida.
Llego a Libertonia, el país más limpio e insípido que conozco. Benway es el
director del C. R., Centro de Reacondicionamiento. Caigo por allí y los «¿Qué ha sido
de tal y de cuál?» dan respuestas como «Sidi Idriss Smithers, alias el Bufaire, se vendió
a la Ley por un suero de la eterna juventud. Para hacer tonterías no hay como una
carroza». «Lestes Stroganoff Smunn, El Hassein, se volvió latah tratando de lograr el P.
O. A. (Proceso de Obediencia Automática) perfecto. Un mártir de la investigación... »
(El latah es un estado que aparece en el Sudeste asiático. Los latahs, que en otros
aspectos son normales, imitan compulsivamente todos los movimientos una vez que se
ha atraído su atención con un mero chasquido de dedos o una voz de mando. Una forma
de compulsión hipnótica involuntaria. A veces se causan heridas a sí mismos al tratar de
imitar los movimientos de varias personas al mismo tiempo.)
—Le contaré un secreto atómico. Interrúmpame si ya lo sabe.
El rostro de Benway conserva su forma bajo el flash de la urgencia, sujeto en
cualquier momento a resquebrajamientos o metamorfosis indescriptibles. Parpadea
como una imagen que entra y sale de foco.
—Venga —dice Benway—, le enseñaré el C. R.
Avanzamos por un largo vestíbulo blanco. La voz de Benway se infiltra en mi
conciencia desde un lugar impreciso... una voz sin cuerpo, unas veces clara y sonora,
otras apenas audible, como música en una calle ventosa.
—Grupos aislados como los indígenas del archipiélago Bismarck. Entre ellos no
hay homosexuales declarados. El matriarcado de los cojones. Todos los matriarcados
anti-homosexuales, conformistas prosaicos. Si se encuentra en un matriarcado camine,
no corra, hacia la frontera más cercana. Si corre, algún polizonte marica frustrado o en
potencia le pegará un tiro. ¿Así que hay quien quiera establecer una cabeza de puente de
homogeneidad en unos mataderos de potenciales como Europa y EE. UU. ? Otro jodido
matriarcado, mal que le pese a Margaret Mead... otro mal sitio. Pelea de bisturíes con un
colega en el quirófano. Y mi ayudante, la babuino, saltó sobre el paciente y lo hizo
pedazos. Los babuinos siempre atacan a la parte más débil en un altercado. Y hacen
bien. No debemos olvidar nunca nuestra gloriosa herencia simiesca. El doctor
Browbeck tuvo parte en la segunda parte. Abortista retirado, vendedor de droga (en
realidad era veterinario), incorporado al servicio cuando la escasez de mano de obra.
Bueno, el doctor se había pasado toda la mañana en la cocina del hospital tirando viajes
a las enfermeras y cociéndose con gas ciudad y Klim; y justo antes de la operación se
metió un lingotazo doble de nuez moscada, para darse ánimos.
(En Inglaterra, y especialmente en Edimburgo, los ciudadanos hacen pasar el gas
ciudad a través de un filtro de Klim —una forma terrible de leche en polvo que sabe a
tiza rancia— y se tragan el resultado. Empeñan todos sus bienes para pagar la factura
del gas y cuando el hombre aparece para cortárselo por falta de pago, sus aullidos se
oyen a kilómetros de distancia. Cuando un ciudadano está enfermo de carencia dice que
«tiene la cocina limpia» o que «se le ha subido la estufa a la espalda».)
Nuez moscada. Cito de un artículo mío sobre estupefacientes aparecido en el British
Journal of Addiction (ver «Apéndice»): «Presos y marineros recurren a veces a la nuez
moscada. Se traga una cucharada con un poco de agua. Resultados vagamente similares
a la marihuana más los efectos secundarios de náuseas y dolor de cabeza. Existen varios
estupefacientes de la familia de la nuez moscada usados por los indios de América del
Sur. Suelen usarse aspirando el polvo seco de la planta molida. Los hechiceros toman
esas sustancias tóxicas y entran en estados convulsivos, y se atribuye significado
profético a sus gestos y a sus parloteos incoherentes. »
—Yo tenía resaca de yage y no estaba en condiciones de aguantar las cagadas de
Browbeck. Lo primero con lo que me sale es que tengo que hacer la incisión desde atrás
en vez de delante, murmurando no sé qué estupideces sobre que si se corta la vesícula
biliar se joderá la carne. Se creía que estaba en una granja limpiando un pollo. Le dije
que metiera la cabeza en el horno y abriese el gas, y el tipo tuvo el descaro de
empujarme la mano con lo que me hizo seccionar la arteria femoral del paciente. Un
chorro de sangre saltó a los ojos del anestesista que echó a correr dando voces por el
vestíbulo. Browbeck intentó pegarme un rodillazo en la ingle, pero conseguí
desjarretarlo de un tajo de bisturí. Se arrastró por el suelo tirándome puñaladas a las
piernas. Mi ayudante Violeta, la baduino —la única mujer que me importó algo alguna
vez—, estaba realmente cabreada. Me subí a la mesa y me disponía a saltar con los pies
sobre Browbeck cuando entró la pasma.
»Bien, pues puede decirse que ese escándalo en el quirófano, "ese incalificable
suceso" como dijo el Super, fue el golpe definitivo. Los lobos estaban acorralando ya a
su presa. Crucifixión, es la palabra justa. Yo también había hecho alguna estupidez aquí
o allá. ¿Quién no? Aquella vez, por ejemplo, que el anestesista y yo nos bebimos todo el
éter y el paciente se despertó, y me acusaron de cortar la cocaína con detergente. Era
cosa de Violeta. Tuve que protegerla, claro está...
»Total, y en resumen, que nos apearon a todos del negocio. No es que Violeta fuera
una matasanos por lo legal, ni tampoco Browbeck, si nos ponemos así, pero llegar a
poner en duda mi título... Además de que Violeta sabía más de medicina que toda una
clínica junta. Tenía una intuición extraordinaria y un elevado sentido del deber.
»Así que me encontré en la calle y sin diploma. ¿Iba a cambiar de oficio? No.
Llevaba la medicina en la sangre. Me las arreglé para mantenerme en forma haciendo
abortos baratos en los retretes del metro. Me rebajé hasta a ofrecerme por la calle a las
embarazadas. Algo decididamente poco ético. Entonces conocí a un gran tipo, Juan
Placenta, el rey de las secundinas. Se lo montó en la guerra a base de abortones. (Los
abortones son terneros prematuros que arrastran las secundinas y bacterias, y
generalmente en malas condiciones de salubridad y viabilidad. Un ternero no puede
venderse para carne hasta tener un mínimo de seis semanas. Antes de esa fecha se
clasifica como abortón. El tráfico de estos terneros está rigurosamente penado.) Bien,
pues Juanito controlaba una flota de cargueros bajo bandera abisina para eludir
restricciones molestas. Me dio un puesto de médico a bordo del Filiarisis, el trasto más
roñoso que haya surcado los mares. Operaba con una mano, apartaba a las ratas del
paciente con la otra, chinches y escorpiones llovían del techo.
»Hasta que hay alguien que quiere homogeneidad en este momento. Se puede, pero
cuesta. Me aburre todo el proyecto... Hemos llegado... El callejón del hastío.
Benway dibuja un esquema en el aire y se abre una puerta. Entramos y vuelve a
cerrarse. Una gran sala con destellos de acero inoxidable, suelos de baldosas blancas,
paredes de cristal. Camas a uno de los lados. Nadie fuma, nadie lee, nadie habla.
—Venga a verlos de cerca —dice Benway.
Me acerco y me detengo delante de un hombre que está sentado en la cama. Le miro
a los ojos. Nadie, nada me devuelve la mirada.
—D.N.I. —dice Benway—. Deterioro Nervioso Irreversible. Liberación excesiva,
podríamos decir... una rémora para el negocio.
Paso la mano ante los ojos del hombre.
—Sí —dice Benway—, todavía tiene reflejos. Mire esto.
Benway saca una chocolatina del bolsillo, le quita el papel y la pone delante de las
narices del hombre. El hombre huele. Sus mandíbulas empiezan a moverse. Hace
ademanes como de agarrar. La saliva se le sale de la boca y le escurre por la barbilla, en
largos colgajos. El estómago hace ruidos. El cuerpo entero se retuerce con movimientos
peristálticos. Benway da un paso atrás con la chocolatina en alto. El hombre cae de
rodillas, echa la cabeza atrás y ladra. Benway le tira el chocolate. El hombre le lanza un
bocado, falla, se revuelve por el suelo haciendo ruidos babosos. Se mete debajo de la
cama, encuentra el chocolate y se lo empapuza a dos manos.
—¡Dios! Estos DNIs no tienen nada de clase.
Benway llama al enfermero que está sentado al fondo de la sala leyendo un libro de
comedias de J. M. Barrie.
—Sáqueme a estos puñeteros DNIs de aquí. Son un corte. Es malo para el turismo.
—¿Qué hago con ellos?
—¿Y yo qué coño sé? Yo soy un científico. Un científico puro. Sáquelos de aquí y
basta. No quiero tener que verlos más. Son gafes.
—Pero ¿cómo?, ¿dónde?
—Los conductos correspondientes. Avise al Coordinador de Distrito o como quiera
que se llame... Cambia de nombre cada semana. Dudo que exista.
El doctor Benway se para ante la puerta y se vuelve a mirar a los DNIs.
—Nuestros fracasos —dice—. En fin, son gajes del oficio.
—¿Se recupera alguno?
—No volverán, una vez idos nunca volverán —canturrea Benway—. Esta otra sala
tiene algún interés.
Los pacientes forman grupos, hablan y escupen en el suelo. La droga flota en el aire
como una niebla gris.
—Es reconfortante —dice Benway— ver a estos adictos esperando a su Hombre.
Hace seis meses estaban todos esquizofrénicos. Algunos no se habían levantado de la
cama durante años. Mírelos ahora. En todos mis años de profesión, no he visto nunca un
yonqui esquizofrénico, pese a que los yonquis suelen dar el tipo físico de los esquizos.
Si quiere curar a alguien de algo, averigüe quiénes no lo tienen. Entonces, ¿quién no lo
tiene? Los yonquis. Oh, a propósito, hay una región de Bolivia en la que no se dan
psicosis. Gente cuerda del todo en esos montes. Quisiera ir allí antes que se eche a
perder con alfabetizaciones, publicidad, televisión y automóviles. Hacer un estudio
estrictamente a partir del metabolismo: alimentación, uso de drogas y alcohol, sexo, etc.
¿A quién le interesa lo que piensan? Las mismas tonterías que pensamos todos, me
atrevería a decir.
»¿Y por qué no padecen esquizofrenia los yonquis? Todavía no lo sé. Un
esquizofrénico es capaz de ignorar el hambre y morirse de inanición si no le dan de
comer. Pero nadie puede ignorar la carencia de heroína. La adicción es un hecho que
obliga al contacto.
»Pero éste es sólo un aspecto. La mescalina, el LSD6, la adrenalina en mal estado,
la harmalina, pueden producir una esquizofrenia aparente. Y el mejor producto es el que
se extrae de la sangre de los esquizos; así pues, la esquizofrenia es como una psicosis
por drogas. Es una conexión metabólica, un Traficante Interior se podría decir.
»En el estado terminal de la esquizofrenia, el cerebro posterior está deprimido
permanentemente, mientras que el anterior carece casi de contenido, dado que el cerebro
anterior sólo actúa como respuesta a los estímulos del posterior.
»La morfina actúa como antídoto de la estimulación del cerebro posterior, al igual
que la sustancia esquizofrénica (nótese la similitud entre el síndrome de carencia y la
intoxicación con ayahuasca o LSD6). Un posible efecto secundario de la droga —en
especial los casos de adicción a la heroína en que el adicto tiene acceso a grandes
dosis— es la depresión permanente del cerebro posterior y un estado muy parecido a la
esquizofrenia terminal: falta absoluta de afectividad, autismo, virtual ausencia de
actividad en el cerebro. El adicto puede pasarse ocho horas mirando la pared. Tiene
conciencia de lo que le rodea, pero carece de connotaciones emocionales y, por
consiguiente, de interés. Recordar un período de adicción fuerte es como escuchar una
grabación de acontecimientos vividos sólo por el cerebro anterior. Relación escueta de
acontecimientos exteriores. "Fui a la tienda y compré un poco de azúcar moreno. Llegué
a casa y comí medio paquete. Me puse una inyección de tres gramos, etc. " Recuerdos
totalmente desprovistos de nostalgia. Sin embargo, tan pronto como el nivel de droga
desciende bajo par, el flujo de la carencia inunda el cuerpo.
»Si todo placer es alivio de tensiones, la droga suministra un alivio de todo el
proceso vital, al desconectar el hipotálamo, control de la libido y de la energía psíquica.
»Algunos de mis doctos colegas (innombrables tontos del culo), han sugerido que la
droga produce su efecto euforizante por estimulación directa del centro del orgasmo.
Parece más probable que la droga lo que hace es interrumpir todo el ciclo, tensión,
descarga, descanso. El orgasmo no cumple función alguna para el adicto. El
aburrimiento, que indica siempre una tensión no descargada, jamás afecta al adicto.
Puede pasar ocho horas mirándose los zapatos. Sólo pasa a la acción cuando se vacía el
reloj de arena de la droga.
Al fondo de la sala, un enfermero levanta un cierre metálico y lanza un reclamo
para cerdos. Los yonquis se precipitan gruñendo y chillando.
—Un tipo listo —dice Benway—. Nada de respetar la dignidad humana. Ahora le
enseñaré la sala de los delincuentes y pervertidos leves. Sí, aquí la delincuencia es una
perversión menor. No niegan el contrato social de Libertonia. Se limitan a tratar de
eludir alguna cláusula. Reprensible, pero no demasiado serio. Por aquí abajo...
Dejaremos las salas 23, 86, 57 y 97... y el laboratorio.
—¿Los homosexuales están clasificados como pervertidos?
—No. Recuerde el archipiélago de Bismark. No hay homosexualidad declarada. Un
estado-policía que funcione no necesita policía. A nadie se le ocurre que la
homosexualidad sea una conducta concebible... En un matriarcado, la homosexualidad
es un delito político. Ninguna sociedad tolera el rechazo declarado de sus principios
fundamentales. Aquí no estamos en un matriarcado, Insh'allah. Conocerá usted el
experimento que consiste en someter unas ratas a electroshock e inmersión en agua fría
apenas se acercan a una hembra. Pronto se vuelven todas ratas maricas, y si una de esas
ratas chillase «soy una loca y me encaaaaanta serlo» o «¿quién te la cortó, monstruo de
dos agujeros?» sería una rata normal. Durante mi más bien breve experiencia
psicoanalista —puntos de fricción con la Sociedad— a un paciente le dio un ataque de
locura y salió corriendo por la Estación Central con un lanzallamas, dos se suicidaron y
otro se me murió en el diván como una rata de selva (las ratas de selva llegan a morirse
si se encuentran repentinamente en una situación desesperada). Sus parientes se cabrean
y yo les digo: «Son gajes del oficio. Llévense este fiambre de aquí. Me deprime a los
pacientes vivos. » Me di cuenta de que todos los pacientes homosexuales manifestaban
fuertes tendencias heterosexuales inconscientes y los heteros tendencias homosexuales
inconscientes.
—¿Y qué conclusiones saca usted?
—¿Conclusiones? Absolutamente ninguna. Era una observación de pasada.
Estamos almorzando en el despacho de Benway y suena una llamada.
—¿Cómo... ? ¡Monstruoso! ¡Fantástico... ! Siga con ello y espere.
Colgó el teléfono.
—Estoy dispuesto a aceptar de inmediato un cargo en Islam, S. A. Al parecer el
cerebro electrónico se ha vuelto loco jugando al ajedrez de dimensiones con el Técnico
y ha soltado a todos los sujetos del C. R. Hemos de llegar al tejado. Está prevista la
Operación Helicóptero.
Desde el techo del C. R. asistimos a una escena de horror sin igual. Los DIs andan
por delante de las mesas de café con largos hilos de saliva colgándoles de la barbilla y
los estómagos haciendo sonoros gorgoteos, otros eyaculan a la vista de las mujeres. Las
latahs imitan a los transeúntes con obscenidad de monos. Los yonquis han saqueado las
farmacias, se chutan por las esquinas... Los catatónicos decoran los parques... Los
esquizofrénicos se apresuran por las calles con gran agitación lanzando gritos
desgarradores, inhumanos. Un grupo de PRs —Parcialmente Reacondicionados—
tienen rodeados a unos turistas homosexuales y les hacen ver sus cráneos nórdicos
sobrepuestos con horribles sonrisas comprensivas.
—¿Qué quieren? —suelta una de las locas.
—Queremos comprenderles.
Un contingente de simiópatas dan aullidos colgados de farolas, balcones y árboles,
cagando y meando encima de los transeúntes. (Un simiópata —no recuerdo el nombre
científico de esa anomalía— es un ciudadano convencido de ser un mono, u otro simio.
Es una anomalía propia de la vida militar que se cura con el licenciamiento.) Los
enloquecidos de amok corretean cortando cabezas a su paso, con rostros dulces y
remotos y sonrisa flotante... Ciudadanos con bang-utot incipiente se aferran a sus penes
y piden auxilio a los turistas... Salteadores árabes lanzan gritos y alaridos, castran,
destripan, arrojan gasolina inflamada... Unos bailarines hacen strip-tease con intestinos,
hay mujeres que se meten genitales seccionados en el coño, los raspan, los golpean, los
agitan ante el hombre elegido. Fanáticos religiosos en helicópteros arengan a las
multitudes y hacen llover tabletas de piedra que contienen mensajes sin sentido.
Hombres-leopardo desgarran a la gente con sus garras de hierro, entre toses y rugidos.
Iniciados de la Sociedad de Canibalismo Kwakiutl arrancan narices y orejas a
mordiscos...
Un coprófago recoge un plato, caga encima y se come la mierda, exclamando:
«¡Mmmm, qué rica está!»
Un batallón de pelmazos desenfrenados merodea por calles y hoteles en busca de
víctimas. Un intelectual de vanguardia: «Es evidente que la única literatura válida de
hoy en día es la que se halla en los informes y las revistas científicas», le ha puesto a
alguien una inyección de bulbocapnina y se dispone a leerle un folleto sobre «el uso de
la neohemoglobina en el control de granuloma degenerativo múltiple». (Naturalmente el
informe es una pura jerigonza, compuesta e impresa por él.)
Sus primeras palabras: «Me parece usted persona inteligente. » (Palabras de mal
agüero siempre, muchacho... Cuando las oigas no debes preparar la huida, sino largarte
de inmediato.)
Un oficial de colonias inglés ayudado por cinco policías jóvenes, ha detenido a un
sujeto en la barra del club: «¿Conoce Mozambique?», y se lanza a la saga interminable
de su paludismo:
—Así que el médico me dijo: «Lo único que le aconsejo es que abandone la región.
De lo contrario acabaré enterrándole a usted. » El matasanos ese se dedica también a las
pompas fúnebres. Un poco de aquí, otro poco de allí, digamos, y de vez en cuando se
daba a sí mismo un trabajito que hacer. —A la tercera ginebra, cuando ya te va
conociendo, se pasa a la disentería—. La evacuación es de lo más extraordinario. De un
color más o menos amarillo blancuzco, como lefa rancia, y pringosa, ya sabe.
Un explorador de salacot ha derribado a un ciudadano con una cerbatana de dardos
con curare. Le hace la respiración artificial con un pie. (El curare mata por parálisis
pulmonar. No tiene ningún efecto tóxico; no es, estrictamente hablando, un veneno. Si
se le hace respiración artificial, el sujeto no morirá. El curare se elimina muy
rápidamente por los riñones.)
—Eso era el año de la fiebre bovina, cuando se moría todo, hasta las hienas... Así
que allí estaba yo, en las fuentes del Culodemono, y sin una gota de vaselina. Cuando
llegó por paracaídas mi gratitud fue indescriptible. Por cierto, que hasta ahora no se lo
había contado a ningún bicho viviente... plagas esquivas... —su voz resuena a través del
vasto vestíbulo vacío de un hotel estilo 1890, terciopelos rojos, plantas, de caucho,
dorados y estatuas—. Fui el único blanco iniciado en la infame Sociedad Agouti, que
presenció y participó en sus ritos innombrables.
La Sociedad Agouti ofrece una fiesta Chimú. (Los Chimús del antiguo Perú eran
muy dados a la sodomía y en algunas ocasiones libraban batallas a garrotazos, que
llegaban a causar varios cientos de bajas en una tarde.) Los jóvenes, retándose y
jugueteando con los garrotes, se agolpan en el campo. Comienza la batalla.
La fealdad del espectáculo, amable lector, sobrepasa toda descripción. ¿Quién
puede ser un vil cobarde meado de miedo y al mismo tiempo un vicioso mandril
culimorado, alternando tan deplorables estados como escenas de vodevil? ¿Quién puede
cagar sobre un adversario caído que, moribundo, come la mierda y grita de júbilo?
¿Quién puede ahorcar a un débil mental para recibir su esperma en la boca como un
perro vicioso? Con gusto, amable lector, haría gracia de estos detalles, pero mi pluma,
como el viejo marinero, tiene su propia voluntad. ¡Oh, Cristo bendito, qué escena ésta!
Un chulo joven y bestial hace saltar el ojo de su compañero y se la mete por el cerebro.
«Este cerebro ya está atrofiado, y más seco que el coño de la abuela. »
Se convierte en un macarra rockero:
—A tomar por el saco la muy puta. Como un crucigrama, ¿qué relación tiene
conmigo el resultado si hay resultado? ¿Mi padre ya o todavía no? A ti no puedo
joderte, Jack, estás a punto de ser mi padre, mejor sería cortarte el cuello y follarme a mi
madre a las claras que joder a mi padre o viceversa mutatis mutandis según y cómo, y
cortarle el cuello a mi madre, bendita puta, aunque sería la mejor manera de atajar esa
horda de palabras y congelar su cuenta corriente. O sea que cuando a uno lo paran en el
cambio de agujas no sabe si poner el culo al «padre eterno» o hacerle un corte a la
navaja a la señora. Dame dos conos y una picha de acero y procura no meter tu cochino
dedo en mi plato, capullo, ¿qué te crees que soy, un receptor con el culo morado huido
ya de Gibraltar? Macho y hembra. Los castró él. ¿Hay alguien que no distinga los
sexos? Te cortaré el cuello, blanco hijo de puta. Sal a la luz como nieto mío y enfréntate
a tu madre por nacer en dudosa batalla. La confesión jodió su obra maestra. Le corté el
cuello al portero por un puro error de identidad, era un polvo tan horrible como el viejo.
Y en la carbonera todas las pollas son iguales.
Volvamos pues al campo de batalla. Un joven ha penetrado a su camarada en tanto
otro amputa la parte más orgullosa del estremecido beneficiario de su vergajo de modo
que el miembro visitante proyecta llenar el vacío que natura aborrece y eyacula en la
Laguna Negra en la que impacientes pirañas devoran al niño aún no nacido ni —a la
vista de ciertos hechos probados— probable.
Otro pelmazo anda con una maleta llena de trofeos y medallas, copas y cintas.
—Pues esto lo gané en Yokohama, el premio al artefacto sexual más ingenioso.
(Sujétenlo, es un caso desesperado.) Me lo dio el emperador en persona y todos los
demás participantes se castraron con cuchillos de harakiri. Y esta cinta la gané en un
concurso de degradación en Teherán en las reuniones de Yonquis Anónimos.
—Me piqué toda la morfina de mi mujer que estaba en cama con una piedra en el
riñón tan grande como el diamante Hope, y a ella le di media vagamina y le dije: «No
esperes que te alivie del todo... Y cállate ya. Quiero disfrutar de mi medicación. »
—Robé un supositorio de opio del culo de mi abuela.
El hipocondríaco tira el lazo sobre un transeúnte, lo mete en una camisa de fuerza y
empieza a hablarle de su septum podrido:
—Puede producirse una descarga de pus espantosa... espere un poco y la verá.
Hace un strip-tease y guía los dedos recalcitrantes de su víctima por las cicatrices
de su operación:
—Toque esta hinchazón purulenta en la ingle, ahí tuve linfogranulomas. Y ahora
quiero que palpe mis hemorroides internas.
(Una referencia al linfogranuloma, «bubones climáticos». Una enfermedad venérea
viral propia de Etiopía.) «Por algo nos llaman puercos etíopes», se burla un mercenario
etíope, venenoso como una cobra real, mientras sodomiza al Faraón. Los antiguos
papiros egipcios hablan todo el tiempo de puercos etíopes.
Así que todo empezó en Addis Abeba, como el charlestón, pero éstos son otros
tiempos. Un Solo Mundo. Ahora los linfogranulomas florecen en Shanghai y en
Esmeraldas, en Nueva Orleans y en Helsinki, en Seattle y en Ciudad del Cabo. Pero el
corazón añora la patria y la enfermedad: muestra una clara predilección por los negros,
es la niña bonita de los racistas blancos. Pero se dice que los brujos del Mau Mau están
cocinando una preciosidad de venérea sólo para blancos. No es que los caucásicos sean
inmunes a esta enfermedad: en Zanzíbar la contrajeron cinco marineros británicos. Y en
el condado de Negro Muerto, Arkansas («La gente más blanca y la roña más negra de
Estados Unidos. Negro, no dejes que el sol se ponga contigo aquí»), el forense apareció
con bubones a proa y a popa. Tan pronto como su estado interesante fue evidente, un
comité de vecinos ultras lo quemó vivo en los excusados del juzgado, entre grandes
disculpas. «Vamos, Clem, hazte idea que eres una vaca aftosa. » «O un capón con la
peste avícola. » «No os pongáis demasiado cerca, chicos. Igual le explotan los intestinos
con el fuego. » En resumen, la enfermedad tiene habilidad para viajar, no como algunos
virus desgraciados que están destinados a languidecer sin realizarse en las tripas de una
garrapata o de un mosquito tropical, o en la saliva de plata de un chacal que agoniza
bajo la luna del desierto. Tras una lesión inicial en el punto de infección, la enfermedad
pasa a los ganglios linfáticos de la ingle, que se hinchan, revientan y dejan unas grietas
que supuran durante días, meses, años, un flujo purulento y pringoso salpicado de
sangre y linfa putrefacta. Frecuentemente se complica con elefantiasis de los órganos
genitales, y se han señalado casos de gangrena para los que estaba indicada la
amputación in medio, de cintura abajo, del paciente, aunque apenas merecía la pena. Las
mujeres sufren generalmente infección secundaria del ano. Los varones que acceden al
coito anal pasivo con un compañero infectado, como si fueran mandriles débiles a punto
de poner el culo encarnado, pueden también dar cobijo a un pequeño forastero. A la
proctitis inicial y al inevitable flujo purulento —que puede pasar inadvertido en el
barullo— sigue una constricción del recto que requiere la intervención de un
descorazonador de manzanas o su equivalente quirúrgico para que el infortunado
paciente no se vea obligado a tirarse pedos por la boca ni a cagarse en los dientes dando
lugar a casos de halitosis persistente e impopularidad con todos los sexos, edades y
estados del homo sapiens. De hecho, un bujarrón ciego fue abandonado por su lazarillo,
un perro policía, polizonte de corazón. Hasta muy recientemente no había tratamiento
satisfactorio. «Se hace tratamiento sintomático», lo que en el oficio quiere decir que no
hay ninguno. Ahora muchos casos ceden a la terapia intensiva con aureomicina,
terramicina y algunos de los últimos inventos. No obstante, un porcentaje apreciable se
muestra tan refractario como los gorilas de las montañas... Así pues, chicos, cuando esas
lenguas de fuego jugueteen con vuestras pelotas y vuestras pijas y os trepen por el culo
como un soplete azul invisible de orgones, en palabras de I. B. Watson, Pensad Dejaos
de jadeos y empezad a palpar... y si palpáis un bubón, salíos fuera y decir con un
gemido nasal y frío: «¿Crees que me interesa el contacto con tu horrible estado? No me
interesa en absoluto.»
Gamberros rockeros adolescentes toman por asalto las calles de todas las naciones.
Irrumpen en el Louvre y arrojan ácido al rostro de la Gioconda. Abren puertas de zoos,
manicomios, cárceles, revientan las conducciones de agua con martillos neumáticos,
rompen a hachazos el suelo en los lavabos de los aviones comerciales, apagan faros a
tiros, liman los cables del ascensor hasta dejar un solo hilo, conectan las alcantarillas a
los depósitos de agua, arrojan tiburones y rayas, angulas eléctricas y candirús a las
piscinas (el candirú es un pez pequeño en forma de anguila o gusano de medio
centímetro de grosor y de unos cinco de largo que circula por ciertos ríos de mala
reputación de la cuenca del Amazonas, y que se cuela por la picha o por el culo, o por el
coño de las mujeres faute de mieux, y se queda allí enganchado gracias a sus espinas
afiladas sin que se sepa bien con qué objeto porque no ha habido ningún voluntario que
observe in situ el ciclo vital del candirú), meten el Queen Mary a toda máquina en el
puerto de Nueva York vestidos de marineros, hacen carreras con aviones y autobuses de
pasajeros, irrumpen vestidos de bata blanca en hospitales y clínicas llevando serruchos y
hachas y bisturíes de un metro de largo; sacan a los paralíticos de sus pulmones de acero
(imitan sus ahogos revolcándose por el suelo con ojos desorbitados), ponen inyecciones
con bombas de bicicleta, desconectan los riñones artificiales, cortan a una mujer por la
mitad con una sierra quirúrgica de dos manos, meten piaras de cerdos gritones en la
Bolsa, cagan en el suelo de las Naciones Unidas y se limpian el culo con tratados,
pactos, alianzas.
En avión y en coche, a caballo, camello o elefante, en tractores, en bicicletas o
apisonadoras, a pie, en esquíes y trineos, muletas y saltadores, los turistas asaltan las
fronteras, reclamando asilo con imperiosa exigencia «ante la situación indescriptible en
que se encuentra Libertonia»; la Cámara de Comercio se esfuerza en vano por contener
el desastre:
—Por favor, no pierdan la serenidad. Sólo son unos cuantos locos que se han
escapado del manicomio.
JOSELITO
Y Joselito, que escribía poesía social mala, empezó a toser. El médico alemán hizo
un breve examen, tocando las costillas de Joselito con sus dedos largos, delicados. El
médico era también concertista de violín, matemático, maestro de ajedrez y Doctor en
Jurisprudencia Internacional con licencia para ejercer en los retretes públicos de La
Haya. El médico lanzó una mirada dura y distante a través del pecho moreno de
Joselito. Miró a Carl y sonrió —sonrisa de un hombre cultivado a otro— y alzó una
ceja, diciendo sin palabras:
—También hemos de evitar la palabra ante este campesino estúpido, ¿no? De lo
contrario se cagaría de miedo. Koch y esputo son las dos palabras malas, ¿es eso? —Y
en voz alta—: Es un catarro de los pulmones.
Carl habló con el médico fuera, bajo los estrechos soportales, la lluvia salpicaba las
perneras de los pantalones, pensó a cuánta gente se lo habrá dicho, las escaleras,
porches, jardines, paseos, pasillos y calles del mundo en los ojos del médico...
agobiantes alcobas alemanas, cajas de mariposas hasta el techo, el ominoso olor callado
de la uremia que rezuma bajo la puerta, el ruido del aspersor en los jardines de las
afueras, en la tranquila noche tropical bajo las alas silenciosas del mosquito anofeles.
(Nota: no es una metáfora. El anofeles es silencioso.) Un discreto sanatorio de
Kensington: gruesas moquetas, una silla con encajes almidonados y una taza de té, la
sala de estar de estilo sueco con jacintos de agua en una fuente amarilla; y fuera el cielo
del norte de un azul china, nubes que flotan, acuarelas del estudiante de medicina que
muere.
—Un schnaps tal vez, frau Underschnitt.
El médico habla por teléfono con un tablero de ajedrez ante sí:
—Una lesión realmente seria, me temo... desde luego sin verla por el fluoroscopio.
Sí... ambos pulmones... sin la menor duda. —Cuelga el teléfono y se vuelve hacia
Carl—. He observado que esta gente tiene una sorprendente capacidad de recuperación
de las heridas, con un bajo índice de infecciones. Aquí son los pulmones claro...
Neumonía y, naturalmente, el Viejo Amigo. —El médico agarra de la polla a Carl y
pega un salto soltando una risotada grosera de campesino. Su sonrisa europea ignora el
mal comportamiento de un niño o un animal. Continúa en su inglés etéreo, impersonal,
sin acento—: Nuestro viejo y buen amigo el bacilo de Koch. —El médico choca los
talones e inclina la cabeza—. Si no fuera así se multiplicarían tanto que hasta el mar se
llenaría de campesinos de mierda, ¿no cree? —Da un chillido y acerca su cara a la de
Carl. Carl se echa a un lado, tiene la cortina gris de la lluvia detrás.
—¿No hay algún sitio donde pueda recibir tratamiento?
—Creo que hay una especie de sanitarium —arrastra la palabra con ambigua
obscenidad— en la capital del distrito. Le anotaré la dirección.
—¿Terapia química?
Su voz suena plana y pesada en el aire húmedo.
—Quién sabe. Son todos unos campesinos estúpidos, y no hay peor campesino que
el que se cree culto. Habría que impedir que esta gente aprendiese no sólo a leer, sino
hasta a hablar. No hay necesidad de impedirles que piensen, eso ya lo ha hecho la
naturaleza. Aquí está la dirección —susurró sin mover los labios.
Dejó una bolita de papel en la mano de Carl. Sus dedos sucios, brillantes por
encima de la suciedad, se apoyaron en la manga de Carl.
—Queda la cuestión de mis honorarios.
Carl le deslizó un billete arrugado... y el doctor se desvaneció en el crepúsculo gris,
estropeado y furtivo como un viejo yonqui.
Carl vio a Joselito en una habitación grande y limpia, llena de luz, con baño y
terraza de cemento. Y nada de qué hablar en aquella habitación fría y vacía, jacintos de
agua en una fuente amarilla y el cielo azul china y las nubes que flotan, y el miedo que
se enciende y apaga en sus ojos. Cuando sonreía, el miedo desaparecía en trocitos de
luz, acechaba enigmáticamente trepado a las frías esquinas del techo. Y, ¿qué podía
decir yo, sintiendo la muerte a mi alrededor, y esas imágenes rotas que nos vienen antes
del sueño, allí, en mi mente?
—Mañana me mandarán al sanatorio nuevo. Ven a verme. Allí estaré solo.
Tosió y se tomó una codeína.
—Doctor, tengo entendido, es decir, me han explicado, he leído y oído (yo no soy
médico ni pretendo serlo) que la idea de los tratamientos en sanatorios ha sido más o
menos desbancada, o como mínimo sustancialmente complementada, por la terapia
química. ¿Es adecuado, en su opinión? Quiero decir, doctor, dígamelo con toda
sinceridad, por favor, de ser humano a ser humano, ¿qué opina usted del enfrentamiento
entre la terapia química y la de sanatorio? ¿Es partidario de alguna?
La cara de indio enfermo del hígado del médico era impenetrable como la de un
traficante.
—Todo nuevo, como puede ver —señaló la habitación con dedos morados por la
mala circulación—. Baño... agua... flores. Completo. —Terminó con una mueca de
triunfo y acento cockney—. Le escribiré una cartita.
—¿Carta? ¿Para el sanatorio?
El médico hablaba desde una sierra de rocas negras y grandes lagunas marrones,
iridiscentes:
—Los muebles... modernos y confortables. ¿No encuentra usted?
Carl no podía ver el sanatorio debido a un falso frente verde de estuco coronado por
un complicado letrero de neón, recortado contra el cielo, muerto y siniestro en espera de
la noche. El sanatorio había sido construido claramente sobre un gran promontorio de
caliza en el que rompían oleadas de parras y árboles en flor. El aire estaba cargado del
olor de las flores.
El comandante se sentó en un largo caballete de madera, bajo un emparrado. No
hacía absolutamente nada. Tomó la carta que le tendía Carl y la leyó en susurros,
tocándose los labios con la mano izquierda. Clavó la carta en un clavo encima de un
retrete. Comenzó a copiar de un libro registro lleno de números. Escribió y escribió.
Imágenes rotas explotaban suavemente en la cabeza de Carl, y sintió que se iba de sí
mismo en un picado silencioso. Se vio desde una gran distancia con claridad y
precisión, sentado en un comedor. Sobredosis de heroína. Su madre sacudiéndole y
poniéndole delante una taza de café.
Fuera, un viejo yonqui vende sellos de Navidad vestido de Papá Noel.
—Para los tuberculosos, señores —susurra con su voz fantasmal de yonqui. Un coro
del Ejército de Salvación, entrenadores de rugby homosexuales y sinceros, canta El
dulce adiós del adiós.
Carl volvió a filtrarse en su cuerpo, humano espectro de droga.
—Podría sobornarlo, claro.
El comandante tamborilea en la mesa con un dedo y tararea Con el güisqui de la
tierra. A lo lejos, luego repentinamente próximo como una sirena en la niebla
fracciones de segundo antes de la colisión demoledora.
Carl hizo asomar un billete por el bolsillo del pantalón... El comandante estaba de
pie junto a un amplio panel de depósitos y cajas de seguridad. Miró a Carl, ojos
apagados de animal enfermo, muriendo por dentro, miedo sin esperanza que refleja el
rostro de la muerte. El olor de las flores, el billete asomándole en el bolsillo, Carl sintió
el vértigo cortarle el aliento, paralizarle la sangre. Caía hacia un punto negro arrastrado
por un torbellino.
—¿Terapia química? —El grito de su carne cruzando cuarteles y barracones vacíos,
mohosos hoteles de temporada, pasillos de sanatorios antituberculosos poblados de
toses, el murmullo, los gargajos, el olor gris a comida rancia de asilos y hogares para
ancianos, grandes y polvorientos almacenes y depósitos de aduanas, cruzando pórticos
caídos y arabescos embadurnados, orinales de hierro tan finos como el papel corroídos
por la orina de un millón de sarasas, letrinas abandonadas cubiertas de yerba y del olor
rancio a mierda que regresa a la tierra, falos de madera erectos sobre la tumba de los
moribundos que gimen como hojas al viento, atravesando el gran río cenagoso en el que
flotan árboles enteros con serpientes verdes en las ramas y los ojos tristes de los lémures
contemplan la costa más allá de una gran llanura (las alas de los buitres chasquean en el
aire seco). El camino está sembrado de condones rotos y cápsulas de heroína vacías y
tubos de vaselina aplastados tan secos como huesos esparcidos bajo el sol del verano.
—Mis muebles. —La cara del comandante arde como metal con el resplandor de la
urgencia. Sus ojos desaparecieron. Una vaharada de ozono flotó por la habitación. La
«novia» murmuraba en una esquina sobre sus velas y sus altares.
—Todo es de Trak... moderno, excelente... —Da cabezadas y babea estúpidamente.
Un gato amarillo tira a Carl del pantalón y corre hacia una terraza de cemento. Pasan
nubes.
—Podría recuperar el depósito. Empezar un negocio pequeño en algún sitio. —
Cabecea y sonríe como un juguete mecánico.
—Joselito! —Unos chicos que juegan al balón, al toro, hacen carreras de bicicletas
en la calle, miran hacia arriba mientras el nombre pasa silbando y se desvanece
lentamente.
—Joselito... ! ¡Paco... ! ¡Pepe... ! ¡Enrique... ! —Llamadas lastimeras que flotan en
la noche cálida. El letrero de Trak se agita como una bestia nocturna y estalla en una
llamarada azul.
LA CARNE NEGRA
—Nosotros amigos, ¿sí?
El pequeño limpiabotas puso su sonrisa de ligar y miró al Marinero a los ojos; ojos
muertos, fríos, submarinos, ojos sin huella alguna de calor de lascivia, de odio, de
cualquier sentimiento que el chico hubiera experimentado alguna vez en sí mismo, o
visto en otro, fríos e intensos a la vez, impersonales y rapaces.
El Marinero se inclinó hacia adelante y puso un dedo en el brazo del chico, en la
parte interior del codo.
Habló en un susurro apagado, de yonqui:
—Con venas como ésa, chaval, ¡cómo me lo iba a pasar!
Se rió con una risa de insecto negro que parecía cumplir alguna oscura función de
orientación, como el chillido del murciélago. El Marinero rió tres veces. Paró de reír y
siguió allí inmóvil escuchándose por dentro. Había cogido la frecuencia silenciosa de la
droga. La cara se le fue ablandando como si sus pómulos prominentes fueran de cera
amarilla. Esperó medio cigarrillo. El Marinero sabía cómo esperar. Pero los ojos le
ardían con un hambre espantosa, pura. Giró lentamente su cara de emergencia
controlada hasta enfocar al hombre que acababa de entrar. El Gordo Terminal se había
sentado y barría el café con ojos neutros, como un periscopio. Cuando sus ojos pasaron
sobre el Marinero hizo una mínima señal con la cabeza. Sólo los nervios al aire de la
necesidad de droga habrían registrado algún movimiento.
El Marinero alargó una moneda al chico. Se deslizó hasta la mesa del Gordo con sus
andares flotantes y se sentó. Estuvieron un largo rato sentados en silencio. El café estaba
construido en uno de los lados de una rampa de piedra al pie de un cañón de altas
paredes blancas. Los rostros de la ciudad pasaban silenciosos como peces, manchados
por adicciones envilecedoras y lujurias de insectos. El café iluminado era una campana
neumática desprendida de su cable, hundiéndose en los más negros abismos.
El Marinero se pulía las uñas contra la solapa de su traje a cuadros. Silbaba una
cancioncilla entre los dientes amarillos y brillantes.
Cuando se movía, su ropa emanaba un olor rancio a vestuarios abandonados.
Estudió sus uñas con una intensidad fosforescente.
—Tengo cosa buena, Gordo. Puedo darte veinte. Necesito un adelanto, por
supuesto.
—¿En especie?
—Bueno, no llevo los veinte encima. Pero te digo que es cosa fina. Coser y cantar.
—El Marinero se miraba las uñas como si estudiase un plano—. Sabes que cumplo
siempre.
—Que sean treinta. Y diez tubos de adelanto. Mañana a la misma hora.
—Necesito uno ahora, Gordo.
—Vete a dar una vuelta, encontrarás uno.
El Marinero se deslizó hacia la Plaza. Un golfillo le metió un periódico por la cara
para tapar la mano con que le ponía una pluma en el bolsillo. El Marinero no se detuvo.
Sacó la pluma y la partió como una nuez entre sus dedos gruesos, fibrosos, encarnados.
Sacó un tubo de plomo. Cortó un extremo con una navajita curva. Del tubo brotó un
vapor negro que quedó suspendido en el aire como un visón hervido. La cara del
Marinero se disolvió, su boca onduló hacia adelante como una larga manguera y sorbió
la pelusa negra vibrando con peristaltismos supersónicos, desapareció en una explosión
muda, rosácea. La cara volvió a enfocarse con insoportable precisión y claridad, el
hierro amarillo de la droga que marca a fuego las ancas grises de un millón de yonquis
llorones.
—Esto durará un mes —decidió tras consultar un espejo invisible.
Todas las calles del centro descienden entre cañones más y más profundos hasta una
amplia plaza en forma de riñón, llena de oscuridad. Las paredes de calles y plazas están
perforadas de cafés y cubículos habitados, algunos de muy poca profundidad y otros que
se alargan hasta más allá de la vista formando una red de pasillos y habitaciones.
A todos los niveles se entrecruzan puentes, pasarelas, tranvías de cremallera.
Jóvenes catatónicos vestidos de mujer con trajes de arpillera y andrajos podridos, caras
intensa y groseramente pintadas de colores chillones sobre estratos de cardenales,
arabescos de cicatrices supuradas abiertas hasta el hueso nacarado se aprietan contra los
transeúntes con silenciosa y tenaz insistencia.
Traficantes de la Carne Negra, carne del gigantesco ciempiés acuático negro —que
llega a alcanzar dos metros de longitud— hallada en una ruta de rocas negras y lagunas
pardas, iridiscentes, exhiben crustáceos paralizados en unos escondrijos de la plaza y
solamente visibles para los Comedores de Carne.
Practicantes de oficios inconcebibles y ya olvidados, estraperlistas de la Tercera
Guerra Mundial, excisores de sensitividad telepática, osteópatas del espíritu,
investigadores de infracciones denunciadas por suaves ajedrecistas paranoicos,
ejecutores de autos fragmentarios de procesamiento escritos en taquigrafía hebefrénica
que acusan inimaginables mutilaciones del espíritu, agentes de estados policía sin
constituir, destructores de sueños exquisitos y nostalgias puestos a prueba en las células
hipersensibilizadas por la enfermedad de la droga y canjeados por materias primas de la
voluntad, bebedores de Fluido Pesado sellados en el ámbar translúcido de los sueños.
El Café de Reunión ocupa un lado de la Plaza, un laberinto de cocinas, restaurantes,
covachas para dormir, peligrosos balcones de hierro y sótanos que llevan a los baños
subterráneos.
Unos Chaqueteros desnudos, sentados sobre taburetes de satén blanco, sorben
jarabes de colores translúcidos con pajitas de alabastro. Los Chaqueteros no tienen
hígado y se alimentan exclusivamente de cosas dulces. Sus labios delgados, de un azul
amoratado, cubren un pico de hueso negro afilado como una navaja barbera y con el que
frecuentemente se hacen pedazos cuando se disputan clientes. Estas criaturas segregan
por sus penes erectos un fluido adictivo que prolonga la vida retardando el metabolismo.
(De hecho, se ha demostrado que todos los agentes que prolongan la vida son adictivos
en razón directa a su eficacia real.) Los adictos al fluido de Chaquetero reciben el
nombre de Reptiles. Varios de ellos derraman sobre las sillas sus huesos flexibles y su
carne rosinegra. Detrás de las orejas tienen unos abanicos de cartílago verde cubierto de
pelos eréctiles huecos a través de los cuales absorben el fluido. Estos abanicos, que se
mueven de vez en cuando impulsados por corrientes invisibles, cumplen también alguna
función de comunicación sólo conocida por los propios Reptiles.
Durante los Pánicos bienales, cuando la brutalidad desnuda de la Policía de los
Sueños asola la ciudad, los Chaqueteros se refugian en las hendiduras más profundas de
las paredes sellando ellos mismos sus cubículos de arcilla y permaneciendo varias
semanas en bioestasis. En esos días de terror gris, los Reptiles corren de un lado a otro
más y más deprisa, se gritan al cruzarse a velocidad supersónica, sus cráneos flexibles
baten en el viento negro de insectos que agonizan.
La Policía de los Sueños se desintegra en grumos de ectoplasma podrido barridos
por un viejo yonqui que tose y escupe en la mañana enferma. El contacto llega con unos
tarros de alabastro llenos de fluido de Chaquetero, y los Reptiles pueden descansar.
El aire vuelve a estar claro y tranquilo, como glicerina.
El Marinero localizó a su Reptil. Se deslizó hasta él y pidió un jarabe verde. El
Reptil tenía una boca de cartílago marrón pequeña, redonda como un disco, ojos verdes
sin expresión casi cubiertos por un párpado de fina membrana. El Marinero tuvo que
esperar una hora para que la criatura se diera cuenta de su presencia.
—¿Tienes algo para el Gordo? —preguntó, y sus palabras se agitaron entre los
pelos del abanico del Reptil.
El Reptil necesitó dos horas para alzar tres dedos transparentes color de rosa
cubiertos de pelusa negra.
Unos cuantos Comedores de Carne yacen entre charcos de vómito, demasiado
débiles para moverse. (La Carne Negra es como un queso putrefacto, irresistible,
deliciosa y nauseabunda, de tal modo que los Comedores comen y vomitan y vuelven a
comer hasta que caen exhaustos.)
Un joven pintarrajeado se escurrió adentro y empuñó una de las grandes garras
negras, inundando el café de un olor dulce y enfermo.
HOSPITAL
Notas sobre desintoxicación. Paranoia de la carencia inicial... Todo parece azul...
Carne muerta, pastosa, atonal.
Pesadillas de la carencia. Un café con espejos en las paredes. Vacío... Esperando
algo... Un hombre aparece por la puerta lateral... Un árabe flaco, bajito, con una chilaba
parda, barba gris y cara gris... Tengo en la mano una vasija de ácido hirviendo...
Sobrecogido por las convulsiones de la necesidad inaplazable, se lo arrojo a la cara...
Todos parecen drogadictos...
Un paseíto por el patio del hospital... Alguien ha usado mis tijeras en mi ausencia,
están manchadas de una sustancia pringosa de un castaño rojizo... Seguro que la zorra
de la criada arreglándose los trapos...
Europeos horrendos alborotan por la escalera; interceptan a la enfermera cuando
necesito mi medicina, me echan meadas en el lavabo cuando me lavo, ocupan el retrete
horas y horas, probablemente tratando de pescar el dedil lleno de brillantes que se
embutieron en el culo.
En realidad el clan de los europeos entero se ha instalado aquí al lado... La madre
tiene que operarse, y la hija la acompaña para asegurarse de que la vieja zorra está bien
servida. Visitas extrañas, presumiblemente parientes... Uno de ellos lleva unas gafas que
parecen esos chismes que los joyeros se enroscan en los ojos para examinar las
piedras... Seguramente un tallador de diamantes acabado... El hombre que desgració el
diamante Throckmorton, y fue expulsado de la industria... Todos aquellos joyeros
vestidos de etiqueta, alrededor del Diamante, esperando a su Hombre. Un error de una
milésima de centímetro arruinaría totalmente la piedra, y han traído expresamente de
Amsterdam a aquel tipo para hacer el trabajo... Y se presenta borracho a morir con un
enorme martillo pilón y deja el diamante hecho polvo.
No localizo a estos ciudadanos... ¿Vendedores de drogas de Aleppo...? ¿Traficantes
de abortones de Buenos Aires? ¿Compradores de diamantes ilegales de
Johannesburgo...? ¿Mercaderes de esclavos de Somalia? Colaboradores, como
mínimo...
Sueños continuos de droga: estoy buscando un campo de amapolas....
Contrabandistas con sombrero vaquero negro me indican el camino de un café del
Oriente Medio... Hay un camarero que vende opio yugoslavo.
Compro una pápela de heroína a una lesbiana malaya que lleva trinchera blanca con
cinturón... Recojo el sobre en la sala tibetana de un museo. La tía trata de robármelo
varias veces... Busco un sitio para picarme...
El punto crítico de la carencia no es la fase inicial de malestar agudo, sino el paso
final para quedar fuera del medio de la droga... Hay un intervalo terrorífico de pánico
celular, la vida suspendida entre dos maneras de ser... En ese punto, el anhelo de droga
se concentra en un último, absoluto deseo, y parece cobrar un poder nunca soñado: las
circunstancias ponen la droga en tu camino... Te encuentras un pincheta de aquellos
tiempos, un enfermero del rollo, un matasanos de receta fácil...
Un guarda con uniforme de piel humana, chaqueta negra de piel con botones
amarillos de dientes cariados, una camisa elástica de cobre indio bruñido, pantalones de
adolescente nórdico tostado por el sol, sandalias de suela de pie calloso de campesino
malayo joven, un pañuelo pardo-ceniza anudado a la camisa. (El pardo-ceniza es un
color como un gris bajo piel morena. Se encuentra algunas veces en mestizos de negro y
blanco, en los que la mezcla no liga y los colores están separados como agua y aceite...)
El Guarda va de figurín, como no tiene nada que hacer se gasta toda su paga en
comprarse ropa cara y se cambia tres veces al día delante de un enorme espejo de
aumento. Tiene una cara suave de guapo latino, con bigotito fino, ojos negros,
pequeños, inexpresivos y lascivos, ojos de insecto que no sueñan.
Cuando llego a la frontera el Guarda se precipita fuera de su caseta, lleva un espejo
con marco de madera colgado del cuello... Es la primera vez que le sucede que alguien
llegue hasta la frontera. El Guarda se ha herido la laringe al desprenderse el marco del
espejo... Ha perdido la voz. Abre la boca y se ve la lengua dando saltos en el interior. La
cara suave, joven e inexpresiva y la boca abierta con la lengua que se mueve dentro son
algo increíblemente repugnante. El Guarda levanta una mano. Todo su cuerpo se sacude
con una negación convulsiva.
Sigo adelante y suelto la cadena que cierra la carretera. Cae sobre el pavimento con
sonido metálico. Atravieso. El Guarda queda allí, de pie entre la bruma, mirándome
pasar. Luego engancha de nuevo la cadena, vuelve a la caseta y comienza a arrancarse
pelos del bigote.
Acaban de traer lo que llaman almuerzo... Un huevo duro ya pelado que parece un
objeto raro, nunca visto... Un huevo muy pequeño de un color pardo-amarillento...
Quizá sea de ornitorrinco. La naranja tiene un gusano enorme y poca cosa más... el que
llega primero tiene ración doble... En Egipto hay un gusano que se mete en los riñones y
crece desmesuradamente. Al final, el riñón no es más que una fina corteza en torno al
gusano. Los gourmets intrépidos estiman la carne del Gusano más que cualquier otra
vianda. Se dice que es increíblemente sabrosa... Un forense de Interzonas al que llaman
Ahmed Autopsias hizo una verdadera fortuna con el tráfico de este Gusano.
Justo enfrente de mi ventana está la escuela francesa y disfruto mirando a los chicos
con mis prismáticos de ocho aumentos... Tan cerca que podría alargar la mano y
tocarlos... Llevan pantalón corto... Puedo ver la carne de gallina de sus piernas en la fría
mañana de primavera... Me proyecto a través de los prismáticos, a través de la calle, un
fantasma bajo el sol de la mañana, atormentado por una lujuria descarnada.
¿He contado lo de cuando Marv y yo pagamos 60 centavos a dos niños árabes para
que follasen delante de nosotros? Entonces le pregunto a Marv:
—¿Crees que lo harán?
Y él dice:
—Creo que sí. Tienen hambre.
Y yo digo:
—Pues entonces me gusta más todavía.
Me hace sentirme como un viejo verde, pero son cosas de la vida, como dijo
Soberba de la Flor cuando la pasma le soltó un sermón por liquidarse a una ja y llevarse
a la muerta a un motel y echarle un polvo...
—Se las quería dar de estrecha —dice—. No tengo por qué aguantar ese disco.
(Soberba de la Flor era un criminal mexicano condenado por varios asesinatos más bien
gratuitos.)
El retrete lleva cerrado por lo menos tres horas. Creo que lo están usando de
quirófano...
ENFERMERA. —No le encuentro el pulso, doctor.
DR. BENWAY. —A lo mejor se lo metió en un dedil por el jebe.
ENFERMERA. —¿Adrenalina, doctor?
DR. BENWAY. —El sereno se la chutó toda para divertirse. —Mira a su alrededor
y coge uno de esos desatascadores de goma con un mango que se usan para retretes
atascados... Avanza sobre la paciente—. Haga una incisión, doctor Limpf —dice a su
aterrado ayudante—. Voy a darle masaje cardíaco.
Limpf se encoge de hombros e inicia la incisión. El doctor Benway lava el
desatascador agitándolo en la taza del water...
ENFERMERA. —¿No deberíamos esterilizarlo, doctor?
DR. BENWAY. —Probablemente, pero no hay tiempo. —Se sienta en el
desatascador como si fuera un bastón-asiento, y contempla cómo el ayudante hace la
incisión—. Vosotros los jóvenes sois unos inútiles que no podéis sajar un grano sin
bisturí eléctrico con drenaje automático y sutura más automática todavía... Dentro de
poco estaremos operando por control remoto a unos pacientes que nunca habremos
visto... No serviremos más que para apretar botones. La cirugía ya no necesitará
habilidad... Ni conocimientos ni técnica... ¿Les he contado que una vez realicé una
apendicectomía con una lata de sardinas oxidada? Y otra vez me encontré sin
instrumental alguno y quité un tumor uterino con los dientes. Eso fue en el Alto Effendi,
y además...
DR. LIMPF. —La incisión está lista, doctor.
El doctor Benway hace entrar la ventosa del desatascador por la incisión y bombea
arriba y abajo. La sangre salta sobre los médicos, la enfermera y las paredes... La
ventosa produce un chapoteo espantoso.
ENFERMERA. —Creo que está muerta, doctor.
DR. BENWAY. —Bueno, son gajes del oficio. —Cruza la habitación hacia el
botiquín... — ¡Algún jodido drogadicto me ha cortado la cocaína con detergente!
¡Enfermera! ¡Mande al chico a buscarme esa receta a paso ligero!
El doctor Benway opera en un auditorio lleno de estudiantes:
—Bien, jóvenes, no verán ustedes realizar esta operación con mucha frecuencia y
hay una buena razón para ello... No tiene el más mínimo valor médico. Nadie sabe cuál
era su finalidad, ni si tenía alguna finalidad. Personalmente creo que se trató de una
creación puramente artística desde el principio. Al igual que el torero logra eludir con su
habilidad y sabiduría el peligro que él mismo ha provocado, el cirujano hace peligrar
deliberadamente al paciente de esta operación, para luego, con increíble rapidez y
celeridad, rescatarle de la muerte en la última fracción de segundo disponible... ¿Alguno
de ustedes ha visto actuar al doctor Tetrazzini? Digo actuar a sabiendas, porque sus
operaciones eran auténticas. Comenzaba lanzando un bisturí sobre el paciente desde la
puerta y luego hacía su entrada de bailarín de ballet. Su velocidad era increíble: «Así no
les dejo tiempo para morirse», decía. Los tumores le provocaban un frenesí de rabia.
«Jodidas células sin disciplina!», refunfuñaba avanzando sobre el tumor como un
navajero.
Un joven se lanza al teatro de operaciones y avanza hacia el paciente empuñando un
bisturí.
DR. BENWAY. —¡Un espontáneo! ¡Deténganlo antes de que me destripe al
paciente!
Los subalternos forcejean con el espontáneo al que finalmente expulsan de la sala.
El anestesista se aprovecha de la confusión para arrancar un grueso empaste de oro al
paciente...
Paso ante la habitación 10 de la que me echaron ayer... Un parto, según creo...
Cubetas llenas de sangre y compresas y sustancias femeninas sin nombre, suficientes
para polucionar un continente... Si alguien va a visitarme a mi antigua habitación se
creerá que he dado a luz un monstruo y el Departamento de Estado está intentando
echar tierra al asunto.
Música de Soy un americano... Un viejo vestido de diplomático, con chaqueta negra
y pantalón a rayas está sobre un estrado envuelto en una bandera norteamericana. Un
tenor acabado, con corsé —en un traje de Daniel Boone a punto de estallar— canta
Barras y estrellas acompañado por una orquesta completa. Canta con un ligero ceceo...
DIPLOMÁTICO (leyendo un gran rollo de cinta de telégrafo que no deja de crecer
y enrollársele en los pies). —Y negamos categóricamente que un solo ciudadano varón
de Estados Unidos de América...
TENOR. —Deciz, no veiz... —Se le quiebra la voz, que salta a un falsete agudo.
En la sala de control, el Técnico se prepara un bicarbonato y eructa en la mano:
«¡Ese puto tenor no es más que un artista del culo!», murmura agriamente. «¡Mike!
Grompf» El grito se termina en un eructo. «Córtale el micro a ese marica pedorro y que
se pire. Se le acabó el cuento desde ya... Mete a la marimacho aquella que se cambió de
sexo... Por lo menos es un tenor con toda la barba.... ¡Traje! ¡Y yo qué cojones sé de
eso! No soy un figurinista marica de esos de guardarropía, ¿que? ¿Qué la guardarropía
está cerrada por medidas de seguridad? ¿Y yo qué soy, un pulpo? Vamos a ver..., ¿qué
tal un número indio? ¿Pocahontas o Hiawatha... ? No, eso no vale. Algún ciudadano
soltará la gracia de que hay que devolvérselo a los indios... ¿Un uniforme de la Guerra
Civil con guerrera del Norte y pantalones del Sur por lo que se han vuelto a juntar?
Puede salir de Buffalo Bill o de Paul Revere, o el ciudadano ese seguirá de coña, bueno
pues de soldado de infantería o de artillero o de soldado desconocido... Eso es lo
mejor... Taparla con un monumento y así nadie tiene que verla... »
La Lesbiana, oculta en un Arco de Triunfo de papier maché, hincha sus grandes
pulmones y suelta un monstruoso berrido.
—Decid, ondea aún la bandera de barras y estrellas...
Un gran desgarrón rasga de arriba abajo el Arco de Triunfo. El Diplomático se lleva
una mano a la frente...
DIPLOMÁTICO. —Que un solo ciudadano de Estados Unidos haya dado a luz, ni
en Interzona ni en ningún otro lugar...
—Sobre la tierra de los hombres LIBREEEEES...
La boca del Diplomático sigue moviéndose pero nadie logra oírle. El Técnico se
aprieta los oídos con las manos: «¡Madre de Dios!», grita. Empieza a vibrarle el paladar
como un arpa de dientes y de repente se le escapa de la boca... Le tira un mordisco,
cabreado, falla y se tapa la boca con la mano.
El Arco de Triunfo se derrumba con estrépito dejando ver a la Lesbiana de pie sobre
un pedestal sólo con un taparrabos de piel de leopardo y una gigantesca delantera
postiza... Está allí de pie con una sonrisa estúpida flexionando sus músculos enormes...
El Técnico se arrastra por el suelo de la sala de control buscando su paladar y bramando
órdenes ininteligibles: «¡E tupetoni o! ¡Cota ete e ahí!»
DIPLOMÁTICO (secándose el sudor del entrecejo). —A criatura alguna de
cualquier género o tipo...
—Y el solar de los bravos.
Al Diplomático se le ha puesto la cara gris. Se tambalea, se enreda en la cinta, se
desploma sobre la barandilla, le brota sangre de ojos, nariz y boca, se muere de una
hemorragia cerebral.
DIPLOMÁTICO (con voz apenas audible). —El Departamento niega...
antinorteamericano... Destruido... perdón que nunca fue... Categor... (Muere.)
En la Sala de Control los paneles de instrumentos explotan... Fuertes descargas
eléctricas restallan por la habitación... El Técnico, con el cuerpo desnudo, quemado,
negro, se tambalea como un figurante del Gotterdämmerung, gritando: «¡Tupe toni o!
¡Ete ahí!»
El estallido final deja al Técnico reducido a cenizas.
Probar toda la noche
que allí permanecía nuestra bandera...
Nota sobre el hábito. Me pincho Eucodal cada dos horas. Tengo un sitio en el que
puedo meter la aguja directamente en una vena, se queda abierta como una boca roja,
llagada, hinchada y obscena, suelta una lenta gota de sangre y pus después del
pinchazo...
El Eucodal es una variante química de la codeína, dihidroxicodeína.
Tiene un coloque más parecido a la C que a la M... Si te metes perico por la cañería
te sube una oleada de placer puro a la cabeza... A los diez minutos quieres otro
pinchazo... El placer de la morfina es en las vísceras... Después de un pinchazo se
escucha el propio cuerpo... En cambio la C intravenosa es electricidad en el cerebro que
activa las conexiones del placer de la coca. Con la C no hay síndrome de carencia. Es
una necesidad puramente cerebral, una necesidad sin cuerpo ni sensaciones. La
necesidad de un fantasma terrenal. El ansia de C dura sólo unas horas, mientras
permanecen estimulados los conductos de la coca. Luego, se olvida. El Eucodal es como
una combinación de opiáceos y coca. Nadie como los alemanes para confeccionar una
mierda verdaderamente maligna. El Eucodal, como la morfina, es seis veces más fuerte
que la codeína. La heroína seis veces más fuerte que la morfina. La dihidroxiheroína
debería ser seis veces más fuerte que la heroína. Es perfectamente posible sintetizar una
droga tan adicta que un pinchazo produzca una adicción para toda la vida.
Nota sobre e] hábito, continuación: Al coger la aguja la mano izquierda busca
automáticamente el cordón para hacer el lazo. Lo tomo como una señal de que puedo
pinchar la única vena utilizable en el brazo izquierdo. (Los movimientos de atar son
tales que normalmente te atas el brazo con el que alcanzas el cordón.) La aguja penetra
fácilmente al borde de una callosidad. Palpo alrededor. De pronto, un delgado chorro de
sangre entra en la jeringa, firme y preciso como un cordón rojo durante unos segundos.
El cuerpo sabe en qué venas te puedes pinchar y transmite su sabiduría con los
movimientos espontáneos que hace al prepararse para recibir el pinchazo... Hay veces
que la aguja señala como una varita de zahorí. Otras veces hay que esperar el mensaje.
Pero cuando llega, siempre pincho en sangre.
Una orquídea roja floreció en la base del cuentagotas. Dudó un segundo cumplido,
luego apretó la goma y observó el líquido que se precipitaba hacia la vena como
aspirado por la silenciosa sangre sedienta. En el cuentagotas quedó una fina capa de
sangre iridiscente, y el collar de papel blanco empapado en sangre, como un vendaje.
Llenó el cuentagotas de agua. Al vaciarlo otra vez, el chute le pegó en el estómago, un
golpe blando, dulce.
Me miro los pantalones, asquerosos, no me los he cambiado desde hace meses...
Los días se deslizaban, amarrados a una jeringuilla con un largo hilo de sangre... Estoy
olvidando el sexo y todos los placeres corporales precisos, soy un fantasma drogado,
gris. Los chicos hispanos me llaman El Hombre Invisible... el hombre invisible.
Veinte planchas todas las mañanas. La droga elimina la grasa, deja los músculos
prácticamente intactos. El adicto parece necesitar menos tejido... ¿Sería posible aislar
las moléculas de droga que eliminan la grasa?
Más y más interferencias en la botica, murmullos de control como un teléfono
descolgado... Me paso todo el día, hasta las ocho de la tarde, para conseguir dos cajas de
Eucodal...
Me estoy quedando sin venas y sin dinero.
Sigo muy pesado. Anoche me desperté porque alguien me apretaba la mano. Era mi
otra mano... Me duermo leyendo y las palabras adquieren un significado cifrado...
Obsesionado por las claves... El hombre contrae una serie de enfermedades que
descifran un mensaje en clave...
Me pego un pinchazo delante de D. L. Me busco una vena en el pie desnudo y
sucio... Los yonquis carecen de vergüenza... Son impermeables a la repugnancia ajena.
Es poco probable que la vergüenza pueda darse en ausencia de libido sexual... La
vergüenza del yonqui desaparece con su sociabilidad asexual, también dependiente de la
libido... El adicto considera su cuerpo impersonalmente, como un instrumento para
absorber el medio en el que vive, valora su tejido con las manos frías de un tratante de
caballos: «Es inútil tratar de pinchar aquí. » Ojos de pez muerto que revolotean sobre
una vena destrozada.
Estoy tomando unas nuevas pastillas para dormir que se llaman Soneryl... No te
sientes amodorrado... Pasas a dormir sin transición, caes bruscamente en medio de un
sueño... He pasado años en un campo de concentración, padeciendo desnutrición...
El Presidente es un yonqui, pero no puede picarse directamente por estar donde
está, así que se pone bien por mediación mía... De vez en cuando establecemos
contacto, y lo recargo. Para un observador casual, estos contactos parecen prácticas
homosexuales, pero la excitación que generan no es realmente sexual, y su clímax está
en la separación, al completarse la recarga. Los penes erectos se ponen en contacto (por
lo menos al principio usábamos ese método, pero los puntos de contacto se desgastan
igual que las venas). Ahora hay veces que tengo que meterle el pene debajo del párpado
izquierdo. Claro que siempre puedo fijarle con una Recarga Osmótica, que corresponda
a una subcutánea, pero eso es admitir la derrota. Una R. O. dejaría al Presidente de mal
humor varias semanas, y podría muy bien precipitar una carnicería atómica: El
Presidente paga un alto precio por su Cuelgue Oblicuo. Ha sacrificado todo el control, y
depende tanto del otro como un niño antes de nacer. El Adicto Oblicuo sufre el espectro
completo del horror subjetivo, el silencioso frenesí protoplasmático, la espantosa agonía
de los huesos. Crecen tensiones, una energía pura sin contenido emocional acaba por
abrirse paso por el cuerpo, haciéndolo retorcerse como un hombre en contacto con un
cable de alta tensión. Si se le corta en seco la conexión de carga, el Adicto Oblicuo sufre
unas convulsiones eléctricas tan violentas que los huesos se le descoyuntan y se muere
con el esqueleto luchando por escapar de aquella carne insoportable y salir corriendo
hacia el cementerio más cercano.
La relación entre un A. O. (Adicto Oblicuo) y su C. R. (Contacto de Recarga) es tan
intensa que sólo pueden soportar la compañía del otro durante intervalos breves y poco
frecuentes (por supuesto dejando aparte las sesiones de recarga, en las que cualquier
contacto personal queda eclipsado por el proceso de recarga).
Leo el periódico... Algo sobre un triple asesinato en la rue de la Merde, en París:
«Un ajuste de cuentas... » Sigo ojeando... «La policía ha identificado al autor... Pepe el
Culito... el Culito, un diminutivo cariñoso. » ¿Dice realmente eso... ? Intento enfocar las
palabras... Se separan en un mosaico sin sentido...
LÁZARO VUELVE
A través de imágenes difusas, tanteando la frontera, un territorio gris y lánguido, un
hiato de miasmas de bostezos y pozos de sueño intermitente, Lee se enteró de que aquel
joven yonqui que estaba allí, en su habitación, a las diez de la mañana, volvía de pasar
dos meses en Córcega haciendo pesca submarina y descolgándose de la droga...
«Ha venido a exhibir su cuerpo nuevecito», decidió Lee con el escalofrío del
despertar sin droga. Sabía que estaba viendo — ah, sí, Miguel, gracias— los últimos tres
meses sentado en el Metropol completamente pasado ante un relámpago rancio,
amarillo ya, que envenenaría a un gato dos horas después, y decidió que el esfuerzo
necesario para ver a Miguel a las diez de la mañana era más que suficiente sin necesidad
de añadir la tarea intolerable de corregir un error («¿Qué es esto, una puta granja?»), lo
que fijaría la imagen presente de Miguel en territorios mucho más frecuentados, como
un objeto demasiado grande, incómodo, que no cabe en la maleta.
—Estás estupendamente —dijo Lee, borrando con una servilleta sobada e
indiferente los signos más evidentes de disgusto, mientras descubre en la cara de Miguel
el rezumo gris de la droga, los surcos de la miseria, como si hombre y vestido hubieran
deambulado años y años por los callejones del tiempo sin una sola estación espacial en
la que reposar...
«Además, cuando pudiera corregir el error... Lázaro vuelve a casa... Paga a tu
Hombre y vuélvete... ¿Para qué voy a querer ver tu vieja carne hipotecada?»
—Bueno, es estupendo que te hayas descolgado... Me alegro mucho por ti —Miguel
nadaba por la habitación arponeando peces con la mano...
—Cuando estás allí abajo no piensas nunca en el caballo.
—Estás mucho mejor así —dijo Lee, acariciando distraídamente una cicatriz de
aguja en el dorso de la mano de Miguel, siguiendo las arrugas y dibujos de la carne
blanda, púrpura, con un lento movimiento sinuoso.
Miguel se rascó el dorso de la mano... Miró por la ventana... Su cuerpo se
estremecía con pequeños movimientos, galvanizados a medida que se van encendiendo
los conductos de la droga... Lee seguía sentado, esperando.
—Nadie se vuelve a enganchar por una esnifada, chico.
—Sé lo que hago.
—Eso dicen todos.
Miguel cogió la lima de las uñas. Lee cerró los ojos.
—Es demasiado aburrido.
—Hum, gracias, fue fabuloso —los pantalones de Miguel cayeron hasta los tobillos.
Quedó allí de pie bajo su cobertura de carne informe que pasaba del marrón al verde, se
hacía incolora, a la luz de la mañana, se desprendía a goterones sobre el suelo.
Los ojos de Lee se movieron en la materia de su cara... Un leve destello frío, gris...
—Limpia eso —dijo—. Ya hay bastante porquería sin ello.
Lee quitó de en medio el paquete de heroína.
Lee vivía permanentemente en estado de tercer día de carencia con, naturalmente,
ciertos intervalos para alimentar los fuegos que ardían en su materia gelatinosa amarillo-
rosa-castaño y mantenían a distancia la carne que acecha. Al principio su carne era
simplemente blanda, pero tan blanda que las partículas de polvo, las corrientes de aire o
el roce de un abrigo la rajaban hasta el hueso, si bien el contacto directo con puertas o
sillas no parecía causarle molestia alguna. Una carne blanda, titubeante, en la que las
heridas no cicatrizaban... Largos tentáculos, blandos, fungosos, se enroscaban en torno a
los huesos desnudos. Un olor mohoso a testículos atrofiados envolvía su cuerpo en un
velo de pelusa gris...
La primera vez que tuvo una infección grave, el termómetro se puso a hervir y
disparó una bala de mercurio que se alojó en el cerebro de la enfermera, que cayó
muerta con un grito desgarrador. El médico echó una ojeada y cerró de un portazo las
puertas de acero de la esperanza. Luego ordenó que el lecho ardiente y su ocupante
fueran expulsados inmediatamente del recinto del hospital.
—¡Seguro que puede hacerse su propia penicilina! —rugió.
Pero la infección quemó el moho... Lee vivía ahora en grados de transparencia
variables... No era exactamente invisible, sino más bien, difícil de ver. Su presencia
apenas atraía la atención... La gente lo ocultaba con un proyecto o lo desechaba como
un reflejo, una sombra: «Algún juego de luces o un anuncio de neón. »
Lee sintió los primeros temblores sísmicos de una vieja amiga, la Quemadura Fría.
Empujó al Espíritu de Miguel hacia la puerta con un tentáculo amable pero firme.
—¡Dios mío! —dijo Miguel—, ¡tengo que irme! —Y salió corriendo.
Del resplandeciente núcleo de Lee brotaron llamaradas de histamina rosa que
cubrieron su periferia descarnada. (Era una habitación a prueba de incendios, con las
paredes de hierro salpicadas de ampollas y cráteres lunares.) Se saltó el régimen y se
metió un fije doble.
Decidió ir a visitar a un colega, Joe el Inútil, que se había quedado enganchado a
raíz de un ataque de bang-utot en Honolulú.
(Nota: Bang-utot, literalmente «gemir e intentar levantarse... ». La muerte se
produce en el transcurso de una pesadilla... La enfermedad se registra entre varones
originarios del sudeste de Asia... En Manila se cuentan unos doce casos mortales de
bang-utot al año.
Un individuo que sobrevivió declaró que «un hombrecito» sentado sobre su pecho
le asfixiaba.
Las víctimas saben casi siempre que van a morir, manifiestan el temor de que sus
penes les penetren en el cuerpo y les maten. En algunos casos se aferran al pene en un
estado de histeria aguda y chillan pidiendo ayuda por si el pene se escapa y les atraviesa
el cuerpo. Las erecciones involuntarias, como las que se producen durante el sueño con
toda normalidad, son consideradas especialmente peligrosas y susceptibles de originar
un ataque fatal... Un hombre se montó un invento del tebeo para evitar las erecciones
durante el sueño. Y se murió de bang-utot.
Una detenida autopsia de las víctimas del bang-utot no ha revelado ninguna razón
orgánica para sus muertes. Son frecuentes las señales de estrangulación [¿qué las
provoca?]; a veces ligeras hemorragias en páncreas y pulmones, insuficientes para
provocar la muerte y también de origen desconocido. El autor considera que la causa de
la muerte puede estar en un desplazamiento de la energía sexual que determinaría la
erección de los pulmones y la consiguiente estrangulación... [Véase el artículo del
doctor Nils Larsen, Los hombres del sueño mortal, en el Saturday Evening Post, del 3
de diciembre de 1955. También un texto de Erle Stanley Gardner en la revista True. ])
El Inútil vivía bajo un terror permanente a las erecciones, con lo cual su cuelgue
crecía y crecía. (Nota: es un hecho bien conocido y sabido, es un hecho notorio, manido
y repetido hasta el aburrimiento, que todos los que se enganchan a causa de una
enfermedad cualquiera, se verán obsequiados, durante los períodos de escasez o
privación [esa cosa tan divertida, ya sabes], con una cuenta que crece en progresión
geométrica, escandalosamente hinchada.)
El electrodo conectado a uno de sus testículos dio un leve chispazo y el Inútil se
despertó al olor de carne quemada y alargó el brazo hacia una jeringa cargada. Adoptó
una postura fetal y se introdujo la aguja en la columna vertebral. La sacó con una cuenta
que crece en progresión geométrica, escandalosamente hinchada.
Estoy delante de una farmacia esperando las nueve, hora de abrir. Dos chicos árabes
arrastran unos cubos de basura hasta la puerta de madera alta y robusta, en una pared
encalada. Polvo salpicado de orina ante la puerta. Uno de los chicos se inclina para
empujar los pesados cubos, los pantalones marcan un culo joven, esbelto. Me mira con
la mirada neutra y apacible de un animal. Me despierto sobresaltado, como si el
muchacho fuera real y me hubiera perdido la cita que tenía con él esta tarde.
—Esperamos compensaciones adicionales —dice el Inspector en una entrevista con
este Reportero—. De lo contrario —el Inspector eleva una pierna con un típico gesto
nórdico—, el descompresor, ¿verdad? Aunque quizá podamos suministrar la cámara de
descompresión adecuada.
El Inspector se desabrocha la bragueta y empieza a buscarse ladillas, y se pone un
ungüento que lleva en un tarrito de cerámica. Está claro que la entrevista ha terminado.
—¿No se irá usted, verdad? —exclama—. Bien, como dijo un juez a otro juez: «Sé
justo, y si no puedes ser justo, sé arbitrario. »
»Lamento no poder observar las obscenidades acostumbradas. —Levanta la mano
derecha, cubierta de un apestoso ungüento amarillo.
Nuestro Reportero se abalanza para estrechar la mano pringosa entre las suyas.
—Ha sido un placer, Inspector, un placer inimaginable —dice quitándose los
guantes y haciéndolos una pelota que arroja a la papelera—. A cuenta de la empresa —
sonríe.
LA SALA DE JUEGOS DE HASSAN
Dorados, moqueta roja, Barra rococó, fondo de nácar rosa. Un perfume maligno
empalagoso, como miel rancia, en el aire. Hombres y mujeres vestidos de noche beben
digestivos en tubos de alabastro. Un Chaquetero del Oriente Medio está desnudo,
sentado en un taburete tapizado de seda rosa. Con lengua negra y larga lame miel tibia
en una copa de cristal. Tiene genitales perfectamente formados —pija circuncisa, pelo
púbico negro brillante—. Los labios son finos y de un azul morado como los labios de
un pene, los ojos inexpresivos con calma de insecto. Los Chaqueteros no tienen hígado,
y se mantienen exclusivamente de dulces. El Chaquetero empuja a un esbelto joven
rubio hasta un sofá y lo desnuda con mano experta.
—Ponte de pie y date la vuelta —ordena con pictogramas telepáticos. Le ata las
manos a la espalda con un cordón rojo de seda—. Esta noche llegaremos hasta el final.
—¡No, no! —aúlla el muchacho.
—Sí, sí.
Pijas eyaculan silenciosos «síes». El Chaquetero abre unas cortinas de seda dejando
ver una horca de madera de teca ante una pantalla luminosa de cuarzo rojo. La horca
está sobre un estrado de mosaicos aztecas.
El chico cae de rodillas con un largo «OOOOOOOH», cagándose y meándose de
terror. Siente la mierda tibia entre los muslos. Una potente oleada de sangre caliente le
hincha labios y garganta. Su cuerpo se contrae en postura fetal y el esperma caliente le
salta a la cara. El Chaquetero saca agua caliente perfumada de un recipiente de
alabastro, lava pensativo culo y pija del chico, secándole con una suave toalla azul. Un
aire cálido juega sobre el cuerpo del chico y los pelos flotan libres. El Chaquetero le
pone una mano bajo el pecho y le hace levantarse. Sujetándole los codos le hace subir
los escalones hasta quedar debajo del dogal. Queda de pie ante el chico, sujetando el
dogal con ambas manos.
El chico mira a los ojos del Chaquetero, inexpresivos como espejos de obsidiana,
estanques de sangre negra, mirillas de retrete que se cierran sobre la Ultima Erección.
Un viejo trapero de rostro fino y amarillo como el marfil chino, toca el Toque en su
mellada corneta de latón, y el chulo hispano se despierta con un buen empalme. Puta
que se tambalea entre polvo y mierda y cagadas de gatitos muertos, levando fardos de
fetos abortados, condones rotos, paños higiénicos ensangrentados, mierda envuelta en
tebeos de vivos colores.
Un amplio puerto tranquilo de agua iridescente. Llamaradas de pozo de gas
abandonado arden en el horizonte humeante. Hedor a petróleo y cloacas. Tiburones
enfermos nadan en las aguas negras, eructan azufre de sus hígados podridos, ignoran un
Ícaro roto, ensangrentado. Míster América, desnudo, ardiendo en frenético amor a sí
mismo, grita:
—¡Mi culo vale más que el Louvre! ¡Mis pedos son de ambrosía y cago chorizos de
oro puro! ¡Mi picha arroja diamantes blandos al sol de la mañana!
Se lanza desde el faro apagado, tirando besos y meneándosela ante el espejo negro,
y se desliza oblicuamente entre condones crípticos y un mosaico de miles de periódicos
a través de una ciudad sumergida de ladrillo rojo hasta asentarse en el barro negro, entre
latas vacías y botellas de cerveza, gángsters en hormigón, pistolas aplastadas e
irreconocibles para evitar la revista de inspección de los quisquillosos expertos en
balística. Espera el lento strip-tease de la erosión en sus carnes fósiles.
El Chaquetero pasa el dogal por la cabeza del chico y aprieta el nudo suavemente
detrás de la oreja izquierda. El pene del muchacho está retraído, los huevos tensos. Mira
fijamente hacia delante respirando con fuerza. El Chaquetero da vueltas alrededor del
chico incitándolo y acariciándole los genitales con jeroglíficos de burla. Se coloca
detrás del chico con una serie de saltos y le embute la pija en el culo. Y allí se queda,
moviéndose en giros circulares.
Los invitados cuchichean entre ellos, se dan codazos, hay risitas ahogadas.
De pronto, el Chaquetero empuja al chico hacia delante, al vacío, libre de su pija.
Lo detiene poniéndole las manos en las caderas, alarga las manos en un estilizado
jeroglífico y lanza un golpe seco al cuello del chico. Un estremecimiento recorre el
cuerpo del muchacho, el pene se le endereza en tres grandes sacudidas que levantan la
pelvis hacia arriba. Eyacula inmediatamente.
Chispas verdes explotan detrás de sus ojos. Un dulce dolor de muelas se dispara en
el cuello, recorre la columna vertebral, llega hasta la ingle. Su cuerpo entero se escurre a
través de la pija. Un espasmo final lanza un gran chorro de esperma como una estrella
fugaz a través de la pantalla roja.
Con blanda succión intestinal, el chico cae entre un laberinto de máquinas
tragaperras y fotos porno.
Un chorizo apretado sale inmediatamente de su culo. Pedos sacuden su esbelto
cuerpo. Cohetes estallan en racimos verdes al otro lado de un ancho río. Oye el débil
petardeo de una motora en el crepúsculo de la selva... Bajo alas silenciosas del mosquito
anofeles.
El Chaquetero vuelve a metérsela en el culo. El chico se retuerce, empalado como
un pez en el arpón. El Chaquetero se balancea sobre la espalda del chico contrayendo el
cuerpo en un movimiento ondulante. Por la barbilla del muchacho corre sangre que
fluye de su boca entreabierta, dulce y sombría en la muerte. El Chaquetero se deja caer
con un ruido fluido, saciado.
Cubículo de paredes azules sin ventana. Sucia cortina color rosa cubre la puerta.
Racimos de chinches rojas en los rincones trepando por la pared. Chico desnudo en
mitad del cuarto tañe un uad de dos cuerdas, dibuja un arabesco en el suelo. Otro chico
tumbado en la cama fumando kif y echándose el humo sobre su pija en erección. Juegan
con cartas de tarot sobre la cama a ver quién se folla a quién. Trampa. Pelea. Ruedan
por el suelo gruñendo y escupiendo como cachorros. El perdedor sentado en el suelo,
mentón entre las rodillas, se pasa la lengua por un diente roto. El ganador se arrebuja en
la cama haciendo como que duerme. En cuanto el otro chico se le acerca le tira una
patada. Alí lo aferra de un tobillo, se lo mete por el sobaco, cierra el brazo sobre la
pantorrilla. El chico tira golpes desesperados a la cara de Alí. El segundo tobillo
aprisionado. Alí da vuelta al chico sobre los hombros. La pija del chico se alarga sobre
el estómago, flota libre latiendo. Alí se pone las manos sobre la cabeza. Se escupe en la
pija. El otro suspira profundamente cuando Alí le mete la pija. Las bocas se frotan
juntas untándose de sangre. Agudo dolor a moho del recto penetrado. Nimun entra
como una cuña, hace que la otra pija lance su leche en largos chorros calientes. (El autor
ha observado que las pijas árabes tienden a ser anchas y en forma de cuña.)
Un sátiro y un muchacho griego desnudo, con escafandras, esbozan un ballet de
persecución en jarrón gigante de alabastro transparente. El sátiro atrapa al chico por
delante y le da la vuelta. Se mueven con ondulaciones de pez. El chico deja escapar de
su boca un torrente de burbujas de plata. Semen blanco irrumpe en el agua verde y flota
perezosamente entre los cuerpos retorcidos.
Un negro coloca amablemente a un exquisito joven chino en una hamaca. Levanta
las piernas del muchacho sobre su cabeza y se pone a horcajadas sobre la hamaca.
Desliza su pija dentro del esbelto culo apretado del chico. Mece suavemente la hamaca
adelante y atrás. El chico grita, un extraño lamento agudo de intolerable placer.
Un bailarín javanés en una silla giratoria de teca labrada, colocada sobre un alvéolo
de nalgas de caliza, acerca a su pija a un chico americano —pelo rojo, brillantes ojos
verdes— y lo empala con movimientos rituales. El chico queda sentado de cara al
bailarín que comienza a girar en redondo, traspasando sustancia fluida al sillón.
—¡Uyyyyyyy! —chilla el chico cuando lanza un chorro de semen contra el torso
moreno y delgado del bailarín. Un goterón se estrella contra sus labios y el chico se lo
mete en la boca con el dedo y se echa a reír—: ¡Macho, eso sí que es succión!
Dos mujeres árabes con cara de bestias le han bajado los pantalones a un francesito
rubio. Se lo están follando con pijas de goma roja. El chico gruñe, muerde, golpea,
rompe a llorar cuando su pija se levanta y eyacula.
La cara de Hassan se inflama, congestionada de sangre. Sus labios se ponen
amoratados. Se quita el traje de billetes de banco y lo tira a una cámara acorazada que se
cierra sin ruido.
—¡Este es el Palacio de la Libertad, amigos! —grita con falso acento de Texas.
Todavía con el sombrero tejano y las botas de vaquero puestas, baila la jiga del
licuefaccionista, terminando con un can-can grotesco al ritmo de She Started a Heat
Wave («Desencadenó una ola de calor»).
—¡Adelante! ¡¡¡No hay agujeros prohibidos!!!
Parejas colgadas de arneses barrocos con alas artificiales copulan en el aire gritando
como urracas.
Trapecistas se hacen eyacular unos a otros en el espacio con un solo toque preciso.
Equilibristas se la chupan entre sí con destreza trepados en pértigas altísimas y sillas
que oscilan en el vacío. Un viento cálido trae olor a ríos y selvas de profundidades
brumosas.
Centenares de chicos caen del techo, estremeciéndose, pataleando al extremo de sus
sogas. Cuelgan a diferentes alturas, unos cerca del techo y otros a pocos centímetros del
suelo. Balineses y malayos exquisitos, indios mexicanos de rojas encías brillantes y cara
de arrogante inocencia. Negros (dientes, uñas de pies y manos, y vello púbico pintados
de oro), jóvenes japoneses suaves y blancos como la porcelana, venecianos de cabello
tizianesco, norteamericanos con rizos rubios o negros sobre la frente (los invitados se
los apartan tiernamente), polacos rubios, hoscos, de ojos castaños como de animal,
golfillos árabes y españoles, muchachos austríacos, sonrosados y delicados, con una
débil sombra rubia de vello púbico, jóvenes alemanes de brillantes ojos azules que
ponen cara de desprecio y gritan «Heil Hitler!» cuando se abre la trampa bajo sus pies.
Sollubis que se cagan y lloran.
Míster Rico-y-Basto, rijoso y desagradable, masca su habano despatarrado en una
playa de Florida rodeado de rubios catamitas de sonrisa artificial:
—Un ciudadano tiene un latah que se trajo de Indochina. Se le ocurre ahorcar al
latah y mandar a sus amigos por Navidad un corto de TV. Así que prepara dos cuerdas:
una trucada que se estira, y la otra con el nudo bien hecho. Pero el latah se levanta
cabreado y se pone un traje de Papá Noel y le pega el cambiazo. Llega el amanecer. El
ciudadano se coloca una soga y el latah, haciendo como haría cualquier latah, se pone la
otra. Al bajarse las trampas, el ciudadano se ahorca de verdad y el latah queda de pie
con la soga de pega estirada hasta abajo. Bueno, pues el latah imita al otro hasta el
último espasmo. Se corre tres veces. Un latah listo este joven, muy buen ojo. Lo puse a
trabajar de expedidor en una de mis fábricas.
Sacerdotes aztecas despojan al Joven Desnudo de sus ropas de plumas azules. Lo
ponen de espaldas sobre un altar de caliza, le ajustan una calavera de cristal en la cabeza
asegurando ambos hemisferios, anterior y posterior, con tornillos de cristal. Sobre la
calavera cae una cascada que rompe el cuello del chico. Eyacula en arcoiris bajo el sol
naciente.
El acre olor a proteína del semen llena el aire. Los invitados acarician los cuerpos
que se retuercen de los chicos, chupan las pollas, se cuelgan de sus hombros como
vampiros.
Salvavidas desnudos transportan pulmones de acero llenos de jóvenes paralíticos.
Muchachos ciegos salen con dificultad de tartas gigantes, esquizofrénicos profundos
brotan de un coño de goma, chicos con espantosas enfermedades cutáneas surgen de un
estanque negro (unos peces mordisquean perezosamente cagadas amarillas en la
superficie).
Un hombre con corbata blanca y pechera, desnudo de cintura para abajo, excepto un
liguero negro, habla en tono elegante con la Abeja Reina (las Abejas Reinas son viejas
que se rodean de mariquitas y forman un «enjambre». Es una costumbre mexicana
siniestra).
—Pero ¿dónde está el cuadrista? —Habla por un lado de la cara, el otro se retuerce
con la Tortura de un Millón de Espejos. Se masturba frenético. La Abeja Reina continúa
la conversación sin darse cuenta de nada.
Divanes, sillas, el suelo entero empieza a vibrar, a agitar a los invitados que van
pareciendo fantasmas borrosos, grises, que aúllan en agonía fálica.
Dos chicos se la menean bajo un puente del ferrocarril. El tren hace agitarse sus
cuerpos, eyacular, se desvanece con un silbido distante. Croan las ranas. Los chicos se
limpian de semen sus estómagos morenos, tersos.
Departamento de tren: dos yonquis jóvenes y enfermos camino de Lexington se
arrancan los pantalones entre convulsiones de lujuria. Uno de ellos se enjabona la polla
y la hace entrar en el culo del otro con un movimiento como de sacacorchos.
—Jeeeeeeesús!
Ambos eyaculan a la vez, de pie. Se alejan uno del otro y se suben los pantalones.
—Un matasanos de Marshall receta tintura y jarabe.
—Mi anciana madre con almorranas externas, desgarradas, sangrando, esperando
un poco de Mierda Negra... Imagínese que es su madre, doctor, comida por dentro por
las sanguijuelas, retorciéndose de mala manera... Desactiva esa pelvis, mamá, me da
asco.
—Vamos a pararnos a sacarle una receta.
El tren atraviesa la noche brumosa de junio iluminada de neón.
Imágenes de hombres y mujeres, chicos y chicas, animales, peces, pájaros, el ritmo
de la cópula universal cruza la habitación, una gran marea azul de vida. Zumbido
vibrante, callado, de lo profundo del bosque; súbita calma de la ciudad cuando el yonqui
encuentra. Un instante de quietud y ensoñación. Hasta los Oficinistas encienden los
circuitos atascados de colesterol para buscar un contacto.
Hassan chilla:
—¡Esto es cosa tuya, A. J.! ¡Me has jodido la fiesta!
A. J. le mira con cara remota como de caliza:
—A tomar por culo, chino licuefacto.
Irrumpe una horda de norteamericanas verriondas. Conos chorreantes que llegan de
la granja o el rancho para turistas, la fábrica, el burdel, el club de campo, el piso de lujo
y los barrios residenciales, el motel, el yate o el bar elegante. Se quitan su ropa de
montar, pantalones de esquí, trajes de noche, vaqueros, conjuntos de tarde, vestidos
estampados, bermudas, bikinis y kimonos. Gritan y alborotan y aúllan, saltan sobre los
invitados como perras rabiosas en celo. Arañan a los jóvenes ahorcados chillando:
—¡Marica! ¡Cabrón! Jódeme! Jódeme! Jódeme!
Los invitados huyen dando gritos entre los ahorcados, hacen caer los pulmones de
acero.
A. J.: —¡Llamen a mis Sweitzers! ¡Maldita sea! ¡Protéjame de todas estas zorras!
Míster Hyslop, el secretario de A. J., levanta la vista de su tebeo:
—Sweitzers ya en licuefacción.
(La licuefacción supone separación de proteínas y reducción a líquido que es
absorbido por el ser protoplásmico de algún otro. En este caso, el beneficiario
probablemente sea Hassan, notorio licuefaccionista.)
A. J.: —¡Embusteros, mamones! ¿Qué es un hombre sin sus Sweitzers? Estamos
entre la espada y la pared, caballeros. Nuestras pollas están en juego. Firmes para
resistir el abordaje, señor Hyslop, y distribuya armas cortas a los hombres.
A. J. empuña un alfanje y empieza a decapitar norteamericanas. Canta con lujuria:
Quince hombres van en el cofre del muerto
Yo Jo Jo y la botella de ron.
La bebida y el diablo hicieron el resto
Yo Jo Jo y la botella de ron.
Míster Hyslop, aburrido y resignado:
—¡Dios santo! ¡Otra vez lo mismo! —Flamea desganadamente la bandera pirata.
Rodeado y peleando en abrumadora inferioridad numérica, A. J. echa la cabeza
atrás y lanza una llamada para cerdos. Inmediatamente acude un millar de esquimales en
celo que cae sobre las norteamericanas, gruñendo y chillando, con las caras
congestionadas, ojos ardientes y enrojecidos, labios amoratados.
(La época de celo de los esquimales se produce durante su corto verano, en el que
las tribus se reúnen para celebrar divertidas orgías. La cara se les hincha y los labios se
les ponen morados.)
Un detective de la casa con un grupo de medio metro asoma la cabeza por la pared:
—¿Qué tiene ahí, un zoológico?
Hassan se retuerce las manos:
—¡Una carnicería! ¡Una carnicería asquerosa! ¡Por Alá que nunca vi nada tan
absolutamente horrible!
Se vuelve hacia A. J. que está sentado sobre un cofre de barco, con un loro en el
hombro y un parche en el ojo, bebiéndose un tanque de ron. Otea el horizonte con un
enorme catalejo de metal.
Hassan: —¡Eres una zorra factualista barata! ¡Vete y no vengas a mancharme la sala
de juegos nunca más!
CAMPUS DE LA UNIVERSIDAD DE INTERZONAS
Burros, camellos, llamas, rickshaws, carretillas empujadas por muchachos
exprimidos, ojos saltones como lenguas de estrangulado: palpitantes, rojas de odio
animal. Entre los estudiantes y el estrado del profesor cruzan rebaños de ovejas y
cabras, reses cuernilargas. Los estudiantes se sientan en bancos de parque oxidados,
bloques de caliza, sillas de jardín, cajones de embalaje, bidones de aceite, tocones, pufs
de cuero polvoriento, colchonetas de gimnasia roñosas. Llevan vaqueros —chilabas...
calzas y jubones—, beben aguardiente en tarros de mermelada, café en latas de
conserva, fuman mandanga (marihuana) en cigarrillos hechos con papel de envolver y
décimos de lotería... se chutan la droga con un imperdible y un cuentagotas, estudian
quinielas de carreras de caballos, tebeos, códices mayas...
El profesor llega en bicicleta con una ristra de cabezones. Se sube al estrado
sujetándose la espalda (una vaca muge balanceándose sobre su cabeza, colgada de una
grúa).
PROFESOR. —Anoche me jodió todo el ejército del Sultán. Tengo la espalda
dislocada al servicio de esa reina que tengo en casa... A la muy zorra no hay quien la
eche. Necesito un electricista cerebral titulado que le desconecte sinapsis por sinapsis, y
un alguacil quirúrgico que le ponga las tripas en la acera. Cuando la mami se mete en
casa de alguien con maletas ya puedes pedir al infierno que te libre de semejante
chupóptero...
Contempla los cabezones tarareando canciones de los años veinte.
—Me ha entrado la nostalgia, chicos, e irá saliendo por aquí y por allá... chicos que
andan por la feria comiendo algodón de azúcar color de rosa... se meten mano en la
barraca del sexshow... se la menean en la noria, lanzan esperma a la luna que se alza
roja entre los humos de las fundiciones del otro lado del río. Frente al Palacio de Justicia
un negro cuelga de un chopo... mujeres recogen gimiendo su esperma en sus vaginas
dentadas... (Marido que mira al recién nacido con ojos escrutadores color camisa vieja
de franela gris... «Doctor, tengo la sospecha de que es negro. » El doctor se encoge de
hombros: «El mismo truco de siempre, hijo. Adivina en qué mano está... Visto y no
visto... nada por aquí, nada por allá... »)
»Y el doctor Parker en la rebotica picándose caballo heroína tres granos por chute.
"Tónico", murmura. "Siempre es primavera. "
»Benson el Manos, el degenerado de la localidad, tiene querencia a los retretes de
escuela. (Querencia es un término taurino... El toro encuentra en la arena un lugar que le
gusta y allí se queda y el torero tiene que ir a buscar al toro a su terreno o hacerlo salir
de allí: lo uno o lo otro.) El sheriff A. Q. Larsen, el Chato, dice: "Tiene que saber cómo
sacarlo de esa querencia... " Y la Vieja Mamá Lottie lleva diez años durmiendo con una
hija muerta y en conserva en casa, despierta temblando en el amanecer del Este de
Texas... Aparecen los buitres sobre las aguas negras del pantano y los tocones del
ciprés...
»Y ahora, caballeros —supongo que no habrá ningún travestí entre ustedes, ja, ja—
y puesto que todos son caballeros según ley del Congreso, nos basta con declararles
machos humanos, éste es un salón decente y bajo ningún concepto se admiten en él
transexuales en cualquier dirección. Caballeros, presenten armas. Bien, todos ustedes
han sido instruidos sobre la importancia de conservar sus armas bien engrasadas y
dispuestas para cualquier acción por el flanco o la retaguardia.
ESTUDIANTES. —¡Oye! ¡Oye! —Se desabrochan perezosamente las braguetas.
Hay uno que blande una erección gigantesca.
PROFESOR. —Y ahora, caballeros... ¿dónde estaba? ¡Ah, sí! Mamá Lottie... Se
despierta temblando con la suave luz rosa del amanecer, rosa como las velas de la tarta
de cumpleaños de la niña, rosa como algodón de azúcar, rosa como una concha de
nácar, rosa como una pipa que late bajo la jodida luz roja... Mamá Lottie... grumpf... si
no se corta tanta retórica sucumbirá a los achaques de la edad y se juntará con su hija en
formaldehído.
»La oda del viejo marinero, del poeta Coleridge... Quiero llamar su atención sobre
el simbolismo del mismo Viejo Marinero.
ESTUDIANTES. —El tío ese dice él mismo.
—Por tanto, llama la atención sobre su propia y poco apetecible persona.
—Eso no ha estado bien, profe.
Un centenar de delincuentes juveniles... Hojas de las navajas que chasquean como
dientes avanzando hacia él.
PROFESOR. —¡Oh, cielo santo! —Intenta desesperadamente disfrazarse de vieja
con botines negros y paraguas—... Si no fuera por mi lumbago, no puedo doblarme
bien, me daría la vuelta y pondría el culito a su disposición como los mandriles... Si un
mandril débil es atacado por otro más fuerte, el mandril débil o bien (a) ofrecerá su ejem
rabadilla creo que se llama, caballeros, je, je, para el coito pasivo o bien (b) si es un
mandril de diferente tipo, más extrovertido y mejor adaptado, atacará a otro mandril
más débil todavía que él, si logra encontrarlo.
Recitadora remendada vestida con ropa años veinte que no se hubiera quitado desde
entonces ni para dormir, ondula a la triste luz de neón de una calle de Chicago... El peso
muerto de los Buenos Días Perdidos pende en el aire como un fantasma terrenal.
Recitadora (voz aguardentosa de tenor): —Busca al mandril más débil de todos.
Saloon del Lejano Oeste: el Mandril Maricón con un trajecito azul de niña canta con
voz resignada a los acordes de Tengo una muñeca vestida de azul: —Soy el más débil
de todos los mandriles.
Un tren de mercancías separa al profesor de los juveniles... Cuando el tren termina
de pasar, ya tienen barriga y trabajos de responsabilidad...
ESTUDIANTES. —¡Lottie! ¡Lottie!
PROFESOR. —Eso era en otro país, caballeros... Como iba diciendo antes de ser
tan bruscamente asaltado por una de mis múltiples personalidades... fastidiosas
bestezuelas... consideramos al Viejo Marinero sin curare, lazo, bulbocapnina ni camisa
de fuerza, y no obstante capaz de atraer y mantener al público vivo... ¿Cuál es su ejem
truco? Ji, ji, ji, ji... No se limita como tantos que hoy se llaman artistas, a abordar a
cualquiera y por ende a inflingir al azar molestias y penalidades no solicitadas... Aborda
a quienes no tienen más alternativa que escuchar a causa de una relación previa entre el
Marinero (aunque era Viejo) y el hum Invitado a la Boda... Lo que el Marinero diga no
tiene demasiada importancia... Puede que tartamudee, que se salga del tema, que sea
brutal o incluso irremediablemente senil. Pero algo le pasa al Invitado a la Boda, como
pasa en psicoanálisis cuando pasa esto si pasa aquello... Conozco un analista que lo
habla él todo, y los pacientes le escuchan con paciencia o sin ella... Cuenta sus
recuerdos... chistes verdes (viejos), logra contrapuntos de estupidez no soñados por el
Oficial de Juzgado. Ilustra así con cierta amplitud que nada puede realizarse a nivel
verbal. Llegó hasta este método al observar que el Oyente —el Psicoanalista— no leía
la mente del paciente... El paciente —El que Habla— era quien leía la suya... Es decir,
el paciente tiene conciencia, por Percepción Extra-Sensorial, de los sueños y esquemas
del psicoanalista, en tanto que el propio psicoanalista sólo entra en contacto con el
paciente gracias al cerebro anterior... Muchos agentes utilizan este sistema: son
pelmazos insoportables que no se callan nunca ni saben escuchar...
»Caballeros, voy a soltarles una perla: Se sabe más de una persona hablando que
escuchando.
—No soy digno de comerle los pies —dice el cerdo más gordo de todos.
—De cualquier forma, son de barro.
LA FIESTA ANUAL DE A. J.
A. J. se vuelve hacia sus invitados:
—Mis queridos conos, pijas e indefinidos, esta noche les ofrezco... al mundialmente
conocido empresario de cine porno y TV por circuito cerrado, al auténtico, al único, al
Gran Degüellazorras.
Señala hacia un telón de terciopelo rojo de veinte metros de alto. Un rayo rasga la
cortina de arriba abajo. Queda al descubierto el Gran Degüellazorras. Tiene un rostro
inmenso, inmóvil como una urna funeraria chimú. Viste de rigurosa etiqueta, con capa y
monóculo azules. Ojos grises enormes de minúsculas pupilas negras que parecen
escupir agujas. (Sólo el Factualista Coordinado puede resistir su mirada.) Cuando se
irrita, la fuerza que despide lanza el monóculo hasta la pared de enfrente. Más de un
actor con mala estrella ha sentido la explosión helada de su disgusto:
—¡Largo de mi estudio, comicucho barato, quieroynopuedo! ¡A ver si te crees que
me vas a colar ese orgasmo falsificado! ¡A mí, al GRAN DEGÜELLAZORRAS! ¡Yo sé si te
corres sólo con mirarte el dedo gordo del pie! ¡Imbécil! ¡Escoria sin seso! ¡Maleta
insolente! Vete y que te den por el saco a ver si aprendes que para trabajar con
Degüellazorras hay que tener sinceridad y arte y dedicación. Nada de trucos falsos, de
suspiros doblados, ni de cagadas de pega, ampollas de leche escondidas en la oreja ni
pinchazos de yohimbina entre bastidores. (La yohimbina, derivada de la corteza de un
árbol del África Central, es el afrodisíaco más seguro y eficaz. Actúa por dilatación de
los vasos sanguíneos de la superficie cutánea, especialmente en la región genital.)
Degüellazorras lanza el monóculo. Sale volando del campo visual y regresa a su ojo
como un bumerang. Hace una pirueta y desaparece entre una bruma azul, fría como aire
líquido... Fundido...
En pantalla. Chico pelirrojo, ojos verdes, piel blanca, algunas pecas... besando a
una chica morena, delgada, con pantalones. Vestimenta y peinado sugieren los bares
existencialistas de todas las capitales del mundo. Están sentados en una cama baja
cubierta de seda blanca. La chica le desabrocha los pantalones con dedos suaves y le
saca la polla, pequeña y muy dura. En su punta reluce como una perla una gota de
lubricante. Le acaricia suavemente el glande:
—Desnúdate, Johnny.
Se quita la ropa con movimientos rápidos y seguros y queda desnudo delante de
ella, de pie, con la pija latiendo. La chica le hace un gesto para que se dé vuelta y él da
unos cuantos pasos alrededor, con la mano en la cadera, parodiando a un modelo. Ella
se quita la blusa. Tiene unos pechos altos y pequeños con pezones erectos. Se quita las
bragas. Pelo púbico negro y brillante. El se sienta junto a ella y trata de cogerle un
pecho. Ella detiene sus manos.
—Querido, quiero meterte la lengua por el culo —susurra.
—No, ahora no.
—Por favor, me apetece.
—Bueno, vale, voy a lavarme el culo.
—No, te lo lavaré yo.
—Oh, mierda, si no está sucio.
—Sí, lo está. Venga, vamos allá, Johnny.
Lo lleva al cuarto de baño.
—Muy bien, bájate.
Se pone de rodillas y le inclina hacia delante, hasta hacerle apoyar la barbilla en la
alfombra de baño.
—Alá —dice él.
Mira para atrás y sonríe a la chica forzadamente. Ella lava el culo con jabón y agua
caliente, metiéndole el dedo por el ojete.
—¿Duele?
—Nooooooo.
—Ven conmigo, pequeño. —Le lleva al dormitorio. El se tumba boca arriba,
levanta las piernas hasta la cabeza y las sujeta abrazándolas por las rodillas. Ella se
arrodilla y le acaricia los muslos, los huevos, hace correr los dedos por el perineo. Le
separa las nalgas, se inclina y empieza a lamer el ano, describiendo un lento círculo con
la cabeza. Oprime los bordes del orificio metiendo la lengua más y más adentro,
haciéndole cerrar los ojos, retorcerse. Los huevos apretados, pequeños... Una gran perla
guarda equilibrio sobre la punta de la pija circuncisa. La boca se cierra sobre el glande.
Chupa rítmicamente, subiendo y bajando, haciendo una pausa al llegar arriba y
moviendo la cabeza circularmente. Una mano juguetea suavemente con los cojones, se
desliza hacia abajo y hace entrar el dedo del medio por el culo. Cuando chupa hasta la
raíz de la polla, le da golpecitos burlones en la próstata. El chico sonríe con una mueca
y se tira un pedo. Ahora ella se la chupa frenéticamente. El cuerpo empieza a contraerse,
se encoje hacia el mentón. Cada contracción va siendo más larga.
—¡Yyyyyyyyy! —grita el chico, los músculos tensos, el cuerpo entero tratando de
vaciarse a través de la pija. La chica bebe el semen que le llena la boca a borbotones
calientes. El otro deja caer las piernas sobre la cama. Arquea la espalda y bosteza.
Mary se ajusta su pene de goma:
—Acero Tercer Dan de Yokohama —dice acariciando el aparato. Salta leche a
través del cuarto.
—Asegúrate de que sea leche pasteurizada. No vayas a meterme alguna de esas
enfermedades de las vacas, como el ántrax o el muermo o la fiebre aftosa...
—Cuando anduve de Pepito travestí en Chicago, trabajaba de exterminador. Ligaba
con chicos guapos por la emoción de que me pegasen como a un hombre. Después cacé
al chaval aquel, le gané a base de judo supersónico que aprendí de un viejo monje zen,
una lesbiana. Lo ato, le quito la ropa con una navaja de afeitar y me lo jodo con el
Acero Primer Dan. Se siente tan liberado que no lo castro, literalmente se corre por
encima de mi pulverizador de chinches.
—¿Qué pasó con el Acero Primer Dan?
—Un virago me lo partió en dos. El apretón vaginal más terrorífico que sentí nunca.
La tía era capaz de partir una tubería de plomo. Era uno de sus trucos de salón.
—¿Y el Acero Segundo Dan?
—Lo hizo trizas a bocados un candirú hambriento del Alto Culodemandril. Y esta
vez no digas «Yyyyyyyyy».
—¿Por qué no? Es muy de chico.
—Muchachito, prueba tus pesos con la madame.
Mira hacia el techo, manos debajo de la cabeza, pija latiendo.
—¿Qué voy a hacer? No puedo cagar con su chisme metido. Me gustaría saber si es
posible reír y correrse al mismo tiempo. Me acuerdo, durante la guerra, en el Jockey
Club de El Cairo, Lu, mi compañero de culo y yo, un par de caballeros por ley del
Congreso... nada podía habernos hecho algo así a ninguno de los dos... Así que nos
echamos a reír con tantas ganas que nos meamos por encima y el camarero dice:
«¡Malditos fumetas, largo de aquí!» Quiero decir que si puedo mearme de risa, tendría
que poder correrme de risa. Así que cuéntame algo realmente divertido en cuanto
empiece a venirme. Te darás cuenta por ciertos estremecimientos premonitorios de la
glándula prostática...
Mary pone un disco, be-bop, cocaína metálica. Engrasa el chisme, dobla las piernas
del chico hacia arriba hasta la cabeza y se lo mete por el culo con una serie de
movimientos como de sacacorchos de sus caderas fluidas. Describe una lenta
circunferencia, girando sobre el eje del aparato. Frota los duros pezones sobre su pecho,
le besa el cuello y barbilla y ojos. El desliza las manos por su espalda hasta las nalgas, la
empuja más adentro. Ella gira más deprisa, más deprisa. El cuerpo del chico tiembla y
se retuerce con espasmos convulsivos.
—Por favor, date prisa —dice ella—. Se está enfriando la leche.
Pero él ya no la oye. Aplasta su boca contra la de él. Los dos rostros corren juntos.
La esperma golpea los pechos de la chica con cálidos y leves lametones.
Mark está de pie junto a la puerta. Lleva un jersey de cuello alto, negro. Rostro frío,
guapo, narcisista. Ojos verdes y pelo negro. Mira a Johnny con ligero desdén, cabeza
ladeada, manos en los bolsillos de la chaqueta, un airoso gángster de ballet. Agita la
cabeza y Johnny entra delante de él en el dormitorio. Mary va detrás.
—Muy bien, chicos —dice, sentándose desnuda en un estrado de seda roja que
domina la cama—. ¡Vamos a ello!
Mark empieza a desnudarse con movimientos fluidos, girando las caderas. Se
desprende del jersey de cuello alto dejando ver un bello torso blanco en una parodia de
danza del vientre. Johnny con camisa de polo, cara helada, respiración acelerada, labios
secos, se quita la ropa y la va dejando caer al suelo. Mark deja resbalar sus calzoncillos
hasta un pie. Levanta la pierna como una corista y los manda al otro lado de la
habitación. Ahora está desnudo, la pija rígida, tensándose hacia arriba, hacia afuera.
Pasea lentamente los ojos por el cuerpo de Johnny. Sonríe y se humedece los labios.
Mark pone una rodilla en el suelo, tirando de Johnny por un brazo, contra la
espalda. Se incorpora y lo lanza sobre la cama, a un par de metros. Johnny aterriza de
espaldas y rebota. Mark salta encima y le aferra los tobillos, le levanta las piernas hasta
la cabeza. Los labios de Mark se retraen en una mueca tensa.
—Bien, Johnny, bien.
Contrae el cuerpo, lento y seguro como una máquina bien engrasada, mete la pija
por el culo de Johnny. Johnny deja salir un fuerte suspiro, se retuerce en éxtasis. Mark
enlaza las manos detrás de los hombros de Johnny, lo empuja hacia abajo contra su pija
enterrada hasta la empuñadura en el culo de Johnny. La respiración silba fuerte entre los
dientes. Johnny chilla como un pájaro. Mark frota su cara contra la de Johnny,
desaparecida la mueca dura, tiene expresión inocente, infantil, cuando todo su líquido
entra a borbotones en el cuerpo estremecido de Johnny.
Un tren brama a través de él, silbando... sirena de barco, señales antiniebla, cohete
que explota sobre marismas petrolíferas... barracas de feria abriéndose a un laberinto de
imágenes porno... salvas de rigor en el puerto... un grito desesperado por el blanco
pasillo de un hospital... cruza una calle ancha, polvorienta, entre palmeras, silba por el
desierto como una bala (alas de buitres chasqueando en el aire seco), mil adolescentes
se corren a la vez en letrinas y retretes mugrientos de escuelas públicas, desvanes,
sótanos, casetas de jardín, norias, casas abandonadas, cuevas de caliza, barcas de remos,
garajes, cobertizos, escombreras de las afueras de una ciudad ventosa, paredes de adobe
(olor a excremento seco)... polvo negro volando sobre cuerpos esbeltos, bronceados...
pantalones harapientos dejados caer sobre unos pies descalzos, sangrantes, agrietados...
(lugar donde los buitres pelean por las cabezas del pescado)... en las marismas de la
jungla, peces viciosos lanzan dentelladas a la esperma que flota, blanca, sobre las aguas
negras, los mosquitos de las playas pican el culo bronceado, los monos aulladores como
el viento entre los árboles (una tierra de grandes ríos color tierra que arrastran flotando
árboles enteros con serpientes de vivos colores en las ramas, lémures pensativos
contemplan la orilla con ojos tristes), avión rojo traza arabescos en la sustancia azul del
cielo, una serpiente de cascabel ataca, una cobra se yergue, se extiende, escupe veneno
blanco, lluvia silenciosa y lenta de escamas de ópalos y perlas cae a través de un aire
transparente como glicerina. El tiempo salta como una máquina de escribir estropeada,
los chicos ya son viejos, caderas jóvenes estremeciéndose y retorciéndose con espasmos
juveniles se ensanchan y ablandan, asentadas en la taza de un retrete, un banco del
parque, un muro de piedra bajo el sol de España, la cama hundida de una habitación
amueblada (fuera, casas baratas de ladrillos rojos, luz diáfana del sol de invierno)...
retorciéndose y temblando en ropa interior sucia, buscándose una droga en el amanecer
enfermo sin droga, en un café moro murmurando y babándose—, los árabes susurran
Medyub y se escabullen (un Medyub es un tipo determinado de lunático religioso
musulmán... generalmente epiléptico entre otros trastornos).
—Los musulmanes han de tener sangre y semen... Mirad, mirad cómo la sangre de
Cristo se vierte en el espermamento —aúlla el Medyub... Se yergue gritando y de su
última erección brota un chorro de sangre negra y espesa, y allí queda, una estatua
blanca, como si hubiera atravesado toda la Gran Barrera, con la misma inocencia y
tranquilidad con la que un niño salta la cerca para pescar en el estanque prohibido —a
los pocos segundos ha cogido un enorme barbo— de una caseta negra saldrá a toda
prisa el Viejo, maldiciendo con un horquilla en la mano y el chico se escapará riendo
por los campos de Misouri —en su carrera ve una hermosa sagitaria rosa y la corta al
pasar con una elástica inclinación de músculos y huesos jóvenes— (sus brazos se
funden con el campo, yace muerto junto a la cerca de madera con una escopeta al lado,
su sangre sobre la helada arcilla roja embebe el rastrojo invernal de Georgia)... El barbo
colea a su espalda... Llega a la cerca y lanza el barbo por encima sobre la yerba
salpicada de sangre... el pescado se contorsiona y golpea la yerba. Salta la cerca. Recoge
el pescado y desaparece por un camino de arcilla roja tachonado de piedras entre robles
y placamineros de hojas pardas y rojizas que caen con el viento de un atardecer de
otoño, verdes y empapadas de rocío en los amaneceres de verano, se recortan, negras, en
los claros días de invierno... el Viejo lanza maldiciones tras él... los dientes se le vuelan
de la boca y silban sobre la cabeza del chico, se dobla hacia adelante, los tendones del
cuello tensos como flejes de acero, lanza un chorro espeso de sangre negra junto a la
madreselva. Le brotan espinas entre las costillas, se rompen las ventanas de la caseta,
astillas de vidrios llenos de polvo en la masilla negra —las ratas se pasean por el suelo
del dormitorio oscuro y mugriento, en las tardes de verano los chicos se la menean y se
comen las frutas que caen de su cuerpo y sus huesos, bocas embadurnadas de jugo
morado...
El viejo yonqui ha encontrado una vena... la sangre florece en el gotero como una
flor china... se mete la heroína y el chico que se la meneaba hace cincuenta años
resplandece inmaculado a través de la carne destrozada, la letrina se llena del dulce olor
a nueces de machos jóvenes en celo...
¿Cuántos años enganchados en una aguja de sangre? Con las manos caídas sobre los
muslos se sienta contemplando el amanecer de invierno con los ojos acabados de la
droga. El viejo marica se sienta cuando pasan los adolescentes indios, abrazados por
hombros y cinturas, y contrayendo su carne moribunda quisiera ocupar esas nalgas, esos
muslos jóvenes, esos huevos tensos, esas pollas eyaculantes.
Mark y Johnny están sentados cara a cara en un sillón vibrador, Johnny ensartado
en la pija de Mark.
—¿Listo, Johnny?
—Ponlo en marcha.
Mark da un manotazo a la llave y el sillón vibra... Mark inclina la cabeza mirando
hacia Johnny, cara distante, ojos fríos y burlones ante la cara de Johnny... Johnny grita y
gime... Su cara se desintegra como fundiéndose por dentro... Johnny grita como una
mandrágora y al soltar el esperma cae desmayado, se derrumba sobre el cuerpo de
Mark, un ángel cabeceando. Mark da unas palmaditas en el hombro de Johnny con aire
ausente... Habitación como de gimnasio... El suelo es de gomaespuma forrada de seda
blanca... Una pared es de cristal... El sol que está saliendo llena la habitación de luz
rosa. Johnny aparece con las manos atadas, entre Mary y Mark. Johnny ve el patíbulo y
se desploma con un fuerte:
—¡Ohhhhhhhhhh! —La barbilla se abate sobre la pija, las piernas doblándose por
las rodillas. Chorro de esperma que traza un arco casi vertical ante su cara... Mary y
Mark, de pronto, están impacientes y excitados... Empujan a Johnny hacia el estrado de
la horca cubierto de camisetas y calzoncillos mohosos. Mark está ajustando el nudo
corredizo.
—Bueno, allá vas. —Mark empieza a empujar a Johnny fuera de la plataforma.
Mary:
—No, déjame a mí.
Cierra las manos tras las nalgas de Johnny, apoya su frente contra la de él, le sonríe
y retrocede empujándolo fuera del estrado, al vacío... La cara de Johnny se hincha de
sangre... Mark se acerca con un movimiento elástico y le parte el cuello... ruido como de
astilla partida entre toallas mojadas. Un estremecimiento recorre el cuerpo de Johnny de
arriba abajo... un pie aletea como un pájaro atrapado... Mark se ha encaramado a un
trapecio y mima los movimientos de Johnny, se retuerce, cierra los ojos y saca la
lengua... La pija de Johnny se endereza y Mary la guía dentro de su coño, se frota contra
él en una danza del vientre, gimiendo y chillando de gusto... sudor chorreándole por
todo el cuerpo, le cuelgan mechones de pelo mojado por la cara.
—¡Corta la cuerda, Mark! —grita. Mark se acerca con una navaja automática y
corta la soga, sujetando a Johnny cuando cae y depositándolo de espaldas con Mary
todavía empalada y frotándose sin parar... Desgarra labios y nariz de Johnny a
mordiscos y le sorbe los ojos que hacen ploop... Arranca grandes bocados de las
mejillas... Luego le devora la picha... Mark va hacia ella que levanta la vista de los
genitales a medio comer de Johnny, tiene la cara cubierta de sangre, los ojos
fosforescentes... Mark le pone el pie en el hombro y la tumba de espaldas de una
patada... Salta sobre ella jodiéndola enloquecido... Ruedan de un extremo a otro de la
habitación, dan vueltas como un molinillo, saltan por los aires como un pez enorme
enganchado en el anzuelo.
—Déjame ahorcarte, Mark... Déjame ahorcarte... Por favor, Mark, ¡déjame
ahorcarte!
—Claro que sí, pequeña. —La pone de pie brutalmente y le ata las manos a la
espalda.
—No, Mark. ¡No! ¡No! ¡No! —grita Mary cagándose y meándose de terror
mientras él la arrastra hasta el estrado. La deja sobre la plataforma entre una pila de
condones usados, mientras prepara la cuerda al otro lado de la habitación... y vuelve
trayendo el dogal en una bandeja de plata. La pone en pie de un tirón y le ajusta el nudo
corredizo. Le mete la pija hasta dentro y valsea por la plataforma y salta al vacío
describiendo un amplio arco...
—¡Yyyyyyyy! —grita y se convierte en Johnny. El cuello de Mary se rompe. Una
enorme ola fluida ondula a través de su cuerpo. Johnny se deja caer al suelo, firme y
alerta como un animal joven.
Da saltos por la habitación. Con un grito de deseo que hace temblar la pared de
cristal salta al vacío. Masturbándose sin descanso, casi mil metros hacia abajo, la
esperma flota a su lado, grita sin pausa contra el astillado azul del cielo, el sol naciente
ardiendo en su cuerpo como gasolina, hacia abajo pasa entre grandes robles y
placamineros, cipreses de las marismas y caobos, hasta deshacerse en un líquido tibio
sobre una plaza en ruinas pavimentada de caliza. Yerbas y raíces crecen entre las
piedras, unos pernos herrumbrosos de un metro de espesor se hunden en la piedra
blanca, la mancha del color mierda del orín.
Johnny empapa de gasolina a Mary con una obscena jarra chimú de jade blanco...
Riega su propio cuerpo... Se abrazan, caen al suelo y ruedan hasta quedar bajo una gran
lente de aumento instalada en el techo... Estallan en llamas con un grito que hace trizas
la pared de cristal, ruedan en el vacío, jodiendo y gritando por el aire, estallan en sangre
y llamas y hollín sobre las rocas pardas bajo un sol del desierto. Johnny salta por la
habitación en agonía. Con un grito que hace trizas la pared de cristal, se planta con los
brazos abiertos frente al sol naciente, la pija eyaculando sangre... Un dios de mármol
blanco, una serie de explosiones epilépticas se precipita en el viejo Meydub que se
retuerce entre mierda y basura junto a una pared de adobe bajo un sol que hiere y pone
la carne de gallina... Es un chico durmiendo apoyado en la pared de la mezquita,
eyacula una polución mortuoria soñando con un millar de conos color de rosa y suaves
como conchas marinas, sintiendo la delicia punzante del vello púbico rozar su pene.
Johnny y Mary en la habitación de un hotel (música de Saint Louis Este Toodleoo).
En la ventana abierta, una cálida brisa agita las cortinas de un rosa desteñido... Croan
ranas en solares vacíos donde crece maíz y chiquillos cazan culebras verdes bajo estelas
de caliza rotas manchadas de mierda y enlazadas con alambre de espinas oxidado...
Neón —verde clorofila, morado, naranja— en destellos.
Con su calibrador, Johnny extrae un candirú del coño de Mary... Lo echa en una
botella de mescal donde se convierte en un gusano de maguey. Le hace una irrigación
vaginal de ablandador de huesos de la selva, los dientes vaginales salen mezclados con
sangre y quistes... El coño resplandece dulce y fresco como yerba de primavera...
Johnny lame el coño de Mary, despacio al principio, con creciente excitación separa los
labios y lame el interior sintiendo el cosquilleo de los pelos en la lengua tumefacta.
Mary yace con los brazos echados para atrás, pechos apuntando hacia arriba,
traspasada por clavos de neón... Johnny le alza el cuerpo, su pija, con un ópalo redondo
de resplandeciente lubricante en la ranura abierta, resbala sobre el vello púbico y se
hunde en el coño hasta la empuñadura, se sumerge succionado por la carne
hambrienta... Se le hincha la cara de sangre, luces verdes explotan detrás de sus ojos y
cae por una montaña rusa entre chicas gritando...
Los pelos húmedos de detrás de sus cojones se secan como yerba bajo la brisa
cálida de primavera. Valle alto de la selva, enredaderas que entran por la ventana. La
pija de Johnny se hincha, se abren grandes brotes frescos. Una larga raíz de tubérculo
sale del coño de Mary buscando la tierra. Los cuerpos desintegrándose con explosiones
verdes. La caseta se derrumba, ruinas de piedra rota. El chico es una estatua de caliza
con una planta que le nace en la polla, los labios abiertos en la sonrisa a medias de un
yonqui pasado.
El Sabueso ha guardado la heroína en un billete de lotería.
Un chute más —la cura mañana.
El camino es largo. Frecuentes erecciones y descensos.
Largo camino sobre el pedregoso reg hasta el oasis de palmeras, donde los chicos
árabes cagan en el pozo y rock'n'roll sobre la arena de playa dominguera comiendo
perritos calientes y escupiendo dientes de oro en pepitas.
Sin dientes, venidos de un hambre de siglos, las costillas se marcan tanto que
podrían usarse como tabla de lavar, se bajan temblando de la piragua y pasean por la
costa de la Isla de Pascua con piernas rígidas y quebradizas, como zancos... Dan
cabezadas tras las ventanas de los clubs... sumidos en la pesadez de la carencia-
serenidad de vender un cuerpo delgado.
Las palmeras se han muerto por falta de contactos, el pozo se ha llenado de mierda
seca y mosaico de un millón de periódicos:
«Rusia desmiente... El Secretario del Interior considera con intensa inquietud... La
trampilla se abrió a las 12.02 minutos. A las 12.30 horas el doctor se fue a comer unas
ostras, volvió a las dos horas y dio al ahorcado unas palmaditas joviales en la espalda:
"Qué, ¿todavía no se ha muerto usted? Me parece que tendré que ayudarle un poco. Ja!
Ja! No puedo dejarle asfixiarse a este ritmo, el presidente me llamaría la atención. Y
menudo desastre si el carro de los muertos se lo lleva vivo. Se me caerían los cojones de
vergüenza y tendría que ponerme de aprendiz como un buey veterano. Una, dos, tres,
¡abajo!"»
El planeador cae silencioso como una erección, silencioso como cristal engrasado
que el joven ladrón parte con manos de mujer vieja y ojos arruinados de droga... Con
una explosión sin ruido, penetra en la casa allanada, sin pisar los cristales engrasados,
un reloj suena con fuerza en la cocina, un bufonazo caliente le revuelve el cabello, la
cabeza se desintegra con una perdigonada lobera... El Viejo saca el cartucho y da un
salto en torno a la escopeta:
—¡Oh, caramba, chicos! Estaba a huevo... Como pescar en la pecera... Encontrar
dinero en el banco... Era un paquete, con un cartucho bien engrasado en el cerebro y ya
lo tienes tumbado en una postura poco decente... ¿Puedes oírme desde donde estás,
chico? También yo fui joven una vez y oí los cantos de sirena del dinero fácil y las
mujeres y el culo apretado de los chavales y por todos los santos no me calentéis que
acabaré por contaros un cuento que os va a poner la pija dura y empezaréis a chillar para
que vengan la perla rosada de un coñito joven o la canción de la mucosa castaña y
palpitante de un culo de chaval a haceros sonar la pija como un disco... y cuando tocas
la próstata perlas y brillantes afilados se amontonan en los cojones dorados del
muchacho, inexorables como una piedra en el riñón... Perdona que tuviera que matarte...
La yegua gris vieja ya no es lo que era... No puedo decepcionar al público... tengo que
conseguir que el teatro se venga abajo con ese número, todo o nada... Como un león
viejo destrozado por la caries necesita un buen dentífrico, amident mantiene su
mordisco fresco en todo momento... Seguro que los viejos leones son unos devoradores
de chicos... ¿Y quién se lo va a echar en cara con lo dulces y fríos y rubios que están en
el depósito de Saint James? Vamos, hijo, no me vengas con el rigor mortis. Un poco de
respeto con las pollas viejas... También tú acabarás teniendo un polvo de viejo aburrido
algún día... Oh, ah, tú seguro que no... Tú has pisado el silo del cambio como aquel
Ingenuo Congelado de Shropshire, el desvergonzado catamita de Housman... Pero no se
puede matar a todos los chicos de Shropshire... los han ahorcado tantas veces que lo
resisten todo igual que los gonococos medio castrados por la penicilina reúnen fuerzas
suficientes para multiplicarse geométricamente... Propugnemos, pues, una absolución
honorable y terminemos con esas bestiales exhibiciones en las que el agente de la ley
percibe una libra de carne.
Sheriff:
—Les bajaré los pantalones por una libra, señores. En pie. Una exposición seria y
científica sobre el punto exacto del Centro de la Vida. Ese individuo tiene veintitrés
centímetros, señoras y caballeros, mídanlo ustedes mismos desde dentro. Sólo por una
libra, un absurdo billete de tres dólares por ver al chico correrse tres veces por lo menos
—nunca me rebajo a juzgar a un eunuco— y completamente contra su voluntad. En el
momento en que su cuello se parta, les juro que este individuo se pondrá en presenten
armas y se correrá por encima de ustedes.
El chico, de pie en la trampilla, descansa alternativamente sobre una y otra pierna:
—¡Rediós! ¡Lo que hay que tragar en este oficio! ¡Seguro que alguno de estos
viejos horrendos se pone a tocar!
Cae la trampilla, la soga canta como viento en los alambres, el cuello se quiebra con
un sonido seco, fuerte y claro como un gong chino.
El chico se corta la cuerda con una navaja automática, sale corriendo detrás de un
maricón que chilla por el pasillo central. La maricona se lanza a través de la luna de un
espectáculo sexy de feria y chupa el ojete de un negro que sonríe. Fundido en negro.
(Mary, Johnny y Mark, con los dogales en torno al cuello, hacen una reverencia. No
son tan jóvenes como aparentan en las películas porno... Se les ve cansados y de mal
humor.)
REUNIÓN DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE
PSIQUIATRÍA TECNOLÓGICA
El doctor Schafer «El Dedos», Niño de las Lobotomías, se pone en pie y dirige a los
congresistas el frío impacto azul de su mirada:
—Señores, el sistema nervioso humano puede ser reducido a un bloque compacto
de columna vertebral. El cerebro anterior y posterior ha de seguir a ganglios, muela del
juicio, apéndice... Les presento mi obra maestra: El norteamericano desangustiado
perfecto.
Clarines vibrantes: dos Porteadores Negros introducen al Hombre desnudo y lo
dejan caer sobre el estrado con brutalidad animal, despectiva... El Hombre se retuerce...
Su carne se convierte en una jalea viscosa, transparente, que se va evaporando en una
bruma verde, dejando al descubierto un monstruoso ciempiés negro. Oleadas de un olor
desconocido invaden la sala, chamuscan los pulmones, corroen el estómago... Schafer se
retuerce las manos sollozando:
—¡Clarence! ¿Cómo podéis hacerme esto? ¡Ingratos! ¡Todos son unos ingratos!
Los congresistas se echan para atrás entre murmullos consternados:
—Creo que Schafer ha ido demasiado lejos...
—Yo ya había avisado que...
—Schafer es un tipo brillante... pero...
—La gente hace lo que sea con tal de tener publicidad...
—Señores, esta innombrable criatura, ilegítima en todos los sentidos, hija del
corrompido cerebro del doctor Schafer, no debe ver la luz... Nuestro deber hacia la
especie humana está bien claro...
—Hombre que hizo ver luz —dice uno de los Porteadores Negros.
—Hay que machacar a ese bicho antiamericano —dice un médico gordo del Sur
con cara de sapo que bebía whisky de maíz en un tarro de mermelada. Se adelanta con
andares de borracho y se para asustado por el tamaño impresionante y el amenazador
aspecto del ciempiés—. ¡Que traigan gasolina! —vocifera—. Tenemos que quemar a
ese hijo de puta como si fuera un negro chuleta.
—Yo no quiero saber nada —dice un médico joven y progre que va colocado de
LSD-25—. Cualquier fiscal un poco listo...
Fundido en negro.
—¡Orden en la Sala!
FISCAL. —Señores del jurado, estos caballeros tan «cultos» pretenden que la
inocente criatura humana que tan irreflexivamente sacrificaron se convirtió de repente
en un enorme ciempiés negro y que fue «su deber hacia la especie humana» destruir
aquel monstruo antes de que pudiese, por cualquier medio a su alcance, perpetuar su
especie... ¿Vamos a tragarnos semejante pila de mierda? ¿Vamos a dejar que nos
endilguen semejante camelo como si fuéramos tontos del culo? ¿Dónde está ese
fantástico ciempiés? «Lo destruimos», dicen muy orgullosos... Pero yo quiero
recordarles, señores y hermafroditas del jurado, que esa Gran Bestia —señala al doctor
Schafer—, ha comparecido ya en varias ocasiones ante este tribunal acusado del
incalificable delito de violación de cerebros... Dicho en cristiano —golpea con el puño
la barandilla que le separa del jurado, su voz pasa a ser un grito—, dicho en cristiano,
señores, lobotomía por la fuerza...
Los miembros del jurado se sofocan... Uno se muere de un ataque cardíaco... Otros
tres caen al suelo retorciéndose en orgasmos de lascivia...
El Fiscal señala dramático:
—Ahí está... El y no otro, es quien ha reducido provincias enteras de nuestro
hermoso país a un estado próximo a la idiocia más absoluta... El es quien ha llenado
almacenes enormes con filas y filas, hileras e hileras, de indefensas criaturas a cuyas
más mínimas necesidades hay que proveer... «Zánganos», los llama con cínica sonrisa
que refleja la maldad en estado puro del intelectual... Señores, yo afirmo que el pérfido
asesinato de Clarence Cowie no debe quedar sin castigo. ¡Los gritos de «Justicia» para
crimen tan nefando resuenan al menos como los de un maricón herido!
El ciempiés se remueve, agitado.
—Hombre, el hijoputa este tiene hambre —grita uno de los Porteadores.
—Yo me largo de aquí.
Una oleada de horror eléctrico atraviesa la sala... los congresistas se precipitan hacia
las salidas gritando y arañando...
EL MERCADO
Panorámica de la ciudad de Interzonas. Primeros compases del Saint Louis Este
Toodleoo... unas veces fuertes y claros, otras débiles, intermitentes como música en una
calle ventosa...
La habitación parece estremecerse y vibrar de movimiento. La sangre y sustancia de
muchas razas: negros, polinesios, mongoles de las montañas, nómadas del desierto,
políglotas del Cercano Oriente, indios... razas todavía no concebidas ni nacidas, mezclas
aún sin realizar pasan a través de tu cuerpo. Migraciones, viajes increíbles a través de
desiertos y selvas y montañas (éxtasis y muerte en valles cerrados de las montañas en
los que las plantas nacen del sexo, inmensos crustáceos se incuban en el interior y
rompen el cascarón del cuerpo) cruzando el Pacífico en piragua hasta la Isla de Pascua.
La Ciudad Compuesta, por cuyo inmenso mercado silencioso se despliegan todas las
posibilidades humanas.
Minaretes, palmeras, montañas, selva... Un río indolente en el que saltan peces
malignos, amplios parques llenos de maleza donde chicos se tumban en la yerba, juegan
crípticos juegos. Ni una sola puerta cerrada en toda la Ciudad. Cualquiera puede entrar
en tu habitación en cualquier momento. El Jefe de Policía es un chino que se escarba los
dientes y oye las denuncias presentadas por algún lunático. De vez en cuando, el chino
se saca el palillo de la boca y observa la punta. Progres de suaves rostros bronceados
recostados en los marcos de las puertas hacen girar sus llaveros, una cabeza reducida
colgada de una cadena de oro, rostros inexpresivos, con la calma ciega de un insecto.
Detrás de ellos, a través de puertas abiertas, mesas y reservados y barras, y cocinas
y baños, largas hileras de camas metálicas con parejas copulando, retículas de un millar
de hamacas, yonquis poniéndose el torniquete para un chute, fumadores de opio,
fumadores de hashish, gente comiendo hablando bañándose en medio de una nube de
humo y vapor.
Mesas de juego donde se hacen apuestas increíbles. De vez en cuando, un jugador
se levanta con un grito de desesperación: un viejo le ha ganado su juventud o se ha
convertido en latah de su adversario. Pero hay apuestas más altas que la juventud o el
latah, juegos en los que sólo dos jugadores en todo el mundo saben cuál es la apuesta.
Las casas de la Ciudad están todas juntas. Casas de tierra —mongoles de las
montañas, entornados los ojos por el humo, en el umbral—, casas de bambú y de teca,
casas de adobe, de piedra, de ladrillo rojo, casas del Pacífico Sur, casas de maoríes,
casas en árboles y en gabarras de río, casas de madera de treinta metros de largo que
acogen tribus enteras, chabolas de cartón y chapa de bidones vacíos donde unos viejos
sentados entre andrajos cuecen su aguardiente casero, grandes vigas de hierro oxidado
se elevan a más de cincuenta metros por encima de ciénagas y basureros con peligrosos
tabiques levantados sobre plataformas de varios niveles y hamacas que se columpian en
el vacío.
Expediciones con propósitos desconocidos parten hacia lugares desconocidos.
Llegan extranjeros sobre balsas de cajas de cartón atadas con cuerdas podridas, surgen
tambaleantes de la selva con ojos hinchados, cerrados por picaduras de insectos, bajan
por los senderos de las montañas con los pies destrozados, sangrantes, por los ventosos
arrabales polvorientos de la ciudad, donde la gente defeca en fila junto a paredes de
adobe y buitres pelean por unas cabezas de pescado. Se dejan caer sobre parques en
paracaídas remendados... Un policía borracho los acompaña a registrarse en un amplio
urinario público. Los papeles con los datos se ponen en unos clavos para que sirvan de
papel higiénico.
Olores de cocinas de todos los países del mundo flotan sobre la Ciudad, una bruma
de opio, hashish, el humo rojo, resinoso de la ayahuasca, olor a jungla y agua salada y a
río putrefacto y excremento seco y sudor y órganos genitales.
Flautas de alta montaña, jazz y bebop, instrumentos mongoles de una sola cuerda,
xilófonos gitanos, tambores africanos, gaitas arábigas...
Epidemias de violencia visitan la ciudad, y en las calles, buitres se comen los
muertos abandonados. Albinos que parpadean bajo el sol. Chicos masturbándose
lánguidamente sentados en árboles. Individuos devorados por enfermedades
desconocidas observan a los transeúntes con ojos malignos de entendidos.
En el Mercado de la Ciudad está el Café de Reunión. Practicantes de oficios
inimaginables ya desaparecidos garabatean en etrusco, adictos a drogas todavía no
sintetizadas, traficantes de harmalina rebajada, droga reducida a puro hábito que ofrece
una precaria serenidad vegetal, líquidos para inducir el latah; titónicos sueros de la vida
eterna, estraperlistas de la Tercera Guerra Mundial, escisores de sensibilidad telepática,
osteópatas del espíritu, investigadores de infracciones denunciadas por suaves
ajedrecistas paranoicos, repartidores de autos de procesamiento fragmentarios y escritos
en taquigrafía hebefrénica acusando de inconcebibles mutilaciones del espíritu,
burócratas de oficinas espectrales, agentes de estados policía sin constituir, una tortillera
enana que ha perfeccionado la operación bang-utot, erección pulmonar que asfixia al
enemigo mientras duerme, vendedores de orgones envasados y máquinas de relajar,
corredores de sueños y recuerdos exquisitos probados en las células sensibilizadas de la
carencia de droga y permutadas por voluntad en bruto, médicos experimentados en el
tratamiento de enfermedades latentes en el polvo negro de ciudades en ruinas,
acumulando virulencia en la sangre blanca de gusanos sin ojos que avanzan lentamente
hacia la superficie y su vehículo humano, enfermedades de las profundidades del
océano y de la estratosfera, enfermedades de los laboratorios y la guerra atómica... Un
lugar donde el pasado desconocido y el futuro que se anuncia confluyen en una
vibración silenciosa... Entidades larvarias en espera de un Ser Vivo...
(La descripción de la Ciudad y el Café de Reunión escrita en estado de intoxicación
por yage... Yage, ayahuasca, pilde, natima son los nombres de indios de la Bannisteria
caapi, una trepadora de crecimiento rápido propia de la región amazónica.)
Notas sobre los efectos del yage: Imágenes que caen lentas y silenciosas como la
nieve... Serenidad... Caen todas las defensas... todo entra o sale libremente... El miedo
es simplemente imposible... Una hermosa presencia azul fluye dentro de mí... Veo un
sonriente rostro arcaico semejante a una máscara polinésica... Es un rostro azul púrpura
salpicado de oro...
La habitación toma el aspecto de una casa de putas del Cercano Oriente —paredes
azules y lámparas de borlas rojas... —, siento que me convierto en una negra, el color
oscuro va invadiendo silenciosamente mi carne... Convulsiones de lujuria... Mis piernas
adquieren una forma bien torneada, una calidad como polinésica... Todo se agita, cobra
una vida furtiva, temblorosa... La habitación es el Cercano Oriente, lo negro, Polinesia,
algún sitio familiar que no localizo... El yage es un viaje espacio-temporal... La
habitación parece temblar, vibrar, entrar en movimiento... La sangre y sustancia de
muchas razas negras: negros, polinesios, mongoles de las montañas, nómadas del
desierto, políglotas del Cercano Oriente, indios... razas todavía no concebidas ni nacidas
pasan a través del cuerpo... Migraciones, viajes increíbles a través de desiertos y selvas
y montañas (éxtasis y muerte en valles cerrados de las montañas en los que las plantas
nacen del sexo, inmensos crustáceos se incuban en el interior y rompen el cascarón del
cuerpo) cruzando el Pacífico en piragua hasta la Isla de Pascua...
(Se me ocurre que esa náusea inicial de la ayahuasca es el mareo del transporte al
reino del yage...)
—Todos los hechiceros lo utilizan en sus prácticas para predecir el futuro, encontrar
objetos perdidos o robados, diagnosticar y curar enfermedades, identificar al que
perpetró un delito.
Los indios (camisa de fuerza para Herr Boas —chiste del oficio— nada exaspera
tanto a un antropólogo como el Hombre Primitivo) consideran que ninguna muerte es
accidental y, por tanto, como no son conscientes de sus propias tendencias
autodestructivas, a las que aluden despectivamente como «nuestros parientes
desnudos», o quizá intuyen que esas tendencias están básicamente sometidas a la
manipulación de voluntades ajenas y hostiles, que toda muerte es asesinato. El
hechicero toma ayahuasca y la identidad del asesino le es revelada. Como se imaginará,
las deliberaciones del hechicero durante esas investigaciones en la selva producen no
poco nerviosismo entre sus representados.
—Mira que si el viejo Xiuptutol se nos pasa y acusa a uno de los nuestros...
—Tómate un curare y estate tranquilo. Todo está arreglado...
—Pero ¿y si se pasa? Está todo el tiempo dándole a la natima, debe llevar veinte
años sin bajar al suelo... En serio, jefe, no se le puede pegar tanto al asunto... Te fríe los
sesos...
—Entonces lo declararemos incapaz...
Así que Xiuptutol sale de la selva dando tumbos y dice que fueron los chicos del
Bajo Tzpino, cosa que no sorprende a nadie... Fíate de los brujos viejos, querida, no les
gustan nada las sorpresas...
Un entierro atraviesa el mercado. Ataúd negro —inscripciones arábigas en filigrana
de plata— llevado por cuatro porteadores. Cortejo de plañideras cantando los cantos
fúnebres... Clem y Jody se ponen a la altura del féretro. Un cerdo muerto emerge de
dentro... Lleva puesta una chilaba, una pipa de kif en la boca, un paquete de fotos
pornográficas en la pezuña y un mezuzzah colgado del cuello... Inscripción en el féretro:
«Fue el más noble de todos los árabes. »
Cantan una horrenda parodia del canto fúnebre en falso árabe. Jody hace una
parodia de discurso chino que te puedes morir... es como un muñeco de ventrílocuo pero
histérico. De hecho, provocó en Shanghai un motín contra los extranjeros que produjo
tres mil víctimas.
—Levántate, Gertie, un poco de respeto a los amarillos del país.
—Eso debiera.
—Querido, estoy trabajando en el más maravilloso de los inventos... un chico que
desaparece en cuanto te corres, y deja olor a hojas quemadas y un efecto sonoro como
silbidos de un tren lejano.
—¿Has tenido alguna vez relaciones sexuales fuera de la gravedad? El esperma
flota en el aire como un ectoplasma encantador, y las hembras son susceptibles de
concepción inmaculada, o al menos indirecta... Me recuerda a un viejo amigo mío, uno
de los hombres más guapos que he conocido, y uno de los más locos, absolutamente
podrido de dinero. Solía ir a las fiestas con una pistola de agua cargada de esperma y la
disparaba sobre las mujeres de carrera. Ganó todas las demandas de paternidad sin
mover ni un solo dedo. Nunca usaba su propio semen, como comprenderás.
Fundido en negro...
—¡Orden en la sala!
ABOGADO DE A. J. —Pruebas concluyentes han demostrado que mi cliente no
tiene hum relación personal alguna con el hum ligero accidente de la encantadora
demandante... que tal vez está preparándose para emular a la Virgen María y concebir
sin mácula adjudicando a mi cliente el papel de ejem alcahuete angélico... Quiero
recordar un caso que se dio en la Holanda del siglo XV, cuando una joven acusó a un
anciano y respetable brujo de haber conjurado a un súcubo que tuvo entonces hum trato
carnal con la joven en cuestión produciéndose el, dadas las circunstancias, lamentable
resultado de un embarazo. El brujo fue así condenado por complicidad y descarado
voyeurismo antes del hecho, en el hecho y después del hecho. Pero nosotros, señores del
jurado, ya no damos crédito a esas hum leyendas, y cualquier joven que en este siglo de
la razón atribuya su hum estado interesante a las atenciones de un súcubo, será
considerada como una romántica, o para decirlo en cristiano, una puta mentirosa. Je je
je je...
Y a continuación, La Hora del Profeta:
—Millins murió en las llanuras del opio. Sólo una calada directa a los pulmones.
»—Ojo, ojo, Capitán —dijo lanzando los ojos sobre el puente... —. ¿Y quién va a
poner las cadenas esta noche? Es conveniente observar algunas precauciones con el
viento de proa, puesto que el de popa no ha traído nada de provecho... Esta temporada
en el infierno están de moda las señoritas y estoy cansado de la larga ascensión a un
Vesubio en el que laten pollas extranjeras.
Necesito un Orient Express que me saque de aquí a ninguna parte, hay muchas
minas en la zona... Cavar todos los días un poco ayuda a pasar el tiempo...
Fantasmas pajilleros susurran su cálido aliento en el oído...
Dispárate el camino hacia la libertad.
—¡Cristo! —dice desdeñoso el Santo viejo, vicioso y mariquita, dándose polvos de
una copa de alabastro... —. ¡Un aficionado de tres al cuarto! ¿Crees que yo me rebajaría
a realizar un milagro... ? Ese tendría que haberse dedicado a ir por las ferias: «Pasen,
primos y panolis, pasen y traigan a sus niños también. Lo mejor para jóvenes y viejos,
hombres y bestias... El verdadero Hijo del Hombre curará las purgaciones del joven con
una mano, sólo con tocarlo, señores, y creará marihuana con la otra mientras camina
sobre las aguas y echa vino por el culo... No se acerquen demasiado, señoras y señores,
porque pueden sufrir las radiaciones que acumula nuestro artista. »
»Y además, cariño, lo conocí cuando... Me acuerdo que hacíamos un número de
imitadores —de primera categoría, claro— en Sodoma, que es un sitio de mala muerte...
Justo para escapar del hambre... Bueno, pues ese individuo, ese puto filibustero que
venía de Baal o algún sitio así, va y me llama maricón de mierda en la misma pista. Y
yo le dije: "Tres mil años en el mundo del espectáculo y nunca se ha podido decir nada
de mí. Además, no tengo por qué aguantar las porquerías de ningún mamón sin
circuncidar... " Después fue a mi camerino a pedirme perdón... Y resulta que era un gran
médico. Y además, un tipo encantador...
»—¿Buda? Un yonqui metabólico, lo sabe todo el mundo... Se la fabrica él mismo,
¿entiendes? En la India no tienen sentido del tiempo, el Hombre llega muchas veces
hasta con un mes de retraso... "Espérate a ver, ¿en qué monzón estamos, en el segundo o
en el tercero? Tengo una cita en Ketchupore sobre poco más o menos. "
»Todos los yonquis sentados por aquí en postura de loto, escupiendo en el suelo y
esperando al Hombre.
»Y entonces dice Buda: "No estoy dispuesto a aguantar más este coñazo. Como hay
Dios que me metabolizaré mi propia droga. "
»—No puedes hacer eso, hombre, se te van a echar encima los de la contribución.
»—A mí no me tocan. Tengo un truco, ¿sabes? A partir de este momento me
convierto en santón y que se jodan.
»—¡Coño, jefe, eso es vista!
»—Hay algunos ciudadanos que se pasan muchísimo cuando descubren la Nueva
Religión. Son individuos frenéticos que no saben cómo desenvolverse. No tienen clase...
Además, cualquier día los linchan porque, ¿quién aguanta a una gente que anda por ahí
siendo mejor que todos los demás? "¿Qué pretendes, Jack, conseguir que la gente lo
pase mal...?" Así que es mejor tomárselo con calma, ¿entiendes?, con calma... No hay
más propuesta que tomarlo o dejarlo, amigos. No vamos a meternos nada en el alma por
la fuerza como hacen algunos personajillos de mala muerte que no debemos mencionar,
como si no existieran. Despejen la cueva, para el acto. Voy a metabolizar un speed-ball
y soltar el Sermón del Fuego.
»—¿Mahoma? ¿Estás de broma? Se lo inventó la Cámara de Comercio de La Meca
—y el guión lo escribió un publicitario egipcio en baja forma por empinar demasiado el
codo.
»—Ponme otro más, Gus. Y después me iré a casa, por Alá, y recibiré una sura...
Verás cuando llegue al zoco la edición de la mañana. Menudo palo le pego a Imágenes
Reunidas.
»El barman levanta la vista de su boleto de apuestas:
»—Sí. Y su condena será terrible.
»—Oh... ah... del todo. Bueno, Gus, te rimaré un cheque.
»—Sus cheques sin fondos son más conocidos que el TBO en toda La Meca, señor
Mahoma. Y yo no leo tebeos.
»—Bueno, Gus, puedo hacer dos clases de publicidad, a favor y de la otra. ¿Quieres
que te haga un poco de la otra ya? Es muy posible que reciba una sura sobre los
camareros que no fían a los que están necesitados.
»—Y su condena será terrible. Arabia vendida. —Salta por encima de la barra—. Se
acabó lo que se daba, Ahmed. Recoge tus suras y largo. Bueno, yo te ayudaré. Y no
vuelvas.
»—¡Ya verás lo que te cae por incrédulo, mamón! Te dejaré tan cerrado y reseco
como el ojo del culo de un yonqui. Por Alá que dejaré seca la península entera.
»—Es ya un continente...
»—Lo que dijo Confucio puedes dejarlo con el niño Juanito y su perrito. ¿Lao-tzu?
Ya está dado de baja... Y basta ya de tanto santurrón con cara patética de consternación
como si les estuvieran dando por el culo y no se dieran por enterados. ¿Hay alguna
razón para dejar que un viejo aficionado sin suerte nos explique lo que es la sabiduría?
"Tres mil años en el mundo del espectáculo y nunca se ha podido decir nada de mí... "
»—Primero se encarcela a todos los fácticos junto con los chulos de maricón y los
que profanan a los dioses del comercio jugando a la pelota en las calles, y algún viejo
cabrón de pelo blanco sale dando tumbos para ofrecernos los honores de su
intelectualidad alcohólica. ¿Nunca nos veremos libres de ese necio de barba gris que se
oculta en cada una de las cumbres del Tibet, que surge de una choza del Amazonas, que
te sale al paso en el Bowery? "He estado esperándote, hijo mío", y te suelta el
cargamento entero. "La vida es una escuela en la que cada alumno tiene una lección
diferente que aprender. Y ahora abriré ante ti mi oculto Tesoro de Palabras... "
»—Mucho me lo temo.
»—Oh, no, nada detiene a la marea en su ascenso.
»—No puedo detenerle, chicos. Sauve qui petu.
»—Te juro que después de estar con el Sabio no me siento como un ser humano.
Convierte los orgones de la vida en mierda muerta.
»—De modo que ahí va una exclusiva: ¿Por qué no suelto la palabra viva? Porque
la palabra no puede ser expresada directamente... Puede indicarse quizá mediante un
mosaico de yuxtaposiciones como los objetos abandonados en el armario de un hotel,
definirse por negación y ausencia...
»—Creo que me haré reducir la barriga... puede que ya no sea joven, pero sigo
siendo deseable. »
(La barriga se reduce con una intervención quirúrgica en la que se quita grasa del
estómago y vientre, y al mismo tiempo se realiza un pliegue en la pared abdominal,
creándose así un Corsé de Carne. Este, sin embargo, siempre correrá peligro de
romperse y dejar que tus intestinos de toda la vida se desparramen por el suelo... Los
modelos de C. de C. más favorecedores y adelgazantes son, naturalmente, los más
peligrosos. De hecho, los modelos más exagerados se conocen en la profesión con las
siglas S. U. N.: Sólo Una Noche.
El doctor Rindtfest, el Garabatos, declara con franqueza:
—La cama es lo más peligroso que hay para alguien con un C. de C.
El tema musical del C. de C. es «Ay, si todos estos dulces y juveniles encantos... »
Evidentemente, un compañero de cama con C. de C. es susceptible de «escurrirse entre
tus brazos como un regalo de las hadas que se desvanece».)
En una sala de museo blanca llena de luz desnudos rosa de veinte metros de alto.
Amplio murmullo adolescente.
Barandilla plateada... precipicio de trescientos metros sobre los destellos del sol.
Verdes huertos de repollos y lechugas. Jóvenes morenos con azuelas espiados por el
marica viejo desde el otro lado del canal de desagüe.
—Ay, querido, ¿crees que usarán excremento humano de abono? A lo mejor se
ponen a hacerlo ahora mismo.
Hace aparecer unos gemelos de teatro de nácar. Mosaico azteca bajo el sol.
Una larga hilera de jóvenes griegos asciende con copas de alabastro llenas de
mierda; las vacían en la oquedad de la marga caliza.
El viento de la tarde agita los álamos polvorientos al otro lado de la plaza de toros
de ladrillo rojo.
Cubículos de madera en torno a una fuente termal... restos de muros en ruinas entre
los chopos del soto... bancos como de metal pulido por las masturbaciones de un millón
de chavales.
Muchachos griegos blancos como el mármol joden a lo perro en el pórtico de un
gran templo dorado... un Chaquetero desnudo tañe el laúd.
Andando por las pistas con su jersey rojo se encontró a Sammy, el hijo del guarda
del muelle, con dos chicos mexicanos.
—Eh, flacucho —dijo—, ¿quieres echar un polvo?
—Bueno... vale.
El mexicano le puso a cuatro patas encima de un colchón de paja —chico negro
bailando alrededor de ellos, marcando el ritmo... el sol que entra por un agujero de la
madera le ilumina en rosa la polla.
Restos de rosa intenso manchan el azul pastel del horizonte donde grandes colinas
de hierro se estrellan en jirones.
—Está bien. —El dios grita sus tres mil años de espera a través de ti...
Una pirámide de cráneos de cristal deja hecho añicos el invernadero bajo la luna de
invierno...
La Americana ha dejado tras ella un perfume de veneno que flota en la humedad del
jardín... una fiesta de verano en Saint Louis.
Estanque cubierto de limo verde en un jardín francés abandonado. Enorme rana
patética se eleva lentamente desde el agua tocando el clavicordio sobre un escenario de
barro.
Un sollubi se precipita dentro del bar y se pone a limpiar los zapatos del Santo con
la grasa de su nariz... El Santo le da una patada despectiva en la boca. El sollubi grita,
gira sobre sí mismo y se caga encima de los pantalones del Santo. Luego sale zumbando
a la calle. Un chulo le sigue con la mirada, pensativo...
El Santo llama al encargado:
—Pero, por Dios, Al, ¿qué clase de tugurio es éste? Unos acampanados de alpaca
recién estrenados...
—Perdona, Santo. Se me coló.
(Los Sollubis son una casta de intocables de Arabia, notorios por la más abyecta
indignidad. Los cafés de lujo disponen de sollubis que lamen el culo de los clientes
mientras comen —con tal propósito, los asientos están provistos de agujeros—. Los
ciudadanos que desean ser humillados y degradados hasta el máximo —cosa que hace
mucha gente hoy en día, con la esperanza de robar la salida— se ofrecen a los
campamentos Sollubi como sujetos pasivos del coito anal... No hay nada como eso,
según tengo entendido... De hecho, los sollubis tienden a hacerse ricos y arrogantes y a
olvidar la abyección de su cuna. ¿Cuál es el origen de los intocables? Quizá una casta de
sacerdotes en desgracia. De hecho, los intocables realizan una función sacerdotal al
tomar sobre sí mismos toda la inmundicia humana.)
A. J. pasea por el mercado con capa negra y un buitre trepado en un hombro. Se
detiene junto a la mesa de unos agentes.
—Les contaré algo bueno. Chico de quince años, en Los Angeles. El padre dice que
ya es hora de que eche su primer polvo. El chico tumbado en el césped leyendo tebeos.
Sale el padre y dice: «Hijo, aquí tienes veinte dólares; quiero que te busques una buena
puta y le pegues un buen palo. »
»De manera que coge el coche y se lo lleva a una casa de putas finas y le dice:
"Bueno, hijo. Arréglatelas tú solo. Llama al timbre y cuando te abran le das los veinte
dólares a la mujer y le dices que quieres pegarle un palo. "
»—Vale, papi.
»Como al cuarto de hora, sale otra vez el chico.
»—Qué, hijo, ¿ya has echado el palo?
»—De buten. La fulana me abrió la puerta y le dije que quería pegar un palo y le
solté los veinte machacantes. Subimos a su cuarto y se puso en pelotas y yo saqué mi
cadena y le solté un palo del copón y la tía empezó a armar semejante cristo que tuve
que coger un zapato y machacarle la sesera. Después me la follé para quedarme
contento.
Sólo quedan los huesos, riendo, la carne pasa las colinas, a lo lejos, con el viento del
amanecer y el silbido del tren. No ignoramos que el problema existe, las necesidades de
nuestros representados están siempre presentes en nuestro pensamiento, en él residen
con toda seguridad porque, ¿quién podría desahuciarlos de nuestras sinapsis alquiladas
en permanencia?
Otro episodio de las aventuras de Clem Snide, el Ojete de Lince:
—Así que entro en el tugurio aquel y veo una furcia sentada en la barra y me digo:
«Dios mío, una poule de luxe. » Quiero decir que era como si ya hubiese visto antes a la
fulana aquella. Así que al principio no le hago caso y luego la descubro frotándose un
muslo con otro y que levanta los pies hasta la cabeza y la baja para hacerse un tipo de
lavaje con un chisme que le sale de la nariz que no hay cristiano que no se entere.
Iris —mitad china y mitad negra —adicta a la dihidroxiheroína —se pega un chute
cada cuarto de hora, con lo que se deja las agujas y goteros puestos por todo el cuerpo.
Las agujas se oxidan dentro de la carne seca que, aquí y allá, las ha ido cubriendo
completamente hasta formar quistes blandos de un marrón verdoso. Ante ella, sobre la
mesa, un samovar con té y una cesta con diez kilos de azúcar morena. Nadie la ha visto
nunca tomar otra cosa. Sólo justo antes de cada pinchazo oye lo que le dicen o dice algo
ella. Hace alguna indicación aséptica, objetiva; referente a su propia persona.
—Se me está taponando el ojo del culo.
—Me salen unos jugos verdes terribles por el coño.
Iris es uno de los proyectos de Benway.
—El cuerpo humano puede funcionar a base de azúcar sólo, me cago en Dios... Soy
consciente de que algunos de mis ilustres colegas que tratan de empequeñecer mi genial
trabajo, pretenden que introduzco clandestinamente vitaminas y proteínas en el azúcar
de Iris... Desafío a esos tontos del culo sin nombre a que se arrastren fuera de sus
letrinas y hagan un análisis in situ del azúcar de Iris, y de su té. Iris es un coño
norteamericano integral. Niego categóricamente que se esté alimentando de semen. Y
permítanme aprovechar esta oportunidad para declarar que soy un científico respetable,
no un charlatán, un iluminado, o un presunto hacedor de milagros... Nunca he
pretendido que Iris pudiera subsistir exclusivamente por fotosíntesis... No he dicho que
pueda aspirar dióxido de carbono y exhalar oxígeno... confieso que me he sentido
tentado de hacer el experimento, pero naturalmente, mi ética profesional me detuvo...
En resumen, las viles calumnias de mis ruines enemigos se volverán inevitablemente
contra ellos, y vendrán al plato como buenos palomos.
GENTE NORMAL Y CORRIENTE
Comida del Partido Nacionalista con vistas al Mercado. Puros, whisky, eructos
discretos... El líder del Partido se pasea en chilaba, tomando whisky y fumando un puro.
Lleva zapatos ingleses caros, calcetines chillones, ligas, piernas musculosas, peludas...
En conjunto, aspecto de gángster triunfador disfrazado.
LÍDER (señalando con gesto dramático). —Mire allí. ¿Qué ve usted?
LUGARTENIENTE. —Hum. Bueno, veo el Mercado.
LÍDER. —No, no ve eso. Ve hombres y mujeres. Gente normal y corriente
haciendo las cosas normales y corrientes de todos los días. Viviendo sus vidas normales
y corrientes. Eso es lo que necesitamos...
Un golfillo trepa hasta la barandilla de la terraza.
LUGARTENIENTE. —¡No, no queremos comprar condones usados! ¡Largo!
LÍDER. —¡Espera... ! Ven aquí, muchacho. Siéntate... Toma un cigarro... Tómate
una copa.
Da vueltas alrededor del chico como un gato montes cachondo.
—¿Qué piensas de los franceses?
—¿Hu?
—Los franceses. Esos cabrones colonialistas que os están chupando los glóbulos
vitales.
—Mire, míster. Chuparme los glóbulos son doscientos francos. No he bajado la
tarifa desde el año de la peste, cuando murieron todos los turistas, hasta los
escandinavos.
LÍDER. —¿Ve usted? Un chico de la calle perfecto, sin adulteraciones.
—Usted sí que sabe encontrarlos, jefe.
—M. I. nunca falla.
LÍDER. —Mira, chico, vamos a decirlo de otra manera. Los franceses os han
arrebatado vuestra herencia.
—¿O sea, como el Banco de la Amistad... ? Tienen a un eunuco egipcio sin dientes
para hacer el trabajo. Suponen que provoca menos antagonismo, ¿sabe?, siempre se baja
los pantalones para que se vea su estado. «Mire, soy un pobre eunuco viejo y sólo trato
de mantener mi hábito. Me gustaría darle otro plazo para el riñón artificial, señora, pero
tengo que cumplir con mi trabajo, y punto... Desconectadla, chicos. » Deja ver las
encías con un gruñido imperceptible. «Por algo me llaman Nellie el Embargos. »
»Así que desconectan a mi propia madre, esa santa zorra vieja, y empieza a
hincharse y a ponerse negra y el zoco apesta a meados y los vecinos protestan a la Junta
de Sanidad y mi padre dice: "Es la voluntad de Alá. Ya no volveré a tirar mi dinero por
la cañería como si lo meara. "
»Los enfermos me dan asco. Cuando alguien empieza a hablarme del cáncer de
próstata o de su tabique podrido y sus secreciones de pus, le digo: "¿Te crees que tengo
el más mínimo interés en que me expliques tu asqueroso estado? No me interesa nada
de nada. "
LÍDER. —Muy bien. Corta. Odias a los franceses, ¿no es cierto?
—Míster, yo odio a todo el mundo. El doctor Benway dice que es cosa metabólica,
algo que tengo en la sangre... Los árabes y los norteamericanos la tenemos especial... El
doctor Benway está preparando un suero.
LÍDER. —Benway es un agente occidental infiltrado.
LUGARTENIENTE 1. °. —Un puerco judío francés...
LUGARTENIENTE 2. °. —Un culo cagado de negro judío comunista de mierda.
LÍDER. —¡Cállate, imbécil!
LUGARTENIENTE 2. °. —Perdone, jefe. Estoy para que me destinen a oficinas.
LÍDER. —No te acerques a Benway. (Aparte: «Me pregunto si se tragará esto.
Nunca se sabe lo primitivos que son. ») En confianza, hace magia negra.
LUGARTENIENTE 1. °. —Tiene un demonio contratado.
—¡Aja!... ! Bueno, tengo que ir a ver a un cliente norteamericano con tela en
cantidad. Un tío con clase de veras.
LÍDER. —¿No te das cuenta de que es una vergüenza arrendar tu culo a pijos
infieles y extranjeros?
—Bueno, hay otros puntos de vista. Que ustedes lo pasen bien.
LÍDER. —Igualmente. —Sale el chico—. No tienen solución, se lo aseguro, no
tienen solución.
LUGARTENIENTE 1. °. —¿Qué es eso del suero?
LÍDER. —No lo sé, pero suena peligroso. Será mejor que situemos un localizador
telepático sobre Benway. No hay que fiarse de él. Puede hacer casi cualquier cosa...
Convertir una matanza en una orgía sexual...
—O en una broma.
—Exactamente. Un tipo habilidoso... Sin principios...
UN AMA DE CASA NORTEAMERICANA (abriendo una caja de Lux). —¿Por
qué no tiene una célula fotoeléctrica que abra la caja en cuanto me vea y se ponga sola
en el Sirviente Perfecto Automático para que la meta en el agua... ? El Sirviente
Perfecto está sin control desde el jueves y está empezando a pasar a lo físico sin que le
haya puesto ese programa para nada... Y el Sistema de Trituración de Basuras me tira
mordiscos y el cerdo del Turmix viejo queriendo meterme mano todo el rato... Tengo un
catarro horroroso y el intestino fatal, estreñido... Voy a poner al Sirviente Perfecto el
programa para que me dé lavativas.
VENDEDOR (está entre Latah agresivo y Emisor tímido). —Recuerdo cuando
viajaba con K. E., el hombre con más ideas de toda la industria de electrodomésticos.
»—¡Imagínate! —suelta—. ¡Una desnatadora en su cocina!
»—Se me va la cabeza sólo de pensarlo, K. E.
»—Puede que falten cinco, diez, sí, tal vez veinte años... Pero llegará.
»—Esperaré, K. E. Esperaré todo lo que haya que esperar. Cuando empiecen a
llamar a los primeros números en el más allá, allí estaré.
»K. E. fue el que sacó el Pulpo para salones de masaje, peluquerías y baños turcos,
un chisme para administrar al cliente lavativas, masajes inmorales y champúes al mismo
tiempo que le corta las uñas de los pies y le quita las espinillas. Y el Doctor Para Todo,
para médicos muy ocupados que te quitaba el apéndice, te corregía una hernia, te
operaba las almorranas y te hacía la circuncisión. Bueno, K. E. es un vendedor tan
atómico que si se queda sin Pulpos sobre la marcha le vende un Doctor Para Todo al
peluquero y algún ciudadano se despertará con las almorranas cepilladas...
»—Dios mío, Basilio, ¿qué clase de antro es éste? Me han violado en pandilla.
»—Bueno, se lo juro, lo único que quería era hacerle nuestra lavativa de regalo,
gratuita, del día de Acción de Gracias. K. E. ha debido de venderme el material
equivocado otra vez...
CHAPERO. —¡Lo que hay que aguantar en este trabajo! Si te cuento las
proposiciones que me hacen no te lo creerías... Quieren jugar a latahs, quieren
fusionarse con mi protoplasma, quieren una sesión de pinchar figuras, quieren chuparme
los orgones, quieren quedarse con mi experiencia anterior y dejarme viejos recuerdos
que me dan asco...
»Estaba jodiéndome el individuo aquel y pienso: "Por fin un cabrito normal", pero
empieza a correrse y se convierte en una especie de cangrejo espantoso... Le dije: "Mira,
tío, no tengo por qué aguantarte el numerito éste... puedes ir a montarlo a un cabaret de
locas. " Hay gente que no tiene clase. Y otro personaje, un individuo espantoso, se
sienta ahí y telepatiza y suelta la leche en los calzoncillos. Muy desagradable.
Los jóvenes vagabundos retroceden en medio de la confusión más absoluta hasta la
linde de la red soviética donde los cosacos ahorcan a los rebeldes a los sones salvajes de
las gaitas y los chicos suben por la Quinta Avenida para ser recibidos por Jimmy
Walkover con las llaves del Reino y no hay ninguna atadura, llévalas sueltas en el
bolsillo...
¿Por qué esa palidez, esa debilidad, bello bujarrón? Olor a sanguijuelas muertas en
una lata oxidada abrochadas sobre la herida viva, sorben el cuerpo y la sangre y los
huesos de Criiiiisto, le dejan paralítico de cintura para abajo.
Entrega tus papeles, chico, tu dulce papito pasó el examen tres años antes y sabe
todas las respuestas para los Campeonatos del Mundo.
Traficantes de abortones persiguen a una vaca preñada hasta que alumbra. El
campesino inicia la covada, se revuelca en la mierda dando gritos. El veterinario pelea
con un esqueleto de vaca. Los traficantes se ametrallan entre sí, regatean silos y
tractores, artesas de grano, pacas de heno, pesebres, por el enorme establo rojo. Ha
nacido el tercero. Las fuerzas de la muerte se funden en la mañana. Un joven campesino
se arrodilla con devoción... Su garganta late bajo el sol naciente.
Yonquis sentados en las escaleras de la Audiencia esperando al Hombre. Aldeanos
sureños con stetsons negros y levis raídos amarran a un chico negro a una vieja farola de
hierro y lo empapan con gasolina ardiendo... Los yonquis se precipitan sobre él para
aspirar el humo de la carne hasta bien dentro de sus pulmones doloridos... Un verdadero
alivio...
EL OFICIAL DEL JUZGADO. —O sea, que yo estaba sentado delante de la tienda
de Jed, allí en Coño Lamido, con la picha tan tiesa como un pino teca y apretando
contra el levis, latiendo al sol... Bueno, pues pasa el bueno del doctor Scranton, un buen
muchacho, no hay en todo el valle un tío mejor que el doctor Scranton. Tiene el ojo del
culo prolapsado y cuando quiere que se lo folien te acerca el culo sacando un metro de
in-tes-ti-no... Si está por la labor, suelta un trozo de tripa por la ventana de su despacho
hasta la cervecería de Roy y lo pone a buscar una picha a tientas, palpando como un
lución... Así que el bueno de Scranton ve mi pija y se para como un perro haciendo la
muestra y me dice: «Luke, ¿te tomo el pulso desde aquí?»
Browbeck y el joven Seward luchan contra los capadores de cerdos por establos,
gallineros y perreras alborotadas... caballos que relinchan dejando al aire grandes
dientes amarillos, vacas que mugen, perros que aúllan, gatos que se aparean entre
llantos de niño, una piara de cerdos enormes organiza un griterío tremendo, los lomos
erizados. Browbeck el Nervioso ha caído bajo la espalda del joven Seward, aferra los
intestinos azules que brotan de una raja de veinte centímetros. El joven Seward corta la
pija de Browbeck y la blande, latiendo, en el rosa brumoso de la aurora...
Browbeck grita... los frenos del metro escupen ozono...
—¡Atrás, amigos... ! ¡Atrás!
—Dicen que le empujó alguien.
—Andaba dando bandazos como si no viese bien.
—Demasiado humo en los ojos, seguro.
En la taberna, Mary la Gobernanta Lésbica resbala sobre una compresa
ensangrentada y cae al suelo... Un maricón de al menos ciento cincuenta kilos la pisotea
hasta machacarla, mientras relincha apasionadamente.
Canta con una voz de falsete espantosa:
Pisa los racimos en las cubas que guardan las uvas de la ira,
Desata el rayo fatal de su espada terrible y veloz.
Desenfunda una espada de madera dorada y da tajos al aire. Se le suelta el corsé que
sale zumbando contra la diana de los dardos.
El estoque del torero viejo pincha en hueso y sale zumbando contra el corazón del
Espontáneo, deja clavado en el burladero su valor por demostrar.
—O sea, que un maricón elegante llega de Coño Lamido, Texas, a Nueva York, y
resulta que es el marica más elegante de todos y se lo rifan todas las viejas del tipo de
las que se nutren de mariquitas jóvenes, esas viejas depredadoras sin dientes, demasiado
débiles y demasiado lentas para atrapar otras presas. Viejas tigresas apolilladas que se
vuelven devoradoras de maricas por cojones... Así que como el individuo aquel era una
mariquita muy dispuesta y mañosa, empezó a hacer cosas de pedrería y joyería. Todas
las zorras viejas del Gran Nueva York quieren que les haga un aderezo y empieza a
hacer dinero, el 21, el Morocco, el Stork, pero no hay tiempo para el sexo, todo el rato
preocupado por su reputación... Empieza a jugar en las carreras; se supone que hay algo
masculino en lo de jugar, sabe Dios por qué, y se imagina que será bueno para el
negocio que lo vean por el hipódromo. Hay pocos maricones que apuesten a los
caballos, y los que apuestan pierden más que los otros, son unos jugadores fatales, se
meten de cabeza a todo cuando van perdiendo y se retiran cuando ganan... en fin, la
misma historia de sus vidas... Y hasta los niños saben que en el juego hay una ley: el
ganar y el perder vienen por rachas. Métete a fondo cuando estés ganando, retírate
cuando pierdas. (Una vez conocí a un marica que metía la mano en el cajón, pero no
metía dos mil a ganador por una cabeza o a Sing-Sing. No, Gertrie, no... Oh, no, sólo
dos pavitos cada vez...)
»Así que pierde y pierde y vuelve a perder. Un día, en el momento de ir a poner una
piedra en una joya, se le ocurre lo de siempre. "Naturalmente, luego la devolveré. "
Ultimas palabras de lo más conocidas. Y aquel invierno, diamantes, esmeraldas, rubíes,
perlas y zafiros imperiales del gran mundo van siendo empeñados uno tras otro y
sustituidos por imitaciones falsas...
»La noche de inauguración de la temporada de ópera llega una vieja cacatúa
creyéndose resplandeciente con su tiara de brillantes. Y se le acerca otra vieja puta y le
dice: "Oh, Miggles, cómo eres de lista... dejar las buenas en casa... debemos de estar
locas para andar tentando al destino. "
»—Te equivocas, querida. Estas son las piedras buenas.
»—Pero, Miggles, mi amor, estás loca... Pregúntale a tu joyero... Bueno,
pregúntaselo a cualquiera. Ja ja ja.
»O sea que convoca a toda prisa un aquelarre. (Lucy Bradshinkel, mira tus
esmeraldas.) Todas las brujas aquellas examinan sus piedras como un individuo que
descubre síntomas de lepra.
»—¡Mi rubí sangre de pichón!
»—¡Mis opeloz neglos! Vieja zorra casada tantas veces con tantos amarillos y
tantos hispanos que confundes los acentos con los pedos...
»—¡Mi zarifo imperial! —chilla una poule de luxe—. ¡Oh, qué espanto!
»—¡Pero si parecen totalmente de Woolworth... !
»—No hay más que una solución. Voy a llamar a la policía —dice un vejestorio
valiente y decidido; y sale pisando fuerte con sus tacones bajos y llama a la bofia.
»Total, que a la maricona joven le caen dos años; en la trena conoce a un elemento
que es una especie de chulo barato y nace el amor o por lo menos un facsímil que deja a
ambas partes convencidas de ello. Y como exige el guión, los sueltan casi a la vez y
fijan su residencia en un piso del Lower East Side... Y cocinan en casa y los dos
trabajan en cosas modestas pero legales... Y así Brad y Jim son felices por primera vez.
»Entran fuerzas del mal... Lucy Bradshinkel viene a decir que todo está perdonado.
Confía en Brad y quiere ponerle un estudio. Tendrá que cambiarse a la zona de las
calles Sesenta Este, naturalmente... "Este sitio es imposible, querido, y tu amigo... " Y
una gente conocida quiere a Jim para que lleve un coche. Es subir un peldaño,
¿entiendes? Que te lo ofrezcan unos individuos que apenas si te conocen de vista, quiero
decir.
»¿ Volverá Jim a delinquir? ¿Sucumbirá Brad a los halagos de un vampiro
envejecido, una loba voraz... ? No hace falta decir que las fuerzas del mal son
rechazadas y salen gruñendo y rezongando amenazadoras:
»—Esto no le va a gustar nada al Jefe.
»—No sé cómo se me habrá ocurrido perder el tiempo con una mariquita como tú,
ordinario.
»Los chicos pronto están junto a la ventana de su aposento, abrazados, mirando el
puente de Brooklyn. Un tibio viento de primavera agita los rizos negros de Jim, los
suaves cabellos teñidos con henna de Brad.
»—Bueno, Brad, ¿qué hay de cena?
»—Vete a la habitación y espera. —Lo echa de la cocina con un gesto juguetón y se
pone el delantal.
»La cena es el coño de Lucy Bradshinkel, saignant a la papillote de tampax. Los
chicos comen alegremente mirándose a los ojos. Les resbala la sangre por la barbilla.
Que el azul del alba atraviese la ciudad como una llamarada... Los patios están
limpios de fruta y los cubos de ceniza dejan ir a sus muertos encapuchados...
—¿Cuál es el camino de Tipperary, señora?
Más allá de las colinas y lejos, hacia las praderas azules... A través de la hierba
abonada, harina de huesos, hasta el estanque helado donde los peces de colores esperan
inmóviles la primavera.
La calavera grita y rueda escaleras arriba para arrancar de una dentellada la pija del
marido infiel que se aprovecha del dolor de oídos de su esposa para hacer lo que no
debe. El joven marino de agua dulce se pone el sueste y pega a su mujer en la ducha
hasta matarla.
BENWAY. —No te lo tomes tan a pecho, niño... «Jeder macht eine kleine
Dummheit. » (Todos cometen alguna estupidez.)
SCHAFER. —Le aseguro que no puedo evitar una sensación... no sé, de maldad en
este asunto.
BENWAY. —Música celestial, muchacho... Somos hombres de ciencia...
Científicos puros. Investigación desinteresada y maldito sea quien diga: ¡Alto, eso es
demasiado! Esa gente no son más que charlatanes políticos.
SCHAFER. —Sí, sí, por supuesto... pero sin embargo... no puedo quitarme ese
hedor de los pulmones...
BENWAY (irritado). —Ninguno de nosotros puede... Nunca hemos olido nada ni
remotamente parecido... ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! ¿Qué sucedería si administrásemos
curare y pulmón de acero durante un ataque de manía agudo? Posiblemente el paciente,
incapaz de descargar sus tensiones mediante actividad motriz, sucumbiría de inmediato,
como una rata de la selva. Una causa de muerte interesante, ¿eh?
Schafer no ha oído:
—¿Sabe? —dice impulsivamente—, me parece que voy a volver a la cirugía normal
de toda la vida. El cuerpo humano es de una ineficencia escandalosa. En vez de tener
una boca y un ano que se estropean, ¿por qué no tenemos un solo agujero para todo,
para comer y para eliminar? Podríamos ocluir boca y nariz, rellenar el estómago y hacer
un agujero para el aire directamente en los pulmones, que es donde debía de haber
estado desde el principio...
BENWAY. —¿Y por qué no un glóbulo para todo? ¿Le conté alguna vez lo del
hombre que enseñó a hablar a su culo? Movía el abdomen entero arriba y abajo,
¿entiende?, pedorreaba las palabras. Nunca había oído nada semejante.
»El habla del culo aquel tenía una especie de frecuencia intestinal. Te pegaba justo
en los labios, y te entraban las ganas. Como cuando el colon avisa y sientes una especie
de frío por dentro y sabes que no tienes más remedio que soltar la tripa, ¿entiendes?
Pues aquella voz te pegaba justo ahí abajo, un sonido espeso, pringoso, borboteante, un
sonido que se podía oler.
»El hombre trabajaba por las ferias, ¿entiende?, y al principio era como un número
de ventrílocuo nuevo. Y muy divertido, además, por entonces. Hacía un número que se
llamaba "El Ojo Mejor" que era la monda, se lo juro. Se me ha olvidado cómo era, pero
era muy divertido. Algo como: "Oye, tú, ¿sigues ahí abajo todavía?"
»—¡No! ¡Me he ido a cagar!
»Al cabo de un tiempo, el culo empezó a hablar por sí solo. Salía a escena sin nada
preparado y el culo se ponía a improvisar y le daba la réplica en los chistes todas las
veces.
»Luego fue desarrollando una especie de dientes, como ganchos ásperos curvados
para adentro, y empezó a comer. Creyó que era algo simpático y montó un número con
eso, pero el ojete se dedicaba a comerle los pantalones y quedar al aire y empezar a
hablar por la calle, vociferando que quería igualdad de derechos. Y además se
emborrachaba y le daban lloronas, que nadie le quería ni le besaban, todas las bocas. Y
acabó por pasarse hablando todo el día y otra vez, darle puñetazos, meterle velas
encendidas dentro, pero nada servía de nada y el ojete le dijo: "Al final serás tú el que se
calle, no yo. Porque ya no haces ninguna falta. Y puedo hablar y comer y cagar. "
»Después empezó a despertarse por las mañanas con algo como una cola de
renacuajo por la boca, llena de una gelatina transparente. Lo que los científicos llaman
T. N. D., un Tejido No Diferenciado, que se reproduce en todo tipo de zonas del cuerpo
humano. Se lo arrancaba de la boca y se le quedaban trozos pegados en las manos como
gelatina de gasolina ardiendo y allí nacían, crecían en cualquier sitio en que le cayera
una gota encima. Hasta que por fin se le obturó la boca y se le hubiera amputado
espontáneamente la cabeza entera (¿sabías que en algunas zonas de África, y sólo entre
los negros, se da una enfermedad en la que el dedo meñique se amputa
espontáneamente?), de no ser por los ojos, ¿entiendes? Lo único que el ojo del culo no
podía era ver. Necesitaba los ojos. Pero las conexiones nerviosas quedaron bloqueadas e
infiltradas y atrofiadas y el cerebro no podía seguir dando órdenes. Estaba atrapado en
el cráneo, tapiado. Durante un tiempo podía verse a través de los ojos cómo sufría el
cerebro, silencioso e impotente, pero seguramente se murió porque los ojos se
apagaron, y ya no reflejaban más sentimientos que un ojo de cangrejo en la punta de
una antena.
»Es el sexo que escapa al censor, se cuela entre los distintos despachos, porque
siempre hay un intersticio, en la música popular, en las películas de serie B, que deja
ver la podredumbre fundamental de Norteamérica, que salta como un forúnculo
aplastado, que salpica pegotes de T.N.D. que caen por todas partes y hacen brotar
formas espantosas. Unas estarán formadas enteramente de tejido eréctil, como de pene,
otras serán vísceras apenas recubiertas de piel, racimos de tres y cuatro ojos apiñados,
revoltijos de boca y ojos de culo humanos agitados y servidos según salgan.
»El resultado final de la representación celular completa es el cáncer. La
democracia es cancerígena y su cáncer es la burocracia. Una oficina arraiga en un punto
cualquiera del Estado, se vuelve maligna como la Brigada de Estupefacientes, y crece y
crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si es controlada o extirpada, asfixia a su
huésped, ya que son organismos puramente parásitos. (En cambio, una cooperativa
puede vivir sin Estado. Es una ruta a seguir. Crear unidades independientes que
satisfagan las necesidades de quienes participan en el funcionamiento de cada unidad.
Una oficina opera a partir del principio contrario inventar necesidades para justificar su
existencia.) La burocracia es tan nefasta como el cáncer, supone desviar de la línea
evolutiva de la humanidad sus inmensas posibilidades, su variedad, la acción
espontánea e independiente, y llevarla al parasitismo absoluto de un virus.
»(Se cree que el virus es una degeneración de una forma de vida más completa. Es
posible que en otros tiempos tuviese incluso vida independiente. Ahora ha descendido a
la línea divisoria entre materia viva y muerta. Sólo presenta cualidades de ser vivo si
tiene un huésped, si usa la vida de otro: es la renuncia a la vida misma, una caída hacia
el mecanismo inorgánico, inflexible, hacia la materia sin vida.)
»La burocracia muere cuando se derrumba la estructura del Estado. Las oficinas son
tan incapaces e inadecuadas para tener existencias independientes como una solitaria sin
tripa, o un virus que ha matado a su huésped.
»Una vez en Timboctú vi un chico árabe que tocaba la flauta con el culo, y los
mariquitas me contaron que en la cama era algo único. Te tocaba una canción subiendo
y bajando por el órgano, apretando en los puntos erógenos, distintos en cada persona,
claro está. Cada amante tenía su propia canción, la perfecta para él, para llevarle al
orgasmo. El chico era un artista a la hora de improvisar nuevas combinaciones y
orgasmos especiales, algunos eran notas en lo desconocido, arpegios de apariencia
discordante que se desparraman súbitamente y se entrechocan con un impacto vistoso,
cálido y dulce.
El «Gordo» Terminal ha organizado una batida de babuinos culirrojos en
motocicleta.
Los Cazadores se han reunido en el bar El Enjambre a tomar un desayuno de caza.
Los Cazadores se pavonean como unos imbéciles narcisistas, con sus cazadoras de
cuero negro y sus cinturones claveteados, sacando músculo que hacen tocar a los
maricas. Todos llevan enormes pectorales postizos. De vez en cuando, uno de ellos tira
a un marica al suelo y le mea encima.
Beben ponche Victoria, una mezcla de paregórico, cantáridas, ron moreno fuerte,
coñac Napoleón y aguardiente. Lo sirven de un gran babuino dorado hueco, agachado
de pavor, que tira viajes a la lanza que lleva clavada en un costado. Si se le retuercen los
huevos, sale el ponche por la pija. De tanto en tanto, suelta un sonoro pedo y le salen del
culo entremeses calientes. Cada vez que eso sucede, los cazadores braman de risa
animal, y los maricas chillan y se retuercen.
El Montero Mayor es el Capitán Siempredura, que fue expulsado del 69.° de la
Reina por afanar un suspensorio en una partida de strip-poker. Motos que se inclinan,
saltan, dan vueltas de campana. Babuinos que escupen, chillan, cagan, luchan cuerpo a
cuerpo con los Cazadores. Motos sin piloto se arrastran por el polvo como insectos
paralíticos, atacando a babuinos y Cazadores...
El Líder del Partido avanza en triunfo entre las masas vociferantes. Un anciano
cargado de dignidad se caga ante su vista e intenta ofrecerse en sacrificio bajo las ruedas
del automóvil.
LÍDER. —No sacrifiques tu reseca persona bajo las ruedas de mi flamante Buick
Roadmaster automático, descapotable, neumáticos con banda blanca, ventanillas
hidráulicas y toda clase de cromados. Es un truco barato de moros (¡ojo con el acento,
Iván!), guárdalo para abono... Diríjase al servicio de conservación para consumar sus
excelentes propósitos...
Las tablas de lavar han caído, se mandan las sábanas a la lavandería para quitarles
esas manchas culpables... Emmanuel profetiza el Segundo Advenimiento...
Al otro lado del río, hay un chico con el culo como un melocotón; no era nadador,
ay, y perdí a mi Clementina.
Un yonqui está sentado con la aguja en espera del mensaje de la sangre, y el
timador palpa al primo con dedos de ectoplasma podrido...
La Hora de Higiene Mental del Doctor Berger... Fundido en negro.
TÉCNICO. —Bueno, escucha, lo repetiré bien despacio. «Sí» —asiente con la
cabeza—. Y acuérdate de la sonrisa... sonrisa —enseña unos horrorosos dientes
postizos como si parodiara un anuncio de pasta dentífrica—. «Nos gusta la tarta de
manzana y nos gustan nuestros vecinos. Así de sencillo... », y haz que suene sencillo, a
cosa de campo... Pon una expresión bovina, ¿vale? ¿Quieres la centralita otra vez? ¿O el
cubo?
SUJETO (psicópata criminal reformado). —¡No... ! ¡No... ! ¿Qué es bovino?
TÉCNICO. —Que parece una vaca.
SUJETO (con cabeza de vaca). —Muuu, muuu.
TÉCNICO (echándose atrás). —¡Demasiado! ¡No! Limítate a parecer normal,
¿entiendes?, sencillo como un buen paleto...
SUJETO. —¿Un primo?
TÉCNICO. —Bueno, un primo exactamente no. Este individuo no tiene malicia. Ha
tenido una ligera concusión... ¿Te das cuenta? Del tipo emisor y receptor telepáticos
extirpados. Aspecto de recluta... Cámara, acción.
SUJETO. —Sí, me gusta la tarta de manzana —su estómago gorgotea larga y
sonoramente. Estelas de saliva le cuelgan de la barbilla...
El doctor Berger levanta la vista de sus notas. Parece un búho judío con gafas
negras, le molesta la luz. Dice:
—Me temo que sea un sujeto inutilizable... Ocúpese de que pase a liquidación.
TÉCNICO. —Bueno, podríamos quitar el gorgoteo de la banda sonora, meterle una
sonda en la boca y...
BERGER. —No... Es inutilizable —mira al sujeto con asco, como si hubiera
cometido un faux-pas tremendo, buscar ladillas en el vestidor de la duquesa, por
ejemplo.
TÉCNICO (resignado y exasperado). —Traigan al sarasa curado.
Entra el homosexual reformado... Camina encerrado en una línea invisible de metal
incandescente. Se sienta ante la cámara y empieza a colocar el cuerpo en postura de
campesino. Los músculos se ponen en su sitio como elementos de un insecto
seccionado. Cara blanda y borrosa de estupidez pura:
—Sí —asiente y sonríe—, nos gustan nuestros vecinos. Así de sencillo —asiente y
sonríe y asiente y sonríe y...
—¡Corten! —grita el Técnico. Se lleva al homosexual curado que asiente y sonríe.
—Vamos a verlo.
El Asesor Artístico mueve la cabeza:
—Le falta algo. Le falta salud, para ser exactos.
BERGER (se levanta de un brinco). —¡Ridículo! Si es la salud personificada.
ASESOR ARTÍSTICO (muy digno). —Bien, si puede usted iluminar mi ignorancia
sobre el tema, doctor Berger, le agradecería que lo hiciera... Si puede llevar todo el
proyecto usted solo con su mente privilegiada, no sé para qué tiene necesidad de un
asesor artístico —sale con la mano en la cadera cantando por lo bajo «Cuando tú te
hayas ido... yo seguiré estando aquí».
TÉCNICO. —Traigan al escritor curado... ¿Que tiene qué? ¿Budismo... ? Ah, que
no puede hablar. Pues a ver si empieza por ahí, ¿vale? —se vuelve hacia Berger—. El
escritor no puede hablar... Sobreliberación, diría yo. Desde luego, podríamos doblarle...
BERGER (cortante). —No, eso no nos sirve... que traigan a otro.
TÉCNICO. —Estos dos han sido mis niños mimados. Les he dedicado más de cien
horas extras que todavía no me han sido compensadas.
BERGER. —Reclamación por triplicado... Formulario seis mil noventa.
TÉCNICO. —¿Ahora va a explicarme cómo reclamar? Vamos, doctor, usted dijo
una vez que «hablar de un homosexual curado es como: cómo puede un individuo estar
completamente sano con cirrosis terminal». ¿No recuerda?
BERGER. —Oh, sí. Eso está muy bien visto, desde luego —gruñe rabioso—. Pero
no pretendo ser escritor —escupe la palabra con un odio tan feroz que el Técnico
retrocede aterrado...
TÉCNICO (aparte). —Tiene un olor insoportable. A cultivos de reproducciones
podridas... a pedo de planta carnívora... a eructo de Schafer —parodia la manera
académica—. Curioso reptil... La cuestión es, doctor, ¿cómo pretende usted que un
cuerpo goce de buena salud si le han lavado el cerebro... ? O dicho de otra manera,
¿puede un sujeto estar sano in absentia, por poderes?
BERGER (se levanta de un salto). —¡Yo tengo la salud... ! ¡Toda la salud! ¡Salud
suficiente para el mundo entero, para todo el jodido mundo entero! ¡Lo curo todo!
El Técnico le mira con acritud. Se prepara un bicarbonato y se lo bebe y eructa en la
mano.
—Hace veinte años que la dispepsia me tiene mártir.
Dice Lu el Amable papi del cerebro lavado:
—A mí me van sólo los hombres, y estoy encantado... Un secreto, chicas: uso dan
de acero japonés, ¿y vosotras no? Nunca me ha dejado tirado. Además, así es más
higiénico y se evita cualquier clase de contacto molesto, pueden dejarte paralítico de
cintura para abajo. Las mujeres sueltan jugos venenosos...
»O sea que le dije, digo: "Doctor Berger, no se crea que me va a encajar sus viejas
beldades cansadas de lavarse el cerebro. Soy la maricona más antigua de todo el Alto
Culodemono... "»
Cambia de envoltura en cueva de ladrones donde las golfantes te meten siempre un
clavo que gane la casa 666 y menudas guarras las tías están todas enfermas purgaciones
podridas hasta el corazón de mi pija por consumar. ¿Quién mató al Primavera... ? El
gorrión cae bajo mi fiel Webley, y de su pico brota una gota de sangre.
Lord Jim se ha puesto de un amarillo subido bajo la luna triste y marchita de la
mañana, como humo blanco contra el azul y un viento de primavera azota las camisas
en los riscos calizos al otro lado del río, Mary, y el amanecer se parte en dos trozos
como Dillinger escapando hacia la Historia. Olor a neón y gángsters atrofiados y el
delincuente manqué se arma de valor para forzar un retrete de pago aspirando en un
cubo de amoníaco...
—Al saco —dice—. A éste le doy por el saco, y al saco.
LÍDER (sirviéndose otro whisky). —Los próximos disturbios serán como un
partido de fútbol. Hemos importado de Indochina mil latahs de primera, bien
alimentados... Lo único que necesitamos es un buen agitador que los dirija.
Recorre la mesa con los ojos.
LUGARTENIENTE. —Pero, jefe, ¿no podemos hacer que empiece uno y que los
otros vayan imitándolo tipo reacción en cadena?
La Recitadora serpentea por el mercado:
—¿Qué hace un latah cuando está solo?
LÍDER. —Eso es cuestión técnica. Habrá que consultar a Benway. Yo, por mi
parte, creo que alguno debiera llevar la operación hasta el final.
—No lo sé —dijo a falta de los puntos y calificaciones necesarios para tener seguro
el nombramiento.
—No tienen sensibilidad —dijo el doctor Benway—, sólo reflejos... Es
imprescindible distraerlos.
—La edad para consentir es cuando aprenden a hablar.
—Que todos tus problemas sean pequeños —dijo un pederasta a otro.
—Lo que es mal augurio, querido, es cuando empiezan a probarse tus trajes y no
puedes evitar la sensación de ser un doble...
Una loca frenética trata de aferrarse a la chaqueta de sport que se lleva el chico.
Suelta un chillido:
—¡Mi chaqueta cachemir de doscientos dólares!
—Y entonces se lió con un latah; el idiota del viejo quería tener a alguien
completamente dominado... El latah imita todas sus expresiones y sus hábitos y acaba
simplemente por sorberle toda su persona, como un muñeco de ventrílocuo, algo
siniestro... «Me has enseñado todo lo que eres... necesito un nuevo amigo. » Y el pobre
Bubu no pudo ni contestarle porque no le quedaba ni identidad.
YONQUI. —De modo que estamos en esta ciudad sin caballo, únicamente jarabe
para la tos.
PROFESOR. —La coprofilia... señores... podría ser denominada el... ejem vicio
redundante...
—Veinte años de artista de películas porno y nunca he tenido que caer tan bajo
como para fingir un orgasmo.
—La mala pécora drogada colgó al niño antes de que naciera... Las mujeres son mal
asunto, niño...
—Me refiero al sexo a nivel consciente, muerto... es igual que llevar ropa vieja a la
lavandería...
—Y en pleno arrebato de pasión me dice: «¿No tendrás una horma que te sobre?»
—Me contó que una vez la metieron en una mezquita cuarenta moros y la violaron,
se supone que por turnos... Aunque son poco disciplinados... muy bien, ponte al final de
la cola, Alí. La verdad, queridos míos, uno de los rollos de peor gusto que he oído
jamás. A mí me acababa de violar un grupo selecto de pelmazos cualificados.
Un grupo de nacionalistas acérrimos está sentado ante el Sargazo, miran por encima
del hombro a las locas y parlotean en árabe... Clem y Jody aparecen deslumbrantes
caracterizados de Capitalistas de manual soviético.
CLEM. —Hemos venido para sacar provecho de vuestro atraso.
JODY. —En palabras del Bardo Inmortal, a engordar a costa de estos moros.
NACIONALISTA. —¡Puerco! ¡Asqueroso! ¡Hijo de perra! ¿No ves que mi gente
tiene hambre?
CLEM. —Así es como me gustan.
El nacionalista cae muerto, envenenado de odio... El doctor Benway llega de
inmediato:
—¡Todo el mundo atrás! Déjenme aire —toma una muestra de sangre—. Bien,
bien, no se puede hacer nada. Cuando te llega la hora, te llega.
El regreso del marica, el árbol de Navidad arde alegremente sobre los montones de
basura del pueblo, los chicos se la menean en los retretes de la escuela. ¿Cuántos
espasmos jóvenes sobre la vieja tapa de roble desgastada, brillante como oro... ?
Largo sueño en el valle del Río Rojo, ventanas negras y huesos de chicos colgados
de telas de araña.
Dos maricones negros se gritan:
MARICA 1.° —Cierra el pico, chocho barato y con granuloma... ¡Si en el ambiente
todos te llaman Lu la Asquerosa!
RECITADORA. —La chica de la ingle interesante.
MARICA 2.° —Miau, miau —se ponen piel de leopardo y garras de acero.
MARICA 1.° —Oh, oh. Una dama de la buena sociedad.
Huye dando gritos por el Mercado. El travestí le persigue gruñendo y rugiendo...
Clem pone la zancadilla a un espástico y le quita las muletas... Se pone a imitarlo
con descaro retorciéndose y babándose...
Se oyen disturbios a lo lejos... mil lulús de Pomerania en la histeria.
Cierres de tiendas caen como guillotinas. El pánico succiona a los clientes hacia el
interior, vasos y bandejas quedan suspendidos en el aire.
CORO DE MARICAS. —Nos violarán a todos. Lo sé, lo sé.
Se precipitan hacia la farmacia y compran una caja entera de vaselina perfumada.
LÍDER (alza la mano con dramatismo). —La Voz del Pueblo.
Pearson el Cambiazos trasquila la yerba corta sujeto al tiránico comandante de
Karma, oculto en un descampado, entre las culebras, venteado por el perro escrutable...
El Mercado está vacío, excepto un viejo borracho de nacionalidad indeterminada
que se ha privado con la cabeza en una meadera. Los alborotadores irrumpen en el
Mercado chillando y aullando «¡Mueran los franceses!», y despedazan al borracho.
SALVADOR HASSAN (retorciéndose ante el ojo de la cerradura). —¡Mira qué
expresiones, el ser protoplasmático entero, bellísimo, todos exactamente iguales!
Un mariquita cae al suelo gimiendo en un orgasmo:
—¡Oh, Dios mío, esto es demasiado excitante! Como un millón de pijas
empalmadas latiendo.
BENWAY. —Me gustaría hacerles un análisis de sangre a esos chicos.
Un hombre portentosamente anodino, barba gris y chilaba marrón caída, canta sin
separar los labios con un ligero acento indefinible:
—Ay mis muñecas, mis queridas lindas bonitas muñecas.
Patrullas de policías de finos labios, narices grandes y ojos grises y helados
penetran en el Mercado por todas las calles de acceso. Golpean con pies y porras a los
manifestantes, con brutalidad fría y metódica.
Los manifestantes son retirados en camiones. Los cierres se levantan, los
ciudadanos de Interzonas salen a la plaza salpicada de dientes y sandalias y resbaladiza
de sangre.
El cofre del marino muerto está en la embajada, y el vicecónsul avisa a su madre.
No hoy... Mañana... Madrugada... N'existe plus... Si lo supiera se lo diría con mucho
gusto. En cualquier caso es un mal movimiento hacia el Ala Oriental... Se fue por una
puerta invisible... Aquí no... Mire por todas partes... No bueno... No good... Yo
buscando. Volvel vielnes.
(Nota: los pinchetas de los viejos tiempos, los veteranos con la cara marcada por el
tiempo gris de la droga lo recordarán... Eran los años veinte, muchos trancantes chinos
consideraron que Occidente era tan poco de fiar, tan poco honrado, tan falso, que
cerraron la tienda en bloque, y cuando algún yonqui occidental iba a comprar, decían:
—No tenel... Volvel vielnes...)
ISLAM, S. A., Y LOS PARTIDOS DE INTERZONAS
Yo estaba trabajando en una empresa que se llamaba Islam, S. A., y que financiaba
A. J., el famoso Mercader de Sexo que escandalizó a la buena sociedad internacional
cuando se presentó en el baile del duque del Ventre disfrazado de pene andante y
cubierto con un enorme condón que llevaba escrito el lema de A. J.: «¡No pasarán!»
—De bastante mal gusto, amigo mío —dijo el duque.
A lo que replicó A. J.:
—Levante el suyo con vaselina Interzonas —aludiendo al escándalo de la vaselina
que todavía estaba incubándose por entonces. Las agudezas de A. J. se refieren
frecuentemente a sucesos futuros. Es un maestro del corte de efecto retardado.
Salvador Hassan O'Leary, el rey de las secundinas, está metido también. Es decir,
una de sus sociedades filiales ha hecho algunas contribuciones no especificadas, y una
de sus personalidades subsidiarias ha sido agregada a la organización en funciones de
asesoramiento sin compromiso ni colaboración algunos con la política, acciones u
objetivos de Islam, S. A. Hay que mencionar también a Clem y Jody, los Hermanos
Ergot, que diezmaron la República de Hassan con trigo envenenado, Ahmed Autopsias
y Hal Hepatitis, el mayorista de frutas y verduras.
Los militantes que asisten a las reuniones (de las que los mandarines se abstienen
con gran prudencia) forman una chusma de mulays y muftíes y mussines y caids y
glauíes y jeques y sultanes y santones y representantes de todos los partidos árabes
imaginables. A la entrada de cada reunión se registra cuidadosamente a los delegados,
pero a pesar de ello, terminan invariablemente en un tumulto. Es frecuente rociar con
gasolina a los oradores y prenderles fuego hasta que mueren, o que algún rústico jeque
del desierto abra fuego contra sus oponentes con una ametralladora que había escondido
en la barriga de su oveja mascota. Mártires nacionalistas con granadas metidas en el
culo se mezclan entre los asistentes a la reunión y de repente hacen explosión y causan
fuertes bajas... Y hubo una vez que el presidente Ra tiró al Primer Ministro británico al
suelo y lo sodomizó por la fuerza, espectáculo televisado en directo para todo el mundo
árabe. Los alaridos de felicidad se oían en Estocolmo. Una ordenanza de Interzonas
prohíbe cualquier reunión de Islam, S. A., a menos de diez kilómetros de los límites de
la ciudad.
A. J. (que en realidad es de una oscura extracción del Próximo Oriente) posó un
tiempo de gentleman inglés. Su acento inglés se desvaneció con el Imperio Británico, y
después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en americano por ley del Congreso.
A. J. es un agente como yo, pero nadie ha podido descubrir de quién o de qué. Se
rumorea que representa a un trust de insectos gigantes de otra galaxia... Yo creo que está
del lado factualista (como yo mismo); naturalmente, podría ser agente licuefaccionista
(el programa licuefactor versa sobre la eventual fusión de todos en El Uno a través de
un proceso de absorción protoplasmática). En este negocio no se puede estar seguro de
nadie.
¿La tapadera de A. J. ? Playboy internacional y bromista inofensivo. A. J. fue el que
puso las pirañas en la piscina de Lady Sutton-Smith, y durante una recepción del 4 de
julio en la Embajada de Estados Unidos alegró el ponche con una mezcla de ayahuasca,
hashish y yohimbina, precipitando una orgía. A consecuencia de ello, diez eminentes
ciudadanos (norteamericanos, por supuesto) murieron de vergüenza. Morirse de
vergüenza es una hazaña exclusiva de indios kwaiutl y norteamericanos (otros dicen
simplemente «zut alors» o «son cosas de la vida» o «Alá, el Todopoderoso, me ha
jodido»),
Y cuando la Asociación Anti-Flúor de Cincinnati se reunió para festejar su victoria
con agua pura de la fuente, se les cayeron todos los dientes al instante.
—Yo os digo, hermanos y hermanas del movimiento Anti-Flúor, que en este día
hemos dado un gran paso por la pureza, un paso que ya nunca se desandará... ¡Fuera,
proclamo, esos cochinos fluoruros extranjeros! Dejaremos esta hermosa tierra limpia y
dulce como el tenso flanco de una adolescente... Y ahora, vamos a cantar nuestro himno
El viejo cubo de roble.
Aparece un manantial iluminado por luces fluorescentes que juegan sobre él a base
de colores espantosos de máquina de discos. Los antifluoristas pasan en fila junto al
pozo, y cantan mientras van tomando su bebida del cubo de roble...
El viejo cubo de roble, el dorado cubo de roble... El glubylubleogle...
A. J. había adulterado el agua y metido una raíz sudamericana que convierte las
encías en puré. (Oigo hablar de esa planta a un viejo buscador de minas alemán que se
está muriendo de uremia en Pasto, Colombia. Se cree que crece en la región de
Putumayo. Nunca localizó ninguna. No la buscó demasiado... El mismo individuo habla
de un bicho parecido a un saltamontes grande que se llama xiucutil:
—Es un afrodisíaco tan potente que si se te posa uno encima y no puedes encontrar
una mujer inmediatamente, te mueres. He visto a los indios correr de un lado a otro para
escapar al contacto de ese animal.
Por desgracia, yo nunca pude conseguir un xiucutil...)
Noche de estreno en la Opera de Nueva York. A. J. protegido por un olor repelente
suelta un enjambre de xiucutiles.
La señora Van der Blight, espantando a manotazos un xiucutil:
—¡Oh... ! ¡Oh... ! ¡Ooooooooh!
Gritos, cristales rotos, telas rasgadas. Intenso crescendo de gruñidos y chillidos y
lamentos y gemidos y jadeos... Hedor a semen y coño y sudor y el olor rancio de los
rectos penetrados... Brillantes, pieles, trajes de noche, orquídeas, smokings y paños
menores salpican el suelo cubierto por una masa resollante de cuerpos desnudos,
contorsionados, frenéticos.
Una vez, A. J. reservó mesa con un año de antelación en Chez Robert, donde un
gourmet enorme y gélido cuida de la más exquisita comida del mundo. Tan venenosa y
despectiva es su mirada, que más de un cliente ha caído fulminado y se ha revolcado por
el suelo meándose por encima en un intento convulsivo de obtener gracia.
Así que llega A. J. con seis indios bolivianos que mascan coca entre plato y plato. Y
cuando Robert se apoya con toda su majestad gastronómica sobre la mesa, A. J. mira
por arriba y dice a grandes voces:
—¡Hombre, macho! Tráeme un poco de ketchup.
(Variante: A. J. saca un frasco de ketchup y riega con él la haute cuisine.)
Treinta gourmets paran de masticar al unísono. Podría oírse bajar un soufflé. Robert,
por su parte, suelta un berrido de rabia como de elefante herido, corre a la cocina y se
arma de un gran machete de carnicero... El sommelier lanza horribles rugidos, la cara se
le pone de un extraño morado iridiscente... Rompe una botella de champán brut del 26...
Pierre, el jefe de rango, agarra un cuchillo de trinchar. Los tres persiguen a A. J. por el
restaurante entre gritos entrecortados de rabia inhumana... Mesas derribadas, vinos
escogidos y viandas incomparables se estrellan contra el suelo. Gritos de «¡Hay que
lincharlo!», surcan el aire. Un gourmet anciano, con ojos inyectados en sangre de
mandril enloquecido, prepara una soga de ahorcado con un cordón de cortinaje de
terciopelo rojo... Al verse acorralado y en peligro de inminente descuartizamiento como
mínimo, A. J. juega su último triunfo. Echa la cabeza atrás y lanza una llamada de
cerdos, y cerdos famélicos que había situado en las cercanías se precipitan en el
restaurante, hozando en la haute cuisine. Robert cae como un gran árbol, derribado por
un infarto, y los cerdos lo devoran en el suelo:
—Pobres cabrones, no entienden lo suficiente para apreciarlo —dice A. J.
Paul, el hermano de Robert, emerge de su retiro en un manicomio de la localidad y
toma posesión del restaurante para servir algo que se llama «Cocina Trascendental»...
La calidad de la comida va descendiendo imperceptiblemente hasta llegar a ser basura
en sentido literal; los clientes están demasiado intimidados por la reputación de Chez
Robert y no se atreven a protestar.
Ejemplo de menú:
La Sopa Clara de Meados de Camello con Lombrices de Tierra
al vapor
______________
El Filete de Raya madurado al Sol, macerado en Eau de
Cologne y guarnecido de Ortigas
______________
La Suprema de Boeuf a la Placenta en aceite de caja de cambios
usado, servida con una salsa picante de yemas de huevo podrido
y puré de chinches
______________
El Queso de Limburgo curado al azúcar de orina de diabético y
bañado en Matarratas casero flameado
Así que los clientes van muriendo discretamente de botulismo... Un día A. J. vuelve
rodeado de árabes refugiados del Oriente Medio. Toma un bocado y grita:
—¡Basura, maldita sea! ¡Cocinadme a ese listo en sus propias inmundicias!
Y así la leyenda de A. J., el simpático, el encantador, el excéntrico, creció y creció...
Fundido a Venecia... Cánticos de gondoleros y gritos patéticos se elevan desde San
Marcos y Harry's.
Encantadora anécdota veneciana de viejos tiempos sobre este puente: parece ser que
algunos navegantes venecianos hacen un viaje alrededor del mundo y todos se vuelven
maricas y se folian al camarero del barco y cuando llegan de vuelta a Venecia es
necesario que pasen por el puente mujeres con los pulmones al aire para despertar los
deseos de tan poco claros ciudadanos. Un batallón de choque travestido ocupa San
Marcos.
—Chicas, estamos en la Operación Todo al Aire. O. T. A. Si vuestras tetas no los
detienen, destapad los conos y confundid a esos maricones.
—¡Oh, Gertie, era verdad! ¡Todo era verdad! Tienen una raja espantosa en vez de
una cosa excitante.
—No puedo soportarlo.
—Es para dejarlo a uno de piedra.
Paul decía más de lo que sabía, es realmente un mal bicho, al hablar de los hombres
que se acuestan con hombres y hacen cosas inconvenientes. Inconvenientes es la
palabra. Quién quiere pasar por una pija camino de un coño, y cuando un individuo está
salido con muchas ganas de tirarse a una zorra, aparece de inmediato un perverso
desconocido y le hace cosas inconvenientes en el culo.
A. J. corre por San Marcos acuchillando palomas con un machete:
—¡Bastardos, hijos de puta! —grita...
Sale dando tumbos a bordo de su barcaza, un artefacto monstruoso, dorado y rosa y
azul con velas de terciopelo morado. Lleva un absurdo uniforme de marino cubierto de
pasamanería y cordones y medallas, sucio y harapiento, la chaqueta mal abrochada... A.
J. se llega hasta una enorme urna griega de imitación coronada por una estatua de oro de
un joven con el pene en erección. Retuerce los huevos de la estatua y brota un chorro de
champán hasta su boca. Se limpia los labios y mira a su alrededor.
—¿Dónde están mis nubios, maldita sea? —brama.
Su secretario levanta la vista de un tebeo:
—Entrompándose... De putas...
—¡Mamones! ¡Estafadores! ¡Soplapollas! ¿Qué vale un hombre sin sus nubios?
—Búsquese una góndola, ¿quiere?
—¿Una góndola? —grita A. J. —. ¿Acabo de pagar este chupa-sangre y voy a tener
que ir en góndola? Ice la mayor y estibe los remos, señor Hyslop... Iremos con el
auxiliar.
Hyslop se encoge de hombros con resignación. Empieza a accionar un tablero de
mandos con un dedo... Las velas caen, los remos vuelven al casco.
—Y suelte el perfume, este canal apesta demasiado.
—¿Gardenia? ¿Sándalo?
—No, no, ambrosía.
El señor Hyslop aprieta otro botón y la barcaza queda envuelta en una espesa nube
de perfume. A. J. se pone al timón sobre un estrado más alto.
—¡Contacto! —La barcaza comienza a vibrar—. ¡Avanti! ¡Maldita sea!
A. J. grita y la barcaza despega por el canal a tremenda velocidad volcando
góndolas llenas de turistas, librando por centímetros a los motoscafi, derivando de uno a
otro lado del canal (la estela inunda las aceras y empapa a los transeúntes), haciendo
pedazos una flotilla de góndolas amarradas, y termina por estrellarse contra un muelle y
salir rebotada en mitad del canal... Una columna de agua de dos metros de altura brota
de un agujero del casco.
—Accione las bombas, señor Hyslop. Hacemos agua.
La barcaza da una sacudida brusca y A. J. es despedido y cae al canal.
—¡Abandonen el barco, maldita sea! ¡Sálvese quien pueda!
Fundido a música de mambo.
Inauguración de la Escuela Amigo para jóvenes delincuentes de origen latino,
dotada por A. J. Asisten profesores y periodistas. A. J. aparece tambaleante sobre el
estrado, envuelto en banderas norteamericanas.
—En palabras inmortales del padre Flanagan, no existen chicos malos del todo...
¿Dónde coño está la estatua, maldita sea?
TÉCNICO. —¿La quiere ahora?
A. J. —¿Y qué cojones cree que estoy haciendo aquí? ¿Voy a tener que descubrir al
hijo de puta ese in absentia?
TÉCNICO. —Bueno... bueno. Ya viene.
Llega un tractor Graham Hyme con la estatua; la deja delante del estrado. A. J.
aprieta un botón. Unas turbinas que hay bajo el estrado se ponen en marcha con
estruendo ensordecedor. El viento se lleva las telas de terciopelo rojo que cubrían la
estatua. Se enredan en los miembros del profesorado de la primera fila... Nubes de polvo
y residuos azotan a los espectadores. Las sirenas se apagan lentamente. El claustro se
desembaraza de sus paños... Todos contemplan la estatua en medio de un silencio
sepulcral.
PADRE GONZÁLEZ —¡Madre de Dios!
EL HOMBRE DEL TIME. —¡No puedo creerlol
Daily News. —Una pura mariconada.
Coro de silbidos de los chicos.
Cuando el polvo se disipa, aparece una creación monumental de piedra de color
rosa brillante. Un chico desnudo se inclina sobre un camarada desnudo con evidente
intención de despertarle con una flauta. Una mano sujeta la flauta y la otra se alarga
hacia un trozo de tela que envuelve el talle del que duerme. La tela está
significativamente abultada. Ambos chicos llevan una flor detrás de la oreja, tienen
idéntica expresión soñadora y brutal, depravada e inocente. La escultura se alza sobre
una pirámide de piedra caliza en la que hay un mosaico de letras de porcelana (rosa y
azul y oro) con la inscripción: «Con ello y por ello», el lema de la escuela.
A. J. se adelanta y rompe una botella de champán contra las nalgas turgentes del
chico.
—Y no olvidéis, chicos, de ahí viene el champán.
Serenata de Manhattan. A. J. y su séquito entran en una sala de fiestas de Nueva
York. A. J. lleva un babuino de culo morado con una cadena de oro. A. J. va vestido de
lino a cuadros combinado con chaqueta de cachemir.
DIRECTOR. —Un momento, un momento. ¿Qué es eso?
A. J. —Es un caniche ilirio. El animal más selecto que se puede tener. Hará subir de
categoría a su cuchitril.
DIRECTOR. —A mí me parece un babuino de culo morado y se va a quedar fuera.
UNO DEL SÉQUITO. —¿No lo conoce? Es A. J., el último de los grandes
derrochadores.
DIRECTOR. —Que se lleve a su jodido babuino y se vaya a derrochar a otro sitio.
A. J. se para ante otro club y echa una ojeada:
—Maricones elegantes y zorras viejas, ¡coño!, éste es el mejor sitio. ¡Avanti,
ragazzi!
Clava una estaca de oro en el suelo y ata al mandril. Empieza a hablar con acento
elegante y los del séquito le siguen el rollo.
—¡Fantástico!
—¡Increíble!
—¡Qué maravilla!
A. J. se pone una larga boquilla en la boca. Está hecha de un material obscenamente
flexible. Se curva y ondula como si fuera un reptil asqueroso y vivo.
A. J. —Allí estaba yo boca abajo a diez mil metros.
Unos cuantos maricones de los más cercanos levantan la cabeza como animales que
ventean el peligro. A. J. se endereza de un salto con un rugido inarticulado.
—¡Mamón de mierda, culo morado! —grita—. ¡Yo te enseñaré a cagarte en el
suelo!
Saca un látigo del paraguas y cruza el culo del mandril. El babuino aúlla y arranca
la estaca. Salta sobre la mesa más próxima y se agarra a una vieja que muere
instantáneamente de un ataque al corazón.
A. J. —Perdone, señora. La disciplina, ya sabe.
Azota frenéticamente al babuino de un extremo a otro del bar. El babuino aúlla,
ruge, se caga de miedo, se abraza a los clientes, se sube a la barra, se baja, se columpia
de cortinajes y lámparas...
A. J. —Si no aprendes a cagar en donde debes, no podrás cagar ni aquí ni en ningún
otro sitio.
UNO DEL SÉQUITO. —Debería darte vergüenza: hacer enfadar a A. J. después de
todo lo que ha hecho por ti.
A. J. —¡Ingratos! ¡Todos son unos ingratos! Palabra de maricona vieja.
Naturalmente nadie se cree su historia. A. J. pretende ser un «independiente», es
decir, «ocúpese de sus propios asuntos». Ya no quedan independientes... La Zona está
rebosante de encantos, pero no hay ningún neutral. Un neutral al nivel de A. J. es algo
inimaginable, naturalmente.
Hassan es un conocido Licuefaccionista y se sospecha que es un Emisor secreto.
—Bobadas, chicos —dice con una sonrisa que desarma—. Soy un viejo cáncer en
plena floración y tengo que proliferar.
Pone un acento tejano a lo Dutton Agujero Seco, el prospector pirata de Dallas, y
lleva botas vaqueras y sombrero gigante a todas horas, dentro y fuera de casa... Los ojos
son invisibles detrás de unas gafas negras; la cara tensa e inexpresiva como la cera, un
traje bien cortado hecho totalmente de billetes de banco de alto valor todavía verdes.
(Los billetes de banco son moneda verdadera, pero antes de poder ser negociados tienen
que madurar... Los billetes llegan a valer hasta un millón de pavos cada uno.)
—Crían sin parar encima de mí —dice con timidez—... Es como, bueno, no sé
cómo decirlo. Es como si yo fuera un escorpión hembra y llevara todos los billetes de
cría calentándose sobre mi cuerpo y sintiéndolos crecer... Dios mío, espero que no les
estaré aburriendo con todo esto...
Salvador, Sally para los amigos, lleva siempre consigo unos «amigos» a los que
paga por hora. Se curó en el negocio de los abortones en la Segunda Guerra Mundial.
(Curarse quiere decir hacerse rico. Expresión usada por los petroleros téjanos.) El
Ministerio de Alimentación y Drogas tiene su foto en ficheros, un hombre de cara
grande, con aspecto de embalsamado, como si le hubieran inyectado parafina debajo de
la piel, una piel tersa, brillante y sin poros. Tiene un ojo de color gris mate, redondo
como una canica, con estrías y manchas opacas. El otro es negro y brillante, un ojo de
insecto de sueños.
Normalmente no se le ven los ojos, detrás de sus gafas negras. Tiene un aspecto
siniestro y enigmático (sus gestos y ademanes no son todavía comprensibles) como la
policía secreta de un estado larval.
En los momentos de excitación, Salvador tiende a hablar en un inglés imperfecto.
En esos momentos, su acento sugiere una extracción italiana. Sabe leer y hablar etrusco.
Toda una serie de expertos contables dedica su vida a investigar el expediente
internacional de Sal... Sus actividades se extienden por todo el mundo en una red
inextricable y cambiante de filiales, sociedades ficticias y nombres supuestos. Ha tenido
veintitrés pasaportes y ha sido deportado cuarenta y nueve veces; tiene procesos de
deportaciones pendientes en Cuba, Pakistán, Hong Kong y Yokohama.
Salvador Hassan O'Leary, alias el Niño de la Zapatería, alias Marv el Equivocado,
alias Leary Secundinas, alias Pete el Prematuro, alias Juan Placenta, alias Ahmed
Vaselina, alias El Chinche, alias El Culito, etc., etc., quince buenas páginas de
expediente, tuvo su primer encuentro con la ley en Nueva York cuando viajaba con un
individuo al que la policía de Brooklyn conocía por Wilson El Llorón, que se sacaba la
pasta para sus barbitúricos exprimiendo a los fetichistas en las zapaterías. Hassan fue
acusado de algo como chantaje de tercer grado y tentativa de disfrazarse de agente de
policía. Había aprendido la regla de oro de todo chantajista: S. C. (Soltar la Chatarra),
que corresponde al M. V. V. (Mantener la Velocidad de Vuelo) de los pilotos... Como
dice El Somatén:
—Si ves que hay un lío, suelta la chatarra aunque tengas que tragártela.
O sea que no le cogieron con chapa de marica clavada en la solapa. Hassan declaró
contra Wilson al que le cayó prisión indefinida (la sentencia más larga según la ley de
Nueva York para delitos menores. En teoría es por tiempo indefinido, pero supone tres
años en Riker Island). Los cargos contra Hassan se dejaron de lado.
—Si no hubiera dado con un policía decente, me hubieran caído cinco años —dijo
Hassan.
Y Hassan dio con un policía decente cada vez que le pescaron. En su expediente
hay tres páginas de apodos que aluden a su proclividad a cooperar con la ley, a
«colaborar» como dice la pasma. Otros lo llaman de distinta manera. Ab el Amante de
la Bofia, Marv el Chivato, Hebe el Cantante, Alí el Bufaire, Sal el Soplos, El Hispano
Llorón, La Soprano de Lujo, La Opera del Bronx, El Monago de los Polis, El
Contestador Automático, El Charlatán Sirio, El Mamón Berreante, La Mariquita
Musical, El Culo Chungo, La Loca Chivata, Leary el Estupa, El Duendecillo Cantarín...
Gert Lengua suelta...
Puso una vez un sex-shop en Yokohama, vendió droga en Beirut, hizo de pincho en
Panamá. Durante la Segunda Guerra Mundial pasó a cosas mayores, se hizo con una
Central Lechera en Holanda y cortó la mantequilla con grasa de máquinas usada,
controló el mercado de vaselina en el norte de África, y acabó por dar el gran golpe con
los abortones. Prosperó y proliferó, inundando el mundo de medicinas adulteradas y
mercancías falsificadas de todas clases. Repelente contra tiburones falsos, antibióticos
cortados, paracaídas de desecho, contravenenos pasados, vacunas y sueros caducados,
botes salvavidas agujereados.
Clem y Jody, dos viejos cómicos de vodevil van de agentes rusos, cuya única
función es presentar a Estados Unidos de forma impopular. Cuando arrestaron a Clem
en Indonesia por sodomía, dijo al juez instructor:
—No es como si fuera marica. Al fin y al cabo no son más que chinos.
Aparecieron por Nigeria con sombreros vaqueros negros y tirantes rojos:
—Entonces le pegué un tiro a un negro viejo y cayó de lado con una pata levantada
y dando pataditas.
—Sí... ¿nunca quemaste a ningún negro?
Se pasean constantemente por los barrios de chabolas fumándose unos habanos
enormes:
—Aquí habría que meter unas cuantas excavadoras, Jody. Limpiar toda esta basura.
Les siguen muchedumbres morbosas con la esperanza de presenciar algún ultraje
norteamericano superlativo.
—Treinta años en el mundo del espectáculo y nunca me había encontrado con un
número como éste. Tengo que desahuciar a los de todas las chabolas, pegarme un buen
chute de caballo, mearme en la Piedra Negra, llamar a la Oración con mi disfraz de
cerdo, suprimir la Ayuda Americana, y que me den por el culo, todo a la vez... ¡Ni que
fuera un pulpo! —se lamenta Clem.
Están tramando apoderarse de la Piedra Negra con un helicóptero y sustituirla por
una pocilga con cerdos amaestrados que lancen el grito del Bronx en cuanto aparezca un
peregrino:
—Hay que tratar de enseñar a esos cabrones gruñones para que canten Tres hurras
por el Rojo, Blanco y Azul, pero no hay manera...
—En Panamá nos ponemos en contacto con Alí Wong Chapultepec para lo del
trigo. Nos dice que es mierda de primera, que un capitán finlandés se murió en la casa
de putas del pueblo y dejó el cargamento a la madame. «Era como una madre para mí»,
dijo, y fueron sus últimas palabras. De modo que se lo compramos a la vieja zorra con
toda nuestra buena fe. Le dimos trescientos gramos de caballo.
—Heroína de la buena, además. Aleppo de la buena.
—Sólo tenía un poco de lactosa para conservarle la fuerza.
—A caballo regalado no se le mira el culo.
—¿No es cierto que cuando llegaron a Hassan dieron un banquete al Caid y
sirvieron cuscús hecho con aquel trigo?
—¡Claro que sí! Y los tipos aquellos estaban tan pasados de marihuana que en
mitad del banquete se pusieron todos a dar saltos... Yo sólo había tomado pan y leche...
úlcera, ya sabe.
—Más o menos.
—Entonces todos corren arriba y abajo gritando que se queman y la mayoría se
mueren a la mañana siguiente.
—Y el resto al otro día.
—¿Qué se puede esperar de gente que se pudre con esos vicios orientales?
—Muy curioso, todos aquellos tipos poniéndose de color negro y cayéndoseles las
piernas.
—El temible resultado de la adicción a la marihuana.
—A mí me pasó exactamente lo mismo.
—Así que tratamos directamente con el viejo sultán, que es un latah muy conocido.
Después todo fue como la seda, podríamos decir.
—Y lo increíble es que algunos elementos descontentos nos persiguieron hasta
nuestro barco.
—Un poco bajos de forma por la falta de piernas, desde luego.
—Y el problema de la cabeza.
(El cornezuelo es un hongo venenoso que crece en el trigo podrido. En la Europa
medieval, la población quedaba periódicamente diezmada por brotes de ergotismo, la
enfermedad producida por el cornezuelo, llamada Fuego de San Antón, que con mucha
frecuencia produce gangrena y hace que las piernas se pongan negras y se desprendan.)
Descargan una partida de paracaídas de desecho para el Ejército del Aire
ecuatoriano. Maniobras: los chicos caen a plomo colgados de paracaídas que flamean
como condones rotos, sangre joven salpica las barrigas gordas de los generales...
Estruendosa onda sónica mientras Clem y Jody desaparecen tras los Andes en un jet
preparado para la huida...
Los objetivos precisos de Islam, S. A., son oscuros. No hace falta decir que cada
uno de los implicados tiene un enfoque distinto, y que todos ellos pretenden engañar a
los otros en algún momento.
A. J. hace agitación en favor de la destrucción de Israel: —Con todo este estado de
ánimo en contra de Occidente, uno tiene que procurar dedicarse a las jóvenes delicias
árabes... La situación es poco menos que intolerable... Israel constituye pura y
simplemente un estorbo —coartada típica de A. J.
Clem y Jody insinúan que están interesados en la destrucción de los campos
petrolíferos de Oriente Medio, para así hacer subir el valor de sus intereses en
Venezuela.
Clem escribe una canción con la música de Crawdad (Big Bill Broomzy).
¿Qué harás cuando se acabe el petróleo?
Sentarme y ver cómo se mueren los árabes.
Salvador lanza una espesa cortina de finanzas internacionales para encubrir, al
menos de cara a la clase de tropa, sus actividades licuefaccionistas... Pero después de
unos cuantos toques de ayahuasca muestra su juego a los amigos.
—Islam ya no es más que pura agua de borrajas —dice bailando la jiga del
licuefaccionista... Y luego, incapaz de contenerse, suelta su horrible falsete:
Está temblando en el borde
un empujón y al agujero
eh, Maw, prepara mi velo.
—Total, que los fulanos aquellos contrataron a un judío de Brooklyn que anda por
ahí de reencarnación de Mahoma... La verdad es que el doctor Benway lo extrajo de un
Santón de La Meca mediante cesárea...
—Si Ahmed no sale... entraremos nosotros por él.
Los árabes aceptan crédulamente y sin preguntas este camelo tan descarado.
—Estos árabes son buena gente... buenos e ignorantes —dice Clem.
Así que el farsante aquel suelta sus suras por la radio todos los días:
—Bien, amigos radioyentes, aquí está Ahmed, su profeta amigo... Hoy quiero
hablarles de la importancia de ser finos y besar con frescura en todo momento... y para
estar bien seguros, nada como las pastillas de clorofila de Jody, amigos.
Y ahora unas palabras sobre los partidos de Interzonas... Resulta evidente desde el
principio que el Partido Licuefaccionista está compuesto enteramente, con excepción de
un hombre, de panolis, aunque no se puede saber quién engaña a quién hasta la
absorción final... Los Licuefaccionistas son muy dados a toda clase de perversiones, en
especial a las prácticas sadomasoquistas.
Por lo general, los Licuefaccionistas saben de qué va el asunto. Los Emisores, por el
contrario, son conocidos por su ignorancia de la naturaleza y el estado terminal de la
emisión, por sus modales bárbaros y petulantes, y por su miedo cerval a cualquier
hecho. Si no hubiera sido por la intervención de los Factualistas, los Emisores hubieran
metido a Einstein en un manicomio y hubieran destruido su teoría. Puede decirse que
sólo unos pocos Emisores saben lo que hacen y ésos, los más importantes, son los seres
más peligrosos y malignos del mundo... Al principio, las técnicas de emisión eran
rudimentarias. Fundido a Congreso Nacional de Electrónica en Chicago.
Los congresistas están poniéndose el abrigo... El orador habla con voz plana, de
dependienta:
—Para terminar, quiero decir unas palabras de advertencia... El desarrollo lógico de
la investigación encefalográfica es el biocontrol, es decir, control de movimiento físico,
procesos mentales, reacciones emocionales e imprecisiones sensoriales aparentes, con
señales bioeléctricas inyectadas en el sistema nervioso del individuo.
—Más fuerte... y más gracioso... —Los congresistas van saliendo entre nubes de
polvo.
—Poco después del nacimiento, un cirujano podría colocar las conexiones en el
cerebro. Implantaría un receptor de radio en miniatura y el sujeto sería controlado desde
los transmisores del Estado.
El polvo se va depositando en el aire inmóvil del gran salón vacío. Olor a vapor y a
hierro caliente; a lo lejos canta un radiador... El orador pone sus notas en orden y sopla
para quitarles el polvo...
El aparato de biocontrol es el prototipo del control telepático unilateral. Se podría
lograr que el sujeto se mostrase sensible al transmisor por medio de drogas o de otros
sistemas sin instalar aparato alguno. En el estadio final, los Emisores utilizarán
exclusivamente la transmisión telepática... ¿Han visto alguna vez un código maya?
Pienso que sería así: los sacerdotes (más o menos el uno por ciento de la población),
usarían Emisores telepáticos unidireccionales para dar instrucciones a los trabajadores
sobre qué y cuándo deben sentir... Un Emisor telepático tiene que emitir todo el tiempo.
No puede recibir nunca porque si recibe es que algún otro tiene sensaciones propias y
puede interrumpir su funcionamiento. El Emisor tiene que emitir todo el tiempo, pero
no puede recargarse sin contacto y antes o después se queda sin sensaciones que emitir.
No se puede sentir a solas. Tan a solas como el Emisor, porque ya saben que no puede
haber más que un único Emisor en un espacio-tiempo. Finalmente, la pantalla se queda
en blanco... El Emisor se ha convertido en un ciempiés gigante... Y entonces los
trabajadores entran en foco y queman al ciempiés y eligen un nuevo Emisor por
consenso de la voluntad general... Los mayas estaban limitados por el aislamiento... Así
pues, el Emisor podría controlar el planeta... Como ven, el control no puede ser nunca
un medio ni llegar a un fin práctico... No puede ser nunca sino un medio de llegar a un
control superior como la droga.
Los Divisionistas ocupan una posición intermedia y de hecho se los podría calificar
de moderados... Se les llama Divisionistas porque se dividen, en sentido literal. Se
cortan trocitos minúsculos de su propia carne de los que crecen copias exactas de sí
mismos en embriones gelatinosos. Parece probable que, eventualmente, y a menos que
se ponga término al proceso de división, acabará por no haber en todo el planeta más
que copias de un sexo: es decir, una sola persona en el mundo con millones de cuerpos
distintos... ¿Son esos cuerpos realmente independientes ? ¿Pueden desarrollar con el
tiempo características distintas? Lo dudo. Las copias tienen que recargarse
periódicamente en la Célula Madre. Para los Divisionistas que viven atemorizados por
una posible revolución de sus copias, éste es un artículo de fe... Algunos Divisionistas
creen que se puede interrumpir el proceso poco antes del eventual monopolio de una
copia. Dicen:
—Pondré sólo unas cuantas copias más aquí y allá para no sentirme solo cuando
viajo... Y tenemos que controlar estrictamente la división de los indeseables.
Cualquier copia que no sea la propia puede eventualmente ser un «indeseable».
Naturalmente, si alguien empieza a inundar una zona de «copias idénticas», todo el
mundo sabe lo que pasa. Los otros ciudadanos tienen que declarar la «Schluppit»
(exterminio al por mayor de toda copia identificable). Para evitar el exterminio de sus
copias, los ciudadanos las tiñen, deforman y modifican con postizos en la cara y cuerpo.
Sólo los individuos más dejados y sin principios se atreven a fabricar esas C. I. («Copias
Idénticas»).
Un caid albino retrasado mental, producto de una larga línea de genes recesivos
(boquita minúscula sin dientes rodeada de pelos negros, cuerpo de cangrejo gigante,
garras en vez de brazos, ojos proyectados sobre antenas), acumuló veinte mil C. I. S.
—Hasta donde alcanza la vista no hay sino copias —dice reptando por una terraza y
hablando con extraños chirridos de insecto—. No tengo necesidad de vagabundear
como un gilipollas desconocido creando copias en mi letrina y sacándolas disfrazadas
de fontaneros o de repartidores... Mis copias no ven su asombrosa belleza estropeada
por cirugías estéticas, tintes bárbaros, ni productos blanqueadores. Se yerguen desnudas
al sol para que todos las vean en plena adoración incandescente de cuerpo, rostro y
alma. Las he hecho a mi imagen y semejanza, y las he animado para que aumenten y se
multipliquen en progresión geométrica, porque ellas heredarán la Tierra.
Trajeron a un hechicero profesional para hacer que los cultivos de copias del jeque
Arácnido quedasen estériles para siempre... El hechicero estaba a punto de lanzar un
bombardeo de antiorgones cuando el doctor Benway le dijo:
—No malgaste energías. La ataxia de Frederick se encargará de limpiar este nido de
copias. Estudié neurología en Viena, con el profesor Dedoenculo... que se conocía hasta
el último nervio del cuerpo. Viejo magnífico... Tuvo un final lamentable... Se le
escaparon los hemorroides externos yendo en el Hispano-Suiza del duque del Ventre y
se le engancharon en la rueda trasera. Se destripó completamente y sólo quedó la
cáscara vacía sentada sobre la tapicería de piel de jirafa... Hasta los ojos y el cerebro
salieron con un espantoso sonido de succión. El duque del Ventre dice que llevará ese
terrible sonido dentro hasta el mausoleo.
Como no hay ningún medio seguro para reconocer a una copia disfrazada (aunque
todo Divisionista tiene algún método que considera infalible), los Divisionistas son
histéricamente paranoicos. Si alguien se atreve a expresar una opinión liberal, habrá
invariablemente otro que gruña:
—¿Y usted quién se cree que es? Seguro que es la copia blanqueada de algún negro
apestoso.
Las bajas por peleas en bares son tremendas. De hecho, el miedo a las copias de
negros (que pueden ser rubias y con ojos azules) ha despoblado regiones enteras. Los
Divisionistas son todos homosexuales latentes o declarados. Carrozas pérfidas que dicen
a los jóvenes:
—Si os vais con mujeres, vuestras copias no crecerán.
Y los ciudadanos están siempre echando mal de ojo a las copias de los demás.
Gritos de: «¡Echa mal de ojo a mi cultivo, Biddy Blair!», seguidos de efectos sonoros de
mutilación, recorren constantemente el barrio... Los Divisionistas son muy dados a las
prácticas de magia negra en general, y tienen innumerables fórmulas de eficacia
variable para destruir la Célula Madre, también llamada Papá Protoplasma, torturando o
matando a una copia cautiva... Las autoridades han terminado por desistir de todo
intento de controlar los delitos de asesinatos y producción ilegal de copias entre los
Divisionistas. Pero montan redadas preelectorales y destruyen grandes cultivos de
copias en las regiones montañosas de Interzonas, donde se ocultan los productores
clandestinos de copias.
El acto sexual con una copia está estrictamente prohibido, y es casi universalmente
practicado. Hay bares de mariquitas en los que individuos desvergonzados copulan
abiertamente con sus copias. Los detectives del local meten la cabeza en las
habitaciones de los hoteles diciendo:
—¿Tiene usted alguna copia aquí?
Los bares expuestos a ser inundados por los amantes de copias de clase baja ponen
letreros con comillas: «No se sirva a S. » Se puede decir que el Divisionista medio vive
en una crisis permanente de miedo y rabia, incapaz de lograr tanto la presuntuosa
complacencia de los Emisores como la tranquila depravación de los Licuefaccionistas...
No obstante, en la práctica, los partidos no están separados sino entremezclados en
todas las combinaciones posibles.
Los Factualistas son anti-Licuefaccionistas, anti-Divisionistas y sobre todo anti-
Emisores.
Boletín del Factualista Coordinado sobre la cuestión de las copias:
«Debemos rechazar la fácil solución de inundar el planeta de "copias deseables". Es
altamente dudoso que existan copias auténticamente deseables, tales criaturas
constituyen un intento de esquivar proceso y cambio. Incluso las copias más inteligentes
y perfectas desde un punto de vista genético constituirían con toda probabilidad una
amenaza intolerable para la vida del planeta... »
B. P. —Boletín Provisional; Licuefacción:
«No debemos rechazar o negar nuestro núcleo protoplasmático, esforzándonos por
mantener en todo momento la máxima flexibilidad sin caer en la ciénaga de la
licuefacción... »
Boletín Provisional e Incompleto:
«No nos oponemos en absoluto a la investigación telepática. De hecho, la telepatía,
entendida y usada adecuadamente, puede constituir la última defensa contra cualquier
forma de tiranía o coerción organizada por parte de grupos de presión o de adictos
individuales al control. Nos oponemos, lo mismo que nos oponemos a la guerra
atómica, al uso de esos conocimientos para controlar, coartar, reducir, explotar o
aniquilar la individualidad de otra criatura viva. La telepatía no es en su naturaleza
misma un proceso unidireccional. Las pretensiones de establecer un sistema de emisión
telepática unidireccional deben entenderse como un mal absoluto... »
B. D. —Boletín Definitivo:
«El Emisor vendrá definido por lo negativo. Un área de bajas presiones, un vacío
que absorbe. Será portentosamente anónimo, incoloro, sin rostro. Nacerá,
probablemente, con discos de piel blanda en lugar de ojos. Siempre sabe adonde va;
como los virus, no necesita ojos. »
—¿No podría existir más de un Emisor?
—¡Oh, sí! Al principio, muchos. Pero no por mucho tiempo. Algunos individuos
sensibles creerán que pueden emitir cosas eficientes, sin darse cuenta de que el mal es
precisamente el emitir. Los científicos dirán:
»—Emitir es como la energía atómica... si es manejada adecuadamente...
»En ese momento, un técnico anal se prepara un bicarbonato de sosa y aprieta el
botón que deja la Tierra reducida a polvo cósmico.
»—Brruump... Este pedo se va a oír hasta en Júpiter.
»Los artistas confundirán emisión y creación. Irán por ahí chillando lo de "un nuevo
medio" hasta que deje de darles pasta... Los filósofos hablarán y hablarán del rollo de
los fines y de los medios, sin saber que emitir no puede ser nunca más que un medio
para emitir más, como la Droga. Trate usted de utilizar la droga como medio para otra
cosa... Algunos individuos con hábitos de control tipo "Coca-Cola y Aspirina" hablarán
del perverso encanto de la emisión. Pero ninguno hablará mucho tiempo de nada. Al
Emisor no le gusta la charla. »
El Emisor no es un ser humano... Es el Virus Humano (todos los virus son células
deterioradas que llevan una existencia parásita... Tienen una afinidad especial con la
Célula Madre; así, las células hepáticas deterioradas buscan el dulce hogar de la
hepatitis, etcétera. De tal manera que cada especie tiene su Virus Maestro: Imagen
Deteriorada de esa especie.)
La imagen rota del Hombre avanza minuto a minuto, célula a célula... Pobreza,
odio, guerra, delincuencia policíaca, burocracia, locura, síntomas todos del Virus
Humano.
Ahora puede ser aislado y tratado el Virus Humano.
EL OFICIAL DEL JUZGADO
El Oficial del Juzgado tiene su despacho en un enorme edificio de ladrillo rojo
conocido por El Viejo Tribunal. De hecho, allí es donde tramitan los casos civiles,
prolongándose los trámites de modo inexorable hasta que los litigantes mueren o retiran
su caso. Esto se debe al enorme número de expedientes que se ocupan de absolutamente
todo, expedientes que están archivados en lugares equivocados, de modo que nadie
excepto el Oficial del Juzgado y su equipo de ayudantes pueden encontrarlos, aunque a
veces se pasa años buscándolos. De hecho, todavía anda buscando los documentos
relativos a una causa por daños y perjuicios que fue resuelta de modo extrajudicial en
1910. Muchas partes del Viejo Tribunal están en ruinas y otras son altamente peligrosas,
debido a los frecuentes derrumbamientos. El Oficial del Juzgado asigna a sus asistentes
las misiones más peligrosas, y muchos de ellos han perdido la vida en el servicio. En
1912, 207 ayudantes quedaron atrapados en un derrumbamiento del ala Nor-nordeste.
Cuando se inicia procedimiento contra alguien de la Zona, sus abogados intentan
que el caso sea transferido al Viejo Tribunal. Una vez hecho esto, el demandante ha
perdido el caso de modo que los únicos casos que llegan a ser juzgados en el Viejo
Tribunal son los litigados por excéntricos y paranoicos que desean «una vista pública»,
cosa que raramente consiguen dado que sólo la más desesperada necesidad de noticias
atraerá a un reportero al Viejo Tribunal.
El Viejo Tribunal está situado en el pueblo de Palomar, fuera de la zona urbana. Los
habitantes de esta localidad y de la zona circundante de pantanos y espesos bosques son
gente de tan profunda estupidez y tan bárbaras costumbres que la Administración ha
considerado conveniente mantenerlos en cuarentena en una reserva rodeada por un
muro radiactivo de ladrillos de hierro. En represalia, los habitantes de Palomar han
llenado la localidad de carteles: «Urbanita, no permitas que el sol se pose sobre ti aquí.
» Advertencia innecesaria, pues nada, excepto asuntos urgentes, haría que un urbanita
visitase Palomar.
El asunto de Lee es urgente. Tiene que presentar una certificación de que padece
peste bubónica para evitar que lo expulsen de la casa que lleva ocupando diez años sin
pagar renta. Vive en una cuarentena permanente. Así que llena su cartera de mano de
certificaciones y exhortos y declaraciones juradas y coge un autobús hacia la Frontera.
El inspector de aduanas urbanita lo deja pasar:
—Espero que no lleve una bomba atómica en esa cartera de mano.
Lee se traga un puñado de píldoras tranquilizantes y penetra en la barraca de la
aduana de Palomar. Los inspectores se pasan tres horas manoseando sus papeles,
consultando polvorientos registros y tarifas de los que leen pasajes incomprensibles y
siniestros que terminan con: «Y por lo tanto está sujeto a multa y prisión de acuerdo con
el artículo 666. » Y lo miran significativamente.
Revisan sus papeles con una lente de aumento.
—A veces ponen chistes verdes entre líneas.
—A lo mejor piensa venderlos como papel higiénico. ¿Esta mierda es para su uso
personal?
—Sí.
—Dice que sí.
—¿Y cómo podemos saberlo?
—Tengo una certificación.
—Un tipo listo. Quítese la ropa.
—Sí. A lo mejor tiene tatuajes pornográficos.
Le palpan el cuerpo revisándole el culo en busca de contrabando y lo examinan para
encontrar pruebas evidentes de sodomía. Le mojan el pelo y mandan el agua a analizar:
—Quizá lleve drogas en el pelo.
Por fin, le confiscan la cartera; y Lee sale de la barraca tambaleándose con más de
veinte kilos de documentos.
Una docena o así de Archiveros se sientan en los podridos escalones de madera del
Viejo Tribunal. Observan cómo se acerca con ojos azul pálido, girando lentamente la
cabeza sobre cuellos arrugados (las arrugas llenas de polvo) para seguir a Lee que sube
los escalones y atraviesa la puerta. Dentro, polvo suspendido en el aire como bruma,
desprendiéndose del techo, levantándose del suelo en nubes mientras camina. Asciende
una peligrosa escalera —condenada desde 1929—. En una ocasión su pie atraviesa la
madera y astillas secas se le clavan en la carne de la pierna. La escalera termina en un
andamio de pintor unido con una cuerda deshilachada y poleas a una viga casi invisible
en la polvorienta lejanía. Se alza cautelosamente hasta el asiento de una noria. Su peso
pone en movimiento un mecanismo hidráulico (sonido de agua corriendo). La noria se
mueve suave y silenciosamente hasta parar junto a un oxidado balcón de hierro
agujereado aquí y allá como la suela de un zapato viejo. Camina por un largo pasillo
flanqueado por puertas, la mayor parte de ellas cerradas con tablones clavados. En un
despacho, Exquisiteces del Próximo Oriente pone en una placa de bronce verde, el
Chaquetero caza termitas con su larga lengua negra. La puerta del despacho del Oficial
del Juzgado está abierta. El Oficial del Juzgado está sentado dentro esnifando rapé
rodeado de seis ayudantes. Lee se detiene en el umbral de la puerta. El Oficial del
Juzgado sigue hablando sin levantar la vista:
—El otro día me tropecé con Ted el Grifo... uno de los veteranos, además. No hay
un tipo mejor que Ted el Grifo en toda la Zona... Bueno, era viernes, lo recuerdo porque
la Vieja tenía dolores de menstruación y fue a la botica de Parker, en la calle Dalton,
justo enfrente del Salón de Masajes Éticos de Mamá Green, donde solían estar las
antiguas cuadras de Jed... Pues bien, Jed, en seguida recordaré su apellido, tenía el ojo
izquierdo distraído y su mujer procedía de algún lugar del Este, Argelia creo que era, y
cuando Jed murió se casó otra vez, se casó con uno de los chicos de Hoot, con Clem
Hoot si la memoria no me falla, también un buen chico, bueno, creo que Hoot tenía
unos cincuenta y cuatro o cincuenta y cinco años en aquella época... Así que le dije al
matasanos de Parker: «Mi vieja está doblada con los dolores de la menstruación.
Véndeme la mitad de cuarto de paregórico. »
»Y el médico dice: "Bueno, Arch, tienes que firmar en el libro. Nombre, dirección y
fecha de la compra. Es la ley. "
»Entonces le pregunté a Parker qué día era, y él dijo: "Viernes, trece."
»Entonces yo dije: "Supongo que tendré bastante con eso. "
»—Bueno —dijo el médico—, estuvo aquí esta mañana un tipo de la ciudad. Vestía
de modo llamativo. Fíjate, traía una receta para un bote entero de morfina... Una receta
con pinta rara escrita en papel higiénico... Y le dije directamente: "Señor, sospecho que
es usted un maldito drogado. "
»—Las uñas me crecen hacia adentro, abuelo. Estoy que me muero de dolor —dice.
»—Bien —digo yo— debo andarme con cuidado. Pero como usted sufre una
dolencia legítima y tiene una receta de un auténtico médico colegiado, me sentiré
honrado atendiéndole.
»—Ese matasanos está colegiado —dice—... Bueno, supongo que una mano no
sabía lo que estaba haciendo la otra cuando le entregué un bote de detergente
equivocado... Así que supongo que también él tuvo lo suyo.
»—Justo lo que el tipo necesitaba para depurarse la sangre.
»—Ya sabes, eso mismo se me ocurrió a mí. Debe de ser bastante mejor que azufre
y melaza... Ahora, Arch, no pienses que me meto en lo que no me importa; pero un
hombre no debe tener secretos para Dios y para su boticario, como yo siempre digo...
¿Todavía montas a esa Vieja Yegua Gris?
»—Verás, doctor Parker... Ya debes saber que soy padre de familia y antiguo
miembro de La Iglesia de la Primera Comunión No-Sextaria, y que no he catado un culo
de burro desde que ambos éramos niños.
»—¡Qué tiempos aquellos, Arch! ¿Recuerdas la vez que confundí la grasa de ganso
con la mostaza? Yo siempre era el que me equivocaba de bote, como dijo un amigo. Se
podían oír tus gritos desde el Condado del Coño Lamido, chillabas como un armiño con
las pelotas arrancadas.
»—Estás saliéndote de madre, doctor. Fuiste tú el que se puso la mostaza y yo el
que tuvo que esperar a que te enfriaras.
»—Te equivocas, Arch. Una vez leí acerca de eso en una revista que encontré en los
retretes de detrás de la estación... Pero creo, Arch, que no me entendiste correctamente
antes... Me refería a tu mujer cuando hablé de la Vieja Yegua Gris... Quiero decir, que
ya no es lo que era con todas esas cataratas y almorranas y sabañones y aftosa que tiene.
»—Así es, doctor, Liz está seriamente enferma. No volvió a ser la misma tras su
último aborto... Hubo algo raro a propósito de eso. El doctor Ferris me miró
directamente, dijo: "Arch, no está bien que sigas haciendo lo mismo. " Y me lanzó una
mirada que hizo que me estremeciera... Bueno, lo has dicho correctamente, doctor. Ya
no es lo que era. Y tus medicinas no parece que sirvan de nada. De hecho, ya ni siquiera
es capaz de distinguir día y noche desde que usa las gotas para los ojos que me vendiste
el mes pasado... Pero, deberías saber, doctor, que ya no monto a Liz, esa vieja vaca,
dicho sea con todo respeto hacia la madre de mis monstruos muertos. Y mucho menos
ahora que tengo a ese bombón de quince años... Ya sabes, esa chica mulata que solía
trabajar en el Salón de Belleza de Marylou blanqueando pieles y alisando cabellos, allá
en el barrio negro.
»—Así que comiéndote pollitas negras, ¿eh, Arch? Probando el pan negro, ¿verdad?
»—Déjalo estar, doctor. Déjalo estar. Bien, como dijo aquel tipo, el deber me está
metiendo el dedo en el culo para ver si tengo huevo dentro. Ahora tengo que volver al
viejo manicomio.
»—Apuesto algo a que necesita un buen engrase.
»—Doctor, tiene el agujero totalmente seco... Bien, gracias por el paregórico.
»—Y gracias por la compra, Arch... Je Je Je... Oye, Arch, muchacho, una noche de
estas cuando tengas un compromiso difícil ven por aquí y tómate yohimbina conmigo.
»—Lo haré, doctor, seguro que lo haré. Igual que en los viejos tiempos.
»O sea que volví a casa y calenté agua y mezclé el paregórico con clavo y canela y
azafrán y se lo di a Liz, y eso la calmó algo. Por lo menos dejó de molestarme... Bueno,
después volví otra vez a la botica de Parker para conseguir un condón... y justo cuando
salía me tropiezo con Roy Blane, también un buen tipo. No hay en toda la Zona un tío
mejor que Roy Blane... Así que va y me dice: "Arch, ¿ves a ese viejo negro en el
descampado? Todas las noches viene por aquí hacia las ocho y media, se mete en ese
solar y se frota con virutas de metal... Me dijeron que era un predicador ambulante. "
»Y así es cómo conseguí saber más o menos la hora que era aquel viernes trece, y
no puede haber sido más de veinte minutos o media hora después de eso, había tomado
tintura de cantáridas en la botica de Parker y estaba empezando a hacerme efecto por
Vertedero Grennel abajo camino del barrio negro... Bueno, el vertedero hace una curva,
donde solía estar la chabola del negro... Quemaron al viejo negro allá en Coño Lamido.
El negro tenía la aftosa y se había quedado completamente ciego... Y entonces aquella
chica blanca de Texarkana suelta:
»—Roy, ese viejo negro me está mirando de un modo asqueroso. Por el amor de
Dios, me estoy sintiendo toda sucia.
»—No te preocupes, preciosa. Yo y los chicos le vamos a prender fuego.
»—Que queme despacio, guapo. Que queme despacio. Me ha levantado dolor de
cabeza.
»Así que quemaron al negro y ese tipo sureño cogió a su mujer y se volvió a
Texarkana sin pagar la gasolina y el viejo Lou, el Murmurador, lleva la estación de
servicio, y durante todo el otoño no habló de otra cosa: "Estos tipos de la ciudad
vinieron y quemaron a un negro y ni siquiera pagaron la gasolina. "
»Bueno, Chester Hoot tiró abajo la chabola del negro y la volvió a levantar en la
parte de atrás de su casa de Valle Desangrado. Tapó todas las ventanas con tela negra y
lo que pasa allí dentro no es para hablar de ello... Bueno, Chester tiene algunas rarezas...
Bueno, fue justo donde solía estar la chabola del negro, justo enfrente del terreno del
viejo Brooks que se inunda cada primavera, sólo que entonces ya no pertenecía a
Brooks... pertenecía a un tipo llamado Scranton. Pues bien, ese terreno fue medido allá
por 1919... Aseguro que también conozco al tipo que lo midió... Un individuo llamado
Hump Clarence solía buscar agua por allí... Un buen muchacho también, no hay hombre
mejor en esta Zona que Hump Clarence... Bueno, precisamente fue más o menos por allí
donde me encontré con Ted el Grifo fabricando una muñeca de barro.
Lee se aclaró la garganta. El Oficial del Juzgado le miró por encima de sus gafas.
—Ahora, joven amigo, si tiene la bondad de esperar a que acabe me ocuparé de su
asunto.
Y comenzó a contar una anécdota de un negro que cogió hidrofobia de una vaca.
—Así que mamá me dice: «Termina tus deberes, hijo, y vamos a ver al negro... »
Tenían al negro atado a la cama, y mugía como una vaca. Pero en seguida tuve bastante
del viejo negro. Bueno, si me disculpan me ocuparé de mis asuntos privados. Ji Ji Ji.
Lee le oyó horrorizado. El Oficial del Juzgado a veces se pasaba semanas enteras en
el retrete viviendo de escorpiones y catálogos de grandes almacenes. En varias
ocasiones sus ayudantes tuvieron que forzar la puerta y sacarle en avanzado estado de
desnutrición. Lee decidió jugar su última carta.
—Señor Anker —dijo—, apelo a usted como un Jabalí a otro —y sacó su tarjeta de
Jabalí, un recuerdo de su lasciva y agitada juventud.
El Oficial del Juzgado contempló desconfiadamente la tarjeta:
—No me parece que sea un Jabalí de buena fe que se alimenta de bellotas... ¿Qué
piensa usted de los judíos... ?
—Bien, señor Anker, sabe usted perfectamente que los judíos sólo quieren meter
mano a las muchachas cristianas... Uno de estos días los liquidaremos a todos.
—Bueno, para ser un tipo de la ciudad habla usted acertadamente... Vean lo que
quiere y atiéndanle... Es un buen chico.
INTERZONAS
El único nativo de Interzonas que ni es maricón ni está disponible es el chófer de
Andrew Keif, lo cual no constituye afectación ni perversidad por parte de Keif, sino un
pretexto cómodo para romper relaciones con cualquiera a quien no tenga ganas de ver:
—Anoche se insinuó usted a Arácnido. No quiero volverle a ver por casa.
La gente de la Zona siempre anda sin control, lo mismo si han bebido que si no, así
que nadie puede asegurar que no se ha insinuado al poco apetecible Arácnido.
Arácnido es un chófer muy malo, difícilmente capaz de conducir. En cierta ocasión
atropello a una mujer preñada que bajaba de las montañas con una carga de carbón a la
espalda, y la mujer abortó un sanguinolento niño muerto en plena calle, y Keif se bajó y
se sentó en el bordillo de la acera, removiendo la sangre con un palo mientras la policía
interrogaba a Arácnido y finalmente arrestaba a la mujer por violar el Código Sanitario.
Arácnido es un joven horrible nada atractivo con una cara alargada de un extraño
color azul pizarra. Tiene una nariz enorme y grandes dientes amarillos de caballo.
Cualquiera es capaz de encontrar un chófer agradable, pero sólo Andrew Keif pudo
haber encontrado a Arácnido; Keif, el brillante, el joven novelista decadente que vive en
un urinario público reconvertido de la zona de las putas del Barrio Indígena.
La Zona es el único edificio enorme. Las habitaciones están hechas de un cemento
plástico que se comba para acomodar a la gente, pero cuando hay demasiadas personas
en una habitación se produce un suave ¡PLOF! y alguien pasa a través de la pared hasta
la casa de al lado, es decir, a la cama de al lado, dado que las habitaciones son
fundamentalmente camas donde se llevan a cabo los negocios de la Zona. Un rumor de
sexo y comercio agita la Zona como si fuera una vasta colmena.
—Dos tercios del uno por ciento. No me muevo de esa cifra, ni por mis muertos.
—Pero ¿dónde está la documentación de la carga, amor mío?
—No donde tú estás mirando, cariño. Es demasiado evidente.
—Un cargamento de pantalones vaqueros con petos falsos incorporados. Fabricado
en Hollywood.
—Bueno, de tipo norteamericano.
—¿Cuánto es la comisión?... La comisión... La comisión.
—Sí, guapo, un cargamento de vaselina hecha de auténticos desechos de ballena del
Atlántico Sur, de momento puesto en cuarentena por la Junta de Sanidad de Tierra del
Fuego. ¡La comisión, querido! Si sacamos adelante este asunto nadaremos en la
abundancia. (Los desechos de ballena son el material que se acumula en el proceso de
despedazar y cocer una ballena. Una apestosa masa que se huele a kilómetros de
distancia. Nadie ha encontrado aplicación para ella.)
Importaciones Ilimitadas de Interzonas, formada por Marvie y Leif El Malasuerte,
ha cerrado el asunto de la vaselina. De hecho, su especialidad son productos
farmacéuticos y la complementan con un centro (Profiláctico) abierto las veinticuatro
horas del día, seis tratamientos distintos de proa a popa (hasta ahora se han identificado
seis clases diferentes de enfermedades venéreas).
Marvie y Leif caen sobre el negocio. Prestan servicios innombrables a un
consignatario griego, y a un turno completo de inspectores de aduanas. Los dos socios
riñen y se denuncian mutuamente en la Embajada que los manda al Departamento de No
Queremos Oír Hablar de Eso y allí son despedidos por una puerta de servicio que da a
un vertedero lleno de mierda donde buitres se pelean por las cabezas de pescado.
Discuten histéricamente.
—¡Estás tratando de joderme la comisión!
—¡Tu comisión! ¿Qué comisión? ¿La tuya? ¿Quién olió este negocio primero?
—Pero la documentación de la carga la tengo yo.
—¡Monstruo! Pero el cheque lo extenderán a mi nombre.
—¡Hijoputa! No verás la documentación de la carga hasta que ingreses mi parte en
mi cuenta.
—Bueno, besémonos y hagamos las paces. Nadie puede hablar mal de mí.
Se estrechan las manos sin entusiasmo y se besuquean las mejillas. El negocio se
prolonga durante meses. Contratan los servicios de un Expedidor. Por fin, Marvie
aparece con un cheque de 42 kurdos turquestanos extendido contra un banco anónimo
de Sudamérica, a liquidar a través de Amsterdam, un procedimiento que llevará once
meses más o menos.
Ahora pueden descansar en los cafés de La Plaza. Marvie muestra una fotocopia del
cheque. Nunca mostraría el original, claro está, temiendo que algún ciudadano
envidioso eche borratintas sobre la firma o estropee el cheque de algún modo.
Todo el mundo le pide que pague unas copas y lo celebre, pero él sonríe
jovialmente y dice:
—La cuestión es que ni yo mismo puedo tomármelas. Ya me gasté todos los kurdos
comprando estreptomicina para las purgaciones de Alí. Está invadido otra vez. Casi
saco volando al hijoputa a través de la pared hasta la casa de al lado, es decir, a la cama
de al lado. Pero todos sabéis que soy un viejo sentimental.
En cualquier caso, Marvie pide un corto de cerveza para él, y se saca de la bragueta
una moneda renegrida poniéndola en la mesa.
—Quédate con el cambio —dice.
El camarero retira la moneda con el recogedor de basura, escupe encima de la mesa
y se aleja.
—¡Mal perdedor! Tiene envidia de mi cheque.
Marvie llevaba en Interzonas desde «el año antes del primero de todos», como él
decía. Había sido despedido de algún cargo poco claro del Departamento de Estado,
«agradeciéndole los servicios prestados». Era evidente que en algún momento de su
vida había sido un joven universitario, pero su cara se ha vuelto fofa y la piel le forma
bolsas como de parafina fundida bajo la barbilla. Y tiene michelines en la cintura.
Leif el Malasuerte era un noruego alto y delgado con un parche sobre un ojo, la cara
congelada en una permanente mueca obsequiosa. Tras él quedaba una saga épica de
empresas fallidas. Había fracasado criando ranas, chinchillas, luchadores de Siam,
raminas y perlas cultivadas. Había intentado varias veces y sin ningún éxito, montar un
Cementerio de Pichoncitos Los Dos En El Mismo Ataúd, monopolizar el mercado de
condones durante la crisis de la goma, dirigir un prostíbulo por correspondencia, vender
penicilina como producto patentado por él. Había utilizado sistemas de apuestas
desastrosos en los casinos europeos y en los hipódromos norteamericanos. Sus reveses
en los negocios se equiparaban con las increíbles desdichas de su vida personal. Unas
bestias de matinos le habían arrancado a patadas los dientes de delante en Brooklyn.
Unos cuervos le habían sacado un ojo cuando, después de beberse casi un litro de
paregórico, quedó sin sentido en un parque de Panamá capital. Estuvo cinco días
atrapado en un ascensor entre dos pisos mientras padecía una crisis de carencia de
heroína, y sufrió un ataque de delirium tremens durante una travesía clandestina
escondido entre la carga. Después, también estaba la vez que tuvo oclusión intestinal,
perforación de estómago y peritonitis, todo al mismo tiempo, en El Cairo, y como el
hospital estaba tan lleno, lo ingresaron en una letrina, y el cirujano griego le metió un
mono vivo dentro por error y luego le cosió, y fue violado por varios auxiliares, y uno
de los empleados robó la penicilina sustituyéndola por detergente; y la vez que cogió
unas purgaciones culeras y un médico inglés muy puritano le curó con un enema de
ácido sulfúrico caliente, y también estaba el profesional de la Medicina Tecnológica, un
alemán que le quitó el apéndice con un abrelatas oxidado y unos trozos de hojalata
(consideraba la teoría de la asepsia «una estupidez»). Animado por el éxito comenzó a
dar tijeretazos y a cortar todo lo que veía delante:
—El cuerrpo humano está lleno de parrtes innesesarias. Se puede vivirr con un
riñón. ¿Porr qué tenerr dos? Sí, esto es un rriñón... Las parrtes interriorres no deben
estarr tan serca unas de otras. Nesesitan lebensraum, como la Vaterland.
Aún no había pagado al Expedidor y Marvie encaraba la perspectiva de mantenerlo
durante once meses, hasta que cobrara el cheque. Se decía que el Expedidor había
nacido en el ferry que iba de la Zona a la Isla. Su cometido consistía en acelerar el envío
de mercancías. Nadie sabía con seguridad si sus servicios tenían alguna utilidad o no, y
mencionar su nombre siempre provocaba discusiones. Se citaban casos en los que se
demostraba su milagrosa eficiencia, y casos donde quedaba de manifiesto su absoluta
inutilidad.
La Isla era una base naval y militar británica situada directamente frente a la Zona.
Inglaterra poseía la Isla merced a un alquiler anual gratuito, con lo que todos los años
renueva puntualmente el arriendo y el permiso de residencia. Aparece toda la población
—la asistencia es obligatoria— reunida en el vertedero municipal. El Presidente de la
Isla está obligado por costumbre a arrastrarse entre la basura y a entregar el Permiso de
Residencia y renovación de Alquiler, firmado por todos los ciudadanos de la Isla, ante el
propio Gobernador Residente, que lo espera de pie, resplandeciente en su uniforme de
gala. El Gobernador coge los documentos y se los guarda en el bolsillo de la guerrera.
—Bien —dice con una tensa sonrisa—, así que han decidido permitir que nos
quedemos otro año más, ¿no es eso? Muy amable por su parte... ¿Y todos están de
acuerdo?... ¿Hay alguien que no esté de acuerdo?
Soldados en jeeps hacen girar las ametralladoras apuntando a la multitud con lento
movimiento amenazador.
—Todos felices y contentos. Eso está muy bien. —Se vuelve jovial hacia el
Presidente postrado entre la basura—. Guardaré estos documentos por si acaso hicieran
falta. Ja! Ja! Ja! —Su pesada risa metálica resuena por el vertedero y la multitud ríe con
él ante la amenaza de las ametralladoras.
En la Isla se aplican escrupulosamente los ritos de la democracia. Hay un Senado y
un Congreso que celebran sesiones interminables para discutir la eliminación de la
basura y la inspección de retretes, los únicos asuntos sobre los que tienen jurisdicción.
Durante un breve período a mediados del siglo XIX se les permitió controlar el
Mantenimiento de los babuinos, pero este privilegio fue suprimido ante el absentismo
en el Senado.
Piratas del siglo XVII trajeron los babuinos de culo morado de Trípoli a la Isla. Hay
una leyenda que dice que cuando los babuinos abandonen la Isla, ésta se hundirá. No se
especifica ante quién o de qué manera concreta, y ahora es un delito capital matar a un
babuino, aunque la molesta conducta de estos insoportables animales molesta a los
ciudadanos más de lo creíble. De vez en cuando, alguien se vuelve frenético, mata a
varios babuinos y luego se suicida.
El cargo de Presidente siempre recae en un ciudadano particularmente molesto e
impopular. Ser elegido Presidente es la mayor desgracia que puede ocurrirle a un Isleño.
La ignominia y las humillaciones son tales que pocos presidentes llegan a vivir todo el
período de su mandato, normalmente mueren descorazonados al cabo de un año o dos.
El Expedidor había sido Presidente en cierta ocasión y duró los cinco años de su
mandato. Posteriormente se cambió de nombre y se sometió a la cirugía estética, para
borrar todo lo posible el recuerdo de su desgracia.
—Sí, naturalmente... le pagaremos —estaba diciendo Marvie al Expedidor—. Pero
tómeselo con calma. Puede pasar algo de tiempo todavía...
—¡Tomarlo con calma! ¡Algo de tiempo... ! Escuche.
—Sí, lo sé perfectamente. La compañía financiera quiere quitarle el riñón artificial
que financia a su esposa... Piensan sacar a su abuela el pulmón de acero.
—Todo eso es de bastante mal gusto, amigo... Francamente, habría preferido no
verme metido en este hum asunto. Esa maldita grasa tenía demasiado ácido fénico. Bajé
hasta la aduana un día de la semana pasada. Metí el palo de una escoba en uno de los
tambores, y la grasa carcomió el extremo en un momento. Además, el hedor es capaz de
hacer que un hombre se caiga de espaldas. Debería darse una vuelta por el puerto.
—No haré una cosa semejante —soltó Marvie. En la Zona es señal de buen gusto
no tocar nunca, ni acercarse tan siquiera, a lo que se vende. Hacerlo levanta sospechas
de que es un vendedor, es decir, un vulgar traficante. Gran parte de la mercancía de la
Zona se vende a través de vendedores callejeros.
—¿Por qué me cuenta todo esto? ¡Es demasiado sórdido! Deje que los reventas se
preocupen de esas cosas.
—Oh, todo eso está muy bien para vosotros, amigos, procedéis de abajo del todo.
Pero yo tengo una reputación que mantener... De este asunto se hablará, ¡y cómo!
—¿Insinúa que hay algo ilegítimo en esta operación?
—No exactamente ilegítimo. Pero sí bajo. Definitivamente bajo.
—Vamos, ¡vuélvase a su Isla antes de que se hunda! Le conocemos perfectamente
desde que ponía el culo al punto en los meaderos de la Plaza por cuatro perras.
—Y, por cierto, no tenía muchos clientes —añadió Leif. Esta referencia a su origen
isleño era más de lo que el Expedidor podía aguantar... Estaba estirándose, esforzándose
para soltar una expresión gélida, cortante, «aplastante», pero en lugar de eso, salió de
sus labios un lamentoso, sollozante y quejoso gruñido perruno. Su cara de antes de la
cirugía estética emergió en un arco voltaico de odio incandescente... Empezó a escupir
maldiciones en las odiosas guturales estranguladas del dialecto de la Isla.
Todos los isleños hacen profesión de ignorancia del dialecto, o simplemente niegan
su existencia.
—Somos británicos —dicen—. No tenemos ningún maldito dialecto.
Asomaba espuma en las comisuras de los labios del Expedidor. Escupía pequeñas
bolas de saliva como trozos de algodón. La pestilencia de la bajeza espiritual estaba
suspendida en el aire como una nube verde. Marvie y Leif retrocedieron temblando,
alarmados.
—Se ha vuelto loco —susurró Marvie—. Vámonos de aquí. —Cogidos de la mano
se alejaron precipitadamente entre la bruma que cubre la Zona durante los meses de
invierno como un baño turco frío.
EL RECONOCIMIENTO
Carl Peterson se encontró una tarjeta postal en el buzón citándole con el doctor
Benway a las diez en punto en el Ministerio de Higiene y Profilaxis...
«¿Qué coño pueden querer de mí? —pensó irritado—. Un error, lo más probable. »
Pero él sabía que ellos no cometen errores... Indudablemente, no errores de
identidad...
A Carl no se le habría ocurrido faltar a la cita aunque dejar de presentarse no estaba
penado... Libertonia era un estado de bienestar social. Si un ciudadano quería algo,
desde un saco de huesos hasta un compañero sexual, había un departamento dispuesto a
ofrecerle ayuda efectiva. La amenaza implícita en esta envolvente benevolencia apagaba
cualquier idea de rebelión...
Carl atravesó la Plaza del Ayuntamiento... Desnudos niquelados de veinte metros de
altura con genitales de bronce enjabonándose bajo surtidores resplandecientes... La
cúpula del Ayuntamiento, de ladrillo y cristal y bronce, alzada hacia el cielo.
Carl sostuvo la mirada de un turista norteamericano homosexual que bajó la vista y
manipuló los filtros de luz de su Leica...
Carl penetró en el esmaltado laberinto metálico del Ministerio, se dirigió
directamente a la ventanilla de información y... presentó su tarjeta.
—Quinto piso... Despacho veintiséis....
En el despacho veintiséis una enfermera lo examinó con fríos ojos submarinos.
—El doctor Benway le está esperando —dijo sonriendo—. Entre.
«Como si no tuviera otra cosa que hacer que esperarme», pensó Carl...
El despacho estaba en completo silencio, y lleno de una luz lechosa. El médico
estrechó la mano de Carl manteniendo sus ojos fijos en el pecho del joven.
«He visto antes a este hombre —pensó Carl—, pero ¿dónde?»
Se sentó y cruzó las piernas. Miró distraídamente el cenicero de encima de la mesa
y encendió un cigarrillo... Se volvió hacia el médico lanzándole una mirada fija e
interrogadora en la que había algo más que insolencia.
El médico pareció embarazado... Se movió inquieto y tosió... y manoseó unos
papeles.
—Grunf —dijo al fin—. Su nombre es Carl Peterson, creo. —Sus gafas se
deslizaron hasta la punta de la nariz como parodiando un gesto académico... Carl asintió
en silencio... El médico no le miraba, pero parecía entregado a registrar el acuse de
recibo... Volvió a ponerse las gafas en su lugar y abrió una carpeta sobre la mesa
esmaltada de blanco.
—Mmmmmmmmm, Carl Peterson —repitió el nombre lentamente, frunció los
labios y asintió con la cabeza unas cuantas veces. Volvió a hablar bruscamente—:
Naturalmente usted sabe lo que intentamos. A veces no tenemos éxito, por supuesto. —
Su voz se convirtió en un hilo diáfano y tenue. Se llevó la mano a la frente—. Se trata
de adaptar el Estado, un instrumento simplemente, a las necesidades de cada individuo.
—Su voz surgió tan inesperadamente profunda y grave que Carl se sobresaltó—. Esa es
la única función del Estado, según nosotros vemos las cosas. Nuestros conocimientos...
incompletos, claro está... —Hizo un ligero gesto de desprecio—. Por ejemplo, por
ejemplo... consideremos el asunto de... ejem... la desviación sexual. —El médico se
balanceó adelante y atrás en su sillón. Las gafas le resbalaron de nuevo por la nariz. De
pronto, Carl se sintió incómodo.
—Consideramos que es una desgracia... una enfermedad... indudablemente nada
que deba ser censurado o... uh... castigado más que, digamos... la tuberculosis... Sí —
repitió enérgicamente como si Carl hubiera puesto alguna objeción—, la tuberculosis.
Por otra parte, puede ver inmediatamente que cualquier enfermedad impone ciertas,
podríamos decir, obligaciones, ciertas exigencias de carácter profiláctico a las
autoridades responsables de la salud pública, tales exigencias se imponen a su vez, ni es
necesario decirlo, con un mínimo de molestias y de incomodidades al infortunado
individuo que sin tener nada que ver en ello, ha sido uuuum infectado... Es decir,
naturalmente, el mínimo de molestias compatibles con la protección adecuada de los
demás individuos que no están infectados... No consideramos la vacunación
antivariólica obligatoria una medida poco razonable... Ni el aislamiento para ciertas
enfermedades contagiosas... Estoy seguro de que convendrá en que los individuos
infectados con grunf lo que los franceses llaman «Les maladies galantes» je je je deben
ser obligados a seguir un tratamiento si no se prestan a ello voluntariamente. —El
médico seguía balanceándose en un sillón como si fuera un juguete mecánico... Carl
comprendió que estaba esperando a que él dijera algo.
—Parece razonable —dijo.
El médico dejó de balancearse. De pronto, se había quedado inmóvil.
—Ahora volvamos a ese hum asunto de la desviación sexual. Francamente, no
pretendemos comprender, al menos por completo, por qué algunos hombres y mujeres
prefieren la uh compañía sexual de alguien de su mismo sexo. Sabemos que uh el
fenómeno es bastante corriente y que en determinadas circunstancias es asunto de
competencia de uh este departamento.
Por primera vez, los ojos del médico miraron directamente a Carl. Ojos sin rastro
alguno de calor o de odio o de cualquier emoción que Carl hubiera experimentado o
visto en otros, una mirada a la vez fría e intensa, voraz e impersonal. De repente, Carl se
sintió atrapado en la silenciosa caverna submarina de una habitación, separado de todas
las fuentes de calor y seguridad. La imagen de sí mismo, allí, sentado tranquilamente,
alerta, dando evidentes muestras de bien educado desinterés, se hizo opaca, como si la
vitalidad hubiera sido extraída de su cuerpo mezclándose con el ambiente gris lechoso
de la habitación.
—El tratamiento de estos desarreglos es, por el momento, grunf sintomático. —El
médico se arrellanó súbitamente en el sillón y explotó en estrepitosas carcajadas
metálicas. Carl le observó asustado... «Este tipo está loco» —pensó. El rostro del
médico adquirió el aspecto inexpresivo del de un jugador. Carl sintió una extraña
sensación en el estómago, como cuando se detiene súbitamente el ascensor.
El doctor estudiaba la carpeta que tenía delante. Habló con un ligero tono de
condescendencia divertida:
—No se asuste tanto, joven. Sólo es una broma profesional. Decir que el
tratamiento es sintomático significa solamente que se intenta que el paciente se sienta lo
más cómodo posible. Y precisamente eso es lo que tratamos de hacer en estos casos. —
Carl sintió una vez más el impacto de aquel frío interés clavado en su rostro—. Es decir,
ayuda cuando se necesita ayuda... y, naturalmente, contacto adecuado con otros
individuos de tendencias semejantes. No se recomienda el aislamiento... la enfermedad
no es más contagiosa que el cáncer. El cáncer, mi primer amor —la voz del médico
volvió a apagarse. En realidad, parecía que se había largado por una puerta invisible
dejando su cuerpo vacío sentado allí frente a la mesa.
Súbitamente volvió a hablar con tono mordaz:
—Y ahora, seguramente se preguntará usted por qué nos ocupamos de un asunto
semejante, ¿no es así? —esbozó una sonrisa brillante y fría como la nieve bajo el sol.
Carl se encogió de hombros:
—Eso no es asunto mío... lo que me pregunto es por qué me ha pedido que viniera
aquí y por qué me cuenta todos estos... estos...
—¿Absurdos?
Carl se sintió molesto al darse cuenta de que estaba sonrojándose.
El médico se recostó en el asiento y juntó la punta de los dedos:
—Los jóvenes —dijo con indulgencia— siempre tienen prisa. Quizá algún día
comprendan el significado de la paciencia. No, Carl... ¿puedo llamarte Carl? No estoy
esquivando tu pregunta... te tutearé si no te molesta. Bien, en casos de presunta
tuberculosis, nosotros, es decir, el departamento adecuado, podemos pedir, incluso
exigir, a alguien que se presente para someterse a un reconocimiento fluoroscópico.
Algo rutinario, ya comprenderás. La mayor parte de esos reconocimientos dan resultado
negativo. Así que has sido citado para, digamos, ¿una fluorescencia psíquica? Puedo
añadir, que después de haber hablado contigo estoy relativamente seguro de que, a
efectos prácticos, el resultado será negativo...
—Pero todo este asunto es ridículo. Sólo me interesan las mujeres. En la actualidad
tengo novia y pienso casarme.
—Sí, Carl, lo sé. Y por eso estás aquí. Un análisis de sangre antes del matrimonio,
es razonable, ¿no?
—Por favor, doctor, hábleme sin rodeos.
El médico no pareció oírle. Se levantó y empezó a caminar por detrás de Carl, su
voz lánguida e intermitente como música lejana por una calle ventosa.
—Debo decirte de modo estrictamente confidencial que tenemos pruebas definitivas
de la existencia de un factor hereditario. La presión social. Desgraciadamente muchos
homosexuales latentes y declarados se casan. Esos matrimonios generalmente terminan
en... El factor del ambiente infantil. —La voz del médico seguía y seguía. Hablaba de
esquizofrenia, cáncer, disfunción hereditaria del hipotálamo.
Carl dormitaba. Estaba abriendo una puerta verde. Un hedor horrible invadió sus
pulmones y se despertó bruscamente. La voz del médico era extrañamente igual y sin
vida, una voz susurrante de yonqui:
—La prueba Kleiberg-Stanislouski de floculación del semen... un medio de
diagnóstico... indicativo al menos en sentido negativo. En ciertos casos útil, considerado
como parte de todo el cuadro... Quizá en estas circunstancias —la voz del médico se
disparó en un chillido demente—. La enfermera le tomará uh las muestras.
—Por aquí, por favor... —La enfermera abrió la puerta de un cubículo desnudo de
paredes blancas. Le tendió una jarrita.
—Use esto, por favor. Sólo tiene que darme una voz cuando haya terminado.
Había una caja de vaselina sobre un estante de vidrio. Carl se sintió avergonzado
como si su madre le estuviera ayudando. Un discreto letrero decía algo así como: «Si yo
fuera un coño abriríamos una mercería. »
Ignorando la vaselina, eyaculó en la jarra, un frío polvo brutal a la enfermera
arrinconada contra una pared de ladrillos de cristal. «Viejo coño de cristal», pensó
burlonamente y vio un coño lleno de trozos de cristal coloreados bajo la Aurora Boreal.
Se lavó el pene y se abrochó los pantalones.
Algo estaba observando cada uno de sus pensamientos y actitudes con frío odio
burlón, la oscilación de sus testículos, las contracciones de su recto. Estaba en una
habitación invadida de luz verde. Había una cama sucia de madera tamaño matrimonio,
un armario negro con espejo de cuerpo entero. Carl no podía verse la cara. Alguien
estaba sentado en un sillón negro de hotel. Llevaba una camisa blanca con pechera
almidonada y una corbata de papel sucia. La cara hinchada, deshuesada, blanda. Ojos
como pus ardiente.
—¿Algo va mal? —dijo la enfermera con aire indiferente. Le estaba ofreciendo un
vaso de agua. Le observó con aire ausente mientras bebía. Luego, se volvió y cogió la
jarra con evidente desagrado.
Se volvió hacia él:
—¿Espera algo en particular? —soltó. A Carl nunca le habían hablado así en toda
su vida—. ¿No? —añadió la enfermera—, entonces puede marcharse —y se volvió
hacia la jarra. Con una leve exclamación de disgusto se limpió una gota de semen que se
le había caído en la mano. Carl cruzó la habitación y se detuvo en la puerta.
—¿Tengo que volver?
La enfermera le miró con desaprobadora sorpresa:
—Por supuesto, se le avisará. —Se detuvo a la entrada del cubículo y le contempló
mientras atravesaba otro despacho y abría la puerta. Cuando se volvió e intentó
despedirse, la enfermera no se movió ni cambió de expresión. Al bajar las escaleras, su
mueca decaída y falsa le encendió la cara de vergüenza. Un turista homosexual le miró
y alzó una ceja con aire de enterado:
—¿Algo anduvo mal?
Carl se dirigió corriendo a un parque y encontró un banco vacío junto a un fauno de
bronce con címbalos.
—No te sulfures, muchacho. Te sentirás mejor —el turista se inclinaba sobre Carl,
su cámara se balanceaba sobre él como una enorme teta pendulona.
—¡Vete a tomar por el culo!
Carl vio algo indigno y odioso reflejado en el fondo de los ojos castaños de animal
capado del marica.
—Chica, si yo estuviera en tu situación, no andaría por ahí insultando a la gente. A
ti también te engancharon. Te vi salir del Instituto.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Carl.
—Oh, nada. Nada en absoluto, querida.
—Bien, Carl —empezó el médico sonriendo y manteniendo los ojos a la altura de la
boca de Carl—. Tengo que darte buenas noticias. —Sacó un papel azul de un cajón de
la mesa y para leerlo realizó una detallada pantomima—. Tus pruebas... la prueba de
floculación de Robinson-Kleiber...
—Yo creía que se trataba de la prueba de Blomberg-Stanlouski.
—No, querido —el médico se rió entre dientes—. Estás yendo demasiado de prisa.
Debes de haber entendido mal. Bien, bien... te diré que la prueba de Blomberg-
Stanlouski es algo completamente distinto. Y espero... que no necesaria —rió entre
dientes otra vez—. Pero como decía antes de ser tan agradablemente interrumpido... por
mi grunf inteligente joven colega. Tu KS parece que es —dejó el papel al alcance de la
mano—, completamente uh negativo. Por tanto, quizá no tengamos que molestarte más.
Así que... —Dobló cuidadosamente el papel de una carpeta. Hojeó la carpeta.
Finalmente se detuvo y frunció el ceño y se pasó la lengua por los labios. Cerró la
carpeta y puso la mano sobre ella y se inclinó hacia delante.
—Carl, cuando hacías el servicio militar... Debe de haber habido... de hecho hubo
períodos en los que te encontrabas privado de uh los consuelos y uh los favores del sexo
débil. Durante esos difíciles y duros períodos, ¿no tenías ni siquiera la foto de una chica
ligerita de ropa pegada en la pared? O a lo mejor era todo un harén de esas chicas de
calendario, ¿verdad? Je je je...
Carl miró al doctor con franco desagrado.
—Sí, naturalmente —dijo—, todos las teníamos.
—Pues ahora, Carl, me gustaría enseñarte algunas fotos de chicas de ésas —sacó un
sobre de uno de los cajones—. Y quisiera que, por favor, elijas la que más te gustaría
echarle je je je... ya sabes. —De pronto se echó hacia delante agitando las fotografías
ante el rostro de Carl—. Coge una chica, ¡la que quieras!
Carl extendió los dedos entumecidos y tocó una de las fotografías. El médico volvió
a meter la foto en el mazo y barajó, cortó y lo colocó sobre la carpeta de Carl y le dio
una ligera palmada. Extendió las fotos hacia arriba delante de Carl.
—¿Está entre éstas?
Carl negó con la cabeza.
—Claro que no. Está donde tiene que estar. En el lugar adecuado para una mujer,
¿no? —Abrió la carpeta y sacó la foto de la chica unida a una de las láminas de
Roschach.
—¿Es ésta?
Carl asintió en silencio.
—Tienes buen gusto, hijo mío. Debo decirte de un modo estrictamente confidencial
que alguna de estas chicas... —con hábiles dedos de jugador dispuso las fotos como si
fueran cartas cuando se jugaba al monte—... son realmente chicos. Travestís, creo que
es la palabra exacta. —Sus cejas subían y bajaban con increíble rapidez. Carl no estaba
seguro de haber visto nada extraño. La cara del médico estaba frente a él absolutamente
inmóvil y sin expresión. Carl experimentó una vez más la sensación de que estómago y
genitales flotaban como en la súbita parada de un ascensor.
—Sí, Carl, parece que corres nuestra pequeña carrera de obstáculos en plan de
ganador... Seguramente estás pensando que todo esto es un tanto estúpido, ¿verdad?
—Bueno, a decir verdad... pues sí.
—Eres sincero, Carl... Eso está bien... Y ahora... Carl... —arrastró el nombre con
voz acariciadora como el pestañí haciéndose el bueno al ofrecerte un Old Gold (muy
propio de la pasma fumar cigarrillos Old Gold) y muy metido en su papel...
El policía bueno iniciando un breve paso de baile.
—¿Por qué no le haces una oferta al Jefe? —señala con la cabeza hacia su ceñudo
super-ego, al que siempre se refiere en tercera persona. Es «El Jefe» o «El Teniente».
—El Teniente es así, tú juegas limpio con él y él juega limpio contigo... Nos
gustaría que no te comieras demasiadas cosas... Claro que si nos ayudaras un poco. —
Sus palabras se abren a un desolado páramo de cafeterías y cruces de calles y
restaurantes baratos. Yonquis parecen mirar a otro lado masticando un trozo de pastel.
—El Marica no está en la cosa.
El Marica se ha desplomado en el sillón de un hotel, grogui, atiborrado de
barbitúricos con la lengua colgándole fuera.
El pestañí está liando a un chorizo.
—¿Conoces a Marty el Duro? —meneo.
—Sí.
—¿Puedes conseguir que te pase algo? —meneo, meneo.
—No se fía.
—Pero puedes conseguir que te pase algo esta semana —meneo, meneo, meneo...
—. Consigue que te venda algo hoy —no hay meneo.
—¡No! ¡No! ¡Eso no!
—Mira, ahora vas a cooperar con nosotros —tres meneos amenazadores—. ¿Lo
haces... o prefieres que el Jefe te zurre la badana? —levanta una ceja.
—Entonces, Carl, por favor, serías tan amable de decirme cuántas veces y en qué
circunstancias has uh consentido en prácticas homosexuales —su voz se esfumó—. Si
nunca has hecho una cosa así tendré que pensar que eres un joven de alguna manera
atípico. —El médico levantó un dedo amenazador bonachonamente—. En cualquier
caso... —golpeó la carpeta y esbozó un gesto odioso. Carl notó que la carpeta tenía unos
quince centímetros de espesor. De hecho, le pareció que había engordado mucho desde
que entrara en la habitación.
—Bueno, cuando hacía el servicio militar... cuando estaba sin blanca.
—Sí, claro, Carl —el médico rebuznó cordialmente—. En tu situación yo también
habría hecho lo mismo, no me importa decírtelo, je, je, je... Bueno, supongo que
podemos uh considerar irrelevantes esos uh comprensibles métodos de conseguir uh
fondos. Y ahora, Carl, quizá hubo —un dedo golpeó la carpeta que soltó tenues efluvios
de zotal y de suspensorios mohosos— ciertas ocasiones en las que no intervinieron
factores de tipo uh económico.
Un resplandor verde estalló en el cerebro de Carl. Vio el delgado cuerpo moreno de
Hans... enlazándose con el suyo, agitada respiración en el hombro. El resplandor se
apagó. Un inmenso insecto revoloteaba en su mano.
Todo su ser vibró en un espasmo eléctrico de repulsión.
Carl se puso en pie temblando de rabia.
—¿Qué está escribiendo ahí? —preguntó.
—¿Sueles dormirte a menudo como ahora? ¿En medio de una conversación?
—No estaba dormido.
—¿No lo estabas?
—Lo que pasa es que todo esto es irreal... Ahora me marcho. No me interesa. No
puede obligarme a seguir aquí.
Caminaba por la habitación en dirección a la puerta. Llevaba caminando mucho
tiempo. Un entumecimiento paralizador iba invadiendo sus piernas. La puerta parecía
retroceder ante él.
—¿Dónde vas, Carl? —la voz del médico le llegó desde una gran distancia.
—Fuera... Lejos... Por la puerta...
—¿La puerta Verde, Carl?
La voz del médico era difícilmente audible. La habitación entera estaba explotando
en el vacío.
¿HAS VISTO A ROSA PANTOPON?
No te acerques a la estación de Queen Plaza, hijo mío... Un sitio maldito
frecuentado por la pasma acechando al ligón drogadicto... Demasiados ángulos de tiro...
La bofia sale aplastante del meandro apestando a amoníaco... como leones ardiendo...
caen encima de una vieja ratera que roba a borrachos y la acojonan a tope... por lo
menos, cinco meses y veintinueve días... o más incluso.
Así que andaos con ojo, Marica, Alguacil, Irlandés, Marinero... Cuidado, cuidado
con esa línea antes de poneros a trabajar allí...
El metro pasa como una exhalación con negro estruendo de hierro...
—Queen Plaza es mal sitio para desvalijar borrachos... Demasiados ángulos de tiro
y escondites para la pasma del metro... imposible cubrirse cuando se hace el pase...
Cinco meses y veintinueve días: condena que se aplica por «vago y maleante», esto
es, por acercarse a un primo con evidente intención... Personas inocentes pueden ser
condenadas por asesinato, pero no por «vagos y maleantes».
El Marica, el Alguacil, el Irlandés, el Marinero, viejos tiempos, yonquis y rateros de
borrachos a los que conozco... La antigua basca de la calle Ciento Tres... Marinero e
Irlandés se colgaron en el talego... El Alguacil murió de una sobredosis y el Marica se
hizo soplón...
—¿Has visto a Rosa Pantopón? —preguntó el viejo yonqui... —. Hora de trabajar.
—Se puso un abrigo negro y a hacer acera... Avenida abajo hacia el Museo de la calle
del Mercado muestra toda clase de masturbaciones y prácticas solitarias. Los jóvenes
necesitan algo especial...
El gángster baja rodando dentro de cemento por el canal del río... Hicieron un rodeo
con él en la sauna... ¿Es este tipo Gio Culos de Cereza el palanganero de Madame
Gillig, la Vieja Tita de Westminster Place? Sólo dedos muertos hablan en Braille...
El Mississippi arrastra grandes peñascos de piedra caliza avenida silenciosa abajo...
—¡Arriba la mayor! —gritó el capitán del Tierra Móvil...
Distante ruido de tripas... Palomas envenenadas llueven de auroras boreales... Los
depósitos están vacíos... Estatuas de bronce se estrellan contra las plazas y calles
hambrientas de la ciudad hueca...
Buscando una vena en el amanecer enfermo por falta de droga... Estrictamente con
jarabe para la tos...
Un millar de yonquis asaltan las clínicas...
En la cueva de caliza encontré a un hombre con la cabeza de Medusa dentro de una
sombrerera y dijo: «Tenga cuidado», al vistas de aduana... Congelado para siempre, y
una mano a dos centímetros del doble fondo...
Los limpiaparabrisas gritan por toda la estación, golpean a los cajeros...
—Fractura múltiple —dijo el gran médico—. Soy sumamente técnico.
Se aprecia aumento ostentoso de consumo bajo los soportales resbaladizos por los
esputos llenos de bacilos de Koch...
El ciempiés socava la oxidada puerta de hierro hasta convertirla en delgado papel
negro por la orina de un millón de mariquitas...
No es una buena dosis bien cargada, sólo es polvo cortado, algodones usados, el
esqueleto de un fije...
PARANOIAS DE LA COCA
El sombrero de fieltro gris y el abrigo negro del Marinero cuelgan retorcidos en
atrofiada espera de opio. Sol matinal nimbaba al Marinero en la llamarada color naranja
de la droga. Había una servilleta de papel debajo de su taza de café —la marca de los
que esperan mucho tiempo sentados ante un café en las plazas, restaurantes, terminales
y salas de espera del mundo. Un yonqui, incluso al nivel del Marinero, vive en el
Tiempo-droga, y cuando irrumpe inoportunamente en el Tiempo de los otros, como
todos los viajantes, debe esperar (¿cuántos cafés en cada hora?).
Un chico entró y se sentó en el mostrador dibujando las líneas rotas de la
prolongada y enferma espera de la droga. El Marinero se estremeció. La cara se le
desdibujó desenfocada en una temblorosa neblina marrón. Sus ojos trazaron breves
caídas y círculos siguiendo los rizos de pelo castaño sobre el cuello del chico con un
movimiento lento y anhelante.
El chico se movió inquieto y se rascó el cuello:
—Me picó algo, Joe, ¿qué clase de tugurio diriges?
—Paranoias de la coca, joven —dijo Joe sosteniendo unos huevos a contraluz—.
Viajaba con Irene Kelly en cierta ocasión, una chica deportiva. En Butte, estado de
Montana, agarró las paranoias de la coca y se puso a correr por todo el hotel gritando
que la perseguían policías chinos con hachas de cortar carne. Yo sabía el caso de aquel
policía de Chicago que esnifaba coca en forma de cristales, de cristales azules. Y el tipo
perdió la cabeza y empezó a gritar que los Federales le perseguían y corrió calle abajo y
metió la cabeza en un cubo de basura. Y yo le dije:
»—Pero ¿qué demonios estás haciendo?
»Y él va y responde:
»—¡Fuera de aquí o te pego un tiro! Ahora estoy bien escondido.
—Cuando llegue el momento estarás allí, ¿verdad?
Joe miró al Marinero y extendió las manos con gesto impotente de yonqui.
El Marinero habló con voz temblorosa que se te recomponía en la cabeza,
pronunciando las palabras con dedos fríos:
—Tu contacto se ha esfumado, chico.
El chico se sobresaltó. Su cara de golfo, con negras cicatrices de la droga,
conservaba cierta salvaje inocencia decaída; animales asustadizos mirando a través de
grises arabescos de terror.
—No te entiendo, Jack.
El Marinero se destacó brutal y penetrante a la claridad de la droga. Volvió la
solapa de la chaqueta, mostrando una aguja hipodérmica cubierta de moho y cardenillo:
—Retirado por el bien de la causa... Siéntate y toma un trozo de pastel de fresa a
cuenta de los gastos de representación. A tu mono le gusta. Ponle lustroso.
El chico notó que le tocaba el brazo a través de unos tres metros de cafetería
matinal. De pronto, se sintió aspirado hasta la mesa del Marinero, aterrizando con un
inaudible schlup. Miró a los ojos al Marinero, un universo verde agitado por negras
corrientes frías.
—¿Es usted agente, míster?
—Prefiero la palabra vector. —Su sonora risa vibraba a través de la substancia del
muchacho.
—¿Lo tienes, tío? Traje la pasta...
—No quiero tu dinero, guapo: quiero tu Tiempo.
—No lo cojo.
—¿Quieres un fije? ¿De verdad lo quieres? ¿Quieres chutarte?
El Marinero agitó algo color rosa y vibró desenfocado.
—Sí.
—Tomaremos el Independiente. Tienen su policía especial y no llevan pistola, sólo
porra. Recuerdo que una vez yo y el Marica caímos por Queen Plaza. No te acerques a
la estación de Queen Plaza, hijo mío... un sitio maldito... plagado de pasma. Demasiados
ángulos de tiro. La bofia sale aplastante del meadero apestando a amoníaco como leones
ardiendo... caen encima de una vieja ratera que roba a borrachos y la acojonan a tope...
por lo menos, cinco meses y veintinueve días... o más incluso... condena que se aplica
por «vago y maleante»... Así que Marica, Alguacil, Marinero, tened cuidado, cuidado
con esa línea antes de poneros a trabajar allí...
El metro pasa como una exhalación con negro estruendo de hierro.
EL EXTERMINADOR HACE UN BUEN TRABAJO
El Marinero tocó suavemente la puerta, siguiendo los dibujos de roble pintado con
lento deslizarse, dejando delicadas espirales de húmedo polvo iridiscente. Su brazo se
coló por una abertura. Corrió un cerrojo interior y se apartó para que entrara el chico.
Pesado, incoloro olor a muerte llenaba la habitación vacía.
—Este antro no se aireó desde que el Exterminador lo fumigó debido a las
paranoias de la coca, daban picotazos —dijo el Marinero como disculpándose.
El chico lanzó sus sentidos como dardos en alocada exploración. Un apartamento
junto al ferrocarril, vibrando con silencioso movimiento. Junto a una de las paredes de
la cocina un recipiente de metal —¿era exactamente metal?— terminaba en una especie
de acuario o depósito medio lleno de verde fluido traslúcido. Objetos mohosos, cosas
inservibles de utilidad desconocida cubrían el suelo: un suspensorio destinado a
proteger algún órgano delicado, en forma de abanico aplastado; bragueros, algodones y
vendas; un yugo en forma de U de piedra porosa color de rosa; pequeños tubos de
plomo abiertos por uno de los extremos.
Las corrientes de movimiento de los dos cuerpos agitaron hedores estancados;
atrofiado olor juvenil de vestuarios polvorientos, cloro de piscinas, semen reseco. Otros
olores se enroscaban en volutas color de rosa alcanzando puertas ignoradas.
El Marinero buscó bajo el fregadero y extrajo un envoltorio que se deshizo y se
deslizó entre sus dedos convertido en polvo amarillo. Colocó cuentagotas, agujas y
cuchara sobre una mesa llena de platos sucios... pero ninguna antena de cucaracha palpó
las migas de pan en la oscuridad.
—El Exterminador hace bien su trabajo —dijo el Marinero—. Casi demasiado bien,
en ocasiones.
Hundió la mano en una lata cuadrada de polvo amarillo de insecticida pyrethrum, y
sacó un paquete plano envuelto con papel de arroz rojo y dorado.
«Como un paquete de petardos», pensó el chico. A los catorce años había perdido
dos dedos... Un accidente con fuegos artificiales el cuatro de julio... después en el
hospital, la primera caricia, silenciosa, posesiva de la droga.
—La cosa explota aquí, chico. —El Marinero se llevó la mano a la nuca. Se abrió
de piernas obscenamente mientras abría el paquete, un completo atadijo de cartones y
cuerdas.
—Heroína pura al cien por cien. Apenas quedará alguien vivo... y es toda tuya.
—Entonces, ¿qué quiere usted de mí?
—Tiempo.
—No entiendo.
—Yo tengo algo que tú quieres —su mano tocó el envoltorio. Se dirigió a la
habitación de enfrente, su voz remota y difusa—. Tú tienes algo que yo quiero... cinco
minutos aquí... una hora en otro sitio... dos... cuatro... ocho... Quizá me esté
adelantando... Cada día muero un poco... Es preciso tener tiempo.
Volvió a la cocina. Su voz sonora y clara.
—Cinco años cada uno. En la calle nadie hace mejor precio —tocó con el dedo la
línea divisoria de la nariz del chico y añadió—: Justamente la mitad.
—Señor, no sé de qué me está hablando.
—Ya lo sabrás, hijo mío... en su momento.
—De acuerdo, ¿qué debo hacer?
—Entonces, ¿aceptas?
—Sí, bueno... —miró el paquete—. Sea lo que sea, acepto.
El chico sintió una descarga atravesándole la carne. El Marinero le colocó una mano
sobre los ojos y sacó un huevo escrotal de color rosa con un ojo cerrado, latiendo. Negra
piel ardía dentro de la carne translúcida del huevo.
El Marinero acarició el huevo con desnudas manos inhumanas —largos zarcillos
negro-rosados, gruesos, fibrosos, nacían de las yemas de unos cortos dedos. El miedo a
la Muerte y la respiración, deteniendo la circulación de su sangre. Se apoyó contra una
pared que pareció ceder ligeramente. Recuperó el centro focal de la droga.
El Marinero estaba calentando un chute.
—Cuando llegue el momento estarás ahí, ¿verdad? —dijo tanteando la vena del
muchacho, acariciando su carne de gallina con dedos de vieja. Clavó la aguja. Una
orquídea roja floreció en la base del cuentagotas. El Marinero apretó la goma
observando cómo entraba la solución en la vena del chico, sorbida por silenciosa sangre
sedienta.
—Jesús! —dijo el chico—. Nunca me había picado nada como esto.
Encendió un pitillo y observó la cocina, estremecido por la necesidad de azúcar.
—¿No te colocas tú? —preguntó.
—¿Con esa leche azucarada de mierda? La droga es una calle de dirección única.
No tiene regreso. Jamás se puede volver.
Me llaman el Exterminador. Durante un breve punto de intersección desempeñé ese
trabajo y asistí a la danza del vientre de las cucarachas ahogadas por el polvo amarillo
del py-rethrum («Difícil de conseguir ahora, señora... la guerra. Le dejaré un poco... dos
dólares»). Regaba con el producto grandes chinches pegadas al empapelado color rosa
de siniestros hoteles para gente de teatro en North Clark y envenenaba a las ratas,
ocasionales comedoras de cachorros humanos. ¿Y tú no?
Mi cometido actual: encontrar a los que aún viven y exterminarlos. Pero no los
cuerpos, sino los «moldes», ya entienden —¡ah! olvidaba que no pueden entender—.
Quedan sólo unos pocos. Pero bastaría con uno solo para que se estropease. El peligro,
como siempre, procede de los agentes que se han pasado al otro bando: A. J., el
Somatén, el Armadillo Negro (portador de tripanosomas de la enfermedad de Chafas, no
se ha bañado desde la epidemia de 1935 en Argentina, ¿recuerda?), y Lee y el Marinero
y Benway. Y sé que hay algún agente por ahí fuera esperándome en la sombra. Porque
todos los agentes se pasan al enemigo y todos los de la resistencia se venden...
EL ÁLGEBRA DE LA NECESIDAD
«El Gordo» Terminal llega de los Tanques de Presión de la Ciudad, donde chorros
abiertos de vida lanzan un millón de formas, comidas inmediatamente, quienes las
comen anulados por pelusas de tiempo negro...
Pocos consiguen llegar a La Plaza, un sitio donde los Tanques vacían una corriente
de mareas periódicas que trae formas de supervivencia armadas con defensas de barro
venenoso, carne podrida, hongos y olores verdes que chamuscan los pulmones y atan el
estómago con nudos apretados...
Porque los nervios de «El Gordo» estaban despellejados y pelados para sentir los
espasmos de muerte de un millón de excitaciones frías... «El Gordo» aprendió El
Algebra de la Necesidad y sobrevivió...
Un viernes «El Gordo» se dejó caer por La Plaza, un feto simiesco, gris translúcido,
con ventosas en las pequeñas manos blandas de un púrpura grisáceo y una boca redonda
de lamprea, de cartílago frío y gris, forrada de negros dientes eréctiles en busca de las
marcas dejadas por los pinchazos de la droga...
Y un tipo rico pasó y clavó la vista en el monstruo y «El Gordo» rodó por el suelo
meándose y cagándose de miedo, y se comió su propia mierda, y el tipo aquel,
conmovido ante semejante tributo a la potencia de su mirada, dejó caer una moneda de
su bastón de los viernes (el viernes es el domingo musulmán cuando habitualmente los
ricos distribuyen limosnas).
Así que «El Gordo» aprendió a servir La Carne Negra y creció hasta que su cuerpo
se convirtió en una cosa barriguda como un acuario...
Y sus ojos muertos de periscopio barrieron la superficie del mundo... Entre su estela
de adictos, unos monos de un gris translúcido se clavaron como harpones en las marcas
de la droga y allí se colgaron para chupar, y todo eso vino a confluir en «El Gordo», así
que su sustancia crecía y crecía llenando plazas, restaurantes y salas de espera del
mundo con fluido gris de la droga.
Los Boletines procedentes del Cuartel General del Partido son redactados en forma
de charadas obscenas por hebefrénicos y latahs y monos, los Sollubis pedorrean en
código, los negros abren y cierran la boca y envían mensajes con sus dientes de oro, los
perturbadores árabes envían señales de humo lanzando grandes eunucos adiposos —son
los que hacen el mejor humo, suspendido en el aire negro y sólido como mierda— en
hogueras de gasolina ardiendo en un montón de basura mosaico de melodías, tristes
flautas de mendigos jorobados, viento frío, soplando desde una tarjeta postal del
Chimborazo, flautas del Ramadán, música de piano en calle barrida por el viento,
fragmentarias comunicaciones de la policía, folleto de propaganda sincronizado con un
SOS por riña callejera.
Dos agentes se han identificado el uno al otro gracias a las actividades sexuales que
registran extraños micrófonos, se pasan jodidos secretos atómicos en un código tan
complicado que solamente dos físicos de todo el mundo pretenden entenderlo, y cada
uno de ellos se opone categóricamente a la interpretación del otro. Después, el agente
receptor será ahorcado, culpable de posesión dolosa de un sistema nervioso y repetirá el
mensaje en los espasmos del orgasmo transmitidos por electrodos conectados al pene.
Ritmos respiratorios de viejo cardíaco, movimientos de una bailarina del vientre,
chuf chuf chuf de una motora surcando el agua aceitosa. El camarero deja caer una gota
del martini del Hombre del Traje de Franela Gris, el cual coge el tren de las 6.12 horas
sabiendo que ha sido localizado.
Yonquis salen por la ventana del retrete del restaurante chino cuando el tren elevado
pasa retumbando. El Cojo, hicieron con él un rodeo en el Waldorf y parió una camada
de ratas. (Hacer el rodeo: en la germanía de Nueva York significa liquidar al hijoputa
dondequiera que se lo encuentre. Una rata es una rata es una rata es una rata. Es un
confidente.) Vírgenes prudentes contemplan absortas al coronel inglés que cabalga
blandiendo en su lanza un pécari aullando. El marica elegante que patrocina el bar de la
esquina de su calle para que reciba un boletín de la Madre Muerta, vive en sinapsis y
evocará a la excitante Institutriz Castigadora. Los chicos que se masturban en el retrete
de colegio se reconocen entre sí como agentes de Galaxia X, se citan en un local
nocturno de ínfima categoría donde se sientan miserables y siniestros bebiendo vinagre
de vino y comiendo limones para confundir al saxo tenor, un árabe progre con gafas
azules, sospechoso de ser Emisor del Enemigo. La red mundial de yonquis, conectados
a un cable de semen rancio... tratando de picarse en habitaciones amuebladas...
temblando en el amanecer enfermo... (Los hombres del viejo Pete fuman el Humo
Negro en la trastienda de una lavandería china. El Niño Melancólico muere de una
sobredosis de Tiempo o de un corte de la respiración durante el pavo frío en Arabia-
París-Ciudad de México-Nueva York-Nueva Orleans— Los vivos y los muertos... en
carencia o colocados... colgados y descolgados y colgados de nuevo... llegan con la
onda luminosa de la droga y El Contacto está comiendo chop suey en la calle Dolores...
mojando un bollo en Bickfords... perseguido por La Bolsa por una manada de gente que
ladra. Palúdicos del mundo se unen en un estremecido protoplasma. El miedo sella el
mensaje de estiércol con una cuenta uniforme. Incontrolados ruidosos copulan ante los
aullidos de un negro que arde. Bibliotecarios enfermos de soledad se unen en besos del
alma que apestan a halitosis. ¿Esa sensación persistente hermano? ¿Dolor de garganta
tenaz e inquietante como viento abrasador de la tarde? Bienvenido al Club Internacional
de la Sífilis— «Mezodiz Epizcopal God damn iz» (frase utilizada en EEUU. para
demostrar el deterioro del habla típico de la paresia) o el primer toque del chancro nos
convierte en miembros por derecho propio. El vibrante zumbido silencioso de lo
profundo del bosque y de los acumuladores de orgones, el súbito silencio de ciudades
cuando los policías yonquis e incluso los Oficinistas suenan abriendo canales de
colesterol en busca de contacto. Fuegos de artificio del orgasmo estallan sobre el
mundo. Una fumeta se pone en pie de un salto gritando: «¡Me dio el muermo!», y se
hunde en la noche mexicana abatiendo los terminales cerebrales del mundo. El Verdugo
grita al oído de su implacable víctima. Navajeros abrasados por adrenalina. El cáncer
está a la puerta con un Telegrama Cantado...
HAUSER Y O'BRIEN
Cuando se me echaron encima aquella mañana a las ocho en punto, comprenda que
era mi última oportunidad, mi única oportunidad. Pero ellos no lo sabían. ¿Cómo iban a
saberlo? Sólo un arresto rutinario. Aunque no rutinario del todo.
Hauser estaba desayunando cuando llamó El Teniente:
—Quiero que usted y su compañero detengan a un individuo llamado Lee, William
Lee, ya que van al centro. Está en el Hotel Lamprea, en la Ciento Tres, justo a la salida
de Broadway.
—Sí. Sé dónde está eso. También le recuerdo a él.
—Bien, habitación 606. Limítense a detenerlo. No me pierdan tiempo poniéndolo
todo patas arriba. Pero traigan todos los libros, cartas, manuscritos. Todo, impreso, a
máquina o escrito a mano. ¿Entendido?
—Entendido. Pero ¿cuál es el asunto... ? ¿Libros... ?
—Hagan simplemente lo que les digo. —El Teniente colgó.
Hauser y O'Brien. Llevaban unos veinte años en la Brigada de Estupefacientes de la
ciudad. Veteranos como yo. Llevo en esto de la droga unos diecisiete años. No eran
malos si se tiene en cuenta que eran policías. Por lo menos, O'Brien no lo era. O'Brien
iba de bueno, y Hauser hacía de malo. Una pareja de comedia. Hauser tenía la
costumbre de pegar antes de decir nada, sólo para romper el hielo. Entonces O'Brien te
daba un cigarrillo Old Gold —hay que ser policía para fumar Old Gold— y empezaba
con el número ese de la zanahoria delante.
No era mal tío y hubiera preferido no hacerlo. Pero se trataba de mi única
oportunidad.
Precisamente estaba intentando pegarme el chute mañanero cuando abrieron la
puerta con una llave maestra. En la mesa, delante de mí, estaba un sobre con droga,
aguja, jeringuilla —cogí la costumbre de usar una jeringuilla normal en México y nunca
volví a usar cuentagotas—, alcohol, algodón y un vaso de agua.
—Vaya, vaya... —dice O'Brien—. Mucho tiempo sin vernos, ¿eh?
—Ponte la chaqueta, Lee —dice Hauser. Había sacado la pistola. Siempre la saca
cuando hace un arresto, por el efecto psicológico y para impedir una fuga por el servicio
o la ventana.
—¿Puedo pegarme un toque primero, muchachos? —pregunté—. Quedará
suficiente como prueba.
Me preguntaba cómo podría llegar hasta la maleta si me decían que no. La maleta
no estaba cerrada con llave, pero Hauser tenía la pistola en la mano.
—Quiere picarse —dijo Hauser.
—Vamos, Bill, sabes que no podemos permitirte eso —dijo O'Brien con voz suave
de policía bueno, arrastrando el nombre con una familiaridad grasienta, insinuante,
brutal y obscena.
Por supuesto que quería decir:
—¿Qué puedes hacer por nosotros, Bill?
Me miró y sonrió. La sonrisa siguió allí demasiado tiempo, odiosa y desnuda, la
sonrisa de un viejo pervertido, resumiendo toda la malignidad negativa de la ambigua
función de O'Brien.
—Podría entregaros a Marty el Duro —dije.
Sabía que querían echarle el guante a Marty. Llevaba traficando cinco años y no
podían colgarle nada encima. Marty era un veterano, y tenía mucho cuidado con quien
trabajaba. Tenía que conocer a un tipo y conocerlo bien, antes de aceptar su dinero.
Nadie puede decir que le han metido en el talego por mi culpa. Mi reputación en ese
sentido es impecable, pero Marty no me quería atender, porque no me conocía bastante.
Así de desconfiado era Marty.
—¡Marty! —dijo O'Brien—. ¿Puedes comprarle algo?
—Claro que puedo.
Desconfiaban. Un hombre no puede ser policía toda la vida sin desarrollar una
capacidad intuitiva especial.
—De acuerdo —dijo Hauser al fin—. Pero será mejor que te portes bien, Lee.
—Me portaré perfectamente. Créanme que apreciaré esto.
Me até el pañuelo para el chute, las manos me temblaban de ansia, un drogadicto
arquetípico.
«Exactamente un viejo yonqui, muchachos, un viejo inofensivo, tembloroso,
destrozado por la droga. » Ese fue el número que les monté. Como esperaba, Hauser
apartó la vista en cuanto empecé a buscarme la vena. Es un espectáculo bien poco
agradable.
O'Brien estaba sentado en el brazo de una butaca fumándose un Old Gold. Miraba
hacia fuera por la ventana, con expresión del que piensa en lo que hará cuando se jubile.
Encontré la vena en seguida. Un chorro de sangre entró en la jeringuilla durante
unos instantes, intenso y sólido como una cuerda roja. Apreté el émbolo con el pulgar,
notando que la droga se extendía por mis venas para alimentar a un millón de células
hambrientas de droga, para proporcionar fuerza y vivacidad a cada nervio y a cada
músculo. No me miraban. Llené la jeringuilla de alcohol.
Hauser jugueteaba con su pistola de cañón corto, un Colt especial para policías, y
examinaba la habitación. Podía olfatear el peligro lo mismo que un animal. Con la mano
izquierda empujó la puerta del retrete y miró dentro. Se me contrajo el estómago y
pensé: «Si ahora mira la maleta estoy perdido. »
Hauser se volvió hacia mí bruscamente.
—¿Todavía no acabaste? —gruñó—. Será mejor que no trates de enmierdarnos con
el asunto de Marty —las palabras brotaron tan desagradables que incluso se sorprendió
él mismo.
Cogí la jeringuilla llena de alcohol y moví la aguja para estar seguro de que la tenía
bien ajustada.
—Sólo un par de segundos —dije.
Solté un delgado chorrito alcanzándole los ojos con un movimiento de la jeringuilla.
Hauser lanzó un bramido de dolor. Pude verle frotándose los ojos con la mano izquierda
como si tratara de quitarse una venda invisible cuando me agaché, arrodillándome
mientras buscaba la maleta. Abrí la maleta y mi mano izquierda se cerró sobre la culata
de la pistola (soy diestro, pero disparo perfectamente con la izquierda). Sentí el impacto
del disparo de Hauser antes de oírlo. El proyectil se hundió en la pared, a mi espalda.
Disparando desde el suelo, alcancé con dos rápidos disparos el vientre de Hauser, allí
donde se le había levantado el chaleco y dejaba ver un par de centímetros de camisa
blanca. Lanzó un gruñido que me hizo vibrar y se dobló hacia adelante. Rígido de
miedo, O'Brien buscaba con la mano la pistola de su sobaquera. Con la derecha me
sujeté la muñeca de la otra mano para impedir que la pistola se moviera (la pistola tiene
el martillo limado y sólo dispara en doble acción), y le disparé en medio de su frente
roja, unos dos centímetros por debajo de la línea plateada del pelo. Su pelo era gris la
última vez que lo había visto. Hacía de eso unos quince años. Mi primer arresto. Se le
apagaron los ojos. Mis manos ya estaban reuniendo todo lo que necesitaba, metiendo en
una cartera de mano los cuadernos de notas, la droga y una caja de cartuchos. Me metí
la pistola en el cinturón y salí al pasillo mientras me ponía la chaqueta.
Se oía al recepcionista y al botones subiendo las escaleras. Cogí el montacargas,
bajé y atravesé el vestíbulo vacío hacia la calle.
Era un hermoso día de invierno. Sabía que no tenía demasiadas posibilidades, pero
cualquier posibilidad, por pequeña que sea, es mejor que ninguna, y desde luego, que
ser sometido a experimentos con ST6, o como fueran las iniciales.
Tenía que conseguir droga en seguida. Además de aeropuertos, estaciones de tren y
terminales de autobuses, cubrirían todas las zonas por donde circula la droga y los
contactos. Cogí un taxi hasta Washington Square, me apeé y caminé por la calle. Cuatro
hasta encontrarme con Nick en una esquina. Siempre se puede encontrar a un traficante.
Basta con conjurarle como a un espíritu.
—Escucha, Nick —le dije—. Tengo que irme de la ciudad. Necesito ligarme una
buena cantidad de heroína. ¿Puedes conseguírmela ahora mismo?
Caminábamos por la calle Cuatro. La voz de Nick parecía infiltrarse en mi
conciencia desde un lugar inconcreto. Un espíritu, una voz sin cuerpo. Decía:
—Sí, puedo hacerlo. Tengo que ir de una carrera a la parte alta.
—Cogeremos un taxi.
—De acuerdo, pero no puedo llevarte hasta el tipo. Ya sabes.
—Entiendo. Vamos.
íbamos en taxi en dirección norte. Nick hablaba con voz apagada, muerta.
—Últimamente nos están pasando un material raro. No es que sea exactamente
flojo... No sé. Es diferente. Quizá esté mezclado con algo sintético... Metadona o algo
así.
—¡¡¡¿Qué?!!! ¿Ya?
—Bueno... Pero esto que te voy a pasar yo ahora es bueno. De hecho, es casi de lo
mejorcito que he visto nunca... Pare aquí mismo.
—Por favor, date prisa —dije.
—Será cuestión de unos diez minutos a no ser que se le haya terminado el material
y tenga que ir a buscarlo... Lo mejor será que te sientes en algún sitio de por aquí cerca
y te tomes un café o algo... Este es un sitio peligroso.
Me senté ante un mostrador y pedí café. Señalé un trozo de pastel que había debajo
de un plástico. Mojé el pastel en el café mientras rezaba para que, aunque fuera sólo por
esta vez, por favor Señor, lo consiguiese, y no me volviera diciendo que el tipo se había
largado y que era preciso darse una vuelta por East Orange o Greenpoint.
Bueno, aquí volvía. Se paró detrás de mí. Me vuelvo y le miro con miedo a
preguntar. Extraño, pensé, aquí estoy sentado con una oportunidad sobre cien de vivir
en las próximas veinticuatro horas —debía tenerlo siempre presente, no podía
arriesgarme a olvidarlo y tener que pasar los tres o cuatro meses siguientes esperando en
la celda de los condenados a muerte—. Y aquí estaba preocupado por un trapicheo de
droga. Pero sólo me quedaba como para unos cinco chutes, y sin droga quedaría
inmovilizado... Nick movió la cabeza diciendo que sí.
—No me lo des aquí —dije—. Vamos a coger un taxi.
Cogimos un taxi y salimos para la otra parte de la ciudad. Extendió la mano y cogí
el paquete, luego deslicé un billete de cincuenta dólares en la mano de Nick. Lo miró y
mostró las encías en una sonrisa desdentada diciendo:
—Muchas gracias... Esto me pondrá en casa...
Me recosté en el asiento dejando que mi mente funcionara sin esfuerzo. Haz
funcionar a tu mente demasiado a fondo y se te joderá como un fusible sobrecargado...
Y yo no tenía margen de error. Los norteamericanos tienen un horror especial a perder
el control, a dejar que las cosas sucedan a su manera sin interferencias ajenas. Les
gustaría entrar en su propio estómago y digerir la comida y sacar luego la mierda a
paladas.
La mente responderá a mayor cantidad de preguntas si aprendes a relajarte y a
esperar la respuesta. Como en una de esas máquinas que piensan, metes la pregunta, te
sientas y esperas...
Buscaba un nombre. Mi mente estaba clasificando nombres: descarté
inmediatamente a A. P. —Amante de la Pasma—, a N.S. —Nacido Soplón—, y a
B.T.P.G. —Buen Tío Pero Gallina... dejándolos a un lado para considerarlos,
sopesarlos, examinarlos a fondo, buscando el nombre, la respuesta.
—A veces, sabes, tengo que esperar hasta tres horas. Otras veces, se arregla el
asunto en seguida, como ahora —dijo Nick con una sonrisa de sorna que utilizaba como
puntuación. Una especie de disculpa por el mero hecho de ponerse a hablar en el mundo
telepático del adicto donde sólo el factor cantidad —¿Cuántos dólares? ¿Cuánta
droga?— requiere expresión. El sabía, y yo también, todo lo que se puede saber de la
espera. El negocio de la droga funciona sin horario, y eso en todos los planos. Nadie
llega a tiempo a no ser por casualidad. El adicto vive el Tiempo-droga. Su cuerpo es el
reloj y la droga corre a través de él como en un reloj de arena. El tiempo tiene sentido
para él sólo en relación con su necesidad. Entonces, irrumpe bruscamente en el tiempo
de los otros y, como todos los desplazados, los viajantes, debe esperar, a no ser que se
enrede en el tiempo de no-droga.
—¿Y qué puedo decirle? Sabe que estoy dispuesto a esperar lo que sea —dijo
riendo Nick.
Pasé la noche en los baños públicos Siempre Duros —la homosexualidad es la
mejor pantalla que puede utilizar un agente— donde un ayudante italiano gruñón crea
una atmósfera enervante al barrer continuamente el dormitorio con rayos infrarrojos y
ver en la oscuridad.
(«¡Atentos en la esquina nordeste! ¡Lo veo!», dirige la luz del foco, asoma la cabeza
por las trampillas del suelo y las paredes de los reservados, así que muchas locas tienen
que ser sacadas con camisas de fuerza.)
Me tendí allí en mi cubículo mirando al techo... escuchando los gruñidos y chillidos
y peleas en esa pesadilla a media luz, sin orden ni concierto, frustrado el deseo...
—¡Que te den pol saco!
—Ponte dos pares de gafas y a lo mejor entonces consigues ver algo.
Salí al despuntar el día y compré un periódico... Nada... Llamé por teléfono desde la
cabina de una botica... y pregunté por Estupefacientes:
—Teniente González, ¿quién llama?
—Quiero hablar con O'Brien —un momento de estática, cables que se unen...
conexiones interrumpidas...
—No hay nadie que se llame así en este departamento. ¿Quién es usted?
—Entonces quiero hablar con Hauser.
—Mire, señor mío, no hay ningún O'Brien ni ningún Hauser en este departamento.
¿Qué quiere usted?
—Verá, es algo importante... He conseguido información sobre un gran cargamento
de heroína procedente de... Quiero hablar con Hauser o con O'Brien... No trataré con
nadie que no sean ellos.
—No cuelgue... Le pondré con Alcibíades.
Empecé a preguntarme si aún quedaba alguien con nombre anglosajón en el
departamento.
—Quiero hablar con Hauser o con O'Brien.
—¿Cuántas veces tengo que decirle que en este departamento no hay ningún Hauser
ni ningún O'Brien... ? Y ahora dígame quién llama.
Colgué y me alejé de la zona en un taxi... En el taxi comprendí lo que había
pasado... Había quedado aparte del espacio-tiempo, encerrado como el culo de una
anguila se tapa cuando deja de comer camino del mar de los Sargazos... Bloqueado...
Nunca volvería a tener una Clave, un Punto de Intersección... La pasma te dejaba al
margen por ahí fuera... relegado junto a Hauser y O'Brien a un pasado de droga atascado
en el ayer donde la heroína siempre es a dólar el gramo y puedes conseguir yen en la
lavandería china de Sioux Falls... El aspecto más lejano del espejo del mundo, viajando
por el pasado con Hauser y O'Brien... tratando de aferrar el ámbito todavía informe de
las Burocracias Telepáticas, los Monopolios de Tiempo, el Control de Drogas, los
Adictos al Agua Pesada:
—Pensé en eso hace trescientos años.
—Su plan era, ahora, irrealizable e inútil... como los planos de la máquina voladora
de Da Vinci.
PREFACIO ATROFIADO
¿Y TÚ NO?
¿Por qué todo este gasto de papel para llevar a La Gente de un sitio a otro? ¿Quizá
para ahorrarle al Lector la tensión de los súbitos cambios espaciales y mantenerle en
plan Agradable? Y así se saca un billete, se llama a un taxi, se sube a un avión. Es
posible entonces abrir los ojos en la cálida cueva forrada de piel de melocotón mientras
Ella (la azafata del avión, claro) se inclina sobre nosotros ofreciendo chicle, dramamina,
nembutal incluso.
—Ofréceme paregórico, mona, y te escucharé.
Yo no soy el American Express... Si ves a uno de los míos por Nueva York
paseando con ropa normal y a la frase siguiente está en Timboctú ligándose a un joven
de ojos de corza herida, es posible presumir que él (el tipo que no vivía en Timboctú) se
haya trasladado hasta allí utilizando los medios de comunicación normales.
Lee El Agente (un doble-cuatro-ocho-dieciséis) está haciendo una cura para
descolgarse... un viaje espacio—temporal tan portentosamente familiar como las
esquinas donde vende droga para el adicto... curas pasadas y futuras traen y llevan
imágenes a través de la sustancia espectral vibrando en vientos silenciosos de Tiempo
acelerado... Métete un pinchazo... De cualquier cosa...
Imagen oficial mordiéndose los nudillos, instantáneas de la crisis cuando se rueda
por el suelo de la celda de la comisaría... «¿Cómo te sentaría un fije de Heroína, Bill? Ja
ja ja. »
Medias impresiones esbozadas que se disuelven en luz... bolsas de ectoplasma
podrido expulsadas por un viejo yonqui tosiendo y escupiendo con la enfermedad
mañanera...
Viejas fotografías violeta y sepia que se retuercen y crujen como barro al sol:
Ciudad de Panamá... Bill Gains suelta el rollo para sacarle paregórico a un boticario
chino.
—Tengo unos galgos... perros de carreras con pedigrí... Todos enfermos de
disentería... el clima tropical... cuando hacen sus necesidades... ¿Me comprende? La
mierda... Mis galgos se están muriendo. —Sollozó... Los ojos se le encienden de luz
azul... La llama se apagó... olor de metal ardiendo... —Adminístrese con cuentagotas...
¿Y usted no... ? Dolores de la menstruación... mi mujer... madre anciana... almorranas...
ulceradas, sangrando. —Se inclinó sobre el mostrador. El boticario se sacó el palillo de
la boca, miró la punta y luego dijo que no con la cabeza....
Gains y Lee saquearon el paregórico de la República de Panamá, desde David a
Darién... Se apartaron uno del otro con un ruido... Los yonquis tienen tendencia a
fundirse en un solo cuerpo... Hay que tener cuidado, especialmente en los sitios
vigilados... Gains vuelve a Ciudad de México... Esqueleto desesperado que hace muecas
debido a la carencia crónica disimulada con codeína y barbitúricos... quemaduras de
pitillo en su albornoz... manchas de café en el suelo... humeante infiernillo de
petróleo.... llama naranja oxidado...
La Embajada no da más detalles que el lugar de la sepultura en el Cementerio
Norteamericano...
Y Lee vuelve al sexo y al dolor y tiempo y al yage, amarga alucinación del
Amazonas...
Recuerdo una ocasión después de una sobredosis de mayún (que es cannabis seco y
pulverizado muy fino hasta adquirir la consistencia de azúcar verde molido, luego se
mezcla con algún producto dulce o algo semejante, teniendo entonces sabor a pudin
arenoso. La elección del producto con el que se mezcla es arbitraria)... Estoy volviendo
a ver a Lulú o a Johnny, o quizá venga de la Habitación del Chico (hedor de infancia
atrofiada y de enseñanza de hábitos higiénicos), miro por la sala de estar de esta villa en
las afueras de Tánger y, de pronto, no sé dónde estoy. Quizá haya abierto la puerta
equivocada y en un determinado momento El Propietario, El Dueño Que Llegó Allí
Primero se me echará encima y aullará:
—¿Qué está haciendo aquí? ¿Quién es usted?
Yo no sé qué estoy haciendo aquí ni quién soy. Decido actuar con serenidad y a lo
mejor consigo orientarme antes de que aparezca El Propietario... Así que en lugar de
ponerte a gritar «¿Dónde estoy?», tranquilo y a mirar para saberlo aproximadamente...
No estabas allí al Principio. Tampoco estabas allí al Final... Tu conocimiento de lo que
está pasando sólo puede ser superficial y relativo... ¿Qué sé yo en realidad de este
maldito rostro amarillo de joven yonqui subsistiendo gracias al opio en bruto? Traté de
decirle: «Uno de estos días te despertarás con el hígado por los suelos», y de explicarle
cómo preparar el opio en bruto para que no fuera veneno puro. Pero sus ojos resbalan
sobre mí y no quiere saber nada... y no puedes decirle nada... Un fumador no quiere
saber nada, sólo fumar... Y un yonqui, lo mismo... Estrictamente la aguja y a llamarse
Andana...
Así que supongo que todavía está sentado en su villa española estilo 1920 de las
afueras de Tánger comiendo ese opio en bruto lleno de mierda y piedras y paja... todo a
la vez por miedo a que se pierda algo...
Sólo hay una cosa de la que puede escribir un escritor: lo que está ante sus sentidos
en el momento de escribir... Soy un aparato para grabar... No pretendo imponer
«relato», «argumento», «continuidad»... En la medida en que consigo un registro
Directo de ciertas áreas del proceso psíquico, quizá desempeñe una función concreta...
No pretendo entretener...
«Posesión», lo llaman... A veces una entidad se mete en el cuerpo —perfiles
vacilantes en amarilla mermelada de naranja— y las manos se mueven para destripar a
la puta que pasa o para estrangular al feto con la esperanza de aliviar la escasez crónica
de viviendas. Como si yo estuviera normalmente allí, pero sujeto a perder la cabeza de
vez en cuando... ¡Falso! ¡Nunca estoy aquí... ! Algo que nunca posee totalmente, pero
de alguna manera está en situación de impedir movimientos imprudentes... Patrullar es,
de hecho, mi ocupación principal... Por severas que sean las medidas de Seguridad,
siempre estoy Afuera, en algún sitio, dando órdenes y Dentro de esta camisa de fuerza
de mermelada que cede y se deforma, pero que se rehace siempre antes de cada
movimiento, pensamiento, impulso, marcado por el sello de la inspección ajena...
Los escritores hablan del dulce olor enfermizo de la muerte, cuando cualquier
yonqui puede asegurar que la muerte no tiene olor... y al mismo tiempo un olor que
corta la respiración y olería a través de las circunvoluciones color rosa y los carnales
filtros de sangre seca... el olor a muerte es inequívocamente un olor y ausencia total de
olor... la ausencia de olor hiere el olfato primero porque toda vida orgánica tiene olor...
se siente la suspensión del olor como los ojos sienten la oscuridad, los oídos el silencio,
el sentido del equilibrio y el de localización, la tensión y la falta de peso...
Siempre se huele y se hace que otros lo huelan durante las épocas de carencia... Un
yonqui en carencia puede hacer invisible todo un apartamento con el olor a muerte que
despide..., pero una buena ventilación atraerá nuevamente el hedor habitual que nos
hemos acostumbrado a respirar... También puedes percibir el olor durante uno de esos
cuelgues a tope que de pronto empiezan a crecer en progresión geométrica como un
incendio forestal...
La cura siempre significa: ¡Déjalo todo! ¡Salta!
Un amigo mío se encontró desnudo en la habitación de un segundo piso de un hotel
de Marrakech... (trata de procesar a una madre tejana que cuando era pequeño lo vestía
con ropa de niña... Tosco pero efectivo método para corregir el protoplasma infantil).
Los otros ocupantes son árabes, tres árabes... cuchillo en mano... vigilándole... destellos
de metal y puntos de luz como briznas de ópalo en la glicerina... Las reacciones
animales más lentas le conceden un segundo entero para decidirse: inmediatamente
atraviesa la ventana y cae a la calle abarrotada de gente como una estrella fugaz, su
estela de cristal brillando al sol... un tobillo roto y un hombro astillado... vestido con una
cortina transparente color rosa, con la barra de la cortina como bastón, cojea hasta la
Comisaría de Policía...
Antes o después, El Somatén, El Paleto, Lee El Agente, A. J., Clem y Jody, Los
Gemelos Ergot, Hassan O'Leary El Magnate de las Secundinas, El Marinero, El
Exterminador, Andrew Keif, «El Gordo» Terminal, el doctor Benway, Schafer «El
Dedos», tienden a decir lo mismo con las mismas palabras para ocupar, en ese punto de
intersección, idéntica posición en el espacio-tiempo. Utilizando un aparato vocal común
completado con todos los aditamentos metabólicos para ser la misma persona —un
modo de lo más adecuado para expresar Reconocimiento: el yonqui desnudo al sol...
El escritor se ve a sí mismo leyendo en el espejo como siempre... Debe verificarlo
de vez en cuando para asegurarse de que El Destino de La Acción Separada no ha
ocurrido, no puede ocurrir.
Cualquiera que haya mirado un espejo sabe lo que este delito es y lo que significa
en términos de pérdida del control cuando el reflejo ya no obedece... Demasiado tarde
para llamar por teléfono a la Policía...
Personalmente, yo deseo terminar mis servicios a partir de este momento porque no
puedo seguir vendiendo las materias primas de la muerte... El suyo, señor, es un caso sin
esperanza y además molesto...
—La defensa no tiene sentido en el estado actual de nuestros conocimientos —dijo
El Abogado Defensor levantando la vista del microscopio electrónico...
Lleva tu asunto al Walgreen.
Roba todo lo que veas.
Nosotros no somos responsables.
No sé cómo describírselo al lector blanco.
Puedes escribir o gritar o canturrear al respecto... o pintarlo... o representarlo... o
cagarlo en forma de móviles... Siempre que no te decidas a hacerlo...
Los senadores se ponen en pie de un salto y braman pidiendo la Pena de Muerte con
inflexible autoridad de virus yen... Muerte a los drogadictos, muerte a los invertidos
sexuales (me refiero a los perversos), muerte al psicópata que ofende la carne
acobardada y sin gracia con la rota inocencia animal de elástico movimiento...
El viento sombrío de la muerte ondula sobre la tierra, palpando, husmeando el
crimen de la vida separada, impulsores de la carne congelada de miedo,
estremeciéndose bajo una vasta curva de probabilidad...
Bloques de población desaparecen en un juego de damas de genocidio... Puede
jugar todo el que quiera...
La Prensa Liberal y La Prensa No Tan Liberal y La Prensa Reaccionaria aúllan su
aprobación: «Sobre todo debe de erradicarse el mito de la experiencia a otro nivel... » Y
hablan oscuramente de ciertas duras realidades... vacas con aftosa... profilaxis...
Los grupos de poder del mundo cortan frenéticamente las líneas de conexión...
El Planeta deriva al azar hacia un destino de insecto...
La Termodinámica ha vencido por abandono... los orgones siguen en la línea de
salida... Cristo desangrado... El Tiempo se agota...
Puedes meterte en EL ALMUERZO DESNUDO en cualquier punto de
intersección... He escrito muchos prefacios. Atrofian y amputan lo espontáneo como se
amputa el dedo pequeño del pie en una enfermedad del África Occidental limitada a la
raza negra y la rubia que pasa exhibe su tobillo de bronce cuando un dedo con la
manicura hecha salta por la terraza del club, recuperado y puesto a tus pies por un
Lebrel Afgano...
EL ALMUERZO DESNUDO es una heliografía, un Manual de Bricolaje...
Lascivias de negros insectos se abren en vastos paisajes de otros planetas... Conceptos
abstractos, desnudos como fórmulas algebraicas, reducidos a estiércol negro o a un par
de cojones envejecidos...
Manual de Bricolaje que extiende los planos de la experiencia al abrir la puerta al
final de una gran sala... Puertas que sólo se abren en Silencio... EL ALMUERZO
DESNUDO exige Silencio al Lector. Por lo demás, éste se toma el pulso...
Robert Christie conocía El Servicio de Información Telefónica... Muerte a los conos
viejos... guarda vello púbico en un dije... ¿Y tú no?
Robert Christie, estrangulador al por mayor de mujeres —suena como un adorno—
ahorcado en 1953.
Jack el Destripador, Espadachín Literal de la década de 1890, nunca lo atraparon
con el culo al aire... escribió cartas a la Prensa.
—La próxima vez incluiré una oreja simplemente para divertirme. ¿Y tú no?
—¡Oh, tengan cuidado! ¡Ahí van otra vez! —dijo la carroza cuando se le rompió el
cordón y las pelotas se le cayeron al suelo... —. Cójalas, tenga la bondad, James, y no
sea mierda. No se quede ahí mientras las pelotas del amor ruedan hacia la carbonera.
Limpiacristales gritan por toda la estación, pegan a los cajeros.
Dilaudid, salva a este pobre inútil (el Dilaudid es morfina concentrada y
deshidratada).
El sheriff con chaleco negro escribe a máquina un certificado de defunción:
—Es mejor hacerlo legal y no referirse a los estupefacientes.
Violación del artículo 334 de la Ley de Salud Pública... Obtuvo un orgasmo por
métodos fraudulentos...
Johnny a cuatro patas y Mary chupándosela y dejando correr sus dedos por las
nalgas y paseándolos por el bosque de pelos con las pelotas dentro...
Por encima de la silla rota y a través de la ventana del cobertizo de las herramientas
blanqueado con cal batido por un frío viento de primavera al borde del acantilado de
caliza que se hunde en el río... fragmento de luna humeante cuelga en el cielo azul de
cerámica... afuera sobre una larga línea de semen a lo largo del suelo polvoriento...
Motel... Motel... Motel., roto arabesco de neón... soledad que gime a través del
continente como sirenas de niebla sobre las quietas aguas aceitosas de ríos con mareas
periódicas...
Cojón exprimido como limón seco apestando rodea el culo con un cuchillo cortar
un trozo de hash para la pipa de agua... glup... glup... señal de lo que solía ser yo...
—El río está servido, señor.
Hojas muertas tupen la fuente y geranios crecen silvestres con la menta, trazan un
camino hecho por la máquina de cortar el césped.
El playboy maduro se pone su impermeable firmado de 1920, arroja a su mujer
aullando dentro de la trituradora de desperdicios... Pelos, mierda y sangre expulsan 1963
sobre la pared...
—Sí señor, muchachos, la mierda pegó realmente duro en el Sesenta y Tres —dijo
el viejo profeta aburrido que puede hacer mear en cualquier dirección espacio-
temporal... —. Ahora se me ocurre porque fue justo dos años antes de que se extendiera
un brote de aftosa humana en un meadero de Bolivia y se propagó por medio de un
abrigo de Chinchilla confiscado en Kansas City... Y una tal Liz afirmaba ser la
Inmaculada Concepción y parió a un mono araña por el ombligo... Se dice que el
matasanos que participó en aquel punto tenía el mono subido a la espalda por aquella
época...
Yo, William Seward, capitán de este metro lleno de fumadores de hash, voy a
domar al monstruo del lago Ness con una inyección de rotenone y voy a hacer un rodeo
a la ballena blanca. Reduciré a Satanás a la Obediencia Automática, y sublimaré a los
perversos subsidiarios. Desterraré al candirú de vuestras piscinas y promulgaré una bula
acerca del Control de Nacimientos Inmaculados...
—Cuando con mayor frecuencia pasa una cosa, más única y maravillosa es —dijo
el pretencioso joven nórdico sobre el trapecio estudiando sus deberes masónicos.
—Los judíos no creen en Jesucristo, Clem... Lo único que quieren es meterles mano
a las muchachas cristianas...
Ángeles adolescentes cantan sobre las paredes de los retretes públicos del mundo.
—Ven y menéatela... —1920.
—Gimpy trapichea con mierda de lactosa... —Johnny ahorcado últimamente, en
1952.
(Deteriorado tenor embutido en un corsé canta Danny Deever travestido...)
Las muías no paren en este condado decente... Violación del artículo 334 de la Ley
de Salud Pública.
Bueno, ¿dónde están los porcentajes? ¿Quién puede decirlo? No poseo La Palabra...
En casa sentado en el bidet... El Rey anda suelto con un lanzallamas y el asesino del rey,
torturado en la efigie de diez mil vagabundos, baja a la calle para cagar en las gradas del
estadio.
El joven Dillinger salió de la casa y nunca miró hacia atrás.
—No mires hacia atrás, muchacho... Te convertirás en estatua de sal lamida por
alguna vaca vieja.
Proyectil de policía en la avenida... Rotas alas de Ícaro, aullidos de un muchacho
que se quema inhalado por el viejo yonqui... ojos vacíos como una vasta llanura... (alas
de buitre chasqueando en el aire seco).
El Cangrejo, envejecido Decano de los Rateros Borrachos Dormidos, se pone el
traje de crustáceo para rondar la zona del cementerio... con garras de acero arranca los
dientes y las coronas de oro de los vagos dormidos con la boca abierta... Si el vago se
incorpora y ofrece resistencia, las garras traseras del Cangrejo se abren y se cierran
presentando dudosa batalla en las llanuras de las Locas.
El Ladronzuelo, jodido por una prolongada condena en la cárcel, expulsado del
cementerio por falta de pago, entra protestando en el bar de locas con una papeleta de
empeño mohosa para recuperar los cojones negros de la Ciudad donde vendedores
castrados cantan la canción del IBM.
Los cangrejos jugueteaban en el bosque... luchando duramente con el ángel toda la
noche, siguen un camino desviado hasta la cueva de caliza oxidada.
Yen Negro eyacula sobre los pantanos salinos donde no crece nada, ni siquiera una
mandrágora...
Ley de los porcentajes... Unos pocos pollos... Única manera de vivir...
—Hola, Cash.
—¿Seguro que lo tiene ahí?
—Claro que sí, seguro... Vamos adentro.
Tren nocturno a Chicago... Conocer a una chica en el pasillo y veo que está puesta y
le pregunto dónde puedo conseguir.
—Ven conmigo, solete.
Quiero decir que no es una adolescente, sino una mujer hecha y derecha...
—¿Qué te parece un fije primero?
—Naaa, no quedarías en condiciones.
Tres intentos... despertar temblando enfermo en el cálido viento primaveral que
entra por la ventana, agua que quema los ojos como si fuera ácido...
—Date la vuelta... Te lo meteré en el culo.
Introduce profundamente la aguja, la saca y da masaje al músculo.
Se lame una gota de sangre de su dedo.
El hombre se da la vuelta todo empalmado disolviéndose en la bruma gris de la
droga.
En un valle de cocaína e inocencia jóvenes de ojos tristes cantan buscando a un tal
Danny que se ha perdido...
Esnifamos durante toda la noche y follamos cuatro veces... dedos sobre la tabla
negra... raspan el hueso blanco. Mi casa es la casa de la heroína del mar y la casa del
chulo del Hombre...
El bateador se agita inquieto:
—Ocúpate de esto, ¿quieres, chico? Tengo que ver a un tipo por lo del mono.
La Palabra está dividida en unidades que juntas formarán una pieza y así deben ser
tomadas, pero las piezas pueden ser consideradas en cualquier orden ya que están unidas
en sentidos contrarios, dentro y fuera, arriba y abajo, como en una combinación
amorosa interesante. Este libro expulsa las páginas en todas direcciones, caleidoscopio
de panoramas, popurrí de melodías y ruidos callejeros, pedos y protestas y las cortinas
metálicas del comercio que se bajan, aullidos de dolor y angustia y aullidos de simple
lamentación, gatos copulando y rechinantes berridos de la cabeza de toro cortada,
murmullos de brujo en trance de nuez moscada, cuellos rotos y mandrágoras que aúllan,
sollozos del orgasmo, heroína silenciosa como el amanecer en células sedientas. Radio
El Cairo gritando como una subasta frenética de tabaco, y flautas del Ramadán
abanicando al yonqui enfermo como un ratero de borrachos en el amanecer gris del
metro palpando con dedos delicados los frescos billetes de banco...
Esta es la Revelación y la Profecía de lo que puedo sintonizar sin FM en mi receptor
de cristal de los años veinte con antena de semen... Amable lector, vemos a Dios a
través de nuestros agujeros del culo en el flash del orgasmo... Por esos orificios se
transfigura tu cuerpo... El camino hacia FUERA es el camino hacia DENTRO.
Y ahora yo, William Seward, liberaré a mi horda de palabras... Mi corazón vikingo
se desliza por el gran río cenagoso donde los motores chuf chuf chuf en el crepúsculo de
la jungla y árboles enteros flotan con enormes serpientes en las ramas y lémures de ojos
tristes observan la orilla, a través de los campos del Missouri (el Muchacho encuentra
una punta de flecha de color rosa) y a lo lejos silba el tren, vuelve hacia mí hambriento
como un golfillo que no sabe trapichear con el culo que Dios le dio... Amable lector, La
Palabra saltará sobre ti con garras de acero de hombre-leopardo, cortará dedos de manos
y pies como un cangrejo terrestre oportunista, te colgará y atrapará tu semen como un
perro escrutable, se enroscará en tus muslos como una serpiente grande y venenosa y te
inyectará una dosis de ectoplasma rancio... ¿Y por qué un perro escrutable?
El otro día volvía de ese largo almuerzo que pasa de boca a culo todos los días de
nuestra vida, cuando veo a un muchacho árabe que está enseñando a su perrito blanco y
negro a caminar sobre las patas traseras... Y un gran perro amarillento se acerca al chico
buscando una caricia y el chico lo aparta y el perro amarillo aúlla y le tira un bocado al
otro más pequeño, y sus gruñidos dirían si, como los humanos, tuviera el don de la
palabra:
—Eso es un crimen contra natura.
Por eso digo que el perro amarillento es Escrutable... Y déjenme decir de pasada, y
yo siempre estoy de pasada como un maricón sincero, que el Oriente Inescrutable
necesita un montón de sal para poder tragárselo... Este cronista se mete veinte gramos
de morfa al día y se queda sentado durante ocho horas inescrutable como una cagada.
—¿En qué está pensando? —dice inquieto el Turista norteamericano...
A lo que contesto:
—La morfina ha deprimido mi hipotálamo, sede de la libido y la emoción, y como
el cerebro anterior sólo opera de segunda mano en función de las titilaciones del cerebro
posterior, pues al ser un tipo sustitutivo de ciudadano sólo puede emocionarse por
detrás, debo informar de la virtual ausencia de hechos cerebrales. Soy consciente de su
presencia, pero como para mí carece de connotaciones afectivas, dado que mis afectos
los ha desconectado el que me vende la droga debido a falta de pago, no me interesa lo
que usted hace... Venga o vaya, cague o métase por el culo una lima o una serpiente (lo
que sería muy adecuado para un marica), al Muerto y al Yonqui se la suda... Son
Inescrutables.
—¿Dónde están los servicios? —pregunté a una acomodadora rubia.
—Por aquí, señor... Dentro hay sitio para uno más.
—¿Ha visto a Rosa Pantopón? —preguntó el viejo yonqui del abrigo negro.
El sheriff de Texas ha liquidado a su cómplice, el veterinario, Browbeck El
Nervioso, que estaba metido en un negocio de heroína para caballos... Un caballo
enfermo de aftosa necesita un poco de heroína para calmar el dolor y quizá parte de esta
heroína atraviese la pradera desierta y relinche por Washington Square... Los yonquis
corren gritando:
—¡Yuuuupi! ¡Arriba Silver!
—Pero ¿dónde está la cuadrista?
Este arquetipo patético irrumpió gritando en el salón de té elegante con adornos de
bambú, calle Juárez, México, DF... allí estaba acusado de violar a una menor... un coño
te arranca los pantalones y estás preparado para que te acusen de violación, hermano...
Chicago llamando... venga por favor... Chicago llamando... venga por favor... ¿Qué
pensaría si consiguiera las gomas en Puyo? Un sitio muy húmedo, lector...
—¡Quítatela! ¡Quítatela!
La carroza se encuentra a sí misma viniendo en la otra dirección como
representación burlesca de la adolescencia, se pone de rodillas y le penetra su doble de
antiguos tiempos... avenida abajo hacia el Museo de la calle del Mercado muestra toda
clase de masturbaciones y prácticas solitarias... los jóvenes necesitan algo especial...
Estaban maduros para ser desplumados, olvidados allá abajo en el maizal... perdidos
en pequeños fragmentos de placer y rollos de papel ardiendo...
Leer la metástasis con dedos de ciego.
Mensaje fósil de la artritis...
—Vender es una adicción mayor que usar. —Lola La Chata, México, D. F.
Aspirante terror de las marcas de la aguja, grito submarino voceando sordos avisos
nerviosos del ansia por venir, palpitante mordisco rabioso...
—Si Dios hizo algo mejor se lo guardó para él —solía decir el Marinero, su
transmisión ralentizada por veinte nembutales.
(Fragmentos de asesinato cayendo lentos como briznas de ópalo en la glicerina.)
Vigilándote y canturreando una y otra vez El adiós a la feria de Johnny.
Trapicheando a pequeña escala para pagarse la propia adicción...
—Y usa ese alcohol —dice dejando sobre la mesa un mechero de alcohol.
—Jodido, no puedes —esperar— los yonquis ansiosos me ponen perdidas las
cucharas todo el tiempo calentándolas con cerillas.... Lo único que me falta para ir al
trullo con una ruina encima es que la pasma se ligue una cuchara quemada en mi casa...
—Creía que lo estabas dejando... No me parecía bien joderte la cura.
—Se necesitan muchos huevos para descolgarse, chaval.
Buscando una vena en la carne que se derrite. El reloj de arena de la droga vierte los
últimos gramos negros en los riñones...
—Zona seriamente afectada —murmuró mientras se apretaba el pañuelo.
—La Muerte era el Héroe de su Cultura —dijo mi mujer levantando la vista de los
códices mayas... —. Obtuvieron el fuego y la palabra y la semilla de maíz de la
Muerte... La muerte se convierte en semillas de maíz.
Los Días Ouab han llegado
duros vientos despellejados de odio y desgracia
impulsaron el chute.
—Quítame de delante esas jodidas fotos porno —le dije a ella. El Veterano
Schmecker se recostó en el respaldo de la silla, lleno de licor y de barbitúricos... una
desgracia para su sangre.
—¿Es que es usted uno de esos artistas de los barbitúricos?
Amarillentos aromas a jerez callejero y a hígado ocluido salieron de su ropa cuando
hizo un gesto de yonqui adelantando la mano con la palma hacia arriba pidiendo su
ración...
olor a chiles y a abrigos mojados y a testículos atrofiados...
Me miró a través de la carne provisional, ectoplásmica de la cura... quince kilos
materializados en un mes cuando te descuelgas... blanda masilla rosada que se
desvanece al primer toque silencioso de droga... lo he visto... cinco kilos perdidos en
diez minutos... allí tieso con la jeringuilla todavía en la mano... sosteniéndose los
pantalones con la otra.
Acre hedor a metal enfermo.
Caminando en un cubo de basura hacia el cielo... hogueras de gasolina dispersas...
humo que cuelga negro y sólido como excrementos en el aire inmóvil... manchando la
blanca película del calor de mediodía... D. L. camina a mi lado... un reflejo de mis
encías desdentadas y mi cabeza sin pelo... carne distribuida sobre los podridos huesos
fosforescentes consumidos por lentas llamas frías... D. L. lleva una lata de gasolina
abierta y el olor de la gasolina lo envuelve... Al cruzar una colina de hierro oxidado
encontramos a un grupo de nativos... caras planas, bidimensionales, de pez carroñero...
—Échale gasolina encima y préndele fuego...
DEPRISA
relámpago blanco... aullido de insecto mutilado...
Me despierto con sabor a metal en la boca de regreso de los muertos.
siguiendo el olor incoloro de la muerte
placenta de un reseco mono gris
punzadas espectrales de amputación...
—Chaperos esperando algún pagano —dijo Eduardo y murió de una sobredosis en
Madrid...
Trenes con municiones arden a través de las circunvoluciones color rosa de carne
tumescente... desencadenan flashes de orgasmo... instantáneas a gran velocidad de
movimiento detenido... brazo liso y marrón doblado para encender un cigarrillo...
Se quedó allí, con un sombrero de paja de los años veinte que alguien le había
dado... suplicando con palabras blandas como pájaros muertos en la calle oscura...
—No más... No más... No más...
Un mar hirviente de martillos neumáticos en el crepúsculo violeta y pardo teñido de
olor a metal podrido de la cañería del gas... rostros de trabajadores jóvenes vibran
desenfocados en halos amarillos de lámparas de carburo... cañerías rotas destripadas...
—Están reconstruyendo la Ciudad.
Lee asintió con aire ausente:
—Sí... Siempre...
En cualquier caso es un mal movimiento hacia el Ala Oriental...
Si lo supiera me alegraría decírtelo...
—No bien... no bueno... yo mismo buscando....
—No tenel... Volvel vielnes.
Tánger, 1959
APÉNDICE
CARTA DE UN EXPERTO ADICTO A LAS DROGAS
PELIGROSAS
(Publicada originalmente en The British Journal
of Addiction, Vol 53, Núm. 2)
Venecia,
3 de agosto de 1956
Querido doctor:
Gracias por su carta. Incluyo el artículo sobre los efectos de las diversas drogas que
he usado. No sé si es adecuado para su publicación. No tengo ninguna objeción que
hacer a que se utilice mi nombre.
Sin problemas con la bebida. Sin deseos de utilizar ninguna droga. Un estado
general de salud excelente. Por favor, dé recuerdos de mi parte al señor... Utilizo
diariamente su método de ejercicios con resultados excelentes.
He estado pensando en escribir un libro sobre los estupefacientes, pero necesito
encontrar un colaborador adecuado que se ocupe de la parte técnica.
Suyo
WILLIAM BURROUGHS
El uso del opio y de derivados del opio lleva a un estado que define y describe el
término «adicción». (El término se usa en sentido amplio para designar todo a lo que
alguien está habituado o necesita. Hablamos de adicción a los caramelos, al café,
tabaco, clima cálido, televisión, novelas policíacas, crucigramas.) Aplicado
inadecuadamente de este modo, el término pierde precisión y utilidad. El uso de la
morfina lleva a la dependencia metabólica de la morfina. La morfina se convierte en una
necesidad biológica, lo mismo que el agua, y quien la usa puede morir si se le priva
súbitamente de ella. El diabético morirá sin insulina, pero no es adicto a la insulina. Su
necesidad de insulina no fue creada por el uso de insulina. Necesita insulina para
mantener un metabolismo normal. El adicto necesita morfina para mantener un
metabolismo de morfina, y de ese modo impedir el penoso y doloroso retorno a un
metabolismo normal.
He usado diversas drogas «estupefacientes» durante un período de veinte años.
Algunas de tales drogas son adictivas en el sentido expuesto arriba. La mayoría no lo
son:
OPIÁCEOS. —Durante un período de doce años he usado opio, fumado y tomado
oralmente (la inyección subcutánea provoca abscesos. La inyección en la vena es
desagradable y quizá peligrosa), heroína inyectada intramuscularmente, en la vena,
subcutáneamente, esnifada (cuando no podía conseguir aguja), morfina, dialudid,
pantopón, eukodal, paracodina, dionina, codeína, demerol, metadona. Todos estos
productos, en mayor o menor grado, habitúan. No hay mucha diferencia en lo que se
refiere al modo en que se administre la droga; fumada, esnifada, inyectada, tomada oral
o rectalmente, al final el resultado será el mismo: adicción. Y es tan difícil interrumpir
el hábito a fumar como el hábito a inyectarse endovenosamente. La idea de que el
hábito de inyectarse es particularmente peligroso se deriva de un miedo irracional a las
agujas —(«Las inyecciones envenenan la sangre»— como si la sangre se envenenara
menos con las sustancias absorbidas por el estómago, los pulmones o las mucosas). El
demerol probablemente sea menos adictivo que la morfina. También satisface menos al
adicto y es menos efectivo como analgésico. Si bien es cierto que un hábito de demerol
es más fácil de cortar que un hábito de morfina, indudablemente el demerol es más
dañino para la salud, y de modo específico para el sistema nervioso. En cierta ocasión
usé demerol durante tres meses y padecí algunos síntomas bastante molestos: temblor de
manos (con morfina mis manos siempre están firmes), pérdida progresiva de la
coordinación, contracciones musculares, obsesiones paranoicas, miedo a la locura.
Finalmente, contraje una oportunísima intolerancia hacia el demerol —sin duda una
medida de autoconservación— y cambié a metadona. Todos mis síntomas
desaparecieron de inmediato. Debo añadir que el demerol es tan astringente como la
morfina, que ejerce un efecto incluso más intenso sobre el apetito y las funciones
sexuales, aunque, por el contrario, no produzca contracción de las pupilas. A lo largo de
un período de muchos años me he puesto miles de inyecciones con agujas sin esterilizar
y, de hecho, sucias, y nunca contraje infección alguna hasta que usé el demerol.
Entonces padecí una serie de abscesos, uno de los cuales tuvo que ser sajado y drenado.
En resumen, el demerol me parece que es una droga más peligrosa que la morfina. La
metadona resulta completamente satisfactoria para el adicto. Es un excelente analgésico
y, por lo menos, tan adictiva como la morfina.
He tomado morfina para calmar dolores agudos. Cualquier opiáceo elimina
realmente el dolor en la misma medida en que elimina los síntomas de carencia. La
conclusión es obvia: cualquier opiáceo que elimine el dolor crea hábito, y cuanto más
efectivamente quita el dolor, mayor hábito crea. La molécula que crea el hábito y la
molécula que quita el dolor probablemente sean idénticas en la morfina; y el proceso
mediante el cual la morfina quita el dolor, es el mismo proceso que lleva a la tolerancia
y a la adicción. Una morfina que no cree hábito es, aparentemente, la Piedra Filosofal de
nuestros días. Por otra parte, los derivados de la apomorfina pueden ser extremadamente
efectivos para controlar el síndrome de carencia. Pero no es posible pedir que esta droga
sea también un analgésico.
Los fenómenos de la adicción a la morfina son bien conocidos y no hay razón para
exponerlos de nuevo aquí. Sin embargo, me parece que existen algunos aspectos que
han recibido una atención insuficiente: se ha señalado la incompatibilidad metabólica
entre la morfina y el alcohol, pero nadie ha avanzado una explicación al respecto, al
menos que yo sepa. Si un morfinómano bebe alcohol no experimenta sensaciones
agradables o eufóricas. Hay una sensación de incomodidad creciente, y la necesidad de
otra inyección. Parece que el alcohol sea rechazado por el hígado. En cierta ocasión,
intenté beber cuando aún no me había recuperado del todo de una ictericia (entonces no
usaba morfina). La sensación metabólica fue la misma. En un caso, el hígado estaba
parcialmente paralizado por la ictericia, en el otro, literalmente ocupado metabolizando
la morfina. En ninguno de los dos casos era capaz de metabolizar el alcohol. Si un
alcohólico se hace morfinómano, la morfina desplaza invariable y totalmente al alcohol.
He conocido a algunos alcohólicos que empezaron a usar morfina. Fueron capaces de
tolerar grandes dosis de morfina de modo inmediato sin efectos desagradables, y en
cuestión de días dejaron de tomar alcohol. Lo contrario nunca ocurre. El morfinómano
no puede tolerar alcohol cuando está usando morfina o sufriendo una carencia de ella.
La capacidad para tolerar alcohol es una señal indudable de desintoxicación. En
consecuencia, la morfina nunca puede sustituirse directamente por alcohol. Claro que un
adicto desintoxicado, puede empezar a beber y convertirse en un alcohólico.
Durante el período de carencia, el adicto es extremadamente consciente de su
entorno. Las impresiones sensitivas se intensifican hasta llegar a convertirse en
alucinaciones. Los objetos familiares parecen agitarse con una vida furtiva y
temblorosa. El adicto sufre el asalto de una oleada de sensaciones externas y viscerales.
Puede experimentar fulgurantes momentos de belleza y de nostalgia, pero la impresión
general es extremadamente dolorosa. (Es posible que sus sensaciones sean dolorosas
debido a su intensidad. Una sensación agradable puede volverse intolerable una vez que
ha alcanzado una determinada intensidad.)
He observado dos reacciones especiales al principio de un estado de carencia: 1)
Todo parece amenazador; 2) Una paranoia no muy intensa. Los médicos y las
enfermeras parecen monstruos del mal. En el curso de varias curas yo mismo me he
sentido rodeado por lunáticos peligrosos. Hablé con uno de los pacientes del doctor
Dent que acababa de desintoxicarse de un hábito de pethidina. Me informó de una
experiencia idéntica, y de que durante 24 horas las enfermeras y el médico le «parecían
brutales y repugnantes». Y todo parecía siniestro. He hablado con otros adictos que
experimentaron las mismas reacciones. Por tanto, parece que la base psicológica de las
ideas paranoicas durante la carencia es algo evidente. La similitud específica de estas
reacciones indica la existencia de un origen metabólico común. La semejanza entre
estos fenómenos de carencia y ciertos estados de intoxicación con otras drogas salta a la
vista. El hashish, la Bannisteria Caapi (harmalina), el peyote (mescalina) provocan
estados de aguda sensibilidad con alucinaciones. Todo parece vivo. Las ideas
paranoides son frecuentes. La intoxicación con Bannisteria Caapi reproduce de modo
específico el estado de carencia. Todo parece amenazante. Las ideas paranoides son
especialmente agudas en las sobredosis. Tras haber tomado Bannisteria Caapi, yo estaba
convencido de que el Brujo y su ayudante conspiraban para asesinarme. Parece que los
estados metabólicos del cuerpo son capaces de reproducir los efectos de diversas
drogas.
En Estados Unidos los adictos a la heroína reciben una cura de reducción
involuntaria por parte de los traficantes que diluyen progresivamente su mercancía con
lactosa y barbitúricos. Como consecuencia de ello, muchos de los adictos que desean
tratarse padecen adicción leve y pueden quedar desintoxicados en poco tiempo (de siete
a ocho días). Se recuperan rápidamente sin medicación. Entretanto, cualquier
tranquilizante, antialérgico o sedante les proporciona cierto alivio, especialmente si es
inyectado. El adicto se siente mejor si sabe que hay alguna sustancia ajena circulando
por su sangre. El tolserol, la toracina y otros «tranquilizantes» similares, todas las
variedades de barbitúricos, el cloral, el paraldehído, los antihistamínicos, la cortisona, la
reserpina, y hasta el shock (¿queda la lobotomía muy lejos?), todo eso se ha utilizado
con resultados generalmente calificados de «alentadores». Mi propia experiencia indica
que estos resultados deben aceptarse con cierta reserva. Por supuesto, está indicado el
tratamiento de los síntomas, y todos esos productos (con la posible excepción del que se
utiliza con más frecuencia: los barbitúricos) tienen un lugar en el tratamiento del
síndrome de carencia. Pero ninguna de estas drogas es, en sí misma, la solución para la
carencia. Los síntomas de la carencia varían de acuerdo con el metabolismo individual y
las características físicas. Los individuos con pecho de pollo, propensos a la fiebre de
heno y al asma padecen graves síntomas alérgicos durante la carencia: catarro de nariz,
estornudos, picores, ojos llorosos, dificultad para respirar. En tales casos, la cortisona y
los antihistamínicos pueden producir alivio concreto. Los vómitos pueden controlarse
con antieméticos, tales como la toracina.
Me he sometido a diez «curas» en el curso de las cuales fueron utilizados todos
estos productos. He recurrido a reducciones rápidas, reducciones lentas, sueño
prolongado, apomorfina, antihistamínicos, y a un sistema francés que implicaba la
utilización de un producto inútil conocido por «amorfina»... es decir, a todo, menos al
electroshock. (Me interesaría conocer los resultados de nuevos experimentos con
electroshock sobre otras personas.) El éxito de cualquier tratamiento depende del grado
y duración de la adicción, del estado de carencia (los productos que son eficaces en el
período final o ligero de la carencia, pueden resultar desastrosos durante la fase aguda),
los síntomas individuales, la salud, edad, etc. Un método puede ser completamente
ineficaz en unas ocasiones, pero dar excelentes resultados en otras. O un tratamiento
que no me resultó bien a mí, puede ayudar a otra persona distinta. No trato de emitir
juicios definitivos, sino de informar con respecto a mis reacciones ante diversos
productos y métodos de tratamiento.
Curas de reducción. — Es la forma más corriente de tratamiento, y todavía no se ha
descubierto ningún método que pueda reemplazarla en los casos de adicción intensa.
Debe suministrársele al paciente algo de morfina. Si hay una regla que sea aplicable a
todos los casos de adicción, tal regla es precisamente ésta. Pero la morfina debe
suprimirse lo más rápidamente posible. He seguido curas de reducción lenta y en todos
los casos el resultado fue desesperanzador y eventualmente inútil. Las reducciones
imperceptibles tienden a convertirse en reducciones interminables. Cuando un adicto
quiere curarse, en la mayoría de los casos ya ha experimentado en diversas ocasiones
los síntomas de la carencia. Espera pasar momentos muy desagradables y está preparado
a pechar con ellos. Pero si las molestias provocadas por la carencia se prolongan a lo
largo de dos meses, en lugar de diez días, es posible que no esté dispuesto a soportarlas.
No es la intensidad, sino la duración de las molestias lo que termina con los deseos de
resistir. Si el adicto toma habitualmente cierta cantidad, aunque sea pequeña, de
cualquier opiáceo para aliviar la debilidad, el insomnio, la depresión, el nerviosismo de
la etapa final de la carencia, los síntomas pueden prolongarse indefinidamente, y la
recaída es casi segura.
Curas de sueño. — La teoría suena bien. Uno se duerme y se despierta curado.
Dosis industriales de hidrato de cloral, barbitúricos, toracina, sólo provocan un estado
de pesadilla semiconsciente. La carencia de sedación, tras 5 días, ocasiona un severo
shock. Vuelven a aparecer los síntomas agudos de carencia de morfina. El resultado
final fue un síndrome combinado de horror incomparable. Ninguna de las curas que he
seguido resultó tan dolorosa como este supuesto método indoloro. El ciclo de sueño y
vigilia está profundamente alterado durante la carencia. Añadir a esto una sedación
masiva parece contraindicado hasta decir basta. La carencia de morfina es
suficientemente traumática sin necesidad de añadir una carencia de barbitúricos. Tras
dos semanas en el hospital (cinco días de sedación, diez días de «descanso») me
encontraba tan débil que caí al suelo cuando intentaba caminar por una ligera pendiente.
Considero que las curas de sueño son el peor método para tratar la carencia.
Antihistamínicos. — El empleo de antihistamínicos se basa en la teoría alérgica de
la carencia. La falta súbita de morfina precipita la superproducción de histaminas con
los consiguientes síntomas alérgicos. (En el shock resultado de lesión traumática con
dolor agudo se liberan grandes cantidades de histamina que pasan a la sangre. Durante
un dolor agudo se toleran dosis de morfina tóxicas, y lo mismo pasa durante la adicción.
Los conejos, que tienen un elevado índice de histamina en la sangre, son
extremadamente resistentes a la morfina.) Mi propia experiencia con antihistamínicos
no ha sido concluyente. En cierta ocasión seguí una cura en la que sólo se utilizaron
antihistamínicos y los resultados fueron buenos. Pero entonces mi adicción era ligera, y
cuando empecé el tratamiento llevaba 72 horas sin morfina. Desde entonces, he usado
antihistamínicos con cierta frecuencia para combatir los síntomas de carencia con
resultados poco satisfactorios. De hecho, los antihistamínicos parecen incrementar mi
depresión e irritabilidad (no suelo padecer los típicos síntomas alérgicos).
Apomorfina. — La apomorfina es indudablemente el mejor método para tratar la
carencia de todos los que he experimentado. No elimina por completo los síntomas,
pero los reduce hasta un nivel soportable. Los síntomas agudos, tales como los
calambres de piernas y estómago, los estados convulsivos o maníacos, los elimina por
completo. De hecho, el tratamiento con apomorfina implica menos molestias que una
cura por reducción. La recuperación es más rápida y completa. Creo que nunca conseguí
eliminar por completo el deseo de tomar morfina hasta que seguí un tratamiento con
apomorfina. Quizá la necesidad «psicológica» de morfina que persiste tras una cura, no
sea en absoluto psicológica, sino metabólica. Las variaciones más potentes de la
fórmula de apomorfina podrían resultar cualitativamente más efectivas para tratar todas
las formas de adicción.
Cortisona. — La cortisona parece proporcionar cierto alivio, especialmente cuando
se inyecta endovenosamente.
Toracina. — Procura cierto alivio, pero no mucho. Efectos secundarios —
depresión, perturbaciones de la visión, indigestión— compensan los dudosos beneficios.
Reserpina. — Nunca noté que este producto proporcionara otro efecto que no fuera
una ligera depresión.
Tolserol— Resultados despreciables.
Barbitúricos. — Es algo bastante corriente recetar barbitúricos para combatir el
insomnio de la carencia. En realidad, el uso de barbitúricos retrasa el retorno del sueño
normal, prolonga el período de carencia, y puede llevar a una recaída. (El adicto tiene la
tentación de tomar un poco de codeína o de paregórico con su nembutal. Unas
cantidades muy pequeñas de opiáceos, que resultarían inocuas para una persona normal,
restablecen inmediatamente la adicción en un adicto curado.) Mi experiencia es
indudable que confirma la afirmación del doctor Dent acerca de que los barbitúricos
están contraindicados.
Cloral y paraldehídos. — Es probable que sean preferibles a los barbitúricos, si es
necesaria una sedación, pero la mayoría de los adictos vomitan el paraldehído
inmediatamente. También he probado, por propia iniciativa, las drogas siguientes
durante el período de carencia:
Alcohol. — Absolutamente contraindicado en cualquiera de las fases de carencia. El
uso del alcohol exacerba invariablemente los síntomas de carencia y lleva a la recaída.
El alcohol sólo puede ser tolerado una vez que el metabolismo vuelve a la normalidad.
En los casos de adicción intensa esto suele llevar un mes.
Bencedrina. — Puede aliviar temporalmente la depresión de la fase final de la
carencia, pero es desastrosa en la fase aguda. Contraindicada en cualquiera de las fases
dado que produce un estado de nerviosismo para el que la morfina es la respuesta
psicológica.
Cocaína.. — Lo de arriba vale doblemente en el caso de la cocaína.
Cannabis indica (marihuana). — En la fase final o en carencias ligeras alivia la
depresión y aumenta el apetito. En las carencias agudas es un desastre total. (En cierta
ocasión fumé marihuana durante la primera fase de carencia y los resultados fueron de
pesadilla.) La cannabis es un sensibilizador. Si uno ya se siente mal, le hará sentirse
peor. Contraindicado.
Peyote; Bannisteria caapi. — No me he aventurado a realizar experimentos. Pensar
en una intoxicación de Bannisteria superpuesta a los síntomas de una carencia aguda
hace vacilar el cerebro. Conozco a un hombre que utilizó peyote en la fase final de la
carencia, y que afirmaba que carecía de cualquier deseo de tomar morfina, pero que en
definitiva murió por envenenamiento de peyote.
En los casos de adicción intensa, los síntomas físicos de la adicción se prolongan
durante un mes por lo menos.
Jamás he visto ni oído hablar de un psicótico que fuera morfinómano, es decir, de
alguien que mostrara síntomas psicóticos mientras estaba adiccionado a un opiáceo. De
hecho, los adictos son personas tristemente cuerdas. Quizá haya una incompatibilidad
metabólica entre esquizofrenia y adicción a los opiáceos. Por otra parte, la carencia de
morfina provoca a menudo reacciones psicóticas —usualmente cierta paranoia—. Es
interesante notar que productos y métodos que dan resultados en la esquizofrenia, sean
utilizados también durante la carencia: antihistamínicos, tranquilizantes, apomorfina,
electroshock.
Sir Charles Sherington define el dolor como «el acompañante psíquico de un reflejo
protector imperativo».
El sistema nervioso vegetativo se expande y se contrae como respuesta a los ritmos
viscerales y a los estímulos externos; se expande ante los estímulos que experimenta
como placenteros —sexo, alimentos, contactos sociales agradables, etc. —, y se contrae
ante el dolor, la ansiedad, el miedo, la incomodidad, la depresión. La morfina altera el
ciclo de expansión y contracción, descarga y tensión. Se desactiva la actividad sexual,
se inhibe la peristalsis, las pupilas dejan de reaccionar ante luz y oscuridad. El
organismo no se contrae ante el dolor, ni se expande ante las fuentes de placer
habituales. Se adapta a un ciclo propio de la morfina. El adicto es inmune al
aburrimiento. Es capaz de estarse mirando la punta de los zapatos durante horas, o de
permanecer simplemente en la cama. No necesita contactos sexuales, ni sociales,
tampoco trabajo, diversión, ejercicio... no necesita nada excepto morfina. La morfina
puede aliviar el dolor debido quizá a que proporciona al organismo algunas de las
cualidades de los vegetales. (El dolor quizá carezca de sentido para las plantas que son,
en su mayor parte, inmóviles, incapaces de tener reflejos protectores.)
Los científicos buscan un tipo de morfina que no sea adictiva, que elimine el dolor
sin proporcionar placer, pues los adictos quieren —o creen que quieren— euforia sin
adicción. No veo cómo podrían separarse las funciones de la morfina. Creo que
cualquier producto que elimine el dolor, reprimirá la función sexual, inducirá euforia y
provocará adicción. El producto que elimine el dolor y que sea perfecto, lo más
probable es que cree hábito con una sola aplicación. (Si alguien está interesado en
desarrollar una droga semejante, creo que la dehidro-oxi-heroína podría ser un buen
punto de partida.)
El adicto existe en un estado asexual, atemporal, indoloro. El retorno a los ritmos de
la vida animal implica el síndrome de carencia. Dudo que esa transición pueda llevarse
a cabo placenteramente. A lo más que se podría llegar es a la carencia indolora.
COCAÍNA. — La cocaína es la droga más estimulante que he utilizado jamás. La
euforia tiene su centro en la cabeza. Quizá la droga active directamente las conexiones
del placer del cerebro. Sospecho que una corriente eléctrica en el punto preciso
produciría el mismo efecto. La estimulación completa con la cocaína sólo puede
conseguirse por medio de la inyección por vía endovenosa. Los efectos placenteros no
duran más de cinco o diez minutos. Si la droga se inyecta intramuscularmente, la rápida
eliminación anula los efectos. Y lo mismo sucede, pero reforzado, si se esnifa.
Una práctica corriente entre los cocainómanos consiste en pasarse la noche entera
chutándose cocaína a intervalos de un minuto; alternan con chutes de heroína, o de
cocaína y heroína mezcladas en la misma inyección, lo que se llama un «speed ball».
(Nunca he conocido a un cocainómano que fuera también morfinómano.)
La necesidad de cocaína puede llegar a ser intensa. Yo mismo me he pasado días
enteros de una botica a otra para conseguir que me despacharan una receta de cocaína.
Es posible desear la cocaína de modo muy intenso, pero no existe una necesidad
metabólica del producto. Si no es posible conseguir cocaína, uno puede comer, irse a
dormir y olvidar el asunto. He hablado con personas que usaron cocaína durante años y,
de pronto, se quedaron sin la posibilidad de conseguirla. Ninguna de ellas experimentó
síntomas de carencia. De hecho, es difícil aceptar que un estimulante del cerebro frontal
pueda llegar a ser adictivo. La adicción parece ser monopolio exclusivo de los sedantes.
El uso continuado de la cocaína ocasiona nerviosismo, depresión, y a veces psicosis
con alucinaciones paranoicas. El nerviosismo y la depresión resultantes del uso de la
cocaína sólo pueden aliviarse con más cocaína. También se eliminan con morfina. El
uso de cocaína por parte de un morfinómano siempre lleva a la utilización de
inyecciones de morfina más abundantes y frecuentes.
CANNABIS INDICA (hashish, marihuana). — Los efectos de esta droga han sido
descritos con frecuencia: trastornos en la percepción espacio-temporal, sensibilidad
aguda para las impresiones, fuga de ideas, risa convulsiva, estupidez. La marihuana es
un sensibilizador y sus efectos no siempre son agradables. Hace que una situación mala
sea peor. La depresión se vuelve desesperación, la ansiedad pánico. Ya he mencionado
mi horrible experiencia con marihuana durante un período agudo de carencia de
morfina. En cierta ocasión le di marihuana a un invitado que estaba ligeramente ansioso
con respecto a algo («Estoy inquieto», había dicho). Tras fumar medio cigarrillo, se
puso en pie de un salto y, gritando «¡Tengo miedo!», salió de la casa corriendo.
Un aspecto particularmente enervante de la intoxicación con marihuana es la
perturbación de la orientación afectiva. No se sabe si algo gusta o no, si una sensación
es agradable o desagradable.
El uso de la marihuana varía mucho con cada individuo. Unos la fuman
constantemente, otros a veces, y a no pocos les desagrada de modo muy intenso. Parece
que es especialmente impopular entre los morfinómanos, muchos de los cuales adoptan
una actitud puritana con respecto a los fumadores de marihuana.
Los efectos desagradables de la marihuana se han exagerado mucho en Estados
Unidos. Nuestra droga nacional es el alcohol. Tendemos a considerar el uso de
cualquier otra droga con especial horror. Cualquiera que se entregue a esos vicios
extranjeros se expone a la ruina completa de cuerpo y mente. La gente cree lo que
quiere creer sin tener en cuenta los hechos. La marihuana no crea hábito. Nunca he
observado que su uso moderado produzca efectos peligrosos. Las psicosis, por efecto de
la droga, quizá sean consecuencia de un uso prolongado y excesivo.
BARBITÚRICOS. — Los barbitúricos son indudablemente adictivos si se toman en
grandes cantidades a lo largo de cualquier período de tiempo (aproximadamente un
gramo diario creará adicción). El síndrome de carencia es más peligroso que el de
carencia de morfina, e incluye alucinaciones con convulsiones semejantes a las
epilépticas. Los adictos a veces se hieren al caer sobre pisos de cemento (los pisos de
cemento son el corolario habitual de una brusca carencia). Los morfinómanos a veces
toman barbitúricos para potenciar raciones inadecuadas de morfina. Algunos de ellos se
vuelven, además, adictos a los barbitúricos.
En una ocasión tomé dos cápsulas de nembutal (de gramo y medio cada una de
ellas) todas las noches a lo largo de cuatro meses, y no padecí síntomas de carencia. La
adicción a los barbitúricos es cuestión de cantidad. Probablemente no se trate de una
adicción metabólica como la de la morfina, sino de una reacción mecánica debido a una
sedación excesiva del cerebrofrontal.
El adicto a los barbitúricos ofrece un espectáculo impresionante. Es incapaz de
coordinación, se tambalea, se cae de los taburetes de la barra de un bar, se queda
dormido en mitad de una frase, se le cae la comida de la boca. Se muestra confuso,
pendenciero y estúpido. Y, además, casi siempre usa otras drogas, cualquiera que se le
ponga a mano: alcohol, bencedrina, opiáceos, marihuana. Los consumidores de
barbitúricos están muy mal vistos en la sociedad de los adictos: «Vagabundos del
nembutal. Son gente sin ninguna clase. » El siguiente paso es gas y leche, o se ponen a
esnifar amoníaco. «El excitante de las limpiarretretes. »
A mi juicio los barbitúricos crean la peor forma de adicción posible, desagradable,
dañina, y difícil de tratar.
BENCEDRINA. — Es un estimulante cerebral, como la cocaína. Grandes dosis
provocan insomnio prolongado y sensaciones estimulantes. El período de euforia es
seguido de una terrible depresión. La droga tiende a incrementar la ansiedad. Causa
indigestión y pérdida del apetito.
Sólo conozco un caso en el que la carencia de bencedrina fue seguida de síntomas
claros. Se trataba de una conocida mía que usó cantidades increíbles de bencedrina a lo
largo de seis meses. Durante este período desarrolló una psicosis producida por la droga
y estuvo hospitalizada durante diez días. Continuó usando bencedrina, pero de pronto ya
no pudo obtenerla. Sufrió un agudo ataque de asma. No podía respirar y la piel se le
puso azul. Le di una dosis de antihistamínico (teferene) que la mejoró instantáneamente.
Los síntomas no volvieron a manifestarse.
PEYOTE (mescalina). — Es indudablemente un estimulante. Dilata las pupilas y
mantiene despierto. El peyote provoca intensas náuseas. Los consumidores
experimentan dificultades para mantenerlo dentro del estómago el tiempo suficiente
para que produzca efecto; un efecto que es similar, en ciertos aspectos, al de la
marihuana. Se acentúa la sensibilidad ante las impresiones y especialmente para los
colores. La intoxicación con peyote provoca una peculiar conciencia vegetal o
identificación con la planta. Todo se parece a una planta de peyote. Es fácil comprender
por qué los indios creen que hay un espíritu que reside en el cactus del peyote.
Una sobredosis puede ocasionar parálisis respiratoria y muerte. Conozco un caso de
éstos. No existen motivos para creer que el peyote sea adictivo.
BANNISTERIA CAAPI (harmalina, bannisterina, telepatina). — La Bannisteria
caapi es una enredadera de crecimiento rápido. Al parecer, el principio activo se
encuentra en la madera de la enredadera recién cortada. La corteza interior es la que se
considera más activa, y las hojas no se usan nunca. Se necesita una gran cantidad de
planta para sentir todos los efectos de la droga. Para una persona se necesitan unos cinco
trozos de enredadera de unos veinte centímetros cada uno. La planta se machaca y se
cuece por espacio de dos horas o más junto a las hojas de un arbusto identificado como
Palicourea sp. rubiaceae.
El yage o ayahuasca (los nombres indios más usuales de la Bannisteria caapi) es un
estupefaciente alucinógeno que provoca un profundo desarreglo de los sentidos. En
sobredosis es un veneno que provoca convulsiones. El antídoto es un barbitúrico o
cualquier otro sedante anticonvulsivo potente. Quien tome yage por primera vez debe
tener preparado un sedante en previsión de una sobredosis.
Las propiedades alucinógenas del yage le han convertido en un producto que usan
los brujos para incrementar sus poderes. También lo usan como curalotodo en el
tratamiento de diversas dolencias. El yage hace descender la temperatura del cuerpo y,
en consecuencia, es relativamente útil en el tratamiento de la fiebre. Es un poderoso
antihelmíntico, indicado en el tratamiento de las lombrices estomacales o intestinales. El
yage induce un estado de anestesia de la conciencia, y se utiliza en ritos donde los
iniciados deben someterse a pruebas dolorosas, tales como la flagelación o las picaduras
de hormigas.
Según mis informaciones, sólo es activa la enredadera recién cortada. No encontré
manera de secar, extraer o conservar el principio activo. Las tinturas no resultan activas.
La planta seca es completamente inerte. La farmacología del yage requiere
investigación de laboratorio. Dado que el extracto en bruto es tan poderoso y
alucinógeno, es posible que se puedan obtener resultados más espectaculares aún con
variedades sintéticas. Indudablemente el asunto requiere mayor investigación1.
No he apreciado efecto dañino alguno que pueda atribuirse al uso del yage. Los
1 1. Desde que se publicó este artículo, he descubierto que el alcaloide de la Bannisteria
está estrechamente relacionado con el LSD6, utilizado para provocar psicosis experimentales.
Creo que ya han llegado al LSD25.
brujos que lo usan constantemente parecen disfrutar de una salud normal. La tolerancia
se adquiere en seguida, así que pronto se puede beber el extracto sin náuseas ni
cualquier otro efecto molesto.
El yage es un estupefaciente único. La intoxicación con yage es, en algunos
aspectos, similar a la intoxicación con hashish. En ambos casos hay un cambio del
punto de vista, una extensión de la conciencia más allá de la experiencia ordinaria. Pero
el yage provoca un desequilibrio de los sentidos más profundo con evidentes
alucinaciones. La visualización de resplandores azules es algo peculiar de la
intoxicación con yage.
Hay un amplio espectro de actitudes con respecto al yage. Muchos indios y la
mayoría de los consumidores blancos parecen considerarlo simplemente como un
intoxicante más, semejante al alcohol. En otros grupos tiene una utilización y un
significado ritual. Entre los jíbaros, los jóvenes toman yage para entrar en contacto con
los espíritus de sus antepasados y recibir informaciones de su vida futura. También es
usado en los ritos de iniciación para anestesiar a los iniciados que deban sufrir duras
pruebas. Todos los brujos lo usan en su práctica cotidiana de adivinar el futuro,
encontrar objetos perdidos o robados, descubrir al autor de un crimen, diagnosticar y
tratar enfermedades.
El alcaloide de la Bannisteria caapi fue aislado en 1923 por Fisher Cárdenas. Lo
denominó telepatina y también bannisterina. Rumf demostró que la telepatina era
idéntica a la harmina, el alcaloide del Perganum Harmala.
La Bannisteria caapi, evidentemente, no provoca adicción.
NUEZ MOSCADA. — Los presos y los marinos a veces recurren a la nuez
moscada. Se toma más o menos una cucharada mezclada con agua. Los resultados son
vagamente similares a los de la marihuana, y aparecen algunos efectos secundarios:
dolor de cabeza y náuseas. Aun suponiendo que fuera posible hablar de adicción a la
nuez moscada, es probable que antes de que llegara a tener lugar esta adicción
sobreviniera la muerte. Sólo he tomado nuez moscada en una ocasión.
Los indios de Sudamérica utilizan bastantes estupefacientes de la familia de la nuez
moscada. Usualmente esnifan el polvo seco de la planta. Los brujos absorben estas
sustancias tóxicas y caen en estados convulsivos. Se piensa que sus movimientos y
gruñidos tienen un significado profético. Un amigo mío estuvo gravemente enfermo
durante tres días tras experimentar en América del Sur con una droga de la familia de la
nuez moscada.
DATURA-ESCOPOLAMINA. — Los morfinómanos se envenenan con cierta
frecuencia al tomar morfina en combinación con escopolamina.
En una ocasión conseguí algunas ampollas que contenían morfina y cantidades
inapreciables de escopolamina. Me puse seis ampollas en una sola inyección y el
resultado fue un estado psicótico que duró varias horas; durante ese tiempo me atendió
el dueño de la casa donde estaba. Al día siguiente no recordaba nada de lo ocurrido.
Las drogas del grupo de la datura son usadas por los indios de Sudamérica y
México. Las muertes, se dice, son frecuentes.
La escopolamina ha sido utilizada por los rusos como droga de verdad, con
resultados dudosos. El sujeto es posible que se vea obligado a revelar sus secretos, pero
es absolutamente incapaz de recordarlos. A menudo, la historia falsa y la información
secreta están inextricablemente mezcladas. Creo que la mescalina ha tenido mucho éxito
para arrancar informaciones a sospechosos.
La adicción a la morfina es una enfermedad metabólica producida por el uso de
morfina. En mi opinión, el tratamiento psicológico no sólo es inútil, sino que está
contraindicado. Estadísticamente, la gente que se vuelve morfinómana es la que tiene
acceso al producto: médicos, enfermeras, cualquier contacto con el mercado negro. En
Persia, donde el opio se vende sin control en tiendas especiales, el 70 por 100 de la
población adulta es adicta. Según esto, ¿debemos psicoanalizar a varios millones de
persas para descubrir los conflictos profundos y las ansiedades que les han llevado al
consumo de opio? Creo que no es el caso. Según mi propia experiencia, la mayoría de
los adictos no son neuróticos y no necesitan psicoterapia. El tratamiento con apomorfina
y el acceso a la apomorfina en caso de recaída, indudablemente arrojarían un porcentaje
más elevado de curas permanentes que cualquier programa de «rehabilitación
psicológica».

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